La primavera y el otoño de gabriel salamanca.-1

Primera entrega. El joven Gabriel de quince años es seducido por Manuel, un rústico mozo de veinte.

Creo que el tamaño de letra no se coresponde con la elegida por mi. Decidme si lo leéis bien

LA PRIMAVERA Y EL OTOÑO DE GABRIEL SALAMANCA

Desde el ventanal podía ver cómo caía la lluvia menuda difuminando el contorno de los coches que, como luciérnagas rojas y blancas, iban y venían por el paseo del río. A lo lejos se oía el rumor de las olas chocar contra las rocas del paseo. Miré mi imagen reflejada en el cristal. El pelo y la barba canosa, casi blanca, destacaban en la oscuridad, así como el vello que me cubría el pecho. Constaté que el tiempo no pasaba en balde aunque aún sentía deseo sexual y mi amiga me respondía sin la urgencia de la juventud. Mi rabo de piel oscura, aunque viejo y experimentado, seguía teniendo un tamaño considerable y me encantaba tocarme o que me acariciaran  la venas que lo adornaban.

A través del reflejo del ventanal vi como destacaba la piel canela de Raúl sobre las sábanas blancas. Dormía boca abajo y su redondo y duro culo me atraía sobremanera, igual que su musculado y joven cuerpo.

Acerqué una silla, un block de dibujo y comencé a dibujarlo con la intención de pintar un cuadro y colocarlo sobre la cabecera de la cama.

RAÚL

La primera vez que vi  a Raúl, me llamó la atención su olor. Su olor que me recordaba a algo remoto. Yo estaba convaleciente en el hospital y entró de madrugada para comprobar las constantes. Al acercarse a mí para ponerme el termómetro, vi el triángulo de piel tostada y lampiña que dejaba al descubierto el cuello en pico de la camisa del uniforme. Un olor conocido me invadió. No lograba saber a qué se debía, pero era un olor grato.

Todas las noches volvía y todas las noches le olía. Luego me fui fijando en el dueño del aroma. Por el acento supe que era sudamericano (luego supe que de Costa Rica). Tenía el pelo corto y negro como ala de cuervo. Me fijé cuando me ayudaba a moverme que no tenía vello ni en los brazos ni en las axilas, en su lugar tenía una cierta pelusilla oscura . Cuando se agachaba, el pantalón resbalaba dejando ver parte de su culo igual de tostado e igual de lampiño. El bóxer blanco ocultaba el resto de sus nalgas, pero me fijé en que las tenía redondas y duras (me imaginé su culo sin un solo pelo y su ano oscuro y terso como una pequeña puñalada). Pude disfrutar de la visión de su paquete  cada vez que se dirigía a mi cama (recordé la imagen de Mark Wahlberg sujetándose el paquetón en el famoso anuncio de Calvin Klein), pero, sobre todo, necesitaba que se acercara a mí y poder disfrutar de su olor con recuerdos ancestrales.

El tiempo fue pasando y comenzamos a hablar forjando una especie de amistad, pero, sobre todo, me volvía loco que se acercara a mí y olerle. Me excitaba de tal manera que había veces que tenía que disimular mi indiscreta erección.

El día que me dieron el alta vino a saludarme y me dijo que si no tenía a nadie que le acompañara a casa, él lo haría encantado si no me importaba esperar a que se cambiara.

Solamente entrar en el coche, el intenso olor me invadió hasta el punto de casi perder el sentido hasta que me di cuenta de que provenía de su vieja chupa de piel. Era el olor a cuero viejo y usado. El recuerdo de un chaleco, de una ruda espalda cubierta por esa prenda se hizo dueño de mi mente.

MANUEL

Un día de aquel verano se tumbó boca arriba sobre la hierba para que el sol le calentara después de haberse mojado la cara y el pelo en el manantial. Se desabrochó la camisa y el primer botón del pantalón de pana. Miré cómo le caían gotas de agua desde el pelo y bajaban por la cara y el cuello, cómo se transparentaba su cuerpo bajo la camiseta y me detuve en admirar el vello oscuro de su pecho que se dejaba ver al llevar desabrochados los botones de su camiseta. Me indicó que me tumbara a su lado con un gesto de su peludo brazo. No dejaba de mirar al chico que me acababa de llevar a la grupa de su caballo. Todavía notaba el calor de su espalda en mi pecho y no sabía si se habría dado cuenta de la erección que me gastaba al rozar mi paquete en su magnífico culo. Cuando bajó del caballo y se dirigió al manantial, no dejaba de mirar como sus caderas se movían y el culo a su compás, haciendo gala de su poder de seducción. Cuando se agachó para refrescarse, el pantalón se estiro de tal forma que yo creía que iba a rasgarse. Y cuando volvía a mi lado ya no podía apartar la mirada del bulto que marcaba la entrepierna.

Era moreno de piel y pelo. La barba afeitada ensombrecía sus mejillas a causa del espesor y la dureza. Cejas espesas igual que sus pestañas, el pelo ondulado y mojado le caía sobre la frente y tenía unas manos fuertes y castigadas a pesar de sus veinte años.

- Estaba paseando por el olivar de la dehesa de mi padre, cuando vi que se acercaba, guapo y altivo, el chico el guardés al que conocía de toda la vida. Me tendió una de esas manazas.

- “Gabi, ¿Vienes a dar una vuelta conmigo?”.

Sin pensarlo dos veces le di mi mano y me alzó hasta que me senté a su espalda. Fue la primera vez que ese olor me inquietó. Acerqué mi cara a su espalda y se la olí. Así se me quedó grabado de por vida su aroma-.

Manuel espiraba plácidamente mientras jugueteaba con el vello de su pecho y al cabo de un rato bajó la mano, se levantó la camiseta hasta el ombligo y siguió jugando con el del vientre haciendo pequeños tirabuzones con las yemas de sus dedos.

Entreabrió los ojos y me miró. –“Qué?…”

-     Nada… sólo miro…

-     ¿Te gusta?

-     Si…Manu, ¿Crees que yo tendré vello en el pecho como tu?.

Me miró, me sonrió – Enséñame el – pecho.

Me desabroché la camisa. Me acarició el pecho en el que la suave pelusilla de color castaño comenzaba a cambiar. Luego hizo lo mismo con mi vientre. Allí, el vello era más espeso. Lo acarició. – Yo creo que si… creo que vas a estar servido…pero todavía eres joven. Quince, ¿no?.

-Si.

  • ¿Quieres tocar el mío?. Me miró fijamente.

-     Si.

Acaricié su pecho y sentí su vello áspero. La curiosidad hizo que le metiera la mano por el escote desabrochado de su camiseta en busca de más sensaciones. Al cabo de un rato me cogió la mano y me la llevó a su vientre. - Acarícialos .-

Mientras jugaba con su vello y le hacía pequeños rizos, él me acariciaba el pelo. Luego me volvió a coger la mano y la puso en su entrepierna. La sensación de tocar por primera vez el bulto de un sexo adulto me estremeció. Con su ayuda y dirigiendo la maniobra, llevó la mano a la zona donde su verga estaba ya crecida y dura. Acariciaba mi cuello y movía mi mano hacia arriba y hacia abajo mientras respiraba entrecortadamente. Se abrió la cremallera de la bragueta y metió mi mano dentro de ella. La suavidad del calzoncillo calzando sus huevos y el calor que manaba de ellos me volvió loco de placer y se los comencé a acariciar, luego me llevó la mano hacia su polla enfundada que ya estaba dura, gorda y caliente y sentí en la palma la forma de su glande. Era la primera vez que se lo hacía a un tío, pero me gustaba y quería darle placer. Siguió indicándome la forma y el ritmo adecuado hasta que gimió y se corrió. Noté su humedad en mi mano y respiró profundamente.

-     Te has portado como un hombre,- me dijo.- ¿Te ha gustado?

-     Si- le dije, pero sentía que había algo que me faltaba. Me había empalmado pero me dio vergüenza y no le dije que quería haberme corrido también.

Cuando me dejó a la puerta de mi casa me preguntó: -¿Quieres repetir mañana… te paso a buscar?.

-     Si.

Me revolvió el pelo y se alejó sobre su corcel.

No pegué ojo en toda la noche pensando en el día siguiente.

Continuará