LA PRIMA MERCHE. Capítulo 2º
Y a mis treinta y cinco, puede decirse que me casé con ella... Y Colorín, colorado, esta historia ha terminado
CAPÍTULO 2º
Bien se dice por estos hispánicos lares, que “No hay mal que cien años dure”, y así me pasó por finales, que aquella desazón, aquella casi depresión que lo de mi prima me causó, al fin lo superé. Tardé lo mío, pues, verdaderamente, me dejó muy, pero que muy “tocado”, pero por fin aprendí a vivir con ello sin dolerme… No la olvidé, no dejé de quererla, pero pude convivir con ese cariño sin que me hiciera daño. También suele decirse, por estas tierras, que “No hay mal que por bien no venga”, y ese mal de amores que me aquejó trajo el bien de que, en nada, dejé de ser un “pipiolillo”, un niño, más mal que bien criado… Más caprichoso y “¡Viva la Virgen!” ( irresponsable) que con las cosas claras en mi mente…en mi idiosincrasia…
En aquél 1959, yo, prácticamente, seguía con el Bachillerato, pues aunque el pasado año, curso 1957-58, el segundo año que hacía sexto de Bachiller, pues lo repetí al suspender el año anterior, tanto en Junio como en Septiembre, como ya antes había repetido tercero, por idénticas razones, me “catearon” la Reválida, lo mismo en Junio que en Septiembre de tal año, logrando idéntico resultado en las pruebas repetidas en Junio de ese año 59, pero tuve la suficiente entereza para enfrentar la madre del cordero de tal problema: Que yo era inteligente, con muy, pero que muy buena memoria, pues cuando una cosa me interesaba, la “cazaba” al vuelo, quedaba fuera de toda duda, pero para estudiar, a pesar de todos los pesares, no valía, pues no tenía lo que debía tener para “meterle codos”, es decir, estudiar… Que a la hora de la verdad, ante los libros me rilaba y les daba de lado, sin dignarme ni abrirlos, salvo Historia… Y aún eso, con reticencias, pues en cuanto la cosa no iba de guerras, batallas y otras lindezas por el estilo, al diablo con la “musique”…
Así que, si en el Bachillerato me iban así las cosas, cómo me irían en la Universidad… Hasta entonces, eso no me había preocupado en lo más mínimo, pues mientras “estudiara”, así, entre comillas, me hurtaba a cosas más graves, como, “verbi gratia”, “doblar el lomo” “currelando”. Vamos, que mientras hiciera como que estudiaba, podía dedicarme, con toda pasión y tranquilidad, a la “vida alegre y confiada” de un “dolce far niente”, un “dulce no hacer nada” como se dice en “italianini”
Sí; así pensaba yo hasta entonces… Que “ahí me las den todas”, o eso otro, tan bonito, de “ande yo caliente, y ríase la gente”, pero, como digo, lo de Merche me había hecho recapacitar… Y mucho… Reconocer, en primer término, que, a la postre, no era más que un pipiolo, un niñato mal criado, “con más plumas que un zorzal y de cascos dislocao”, como decía Carlos Cano en una de sus canciones; y, en segundo lugar, convencerme de que, así, con ese infantilismo, esa tremenda irresponsabilidad, causantes de todos mis actuales males, no podía seguir… Que tenía que reaccionar ante eso… Madurar, en una palabra… Y ahí empecé a reaccionar, a madurar, a cambiar; en aquél mes de Junio de 1959, cuando coseché las terceras “calabazas” en la Reválida de 6º de “Cuchillerato”, perdón, Bachillerato… Fue entonces, al regresar a casa con la “cosecha” obtenida, cuando le di el berrinche mil a mi madre… Pobrecilla; ella toda ilusionada con que su “rorro” fuera el día de mañana Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, como su padre, mi abuelo, encontrarse con que su “nene” le decía “que si verdes las habían segado”, vamos, que “colgaba” los estudios y que quería dedicarse a trabajar como estaba mandado y ordenado… A ganarse el pan con el sudor de su frente, que no “del de enfrente”, según la bíblica maldición y castigo de Dios a nuestro Padre Adán, que bien que nos la gibó el “colega” con lo de la “manzanita” de los cataplines… ¡Que ya se pudo haber quedado quietecito, y mandar a la Eva a la otra punta del Edén!… Vamos, digo yo…
Pero, al propio tiempo, diría yo que mi papi vio el cielo abierto cuando su señora esposa, mi mamita de mi alma, le dio la “triste” noticia de que a su “churumbel” se le había metido en la cabeza dejar los estudios “ad calendas graecas” ( literal, “para las calendas griegas”, lo que equivale a decir nunca jamás, ya que en el calendario griego, las calendas no existían; sólo en el romano, hacia el día 15 de cada mes, más o menos ) Y es que, los estudios, el colegio donde iba, de lo más “In” en colegios de frailes, salían por un pico…un ojo de la cara…un “oeuf”, que dicen “les francaises”, y la yema del otro “oeuf”, a poco que te descuides… En fin, que mi padre por fin, regresó a casa y dijo a mi madre que tampoco se hundiría el mundo porque su “ninio” no fuera, el día de mañana, Ingeniero de Caminos, Canales, y Puertos… Que cosas peores pasaban en el mundo, y no le dijo lo de, por ejemplo, el hambre en la India, porque no se llevaba el “decillo”… En fin, que mi suerte como futuro “currelante” ( trabajador ), estaba ya echada… E, incluso, hasta con trabajo fijo; la cosa estaba en que mi padre era viajante de comercio; agente de ventas, vamos, en las provincias manchegas, Toledo, Cuenca, Ciudad Real, más las de Murcia y Almería… Solía llevar con él un ayudante, entonces un chico de Campo de Criptana, junto a Alcázar de San Juan, Ciudad Real, Bonifacio, o “El Gran Boni”, chaval majo, de buen carácter y mejor “correa”, es decir, aguante, cosa muy importante para aguantar a mi padre, que se las traía cosa fina; así, que, sin más más, ni más menos, quedé “reclutado” como futuro ayudante paterno, sustituyendo al “Gran Boni”
Todavía ese año mi papi me hizo la merced de dejarme pasar el verano en paz y sosiego, en el pueblo, si bien, por propia decisión mía, hice en esos más menos dos meses mis primeras armas como “vendedor”, pues acompañé a mi padre en un par de ocasiones que salió para cuatro o cinco días escasos… Aún recuerdo el día que “tomé” mi primer “pedido” a un cliente, Daniel Mediero Barrio, de Valdepeñas, Ciudad Real… En realidad, mi “proeza” se redujo a tomarle nota del pedido que ya él tenía preparado para mi padre; es decir, llegar, apuntar lo que él me dictaba y marcharme… Pero yo, puede que por vez primera en mi vida, me sentí orgulloso de mí mismo: Acababa de hacer un “trabajo de hombre”… Mi primera “hombrada” de verdad…al menos, para mí… Ítem más… ¡Me encantó hacerlo!… Me encantó ser “vendedor”…”agente de ventas”… ¡Esa era, sería, mi profesión, y por verdadera vocación!…
Pasó el verano, con las fiestas del pueblo a primeros de Septiembre, regresando todos a Madrid sobre el 10-12 de ese mes, como cada año hacíamos, y hacia el 15-20 salí, ya de veras, totalmente en serio, de viaje con mi padre… El “Gran Boni” estuvo todavía con nosotros hasta acabar 1960, pues en el 61 se incorporaba a la “mili”, y su relación laboral con mi padre la canceló… Empujado por mi padre, que todo hay que decirlo, que vio en ello el “puente de plata” para quitarse de encima al chaval, y el sueldo que le pagaba, sin parecer que le despedía, con lo que, desde 1961, no quedamos solos los dos de viaje, mi padre y yo. Lo cierto, por otra parte, es que yo, funcionaba ya casi, casi, que a “pleno rendimiento”, sacándome y ya, solito, las “castañas del fuego”, es decir, sacando pedidos a los clientes, comerciantes de ferretería y menaje en general, que era una vida mía… Y es que resultó que yo tenía como un don especial para vender… Y eso, a pesar de mi natural timidez para tantas otras cosas, pero cuando me veía con la cartera en la mano, me volvía otra persona muy distinta… El ser inteligente me valió de mucho, ya que me permitía hacerme cargo de las situaciones al vuelo… En fin, que para ese año 1961, yo ya me movía en ese mundo casi como pez en el agua, y además, “dándole a todo”.
Mi padre llevaba dos muestrarios básicos: Un almacén de Ferretería de Madrid y una fábrica de confecciones, también de Madrid, con camisería y pantalones de calle para caballero y señora, y ropa de trabajo. Él se dedicaba, en exclusiva, a la ferretería, en tanto yo a lo de la confección, más, a ratos perdidos, cuando con la confección nada había que hacer, también me “endilgaba” clientes ferreteros. Y, además, el muy “pugnetero”, a los “huesos”, los que no te soltaban un pedido ni yendo de rodillas a Lourdes Y así pasó, que tuve una “escuela” de lo más eficaz; mi padre, vendiendo, era bueno de narices, y a mí me enseñó a conciencia, pero sin darme clases; la teoría de la venta no existe, vendes o no vendes; así, las clases, eran prácticas, “pegarme” a él y verle trabajar, vender… Estar atento a lo que hacía, lo que decía, sin perder ripio… Y, así, aprender, y aprender, y aprender… Y, por finales, la prueba de fuego, coger tú la cartera y, solito, lo que Dios y lo que hayas aprendido, te dé a entender, enfrentarte a tu primer cliente… Y el segundo, y el tercero… Y los que después vendrán, a lo largo de toda tu vida…
Mi real “bautismo de fuego” fue en Julio de 1960; ese mes se lo pasó mi padre, con mi madre, un primo hermano mío, por parte de mi padre, viajante de comercio también, por más señas, que, por cierto, empezara también con mi padre, como el Boni y yo mismo, y la mujer de mi primo, a hacer un viaje por toda Andalucía, la zona que mi primo viajaba, precisamente, con la misma fábrica de confección que mi padre llevaba. Así que a mí me dejo, con la cartera de ferretería, para hacer Murcia y Almería, como buenamente pudiera, pues me dejó desmontado, dependiendo del transporte público. Y me cabe el orgullo de decir que, a poco de regresar mi padre a la ruta, conmigo, un cliente de Alcantarilla, Murcia, me dijo, muy confidencialmente, pues mi padre no quería que lo supiera, que él, mi padre, le había confesado estar asombrado de los resultados por mí obtenidos. “Que él mismo, mi padre, no lo hubiera superado”, me dijo el cliente, Paco Guillamón, aún lo recuerdo, que mi padre le había dicho de mi trabajo en ese mes… A casi escasos diez meses de empezar a salir de viaje
Por cierto, que en ese mes de Julio del 60, también me estrené, como hombre, con una mujer. Fue en Cartagena, Murcia, en el hotel “Comercio”, uno de tantos de viajante, de tercera división, si no de Regional. Ella se llamaba Ana, y era compañera de profesión, cosa entonces nunca vista… Era fama que se había “pasado por la piedra” a casi todos los viajantes que hacían la zona; de treinta y muchos, cuarenta años, estaba “de toma pan y moja” la prójima; casada y separada a los cuatro días, cuando su marido descubrió que se la “pegaba” con el lucero del alba que se le pusiera a tiro. Era flamencota, campechana, de conversación fácil, simpática donde las hubiera… Yo ya la conocía, de vista, mayormente, pues aunque habíamos coincidido varias veces, apenas si habíamos hablado nada con ella; algún “Hola, como estás”, y pare usted de contar… Fue a la noche; la verdad es que el comedor del hotel estaba abarrotado, de modo que, cuando ella entró no había ni una mesa libre; yo estaba solo en una de ellas, y ella, tranquilamente, se me acercó preguntándome si podía sentarse conmigo; y yo, claro, le dije que cómo no. Cenamos, charlamos y, tras el postre, me propuso salir juntos a tomar café… Y yo acepté, más que nada, loquito por la música… “Mira que si…”, me decía. Tomamos café y una primera copa, a la que siguió una segunda, tercera, cuarta, en este aquél, y aquél otro bar, regresando al hotel, juntitos, a eso de las doce y mucho, una de la madrugada… Y el milagro se obró, cuando me invitó a entrar en su habitación, a pasar la noche con ella… Yo no me laa ligué, ni mucho menos, sino que fue ella a mí… Me encontró allí, en el comedor, solito, sin mi padre… Y con veinte añitos recién cumplidos… Y, al momento, se determinó a “cenarse” semejante pollito, casi recién salido del cascarón… Que los tiempos de entonces no eran los actuales y un chico de veinte junios era, aún, un casi crío más simple e inocente que un cubo… Una codiciada presa para semejante loba…
En 1962 esta rutina se fue a hacer puñetas, pues yo me tuve que ir a la mili, quince meses y quince días, desde el 19 de Marzo del 61, hasta muy, muy finales de Julio del 63… Regresé pues entonces, prácticamente Agosto del 63, a la rutina anterior del viaje; rutina por ser siempre igual, mismas plazas o ciudades-pueblos, mismos clientes, pero, también, siempre nuevo, por la renovación de muestrarios en la confección…
Pero 1964-65 marcaron un punto de inflexión en mi vida, pues logré una representación de Barcelona, una fábrica de confección de señora exterior que combinaba bien con la de Madrid, pues sus artículos eran enteramente compatibles: La fábrica catalana, con vestidos de señora, trajes de chaqueta, conjuntos de blusa y falda, lo mismo para Primavera-Verano que para Otoño-Invierno, incluyendo abrigos el muestrario de Otoño-Invierno. Y resultó venderse bien. En fin, que en las Navidades de 1964 le planteé a mi padre que desde ya, hacer la ruta juntos, era inviable… Con los catalanes no llevaba ni Murcia ni Almería, pero tenía, nuevas Cáceres y Badajoz, amén de Teruel, por lo que me quedaba descabalado para hacer esas tres provincias, en tanto, viajar Murcia y Almería, casi que no me interesaba, pues sólo tenía trabajo con la confección de Madrid y sólo en Murcia, pues Almería la hacía mi primo, junto con el resto de Andalucía… En fin, que compramos otro coche, un Seat 600, que llevaría mi padre y yo me quedé con el Renault 4L,”Cuatro Latas”, que hasta entonces usáramos juntos, conduciendo yo más veces que él… Podría decirse que le compré, el “Cuatro Latas” a mi padre, a precio irrisorio, eso sí, pero que le sirvió para pagar parte del “600”.
E inicié, desde ese 1965, un cambio en mi vida rotundo, pues me libré, por completo, de la tutela paterna… Campaba ya a mis respetos, con mis casas representadas, mías ya, pues hasta el contrato comercial que nos unía a la fábrica de confecciones de Madrid, pasó enteramente a mi nombre. Con el correr del tiempo, los años, amplié mi cartera de representaciones con otras dos firmas más de ropa interior, una de caballero y otra de señora, cuyo muestrario de verano incluía trajes de baño. En fin, que entre unas cosas y otras, a base de trabajármelo, “currármelo”, como ahora suele decirse y mis buenas dotes de vendedor, la cosa no me iba nada mal; hasta, podría decirse que muy bien, pues, aunque nunca, desde luego, el trabajo me haría millonario, sí que me permitía llevar una vida más que holgada, con lo necesario para no pasar incomodidad alguna y sobrándome algo.
El tiempo, los años, siguieron transcurriendo, uno tras otro, acabando con la sexta década del pasado siglo XX suplantada por los primeros años de la séptima, y fue por entonces que otro cambio en mi vida volvió a virármela en unos cuantos grados. La cosa estuvo en que la firma catalana, de exterior de señora, vestidos y tal, que era la piedra angular de mi economía, decidió reorganizar las rutas de venta, con lo que me quitó las dos provincias extremeñas y la de Teruel, a cambio de darme las de Murcia y Alicante, con lo que regresaba a lo que trabajaba cuando iba con mi padre, pero trocando Almería por Alicante, cosa que me venía como anillo al dedo
Esto ocurrió, exactamente, a comienzos del año 1973, y fue en ese año la primera vez que visité Alicante, con el muestrario Otoño-Invierno, que sale a la venta hacia Mayo de cada año; qué duda cabe que fui nervioso, inquieto, pero también con una cierta esperanza, aunque no quería reconocerme esa flaqueza… Iba a decir que a qué negarlo, pero tampoco era así, pues de negarlo nada de nada, sino que lo tenía más que asumido: Que estaba enamorado de mi primita hasta las trancas, y con un enamoramiento, en añadidura, que perduraría hasta el fin de mis días, si bien en un, digamos, estado de hibernación, desterrado a un recóndito rincón de mi mente, del que ni a decir pío, pío osaba salir; pero le temía más que a un miura de cinco años a la posibilidad de encontrármela cualquier día por Alicante… Claro, que también me decía que, según la ley de posibilidades, encontrármela casualmente, en una ciudad de más de 200.000 almas, era casi imposible. Quería tranquilizarme así, pero bien se dice, también, que “el miedo al perro, guarda la viña”, y qué queréis, que, cuando me acercaba, y los primeros días que me perdía por sus calles, sobre todo su centro comercial, con las Ramblas y su famoso Paseo Marítimo, de tenerlas todas conmigo, ni hablar del peluquín.
Pasaron los días de mi primer viaje a la tierra que los fenicios llamaron Akra Leuke y los muslimes Al Laqant sin novedad que afecte a este relato, salvo que, efectivamente, ni “flowers” de encontrármela Y también pasaron en tales condiciones los de los siguientes viajes a la tierra que los valencianos nominan Alacant, repaso y campaña de verano, acabando así aquél año 1973. Llegó y pasó 1974, en la misma guisa que el 73, y comenzó 1975 por los mismos derroteros… Hasta que llegó Octubre de tal año, con nueva visita por el feudo alicantino con los muestrarios Primavera-Verano, más o menos, recién “salidos del horno”. Como siempre, me llevó casi cinco días hacer la plaza, cuatro más la mañana, más entera que menos, del quinto día. Ese día, la bajar a la recepción del hotel, ya anuncié que dejaba libre la habitación a partir del mediodía, un poco antes, seguramente, encargando me tuvieran preparada la cuenta para las doce-trece horas
A última hora de la mañana, las doce y pico, pasé por el hotel a pagar la cuenta y recoger mi equipaje. Cargué el coche y me dispuse a dejar, por fin, Alicante. En principio, pensaba salir sin comer, dejando la comida para hacerla ya en ruta, pero se me hizo más tarde de lo en principio esperado, por lo que decidí comer primero y ponerme en viaje después. Aparqué en un restaurante que no conocía, de muy buena facha, a mí me gusta vivir bien, siempre pequé de “bon vivant”. Entré al comedor tras el “maître”, y allí estaba. No la vi de momento, fue ella quien m vio y me llamó, cundo yo ya había rebasado su mea
- ¡Antonio!... ¡Dios mío, Antonio…primico!...
Me volvía hacia ella, más lentamente que deprisa… Y allí estaba, con una sonrisa de oreja a oreja; contenta a todas luces, y corriendo hacia mí, con los brazos abiertos… Me abrazó, como ella sabía hacerlo… Y me besó; un beso en cada mejilla, que yo correspondí al instante… Estaba confuso, inseguro… Era una extraña mezcla de desasosiego e íntimo goce ese encontrarme con ella… Temía el acontecimiento, le temía más que a un cinqueño de Miura, pero también lo anhelaba… Era, un poco, la historia de mi vida, anhelar con toda mi alma lo que más cordialmente temía… La historia de mi amor por ella… La tenía delante, hablando y hablando, pero sin yo atender a nada de cuanto decía, obnubilado por su presencia… Porque Merche estaba más bella, más atractiva, más escultural, que nunca… La encontré bella entre las bellas, escultural entre las esculturales, deseable entre las deseadas. Los años no es que la hubieran tratado bien, es que la habían favorecido a todo favorecer, asentando, reafirmando sus femeninas gracias, mejorándolas a todo tren, remarcándolas a ojos vistas, pero sin añadir un ápice de antiestéticas generosidades. Pero también, más elegante que jamás la viera. Eso, la elegancia, era una especie de “marca de fábrica” desde su más temprana adolescencia, pero entonces, ese don, digamos, de la naturaleza, se había depurado “ad infinitum”, limando, pulimentando las “rebabas” que la osadía de su veinteañera juventud maculara
Y me sentí prendido, absolutamente aherrojado por ella, en una forma de servidumbre, esclavitud, que me deslumbraba, me gustaba, me agradaba como al mayor masoquista el látigo de su ama más estricta. Por fin, medio saliendo de ese estado de beatífica obnubilación que su presencia me produjera, la escuché decirme
- Y dime; ¿vienes o te vas?
- Vengo, vengo… Paré un momento a comer
- ¡Pues hala, primito!... Siéntate conmigo a comer… Charlaremos un poco, poniéndonos al corriente de noticias
Miré casi interrogativo al “maître”, que se había detenido a prudencial distancia de nosotros, esperándome, el cual al momento repuso
- Sin problema, señor; enseguida le preparamos el servicio de mesa en la de la señora
Nos dirigimos Merche y yo hacia su mesa, y el “maître” se nos adelantó, diligente, para separarle, eficientemente servicial, la silla a Merche, facilitándole el sentarse a la mesa. Yo también me senté y, efectivamente, en nada de tiempo tenía ante mí el correspondiente servicio de vajilla, cubierto, cristalería y servilleta. Además, el “maître” ordenó al camarero que retirara a Merche el plato ya servido, para sustituirlo por otro reciente, caliente, como debía servirse… Este segundo primer plato que le sirvieron a mi prima, lo retrasaron a servirme a mí mi primer plato, con lo que los dos empezamos a comer a un tiempo… Y, como de otra forma no podía ser, el interrogatorio lo comenzó ella, con qué había sido de mi vida
- Te casaría, claro; y dime, ¿cuántos hijos tienes?
Me sonreí, sin pizca de alegría, para responder
- Pues no; no me he casado… Ni tengo novia… Nunca la he tenido… Ya ves; sigo solterito y sin compromiso
- Ya… Y te faltó decir que “¡Por muchos años!”… ¡Si serás golfo!... ¡A saber a cuántas titis, como decías, te habrás “tirado”!…
Me eché a reír ante su desgarrada franqueza de habla
- ¡Mira que eres mal pensada!... Pues para que usted se entere, mi querida señora; ¡a ninguna!... O, bueno; casi ninguna… Que qué quiere usted que le haga… Que uno de “fierro” no es… Y de palo tampoco, con lo que…a veces… Pues...pues "eso"…
Nos reímos los dos, con ganas además, para luego seguir ella
- No; si lo que yo digo… Golfante y medio es lo que tú eres…
Medió un momento de ominoso, pesado, silencio, y del rostro de ella desapareció la apacible expresión de sana, verdadera alegría que la dominara desde que me vio
- Pues… Pues yo sí que me casé… Y tuve…tengo dos hijos… Chico y chica, y por este orden… Él, mi hijo mayor, ya va por los doce años…y la nena, nueve… Son preciosos…majísimos… La alegría de mi vida… ( Suspiró, más bieen triste ) La única alegría que tengo, ¿sabes?...
Volvió a callar; yo ese detalle, el de su matrimonio, su maternidad y posterior ruptura de la pareja, ya lo sabía. Sabía que se casó a los dos años, más escasos que cumplidos, de aquella inolvidable noche de 1959, la última vez que estuvimos juntos, que nos vimos… Y que unos cuatro o cinco años después se había roto el matrimonio, separándose ambos cónyuges… Y si ella se había puesto triste recordando ese fallido matrimonio, yo también, por empatía hacia ella
- Lo…lo siento, que todo acabara así… Separándoos tu marido y tú… Ya veo que no has sido feliz en esta vida… Y lo siento… Lo siento mucho… Por ti, ¿sabes?... Por lo que para mí eres…lo que siempre serás… Mi primita más que queridísima…
Iba a añadir, “amada”, “amadísima”, pero supe contenerme… No creía oportuno incidir así en mis sentimientos, tan a la primera en que volvíamos a vernos… Pero no pude evitar decir, a correo seguido
- ¿Sabes?... Tampoco yo he sido feliz en estos años… Te lo prometo
Ella me miró seria, con intensidad, antes de decirme
- Te creo… Porque lo sé… Sé que tampoco tú has sido dichoso en esta vida… Se nos truncó un poco…un mucho, a los dos… ¡Qué se le va a hacer!...
Volvió, volvimos, a callar; se rehízo de ese bajón de ánimo, y volvió a alegrarse, a reír… Y entonces sí que fue el “Dies Irae, Dies illa” (“Día de ira, aquél día”) cuando emprendió el interrogatorio del cómo es que estaba allí, en Alicante; cuando supo que ya llevaba allí cuatro días, y que llevaba ya dos años visitando la ciudad, casi se sube por las paredes… Me llamó de todo, que ya no la quería, que ya no era mi “primica” de mi alma, por llevar tanto tiempo viajando a Alicante y ni intención de verla; vamos, que pescó, no ya un “globo” de tente y no te menees, que también, sino que me empezó a hacer una serie de “pucheros” ( poner cara triste, como echándose a llorar ) que me partieron el alma. Mientras me ponía de “hoja perejil” “p’arriba”, (“ Ponerle a uno de Hoja de Perejil”= Llamarle a uno de todo, menos “bonito ”), yo me decía, “Aguanta macho, que ya escampará”, pero cuando le vi la carita de ángel haciéndome pucheretes, a punto de echárseme a llorar, me derrumbé; le tomé la mano, se la besé, y le juré y perjuré que siempre, siempre, sería mi más que adorada primica… Que laa quería con toda mi alma…que ante ella, nadie había para mí… En fin, que, por finales, la tormenta empezó a escampar, con el arco iris en nuestro horizonte, y Merche hasta se puso un tanto mimosilla conmigo, besándome la mano que sostenía la suya
Acabamos la comida tras los postres, con lo que el momento de la despedida hasta Dios sabría cuándo lo teníamos ya encima, momento que, entonces, para ambos era más que indeseable… Empezamos a “marear la perdiz”, ( perder el tiempo, dando rodeos, cuando una cosa no se quiere enfrentar ) en intento de posponer lo que no deseábamos sucediera, así que decidimos tomar café, acompañado de sendas copas de coñac, Magno, naturalmente, mi preferido, a no ser que me decidiera por un brandy “Independencia”, de las mismas bodegas Osborne, más selecto, bastante más caro que el “Magno”… Merche tomó unos sorbos de licor y, repantigándose algo más, comentó
- ¡Coñac Magno!… Desde que lo tomaba contigo, allá en Madrid, casi no lo he vuelto a probar… No sé por qué, pero casi nunca lo pedía… Y comprarlo para casa, nunca… Pero ahora, contigo de nuevo, me parece lo más adecuado…
También se acabaron los cafés y las copas, y ya no tenía, no encontraba, motivo alguno para seguir posponiendo mi marcha. Nos levantamos y salimos a la calle, cogiditos los dos de la mano, apretándonosla los dos, el uno al otro, el otro al uno… Yo, como zombi, me dirigí al coche, cargado, listo a emprender la marcha, y ella vino conmigo, enlazada a mi mano. Llegamos allí, por fin, y con la llegada, el momento de la final despedida… La atraje hacia mí para besarle, castamente, la mejilla, y ella se me abrazó, como siempre lo había hecho, rodeándome el cuello con sus brazos, estrechándose a mí, como queriéndose fundir conmigo, en un solo cuerpo. La besé en la frente, en la mejilla y ella me besó, con toda su alma, también en la mejilla
- Bueno Meche… Gracias por todo… Todo lo que me has dado hoy, tu cariño… El cariño de mi “primica” queridísima… Adiós, “primica”… Hasta… ¡Cualquiera sabe!... Trata de ser feliz, primica…
Se me pegó aún más en su abrazo y, con la voz entre enronquecida y entrecortada por la vergüenza, me susurró al oído
- ¡Pero qué tontos somos los dos, primico…cariño mío…mi amor!… Los dos sintiendo lo mismo, deseando lo mismo, y, como pasmarotes, sin atrevernos a decirlo… Nos queremos con toda el alma… Nos deseamos hasta la última fibra de nuestro ser… Y no lo decimos… No nos lo decimos… Tú, hablando de irte, y yo, que me muero porque te quedes conmigo…hasta el último día de nuestras vidas, callada…sin decirte que te quedes, porque me muero; me muero por ti, por tenerte…por ser tuya y que tú seas mío de una puñetera vez, para siempre… Mi amor, hace dieciséis años iniciamos, empezamos, algo muy, muy bello, muy hermoso y yo fui tan tonta que lo quebré en flor… Por miedo… Por puro miedo al futuro contigo… Y mira lo que hice, tu infelicidad y la mía… Rectifiquemos aquél craso error… Vayámonos juntos a mi casa…nuestra casa desde ahora…nuestro hogar, tuyo y mío, y volvamos a entonces… Reiniciemos lo que entonces empezamos, y llevémoslo hasta el final… Hasta su glorioso final, para reproducirlo, repetirlo, cada día, cada noche que desde ya pasemos juntos… Sé que no serán todas, que tendrás que marcharte, pues tienes que trabajar, viajar, pero ya todo será distinto, porque volverás a mí, como tu padre volvía a casa, a tu madre… Venga cariño; metámonos en el coche y vayamos a casa… Pasaremos juntos la tarde…la noche… Y mañana Dios dirá… Te irás, lo sé, pero volverás; volverás para hacerme de nuevo dichosa… Para que, de nuevo, yo te haga dichoso a ti… Y así, hasta el fin de nuestros días…sin separarnos ya nunca más
Y qué iba a hacer yo, sino, inmensamente dichoso, rendirme a sus sabios razonamientos… Fue nuestra primera tarde, nuestra primera noche de amor, preludio de otras muchas que le siguieron…
Han pasado ya cuarenta años casi justos desde aquella nuestra primera vez, cuando reiniciamos, desarrollamos y dimos glorioso final a lo que empezamos dieciséis años antes, como ella me decía, y permanecimos juntos, muy, muy juntos, amándonos del primer al postrero día, hasta hace cuatro, cuando la Gran Dama Negra, esa que a veces se representa con una guadaña, enamorada de ella, de su belleza, de su grandeza humana, como yo mismo, como casi todo el mundo que la conocía, la arrancó de mi lado para llevársela con ella… Y yo me quedé solo…Solo con su recuerdo, su añoranza, anhelando el día en que pueda ir a su lado, a reunirme, por fin, con ella para, esta vez sí, no separarnos ya nunca…pero que nunca jamás…Para por toda la eternidad estar ya juntos, amándonos, queriéndonos, eternamente… ¿Cómo; de qué forma?, eso ya no lo sé, pero que nos seguiremos queriendo, de eso no me cabe la menor duda…
Aquí quedará lo que ella me dejó al marcharse, los dos hijos que aportó a nuestra unión que, por finales, fueron, son, tan hijos míos como si yo, en ella, los hubiera engendrado, y los tres que su vientre fértil me ofrendó, frutos vivos de nuestro inmenso amor… Y la cama donde la ame…donde ella me amó hasta el delirio, tantas y tantas noches, tantas y tantas tardes…tantos y tantos días… Y esa casa, ese piso, del San Juan alicantino, frente a esa playa que tanto a ella le gustaba, que fue nuestro hogar, nuestro nidito de amor, y en el que los dos fuimos tan, tan inmensamente dichosos…
FIN DEL RELATO