La presentación
Lorna siempre fue una mujer atrevida, con espíritu aventurero, con ganas de hacer cosas nuevas y romper la tediosa rutina de todos los días. Desde que habíamos comenzado con nuestro juego, cada uno de los experimentos nos produjo auténtica sensación de placer ilimitado. Ya con la primera experiencia nos dimos cuenta que en nuestro matrimonio todo tenía cabida. Jamás tuvimos secretos entre los dos ni ocultamos nuestros deseos.
Lo habíamos hablado muchas veces y siempre se nos antojó como una de las experiencias más morbosas y excitantes de cuantas pudimos imaginarnos. De hecho, en alguna ocasión nos planteamos, con decisión, llevarla adelante.
No fue, sin embargo, hasta finales de otoño cuando, al volver a hablar sobre ello, decidimos ponerlo en práctica.
Tras comentarlo en profundidad tomamos la decisión, en primer lugar, de insertar un anuncio en alguna de esas múltiples páginas de contactos que abundan en la red. El mensaje no dejaba lugar a dudas: “Ofrezco a mi mujer para juegos sexuales”. La maquinaria se había puesto en marcha, ahora solo faltaba esperar.
Durante los días siguientes nos cansamos de leer y desechar casi medio centenar de correos electrónicos que nos ofrecían su “desinteresada” colaboración para llevar adelante nuestras fantasías. Unos por una razón, otros por otra, los fuimos rechazando todos.
Ahora que lo recuerdo puedo asegurar que incluso alguno de aquellos mensajes resultaba hilarante por lo que de patético encerraban sus líneas. Sin embargo fue uno, uno que debió llegar una semana después de aparecer el anuncio, el único que nos pareció acreedor de nuestra atención.
Un tal Dr. Markus, remitente del mensaje, se ofrecía para hacer realidad nuestros deseos. No se la razón, quizás fuese la forma de redactarlo o tal vez el llamado sexto sentido, me animó a hablar con ella sobre aquel correo.
Sonrió, como lo hace siempre, y simplemente asentó con la cabeza convencida de que sabría elegir lo más adecuado como ya lo había hecho otras ocasiones.
Aquel mensaje incluía un número de móvil para ponerme en contacto. Sin pensarlo, una mañana, desde el anonimato del teléfono de mi despacho, llamé a aquel hombre. Tras tres o cuatro tonos de llamada me respondió de forma educada aunque se me antojó lejana. En pocas palabras, las justas simplemente, me presenté utilizando el mismo alias que había empleado en el anuncio y haciendo una breve referencia al motivo de mi comunicación.
Me dejó hablar sin interrupción, al final con tono grave me interrogó sobre lo que realmente buscaba:
- Supongo que sabe lo que quiere, ¿no? – dijo -.
Me llamó la atención el hecho, poco frecuente, de usar el usted como forma de dirigirse, sin embargo le resté importancia habida cuenta que me pareció un hombre de una educación exquisita.
Tras responderle que tenía muy claro lo que buscaba, añadió:
- No me gustan los juegos y mucho menos las bromas, no soy persona a la que le guste perder el tiempo. Así que mejor será que lo piense y cuando realmente estén decididos, usted y su mujer, me lo hace saber.
A continuación, sin más explicaciones, colgó el teléfono.
Quedé pensativo por aquella actitud que me pareció grosera y fuera de todo lugar. Sin embargo, pasé por alto comentárselo a ella cuando me preguntó por el estado de mis gestiones.
Durante los días siguientes continuamos recibiendo correos que desechamos y en más de una ocasión volvimos a hablar sobre aquel asunto, dándole vueltas y tratando de hallar la mejor vía para hacerlo realidad.
Quizás fuese diez o doce días después cuando, una noche, me encontré con un nuevo correo de aquel hombre. En él me decía que al no volver a comunicarme con él daba por sentado que ni siquiera tenía intención de plantearle seriamente mi propuesta. No supe muy bien que pensar sobre todo aquello, sobre la actitud, un tanto equívoca, de aquel individuo. Pese a todo decidí llamarle nuevamente. Lorna estaba a mi lado por lo que hice uso de la opción "sin manos" en el teléfono móvil.
En su conversación volvió a reiterarme la misma pregunta, tratando de saber si realmente deseaba llevar a la práctica lo que había manifestado en el anuncio. Le respondí categóricamente que si y de inmediato me inquirió sobre cuales eran, concretamente, mis pretensiones.
- Creo – le dije – que el anuncio no deja lugar a dudas. Mi mujer y yo deseamos tener nuevas experiencias, cuanto más morbosas mejor, con una tercera persona.
Hizo un silencio que se me antojó eterno. Luego, con el mismo tono grave que había empelado la primera vez, prosiguió.
- En su anuncio usted menciona que ofrece a su mujer, en ningún caso habla de que usted también desee participar. ¿Qué es exactamente lo que quiere?
Efectivamente el anuncio hacia mención exclusivamente a aquel extremo. Pese a todo, de forma resuelta, repliqué.
- Tiene razón pero como comprenderá si ella participa yo deseo acompañarla, de lo contrario no veo sentido a seguir con esta charla.
Aquellas palabras, dichas en tono igualmente severo, hicieron mella en aquel individuo; su tono de voz, mucho más enfático y grave, lo delató. En cualquier caso en esta ocasión no colgó el teléfono.
Volvió a producirse un espeso silencio hasta que de nuevo tomó la palabra.
- Me parece razonable. Ahora bien si usted desea entrar en mis juegos, tiene que saber que las reglas las pongo yo.
Quedé pensativo sin saber muy bien que responder. Las reglas, ¿qué reglas?, me pregunté a mi mismo. Sabía, por experiencias anteriores, que Lorna estaba dispuesta a todo. Teníamos ya una larga trayectoria en el mundo de las fantasías hechas realidad. Sin embargo, desconociendo a que normas se refería aquel hombre tampoco estaba seguro que aquello fuese lo más conveniente para nosotros.
- ¿A que normas se refiere? – pregunté inquieto y un tanto irritado.
- Las mías, ya le he dicho que no me gustan las bromas. Yo seré quien marque las pautas de todo y seré quien diga lo que debe hacerse y lo que no en cada caso. Incluso el cuándo y el donde. Sin dudas, sin preguntas, sin protestas. Esas son mis normas.
A punto estuve de despedirme dando así por zanjada la conversación. Estaba acostumbrado a que nadie me impusiese normas. Las normas o lo que fuese siempre las había puesto yo. De sobra sabía que todo lo que yo decidiese Lorna lo aceptaría sin debate, el grado de confianza era tal que se antojaba imposible que uno de los dos engañase al otro o le conminase a hacer algo que pudiese dañarle.
Aquel individuo continuó.
- ¿Tienen experiencia en estos temas?
Sin entrar en detalles le narré algunas de las cosas que habíamos hecho hasta aquel momento. Algún trío; la visita a un par de locales liberales y poco más. En todo caso dejé bien claro que no éramos novatos en aquellos temas.
- ¿A su mujer le gusta la sumisión?
Aquella pregunta, por lo arriesgado de la respuesta y la consiguiente reacción por mi parte, me pareció sorprendente. Lorna y yo habíamos hablado muchas veces de aquello, de hecho en alguna ocasión realizamos juntos algún experimento en este sentido lo que me permitió descubrir sus inclinaciones en ese tipo de experiencias.
- Creo que si – respondí -.
De nuevo se hizo el silencio. Pasados unos instantes prosiguió:
- De ser así, creo que yo puedo tener lo que andan buscando. Dígame una cosa, ¿está dispuesto a entregarnos a su mujer para nuestro placer, para usarla como mejor nos convenga?
Creo que al escuchar aquella pregunta se me puso un nudo en la garganta. No sabía bien que responder. De una parte estaba el deseo de los dos de romper barreras pero de otra el temor a lo desconocido. Sopesé ambas posibilidades durante unos segundos. No estaba seguro de nada, ni siquiera de mí mismo.
Miré a Lorna, su rostro expectante de los primeros compases de la conversación, se tornó ahora inquieto, dubitativo. Pese a todo, con un gesto de cabeza me indicó que continuase, quería saber más y sobre todo hasta donde deseaba llegar aquel extraño individuo.
Permanecí en silencio por más tiempo del que mi interlocutor fue capaz de aguantar, eso obligó a que él interviniese para romper la abstracción.
- Veo que usted es como los demás, que lo único que busca son experiencias de salón como la mayor parte de los que he conocido en la red, así que le deseo a usted y a su esposa buenas noches.
- Aguarde un momento. No se trata de lo que usted crea, simplemente que no es fácil tomar una decisión así, a la primera, ¿no cree?
- No he sido yo quien colocó el anuncio en la red, han sido ustedes – replicó -.
- Está bien, está bien, creo que podremos hacerlo – concluí -.
- Por cierto, la putilla esa que vive con usted estará de acuerdo en todo esto ¿no?
A punto estuve de dar por terminada la conversación, sin embargo algo me lo impidió. La miré, vi en su rostro una mueca de aceptación y respondí.
- Si, ella está de acuerdo en todo.
- Bien, siendo así en cuanto lo tenga todo preparado le llamaré. Imagino que no tiene problemas para desplazarse.
- No, ningún problema, iremos a donde nos diga.
Ahí concluyó la conversación. Sin siquiera despedirse aquel hombre cortó la comunicación.
Aquella misma noche Lorna y yo hablamos de nuevo de todo el asunto. Pese a sus temores iniciales, supongo que el morbo que le produjo escuchar aquella conversación logró vencer cualquier tipo de reticencia quedando ambos de acuerdo en realizar nuestra fantasía.
Durante los días siguientes hablamos varias veces de todo aquello. Yo, por mi parte, no dejé de hacer cábalas sobre la propuesta de aquel individuo y de como se desarrollarían los acontecimientos. En el fondo tenía mis dudas sobre si esta nueva experiencia resultaría como aquella vez de nuestro primer trío, una experiencia que a la postre fue menos impactante de lo esperado por la poca maestría del tipo que nos acompañó en el juego. Sin embargo, ignoro la razón, finalmente llegué al convencimiento de que aquel misterioso personaje que se había colado en nuestras vidas nos aportaría mucho más.
No fue hasta la noche del viernes siguiente cuando recibí un nuevo mensaje de aquel hombre. En él me decía que le telefonease con urgencia. Eso hice, Lorna se acurrucó ante mí mientras marcaba los dígitos de aquel móvil.
Tras atender la llamada, alabó mi celeridad en llamarle lo que, según él, demostraba deseo y voluntad de aceptar sus condiciones. Seguidamente, aquel extraño personaje hizo su primera petición.
- ¿Tienen teléfono sin manos? ¡Póngalo!
Lorna y yo nos miramos, sonreímos pues aquella opción era precisamente la que estábamos utilizando; asintió con la cabeza, y yo le respondí afirmativamente.
- Imagino – prosiguió mi interlocutor - que su mujer estará a su lado, caso de no ser así llámela es conveniente que esté presente en la conversación.
También respondí afirmativamente a lo que realmente, en ningún caso, pareció una pregunta.
- ¿Cómo se llama ella?
- Me llamo Lorna.
- De ahora en adelante – dijo dirigiéndose a ella – jamás dejarás de llamarme señor.
Sin que una sola sonrisa aflorase a su rostro manifestó su conformidad con aquella orden que acababa de recibir de aquel desconocido.
- Muy bien. Mañana sábado, a las cuatro de la tarde estará con ella en una casa que tengo en el campo. Será a las cuatro en punto. No admito los retrasos. Una vez allí les daré las instrucciones pero de todas formas ya anticipo que contigo, Lorna, haremos lo que nos apetezca y Vd., no participará salvo al final, caso de que yo lo considere conveniente. La ubicación exacta de la casa se la remitiré mañana por la mañana a su correo. Tiene todavía tiempo para volverse atrás.
La miré buscando su asentimiento antes de responderle afirmativamente. Después le hice una salvedad que deseaba conociese y en la que Lorna había puesto mucho énfasis.
- Solo hay una cosa – dije – Lorna no puede hacer sexo anal.
- Y eso ¿por qué? – respondió el individuo -.
- Se trata de un problema físico, una operación quirúrgica que sufrió hace años, espero que sepa comprenderlo.
Sin modificar su tono de voz se limito a responder con un ambiguo “ya veremos”, dando así por concluida la conversación.
El grado de excitación que alcanzamos con aquella conversación sirvió para que nos entregásemos a una sesión de sexo inolvidable.
A la mañana siguiente, como me había anticipado aquel hombre, en mi correo electrónico encontré un plano detallado de la ubicación de la casa, situada a unos 50 km. de nuestra ciudad, en la zona de media montaña.
Lorna dormía placidamente así que encendí el ordenador y utilizando un nombre que ya no recuerdo comencé a recorrer todos los chats de sumisión que conocía en busca del Dr. Markus. Sabía que si lo encontraba, haciéndome pasar por otra persona quizás obtuviese alguna información capaz de disipar todas mis dudas sobre aquel asunto.
Pese a la búsqueda no fui capaz de encontrarlo.
A eso de las once y media, Lorna se despertó. Estaba nerviosa e inquieta, al menos eso me pareció, así que opté por no hablar más de aquel asunto, ella tampoco lo hizo. Se me antojó como si tácitamente estuviésemos de acuerdo en no volver hablar de todo aquello.
Comimos poco antes de las dos de la tarde y alrededor de las dos y media nos pusimos en marcha no sin antes enviar un mensaje al correo de mi trabajo adjuntando el plano de la casa y el hecho de que me dirigía a aquel lugar, de esta forma, de suceder algo indeseable, alguien podría saber donde estábamos.
La carretera, mala y tortuosa, nos condujo a un paraje situado en la comarca de media montaña de la Provincia. Una vez allí y siguiendo las instrucciones del plano que habíamos recibido, a través de una carretera laberíntica, llegamos a nuestro punto de destino.
Tampoco durante el viaje abordamos el tema que, en el fondo, creo que nos preocupaba a los dos. Nos limitamos a charlar de otras cosas incluido un proyecto de viaje a la zona del sur.
Poco antes de las cuatro de la tarde alcanzamos a ver la casa. Grande, de dos plantas, rodeada de un cercado que casi impedía ver lo que ocultaba su interior, estaba ubicada en un lugar privilegiado. Detuvimos el coche para extasiarnos en su contemplación. Luego, tras unos segundos, la miré y su gesto de asentimiento me transmitió la sensación de respaldo que estaba necesitando.
Lorna siempre fue una mujer atrevida, con espíritu aventurero, con ganas de hacer cosas nuevas y romper la tediosa rutina de todos los días. Desde que habíamos comenzado con nuestro juego, cada uno de los experimentos nos produjo auténtica sensación de placer ilimitado. Ya con la primera experiencia nos dimos cuenta que en nuestro matrimonio todo tenía cabida. Jamás tuvimos secretos entre los dos ni ocultamos nuestros deseos.
Recuerdo aquella noche en que ambos estábamos chateando y me dijo que deseaba tener sexo a solas con una mujer, preguntándome si la ayudaría a encontrarla. Juntos la buscamos y una semana después vivió un intenso fin de semana con aquella joven de largos y lacios cabellos de color azabache.
Nos detuvimos ante la verja cerrada que abrió el portero automático. Tan solo faltaban dos minutos para las cuatro de la tarde.
Aparcamos el coche al lado de otros dos que se alineaban en batería cerca de una piscina vacía de agua. Me di cuenta, mientras caminábamos hacía la puerta de la casa, que todas las contras de las ventanas permanecían cerradas lo que me produjo una extraña sensación de inquietud que no quise trasladar a Lorna.
No hizo falta pulsar el timbre de la puerta. Fuimos recibidos por una mujer de una edad imprecisa, tal vez 50 años, vestida de forma muy sensual con unas gasas que permitían ver al trasluz su cuerpo desnudo y adornando su cuello con un collar de púas como signo de acatamiento y sumisión.
Con un gesto nos invitó a entrar a aquel espacioso recibidor rodeado de una sugerente penumbra producida por la tenue luz de unos velones que se distribuían por doquier.
Una vez dentro, aquella mujer nos indicó que la siguiésemos a través de unas escaleras que conducían a la planta superior.
Al pasillo de aquella planta, de unos quince metros de largo, asomaban varias puertas de habitaciones que permanecían cerradas. Al llegar a una de ellas la abrió y me indicó que entrase en su interior. Lo hice entrando ella tras de mí. Lorna aguardó en el pasillo.
La habitación se encontraba sumida en una impenetrable oscuridad. La mujer encendió una lamparita de mesa que tan solo hizo convertir aquella pieza en un universo de inquietantes sombras. Seguidamente abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí y llevándose a Lorna con ella.
La habitación, con una cama de medianas dimensiones, completaba su mobiliario con dos mesillas de noche y una pequeña cómoda con una silla. Las paredes, salvo una, presentaban una serie de pinturas y grabados relacionados con el mundo de la sexualidad en todas sus variantes. El otro lienzo de pared lo ocupaba un gran espejo en el que se reflejaba toda la habitación. También el techo estaba adornado con otro gran espejo que reflejaba la totalidad de la cama.
De repente, a través de aquel espejo de pared se iluminó la habitación contigua, un cuarto de baño con una bañera circular en el medio. La mujer que nos había abierto la puerta entró con Lorna entornando la puerta a continuación.
Me di cuenta que en realidad aquel espejo era un cristal unidireccional de esos que te permiten ver sin ser visto, igualmente pude comprobar que por un sistema de altavoces podía escuchar lo que se hablaba en aquella otra pieza de la casa.
La bañera estaba a medio llenar de agua.
La mujer mandó a Lorna que se desnudase y que dejase sobre una de las mesillas el collar, la pulsera y los pendientes que llevaba puestos. Ella lo hizo de una forma sugerente bajo la atenta mirada de aquella mujer. Una vez desnuda, con sus pechos y su rasurado sexo al aire, comenzó a tocarla con suavidad. Noté como Lorna se excitaba, recordé que otra de sus fantasías era volver a estar con una mujer. Luego la mandó introducirse en la bañera y con una esponja comenzó a lavarle todo el cuerpo deteniéndose en sus partes más íntimas donde la mujer introdujo la esponja. Escuché como Lorna comenzaba a gemir fruto del placer que sentía al notar aquellos dedos dentro de sí.
Sin embargo no era aquello lo que la mujer pretendía; al menos no deseaba que tuviese un orgasmo allí, en aquel momento. Quizás por ello tras enjabonarla dejó que un chorro de agua limpiase todo su cuerpo.
No estaba muy seguro de la finalidad de lo que estaba viendo, pese a todo continué observando todo lo que estaba sucediendo en la habitación contigua a la mía.
Tras secarla con una pequeña toalla comenzó a extender un líquido por todo su cuerpo. Me di cuenta de que se trataba de aceite por el brillo que desprendía el cuerpo de Lorna.
No dejó ni un solo rincón de su cuerpo sin aceitar. Luego, con una especie de pulverizador, le extendió otro líquido por su cuerpo que presumí debería tratarse de algún tipo de perfume. Una vez concluyó con aquella primera fase de la preparación, la sentó delante del espejo que se abría ante mí y inició las tareas de maquillaje, ojos, labios, pómulos, hasta dejarla con un aspecto algo más que atrevido y provocador.
Durante todo este tiempo ninguna de las dos mujeres intercambiaron palabra alguna.
Inmediatamente después procedió a despojarla del anillo de su dedo anular, tras lo cual la situó de pie en el centro del cuarto y aquella mujer abandonó la pieza cerrando la puerta tras de si.
Miré a Lorna, ella ni se imaginaba que yo la estaba observando. Aquella situación me pareció excitante. Ella por su parte se le notaba nerviosa quizás desconcertada, pese a todo allí permanecía de pie en el centro de la habitación para ser observada por quien lo desease.
Pasados unos minutos regresó la mujer con una especie de bolsa en la mano. De ella extrajo dos juegos de cadenas que colocó sujetando los tobillos y las muñecas de Lorna; inmediatamente después, también de la bolsa, extrajo un collar con cadena que colocó en su cuello.
En ese preciso instante comprendí que todo aquello obedecía a los preparativos de una presentación ante alguien.
De repente se abrió la puerta de la habitación que ocupaba e hizo acto de presencia un hombre con su rostro cubierto por un antifaz negro y su cuerpo tapado por una capa del mismo color.
- ¡Sígame!, se limitó a decir.
Hice lo que aquel hombre me indicó y lo seguí escaleras abajo hasta una habitación de la primera planta. El salón, un salón amplio desprovisto de muebles salvo una especie de trono que, con un sillón tapizado de rojo, se alzaba al fondo de la pieza. Las velas y velones que crepitaban le conferían a la estancia un marcado ambiente de un erotismo ilimitado.
Con una seña el hombre me indicó que ocupase una silla en uno de los rincones de la habitación. Luego volvió a dirigirse a mí.
- Vea lo que vea y oiga lo que oiga usted no podrá intervenir hasta que el Señor se lo permita.
Asentí de conformidad con la cabeza y aquel hombre se retiró del Salón.
Pasados unos segundos, por una puerta lateral, accedieron a la sala tres hombres. Uno de ellos, vestido con una capa con capucha roja y con su rostro cubierto por una máscara diabólica, portando una especie de báculo en sus manos, parecía ser el que llamaban el Señor. Le seguían otros dos, uno de ellos el que me había conducido a la dependencia, vestidos con sus capas negras y antifaces del mismo color y portando sendas velas en sus manos.
El Señor ocupó el trono sin siquiera hacer gesto alguno que denotase que se había percatado de mi presencia. Los otros dos lo flanquearon permaneciendo de pie.
El Señor hizo sonar sus palmas y por la puerta principal hizo entrada la mujer arrastrando por la cadena a Lorna que aparecía encadenada de pies y manos como la había visto antes y con sus ojos cubiertos con una venda negra. Fue una sensación perversa la que sentí, una excitación terrible hizo presa en mí.
Con una indicación de su mano ordenó a la mujer que se apartase dejando a Lorna sola en el centro del Salón.
Sin dejar de mirarla hizo un gesto con su báculo y uno de aquellos hombres se aproximó a ella. Sin mediar palabra comenzó a tocarla por todas sus partes, a magrear su cuerpo sin miramientos, sus pechos, sus carnes, sus caderas, sus nalgas, su sexo. Lorna comenzó a moverse presa de la excitación. El hombre aquel se desposeyó de su capa dejando a la vista su cuerpo desnudo y una casi completa erección.
Con un gesto de fuerza la obligó a arrodillarse e introdujo el pene en su boca obligándola a mamar lo que ella hizo sin oponerse. Con sus manos oprimía su nuca para imprimir movimientos más violentos a la acción. La polla de aquel hombre se introducía hasta la garganta de Lorna produciéndole frecuentes arcadas.
Una vez que logró la erección completa. La obligó a tumbarse en el suelo y soltando las manos y pies de sus cadenas las fijó, en forma de aspa, a unos pernos emergentes de la tarima. De esta forma la inmovilizó, quedando toda ella a su merced. El hombre se arrodilló ante ella y levantando ligeramente el antifaz bajo a lamer su coño durante unos momentos, hecho esto de un botellín extrajo una sustancia que aplicó en su sexo comenzando de seguido a masturbarla. Primero un dedo, luego, dos, tres, cuatro… al final logró introducir toda la mano hasta su muñeca mientras los alaridos de placer de Lorna llenaban la habitación. Sin duda en ese instante logró su primer orgasmo. Aquel hombre no ceso de pajearla con la mano dentro de su coño del que fluían los primeros líquidos que mojaban ya sus piernas. Siguió gimiendo, gritando de forma desgarradora fruto de la mezcla del infinito placer que estaba alcanzado con el dolor que, a buen seguro, le producía aquella intrusión. El hombre no dejó de pajearse con su otra mano.
En un momento extrajo la mano del coño de Lorna y este se ofreció anormalmente abierto, listo para recibir lo que fuese. Una vez más la mano de aquel individuo ocupó el lugar que había abandonado entre los gritos de placer de mi mujer.
Cuando Lorna parecía ya casi agotada después de dos orgasmos consecutivos. El hombre se puso en pie, se sentó sobre su cara y agarrándola por la melena para que levantase un poco la cabeza le introdujo la polla en su boca donde vacío toda su leche mientras gritaba de placer. Al terminar le cerró la boca para que no pudiese hacer otra cosa que alimentarse con aquel semen que acaba de recibir en su boca.
El segundo de los individuos ya se había levantado situándose cerca de Lorna a la que empezó a manosear.
Yo no pude hacer otra cosa que masturbarme fruto de la excitación que había alcanzado viéndola a ella gozar como lo había hecho.
El segundo de los hombres la liberó de su sujeción a los pernos, encadenándola de nuevo de pies y manos. Luego comenzó a gritarle.
- ¡Levántate puta!
La mujer, oculta tras las sombras de un rincón, a una orden del Señor hizo bajar del techo una cuerda con la que el individuo que se encontraba con Lorna procedió a sujetar las cadenas que ataban sus muñecas. De inmediato, entre la mujer y el otro hombre que no había dejado de tocarse para volver a lograr la erección, comenzaron a izarla dejando su cuerpo en suspensión a unos centímetros del suelo. Hecho esto, el individuo inició una serie de tocamientos en el sexo de Lorna, golpeándolo primero suavemente y después con energía mientras ella se retorcía de placer. Luego, de nuevo, la mano de aquel individuo que no paraba de insultarla se introdujo de lleno en su coño ardiente.
- ¡Goza gran ramera!, ¡goza puta!
Mientras aquella mano horadaba el sexo de Lorna su cuerpo se balanceaba fruto de los espasmos de placer que sufría. Volvió a correrse como una loca, gritando, pidiendo más y más.
- Dame más, por favor, quiero más, te lo suplico.
Yo ya me había corrido y no paraba de masturbarme presa de un estado de excitación hasta ahora desconocido para mí.
El individuo aquel comenzó a masturbar su enorme polla. Cuando ya la tenía erecta, ordenó al otro y a la mujer que hiciesen descender a Lorna y una vez en el suelo procedieron a izarla nuevamente pero esta vez por las cadenas que sujetaban sus pies hasta ponerle la cabeza a la altura de su pene que introdujo con fuerza en la boca de Lorna obligándola a mamar, mientras una de sus manos volvía a llenar su coño.
Aquella mamada fue terrible. Lorna, excitada al estar siendo follada por aquella mano introducida en su vagina y aquel enorme pene dentro de tu boca produciéndole unas tremendas arcadas que a punto estuvieron de hacerla vomitar, se retorcía de placer. Aquella polla enorme se había adueñado de su boca. Finalmente, mientras Lorna lograba un nuevo orgasmo, el tipo aquel se corrió llenando su boca de un espeso semen que se escapó entre la comisura de sus labios.
Noté que Lorna no podía más que estaba exhausta de tatos orgasmos. Pese a todo aquello sabía que no había terminado.
Entre tanto, la mujer yacía en suelo con el primero de los hombres. Cuando los miré le estaba haciendo un tremenda mamada. Al final el tipo retiró la polla de su boca y se corrió sobre su pecho, llenándolo de leche. En ese instante, el Señor ordenó que Lorna fuese arriada de su colgamiento.
Una vez en suelo, el primero de los hombres la arrastró por la melena hasta el lugar donde yacía la otra mujer.
- ¡Lame esa leche puta!, ¡lamela! – grito con voz imperativa -.
Lorna obedeció sumisa y con su lengua limpió el cuerpo de aquella mujer. Luego, sin contemplaciones, la mujer la obligó a sorberle los fluidos que manaban de su coño empapado no solo por el hecho de acabar de ser follada, sino por la extrema situación de excitación que estaba viviendo. Lorna lamió aquellos jugos mientras la mujer se retorcía de placer.
Uno de los dos individuos levantó a Lorna y la empujó a un rincón donde cayó exhausta. Creí que todo había terminado pero no era así.
De repente el Señor que no se había movido de su asiento se puso en pie y se acercó a Lorna mientras ordenaba a uno de los individuos que hiciese que se acostase y que levantase las piernas bien abiertas.
Lorna, tumbada boca arriba, con sus piernas sujetas por los dos individuos, bien abiertas y levantadas, ofrecía su coño a quien quisiese gozar de él. El Señor se acercó a ella y tras acariciarle el rostro, con un movimiento fuerte y rápido introdujo aquel cetro en su sexo y comenzó a follarla con él. Jamás escuché unos gritos de placer como aquellos. No se cuantas veces se corrió gritando “más”, “por favor necesito más”. Creo que estuvo a punto de provocarle un colapso.
Tras una larga sesión con aquel falo en su coño, por fin el Señor se sentó sobre ella e introduciéndole su polla en la boca se corrió entre gritos y espasmos.
La mujer, entre tanto, colocó un plástico sobre el suelo. Hecho esto entre los dos individuos a una señal del amo, recogieron a Lorna y la tiraron sobre él. Los dos tipos se acercaron y de pie, al unísono, orinaron sobre ella, empapándola.
Fue entonces el Señor quien se acercó y con voz grave ordenó.
- Tú, puta, abre bien tu boca vas a recibir el líquido sagrado.
Lorna no se negó, abrió la boca y un chorro de orines la llenó.
Luego, el tipo aquel me miró, algo que no había hecho hasta entonces, y dijo.
- Ya te puedes llevar a esta puta creo que está satisfecha.
Nos duchamos juntos y allí, en la bañera hicimos el amor antes de abandonar aquella casa.
De regreso, casi sin hablar, pero satisfechos de la experiencia, encontramos un correo en nuestro ordenador.
“Tienes una buena puta, cuando quieras más no tienes más que pedírmelo, siempre hay nuevas experiencias para vivirlas juntos”.
Lorna y yo nos miramos, sonreímos y en nuestras mentes se dibujaron los prolegómenos de un nuevo proyecto que ya estaba en marcha.