La posada de la loba

En medio de un barranco se alza una posada, donde las ovejas son devoradas a trancazos.

Prologo

Shifra camina pensativa por el empedrado del patio de la Posada Las Lobas, ve como la ventisca se aproxima sin que aún haya llegado el carruaje de transporte, pronto será de noche y la antigua abadía tendrá que cerrarla para aislarla de las alimañas del barranco.

Con un gesto de contrariedad ve caer a través de las altas rocas los primeros copos de nieve. Se desespera, avisa a un criado para que cierre el portón del muro exterior, cuando un imperceptible eco va tomando cuerpo en forma del retumbe de las ruedas de un carruaje. Momentos después, aparece por debajo del arco románico frenándose cerca del ciprés centenario.

Mira de reojo a los pasajeros que salen por la portezuela, nada nuevo piensa. Se dispone a proseguir su camino cuando el reflejo de una melena rubia la hace pararse. Observa ese cuerpo frágil que con delicados pies baja por el pescante. La mujer tras unos indecisos pasos tirita, levanta su capucha ciñéndose su capa en busca de calor. Una voz del cochero: "Mi señora Leonor, por aquí", la hacen ponerse en movimiento siguiendo al grupo de viajeros. Una extraña alegría invade a Shifra al dirigirse a la posada detrás de ellos, siente que sus senos se contraen no sabiendo si es por el frío o por los suaves movimientos del cuerpo que imagina.

En la puerta de la fonda el grupo se para, el interior rebosa de cazadores en busca de presas fáciles y mercaderes de exquisitos gustos. Al aproximarse a ellos, unos destellos azulones la contemplan y de unos pálidos labios la pregunta si hay algún aposento libre. Con inusual delicadeza, le contesta:

  • Lo siento mi señora, pero la posada está completa, tendrá que dormir con sus compañeros de viaje en los establos –al observar su cara de abatimiento, se atreve a preguntar-. Señora, ¿viaja sola? –ella asiente-. Sí, voy al convento de Santa Lucrecia.

¡Sola… y novicia, qué dulce combinación! Se atusa el cabello, más por su nerviosismo que por los copos que la salpican. Una irresistible ansia de venganza vuelve a surgir. Con fingida dulzura, la invita-. Si usted quiere le ofrezco compartir mi aposento, por lo menos no tendrá frío –tras vacilar un instante, Leonor con timidez contesta-. Si a usted no le importa.

Primer tranco: Amistades peligrosas

Sobre una mesa aislada en un rincón del mesón cerca de dos toneles de roble viejo, Leonor y sus compañeros cenan una sopa de ajo en unas cacuelas de barro. Shifra que se ha recogido se melena negra en un moño, con sus delgados pero musculosos brazos va sirviendo el vino en jarros y rebanadas de hogaza entre los comensales. A cada movimiento, sus dos turgentes bolas se agitan libremente tras un corpiño de lino blanco. Habla, conversa y susurra con alguno de ellos, pero su interés esta en la mesa de los viajaros, se deleita al ver como Leonor bendijo la mesa antes de cenar entrecruzando sus dedos; como con ojos desorbitados contemplaba la familiaridad que algunas criadas se tomaban compartiendo el vino que le ofrecían los comensales sentándose en sus rodillas; o como, enrojecía sus pálidos carrillos al escuchar frases soeces y picantes a su alrededor. Pero su éxtasis llego cuando cazó como con furtivas miradas contemplaba sus amorosos senos y estos se excitaban al calor de tal candida mirada.

  • No habéis bebido nada –le recriminó Shifra al aproximarse a ella-. Es bueno mi señora que bebáis algo de vino; anima el alma, relaja la conciencia y sobre todo calienta el cuerpo en estas noches de frío invernal. Cuando hayáis cenado y bebido todo, mi criada Ioana os llevará hasta vuestro aposento.

Leonor algo aturdida por el jarro de vino sale de la fonda dejando a los comensales en sus juegos nocturnos. Resguardada en su capa sigue a Ioana a un edificio colindante de una planta escuadra a la fonda. La nieve seguía cayendo con insistencia por lo que apresuraron el paso, tras pasar al zaguán por un arco de medio punto, un portal con un bajorrelieve con dos lobas rampantes atadas por el cuello conduce a una escalera de piedra que va a los aposentos superiores.

La luz tiritante del candil que porta la criada, ilumina el pasillo balconado que conduce hasta la última puerta. Un cálido ambiente inunda la estancia, con telas colgantes forradas de piel, junto a una puerta cerrada, hay una espaciosa cama con un dosel, un almadraque de plumas y encimeras blancas.

Leonor se recuesta sobre un arcón al lado de una pequeña ventana, observa la acogedora estancia pero se maravilla al descubrir un baño de madera que yace al lado de la chimenea. Ioana de reojo la mira pícaramente, como sabiendo lo que la espera. Del fuego de los troncos enciende una tea y sale para volver al rato con otra criada trayendo sendos calderos de agua que lo arrojan sobre el baño, surgiendo un aromático vapor.

Shifra que la vio partir, no se hace esperar, lleva toda la noche imaginando qué se esconde detrás de esa actitud tan modosita. Abre la puerta de su aposento, siente que las pulsaciones de su corazón se aceleran, por fin solas. Leonor, que estaba de rodillas rezando al borde la cama, se incorpora rápidamente quedándose a la espera.

Pasa sin mirarla ni hablarla, se despoja de su corpiño, luciendo una estrella de David que pende de una cadena de oro, se quita la falda y los calzones. Su cuerpo desnudo resplandece a la luz del hogar, suelta su pelo cayendo por su espalda en sedosos tirabuzones, pequeñas gotitas de sudor recorren su cuerpo deslizándose por su plano vientre hasta su vello negro ensortijado de su monte de Venus. Ligeramente espatarrada se vuelve hacia Leonor contemplándola con aparente indiferencia.

  • Se llama Leonor, verdad…Yo me llamo Shifra y soy la dueña de esta posada. Bien señora, haga el favor de desnúdese y báñese no soporto el hedor que desprende la gente.

Leonor se huele y algo avergonzada titubea antes de despojarse del sayo y su túnica; desnuda, se cruza de brazos para ocultar sus senos y se refugia detrás de la cama mirando al suelo.

Shifra traga algo de saliva, "¡Yahvé! Cómo sabrán esos tibios labios", se dice, al observar como se desnudaba. "Qué exquisito cuerpo de porcelana", continua, "con esos pezones punzantes, parduscos y pequeños que coronan esos senos firmes y glotones; y qué decir de esas pequeñas pecas que pululan por sus brazos con ese exquisito vello pelirrojo que adornan su virginal oquedad. ¡pero si es el coñito más bonito que jamás he visto!". Se recuesta sobre el baño hundiéndose hasta el cuello, necesita su suave tacto sobre su piel para apaciguar su estado febril.

Le pide que la enjabone la espalda, inicialmente Leonor algo cohibida no se acerca pero ante la insistencia, se aproxima al baño poniéndose en cuclillas luciendo una fina ranura con sus delicados labios. Tal visión, le provoca un trallazo por todo su cuerpo que para amortiguarlo se echa hacia adelante arqueando las piernas. Le habla, se ríe e intimida mientras con dos dedos sumergidos se acaricia. Le pide que la lave el pelo. Ahora Leonor con más confianza se pone de rodillas con sus senos a la altura de su boca. Nota como los dedos penetran por su cabello, en un momento esta a punto de absorber ese maldito pezón que parece desafiarla, pero de momento se contiene, levanta una pierna y la apoya en el borde del baño.

Pequeños remolinos se producen a la altura de su vientre, que por momentos parecen olitas de la agitación que existe debajo de la turbia superficie. Leonor que no alcanza bien el cabello, atrae hacia si la cabeza de Shifra quedándose ésta recostada sobre sus senos, senos que al contacto de la húmeda cabellera se endurecen. Ya no son olitas ahora parece un verdadero oleaje el producido por dos dedos que penetran en su ardiente y necesita vulva. Por momentos se nubla su vista, se deja acariciar y un suave gemido se le escapa por sus labios. Un "ya he acabado señora" la confunde, la deja tan insatisfecha que decide que de alguna forma se la va a follar no tardando mucho.

Cuando Shifra lava a Leonor, su temperatura corporal está en el limite de lo aguantable, en un momento tira la toallita y es su mano la que enjabona, aclara y limpia esa aterciopelada piel, sin pedir permiso la lava por delante y para hacerlo mejor se pone a horcajadas sobre el borde de la bañera deslizándose sobre sus excitados pliegues, siente el roce del borde que acompasa al movimiento de su manos. Acaricia un seno, nota la rigidez del cuerpo de Leonor que se tensa ante el inusual lavado, pero Shifra primero tímidamente, después con descaro ciñe sus dedos e incluso apretujan esas redondeces suaves y tiernas que se dejan acariciar. Consciente o inconscientemente Leonor levanta una mano y lo deja sobre un muslo de Shifra, una descarga eléctrica recorre todo su cuerpo al notar el calor de esa atrevida mano. Ya no puede más y simulando un enfado chilla –¡Liendres!, tienes liendres.

Leonor parece estupefacta, no comprende. Shifra se levanta y la saca del baño.

  • Túmbate en la cama te voy a rasurar para eliminar ese nido de piojos que tienes en ese asqueroso vello.

Leonor se tapa con ambas manos el vello mientras niega con la cabeza. Pero Shifra está decidida, coge una especie de vergajo y golpea un gong que emite un ruido que retumba por todo el aposento. Al rato aparecen sus dos criadas medio desnudas que se acercan a la señora en espera de sus ordenes. Las tres aguardan la siguiente reacción de Shifra. Ésta retira un candelabro de un arcón y de ella saca una daga de hoja curva afiladísima que estirando un pelo de su cabello lo corta con suavidad. Se vuelve a las dos criadas y les dice atarla al dosel, Leonor se enfurece, da patadas no se deja coger incluso grita en un intento en vano de buscar socorro, pero Shifra abre la puerta del aposento y le dice que o se deja rasurar para limpiarla o coge la ropa y duerme a la intemperie.

Finalmente gimiendo Leonor se tumba en la cama y abierta de manos y piernas es atada con delicadeza en los cuatro extremos del dosel. Las criadas se retiran y con habilidad Shifra empieza a rasurarla. Mete los dedos por esa sonrosada rajita y tensa con mimo la piel adyacente y al poco aparece su suave piel, la yema de sus dedos roza su clítoris, Leonor esta callada pero su respiración se ahonda. Un pequeño agujero de intenso color rojizo es penetrado por un dedo, Leonor ante la profanación se le corta la respiración, pero el dedo profanador penetra más en esa cueva hasta que se topa con una telilla. elástica.

  • ¡Pero si eres virgen! exclama Leonor con admiración, al tiempo que se lleva el dedo a su boca.

  • Qué crees, que soy como tus putitas que acaramelan a tus clientes de baja estopa.

Durante unos tensos instantes las dos desnudas se contemplan, Leonor atada y Shifra lamiendo el dedo. Shifra recuerda que estuvo a punto de cerrar el portón y dejar fuera esta novicia de la vida. Trepa por su cuerpo y a horcajadas se siente sobre su estomago, se tumba sobre ella y las puntas de las narices se rozan, se aproxima más a su oído y la susurra:

-Hermosa Leonor, no me digas que nunca te has acariciado porque he visto como disfrutabas al notar mis dedos por tu sagrada intimidad.

Intenta darla un beso pero sus labios se cierran, lo fuerza pero no se deja, se desliza a su lado contemplándola y sin quitarla la vista de su cara, desliza sus dedos pellizcado sus pezones, manoseando sus senos, para seguidamente con las uñas desgarrar suavemente su piel hasta llegar a su depilada almeja. Sus hábiles y experimentados dedos pronto encuentran respuesta, Leonor se mueve tratando de zafarse de ese lujurioso tormento, iza la cabeza para volverla a posar. Poco a poco se agita, con la respiración entrecortada Leonor suplica "déjame", pero su cuerpo le delata. Sus dedos se hunden por su caverna rezumando un blancuzco y pegajoso néctar. Con ojos desorbitados empieza a gemir. En ese instante a punto de cruzar el umbral del climax, Shifra para, contemplándola satisfecha. Leonor se revuelve, su cuerpo castigado parece demandar esos nuevos placeres que no son satisfechos.

La desata, ella se queda inmóvil, como yacente al borde de la cama. Sifra sabe que está anonadada de esos secretos de su cuerpo nunca explorados nunca acariciados, se sienta en el centro de la cama y la tumba boca abajo sobre sus muslos. Un pellizco sobre sus gluteos despierta a Leonor de su letargo. Trata de zafarse, pero Shifra es más fuerte y sujetándola con una mano la espalda empieza a cachear y azotar sin miramientos sus glúteos, de refilón o frontal a capricho. Leonor al principio opone resistencia, pero a medida que su piel se vuelve rosácea, se deja llevar, gime y por sus profundos ojos azulones, lagrimas se desprenden. Pero de vez siente como unos dedos trepan por su abertura y acaricia su clítoris titilándolo y esa mezcla de placer y dolor provoca una dejadez de abatimiento y sumisión. Su inmaculada flor violeta es profanada por un dedo humedecido de sus propios jugos, se retuerce y se encoje pero finalmente, se deja penetrar una y otra vez hasta que se oculta en esa profundidad calida y seca de su culito.

Cacheada y humillada la vuelve a coger y la deposita boca arriba, volviéndose a poner encima de ella. La mirada de Leonor ya no es desafiante, su dejadez es total, Shifra interpone una pierna sobre sus muslos y los abre juntando sus coñitos: uno peludo y hambriento, otro albino y necesitado. Y empiezan a rozarse, a rociarse mutuamente y vuelven las sensaciones placenteras, esos calambres que corretean por el cuerpo anegando la voluntad. El roce se hace más rítmico, más frenético, sus pliegues más que rozarse se lijan y Leonor con un gemido placentero, la atrapa por la espalda atrayéndola para sentirla más cerca, más próxima, más intima.

A cada deslizamiento, Leonor presiona su culo e iza sus glúteos en un intento de aprovechar mejor ese delirante roce. Se deja llevar por ese torbellino de nuevas sensaciones, ahora es ella la que le ofrece sus tibios labios entreabiertos por donde un suave aliento a sabor a manzana verde se escapa, y la boca de Shifra aprisionan, succionan y mordisquean esos labios entregados y su lengua penetra en su cavidad para encuentra otra lengua que torpemente juguetea con la suya. La siente suya, la va hacer suya, eres un tímida gatita necesitada de amor la susurra con dulcura, Leonor estalla como un volcán que por primera vez entra en erupción, su lava se desprende, su cuerpo se convulsiona, su boca gime en su vertiginoso climax. Shifra contemplando su dejadez da rienda suelta a su martirizado y sudoroso cuerpo, llegando a su éxtasis placentero.

Lentamente sus respiraciones se ralentizan al compás de sus pasiones, una al lado de la otra se observan en silencio, sus cuerpos abrazando, el aroma de una invadiendo los sentidos de la otra.

  • Qué me has hecho –le pregunta Leonor -, que mi cuerpo ya no es el mismo.

-Darte lo que nunca te han dado, vida –contesta mientras acaricia su cabello. Leonor esta salida, quiere más; pero ella, la refrena-. Duérmete y mañana hablaremos.

El cansancio hace mella y al poco rato Leonor se duerme. Shifra siente un raro pesar por ella, es tan tierna y delicada que por primera vez le duele lo que se avecina pero es la ley del ojo por ojo, así la hicieron los cristianos. La apretuja y la besa en la frente, un placentero sonido se escapa de los labios de Leonor. Esta noche la ha dado una oportunidad pero si mañana sigue aquí, dejara de ser virgen.

Segundo Tranco: El pasado de Leonor.

El cálido cuerpo de ella despierta a Leonor, ve la mano de Shifra que yace apoyada en su regazo, ha tenido la experiencia más vitalizadora de toda su vida. Se siente dolida, humillada y sometida, pero se siente mujer. Las ascuas moribundas de la chimenea apenas dan calor pero no siente frío, se incorpora de la cama y a través de la vidriera del ventanuco ve que las primeras luces del día iluminan el valle, la nieve ha dejado de caer, pero un manto blanco y espeso inunda todo el valle, hasta el río ha dejado de fluir congelándose en su superficie. Están aislados en medio del valle y sin saber por qué una alegría inunda su alma.

Su curiosidad la hace abrir la puerta interior y con asombro ve que hay anaqueles con libros y sobre una mesa hay un libro junto a un tintero y plumas. El título pone "Mis Recuerdos" en griego clásico. Pone la mano para abrirlo, pero un sonido de la alcoba la hace desistir. Sale deprisa y cierra la puerta.

Coge su capa y se lo pone encima del cuerpo de Shifra, se sienta junto a ella al borde la cama, con suavidad retira un mechón de su pelo para observarla, se pregunta quién es esta judía que la asombra, que la hace estremecerse. Sabe que ha tocado fondo al despertar esa extraña naturaleza suya tantas veces oprimida y ocultada solo satisfecha torpemente en esas noches de angustia que anhelaba un cuerpo en sus brazos.

Abstraída en sus pensamientos no se percata que Shifra abre sus ojerosos ojos y la pregunta:

  • ¿Sigue nevando?, Leonor.

  • No pero el valle esta completamente nevado y la senda ha desaparecido.

Al oír esto los ojos de Shifra se entristecen pero vuelve a preguntar:

  • Por qué quieres ser monja -con sarcasmo Leonor contesta-. Es mi destino, impuesto por mi padre, el señor de Alhama, que quiere que ingrese en un convento ante mi negativa a casarme con un viejo amigo suyo. Además tengo razones personales.

  • Y, doncella

  • ¿Doncella? Soy virgen pero ni doncella ni casta –Leonor se para, mira el artesonado del techo pero su vista vuela más allá a tiempos pretéritos y comienza su historia:

» Hace justo cinco años con catorce años recién cumplidos, mi madre decidió que debía ilustrarme y contrató a un monje. Siempre venía con la capucha puesta y cabizbajo entraba, se quitaba la cogulla quedándose con su tunica de mangas largas y un cordón a modo de cinturón de donde colgaba una simple cruz de madera, se llamaba Herminio: alto, vigoroso, musculoso de rostro severo y cabeza rapada; al aproximarse sentía que me encogía ante su imponente mole. Las clases me las daba en unas dependencias de la catedral que se entraba por el claustro.

Un día aciago, amaneció nublado, había llovido toda la noche y el suelo estaba embarrado. Para no llegar tarde a clase corrí con mi blanco vestido en volandas pendiente de que mis pisadas no lo salpicaran cuando tropecé y caí sobre el resbaladizo empedrado. Como pude reprimí las lágrimas para que nadie me viera, pero al entrar en la cámara rompí a llorar. Entre sollozos le conté a mi mentor, lo que me había pasado enseñándole mis rodillas ensangrentadas.

  • No se preocupe señorita Leonor, siéntese en la banqueta que yo se lo limpiaré –acercándome la banqueta almohadillada de caoba oscura.

¡Qué buen corazón! pensé en ese momento. El monje cogió una jofaina y con delicadeza me levantó la falda hasta mis muslos, me quitaba con esmero la arenisca incrustada en mi rodilla con un paño mojado. El, de rodillas enfrente de mí, me aconsejó "se va a manchar de sangre el vestido, mi señora, será mejor que se lo levante un poco.., un poco más…, que no le toque la ropa las piernas; así., así esta bien.". Con la falda completamente levanta hasta la cintura le veía como me limpiaba.

  • Que me hace cosquillas -le comenté al deslizar su mano y sujetarme por la entrepierna, mientras que con la otra me quitaba la sangre-.Qué mira -le pregunté, cuando me percaté como miraba hacia el interior.

  • Nada que se ha manchado de sangre, pero no se preocupe –me contestó, y metiendo la mano me limpió mi inmaculada vagina. Dí un salto hacia atrás y me le quedé mirando horrorizada.

  • la sangre es muy perjudicial, señora mía, puede infectarse y ser mortal -contesto con total indiferencia, y humedeciéndose dos dedos y abriéndome las piernas, limpió y relimpio y noté una rara sensación en mi cuerpo, yo diría que agradable cuando por mi rajita su dedo se deslizaba, pero no dije nada no fuera a ser que cogiera una infección mortal. En ese momento observé asombrada como le salía un bulto que crecía y tensaba la tela entre las piernas.

  • Padre Herminio, le ha salido otra pierna –le pregunte, con profunda curiosidad.

  • Oh, Oh qué dolor –chillo, mientras se retorcía en el suelo de dolor, y continuaba- no maldito demonio no me dominaras, huye de mí Satanás.

Asustada me puse a gritar-. Qué pasa, qué ocurre, no me asuste padre.

  • Hija mía es el demonio que me martiriza por que tantas almas he guiado hasta al cielo que se mete en mi cuerpo para castigarme. Ah, Ah, que dolor hija no puedo soportarlo –se revolvía y su cara parecía desencajada del sufrimiento-. A algunos, les impide hablar hablando él por ellos; a otros, les domina completamente y los transforma en cabras con cuernos retorcidos; a mí, quiere salir por aquí abajo, donde los hombres meamos. Satanás márchate nunca poseerás mi alma, y a mi señorita no te la llevaras al infierno, nunca jamás, maldito Satanás.

Angustiada me lleve las manos a mi corazón, ¡el demonio, el infierno, me va a llevar!, y rompí a llorar-. Pero no llore, mi señora entre lo dos podemos vencerle si vuestra merced, me ayuda.

  • Pero cómo, qué tengo que hacer ¿dígame? No quiero ir al infierno, padre –gemía, mis ojos estaban desencajados iban de su bulto a su cara y el terror se apoderaba de mí.

  • Bajo juramento divino, jamás podrás comentar con nadie que me ayudas a enfrentarme con el demonio, porque en caso de revelarlo el demonio te dominara y Dios Padre que todo lo ve te castigará a los fuegos perpetuos y sufrirá en el fuego eterno -al decirme esto me observaba y al verme titubear continuó- Satanás desaparece no te llevaras a mi señora; ah, ah me falta la fuerza, me va a dominar, rápido jura por dios que no lo revelaras o estamos perdidos.

Volví a observar esa cosa tapada por su hábito que parecía que tenía vida porque se movía y venía a por mí y juntando mis manos exclamé.- Juro por Dios que le ayudaré y nunca lo revelaré, pero ¿cómo?

  • Es sencillo, mi señora mía, solo tienes que agarrarle como yo le diga y acariciarlo, para que sepa que en este mundo hay amor entre las personas y hacemos obras de buen corazón. Pero no se asuste, el juramento ya le ha frenado.

Lentamente, haciendo espasmos de dolor, se levantó su hábito y vi esa cosa: una especie de carne con vida que oscilaba, con cuerpo redondo y alargado, sin brazos, con una cabeza calva y morada pero sin ojos, aunque si una boca redonda que parecía desafiante y que se iba a lanzarse sobre mí. Al fondo dos rodillas negras y velludas que presentí que iban a levantarse en cualquier momento. Lancé un grito de horror y retrocedí levantándome del taburete- .Me va a llevar al infierno

–No, juntos le dominaremos, ves desde que has hecho el juramente no ha aumentado de tamaño. Ven -me dijo-. Agárralo con la mano, yo no puedo porque crecerá más y saldrá llevandonos al infierno.

Temblando, volví, extendí mi mano y la rodeé a duras penas y al sentirla la solté al instante -.Sí palpita y está caliente padre

– No se preocupe, lo dominaremos -me dijo, mientras ahora él se sentaba en el taburete y tiraba de mi para que me pusiera de rodillas -. Cógela otra vez. Pero hay que empujarle para abajo. Así…, así, ves está indefenso ante tu jura…, jura…, juramento, oh Satanás que dolor, pero no se preocupe por mi dolor, siga, con suavidad pero con decisión aprieta un poco para que sepa que le dominamos, así, asíiii muy bien.

Mi mano tímidamente aprisionaba esa cosa que veía como la piel se retraía y descubría una carne nervuda y con pequeñas venas azules, a medida que tenía más confianza de que no iba a saltar sobre mí, aprisionaba un poco más y notaba como palpitaba.

Me acerqué un poco más y lo observaba con curiosidad y estupor. Le comenté-. Pero cada vez que empujo su piel, él se iza más y su cabeza se hace más grande.

  • Satanás retírate. Ves sus venas, esas líneas azulonas, hay que combatirlas y enfriarlas – exclamaba, mientra veía como su respiración aumentaba y se hacia sonora.

  • Y como hago eso padre.

  • Solo hay un arma contra ella, tu saliva,

  • Ah bien -dije, y humedeciendo los dedos de mi mano libre los pase sobre sus venas.

  • No niña, no, así no.

-Cómo de niña –le espeté.

  • Oh, maldito Demonio ahora intenta dominar mi habla, os pido que me perdonéis; pero tiene que ser la saliva directamente de tu boca, con la lengua hazlo con la lengua.

  • Pero padre esta cosa me puede morder

  • Niña eres gilipollas o qué- chillo, para inmediatamente, clamar-. Satanás no domines mi habla te venceremos, hazme caso no puede hacerte nada esta indefenso pero hay que continuar, pasa la lengua por el falo, digo por el demonio. Ah…ah…así de arriba abajo ves como no puede contigo. Dejadme vuestra merced que le recoja el pelo para ver como sufre -me recogió el pelo y ahora con voz ronca y clamorosa decía- .Oh, Dios mío, en mis turbios ojos veo el paraíso. Sí, sigue no solo con la punta si no lámelo como chupas esos helados que te prepara tu madre. Ah, aaah, Si vuestra merced puede manosear sus rodillas con la otra mano… Pero no tan fuerte que le vas a levantar y será peor; eso, con suavidad.

  • Suspiráis padre –le decía, sin quitar la vista de esa palpitante carne mientras mi lengua subía y bajaba dándole lengüetazos por toda ella.

  • No pero, es tan maravilloso ver como poco a poco vas dominándolo que hasta la vista se me nubla de puro gozo. Satanás no lo conseguirás. Si ya se esta debilitando, ahora vamos a demostrarle que lo podemos dominar, cógelo con ambas manos, y le vamos a cegar para que la cabeza no vea la luz, abre la boca y mete su cabeza para que no siente luz y vuelva a la oscuridad donde nunca debió salir, pero no emplees los dientes solo atrápalo con la lengua y el paladar.

  • Pero me da asco meterme esa cosa negruzca y maloliente en la boca.

  • Lucifer -aulló-.Las santas sufrieron antes de subir al cielo y es una prueba de fuerza y de divinidad, es una prueba que te pone Dios para ver si eres digno de él. Sin miedo, ya lo tienes…. Oh, oooh.. Qué valiente, Dios te ha dado una gracia divina, ahora lo veo, serás una excelente exorcista hija mía, lo noto, no sabes como lo siento en lo más profundo; y ahora, acompaña la boca con las manos con el mismo movimiento, así., así, intenta darle más oscuridad.

  • Así padre –le conteste mientras me tragaba esa cosa hasta que me llegaba casi hasta la campanilla.

  • San Benedictino milagroso, qué joya del cristianismo va ser esta criatura divina. Díos nos esta viendo, lo siento en mi alma como no te puedes maginar hija mía, y nos va ha enviar una prueba divina, notaras una sacudida del Demonio en un intento desesperado de ver la luz pero, Dios misericordioso que nos está viendo, nos enviará la leche divina para enfriarle y ahogarle. Aguanta hija mía y cuando sientas la leche divina haz un último esfuerzo e intenta tapar la luz lo más posible, Dios supremo tu sierva va a ser una exorcista que no va a ver demonio que se le resista. Ah, aaaaah. Espera que te ayude

Noté como sus dedos se apoyaban en mi cabeza y en cada bamboleo, esa cosa iba penetrando más, y más lo sentía en mi garganta; me dio una arcada pero pude reprimirme. Había que dominar al demonio, notaba como se deslizaba por mis labios, primero su cabeza morada, después sentía ese cuello y luego su cuerpo, que llegaba hasta donde mis manos apretaban el resto del cuerpo. Cuando podía me humedecía los labios con la lengua, y tragaba, y notaba como penetraba y se restregaba sobre mí lengua y mi paladar y se alojaba en mi garganta. Empezó Herminio a empujarme con más fuerza y con más rapidez, yo seguía sus movimientos apretaba con más fuerza mis manos. Le oía respirar, inhalaba y expulsaba el aire con fuerza., hasta que de pronto noté la sacudida del demonio y algo me inundó como una sacudida porque me golpeo con fuerza en mi garganta, dí un espasmo, pero siguió otro y otro, sentía que no podía respirar, abrí los labios y a borbotones se escapaba de mi boca una cosa blancuzca a medida que el demonio penetraba. Por fin cesaron las sacudidas. Por un momento me quede inmóvil y de forma mecánica seguía aferrado mis manos a esa carne que al apretar veía que pequeños pompas blancos salían de ese agujero y se derramaban por la superficie de la cabeza. Todo estaba mojado de esa cosa que chorreando llegaban hasta mis manos. El demonio había menguada, se volvía a las tinieblas y no me había llevado con él.

  • Padre, esta leche para ser divina no es dulce es pastosa, amarga y sabe a pescado- concluí al saborearla en mi boca.

  • Hija mía, con el tiempo sabrás apreciar los sabores que envía Díos. No me cabe duda alguna. –me dijo, mientras me miraba con una muesca de satisfacción.

Así aprendí a dominar al demonio y saborear la leche divina. Las apariciones del demonio se repetían una o dos veces al mes, y poco a poco le empecé a perder el miedo. Con el tiempo aprendí a dominarlo mejor, y reconozco que sentir esa cosa palpitante, nervuda, olorosa dentro de mi boca me provocaba una extraña sensación de dominio y, sí, debo reconocer cierto disfrute. La leche algunas veces me salpicaba el vestido y aunque Herminio siempre trataba de limpiarlo no siempre lo consiguió, por lo que observé que cuando se secaba quedaba una mancha dura y amarillenta y ese fue el final, mi madre se percató y lo descubrió, al monje le castigaron metiéndole una estaca por el culo hasta que lo reventaron, pero yo permanecí estigmada como la mamona. «

  • Por eso tus padres quieren que seas monja –pregunto Shifra.

  • Mi madre murió hace un año y mi padrastro se ha vuelto a casar. Quería que me esposara pero al negarme me manda al convento. Además, dijo que mejor sin dote para que fuera una simple monja que trabaje duro para expirar mis muchos pecados.

  • Tranquila, no es ningún pecado ser una mamona –sentenció, y abrazándola la dio un beso en la mejilla-. La nevada impide que os marchéis debe ser la voluntad de tu dios, quédate aquí y mandaré que te traigan la comida

Tercer tranco: Dos mejor que uno

Sin su ropa que había desaparecido, Leonor sola con un simple camisón rosa donde se traslucía la blancura de su piel deambulaba por la alcoba, se siente como un pájaro en una jaula. Unas de las veces que entra Ioana le pregunta que había en esa habitación. La criada contesta que libros que la señora tiene y que de vez en cuanto escribe en ellos, pero que nadie entendía por que no sabemos leer.

Lo que no le había dicho a Shifra es que Herminio además de haberla enseñado la leche divina también le enseño latín y algo de griego para leer las escrituras y que su madre poseía libros antiguos en griego que con avidez había leído. Sí no tengo otra cosa que hacer por qué no hurgar en su pasado, pensó.

Después de comer unas sopas con tropezones de venado y patatas, se tumbó sobre la cama y su mente se concentró en lo que había leído, un escalofrió recorrió su cuerpo.

Por la tarde, Una criada la acicala, la pone una túnica de lino bordada con hilos de oro y la cepilla su triguero pelo. Poco después se escuchan pasos sobre la tarima del pasillo, entra Shifra que la observa un instante. Que bella estas, exclama; mientras la iza y la hace dar una vuelta a su alrededor cogiéndola de una mano para tirar de ella con destino al mesón. Poco sabe ella que Leonor ya la conoce y que de alguna forma la va hacer sufrir pero es su penitencia por el maravilloso pecado que ha recibido.

Nada más entrar el murmullo de voces y gritos cesa. Leonor se siente observada como si fuera una figura en venta. Ojos aviesos la miran de arriba abajo, se enrojece su cara, busca refugio aproximándose a Shifra, que sin soltarla la lleva en un recorrido serpenteante entre todas las mesas, hasta una vacía del fondo donde la sienta y ordena que la traigan un brebaje tranquilizador.

Shifra se va al mostrador y con un mazo da un golpe en la mesa, en seguida se escuchan voces del abarrotado mesón: "2,6, 12, 15, 18,……. 68.. 100". Leonor aunque no comprende que está pasando esta muy mosqueada porque no dejan de mirarla, permanece inmóvil sin queja alguna bebiendo ese brebaje amargo, parece aturdida por lo que sucedía a su alredor. Su tímida actitud la hace más dulce y apetitosa.

Uno que habla mucho, no deja de sonreírla luciendo unos dientes mellados y marrones. Un mercader bajo y barrigón, se levanta y acercándose a ella exclama 200 maravedíes.

Se produce un silencio, los apostantes calculan si una novicia, virgen y hermosa como la luna llena vale esa fortuna por desvirgarla. Mientras piensan se oye otro golpe del mazo sobre la mesa. La puja había finalizado.

El murmullo y la algarabía vuelve a izarse, Shifra se sienta al lado de Leonor esperando que finalice su bebida.

  • Qué ha sido todo esto –pregunta Leonor con ceñuda expresión.

  • Les he dicho tu situación y han apostado para tu dote para el convento con la condición que el nombre que adoptes sea el que el ganador te diga.

Leonor no dejaba de mirar y revolverse en su silla, no parecía convencida de la explicación pero se calla. ¡Cuál será mi castigo!, piensa.

De vuelta a los aposentos en lugar de subir por la escalera, Shifra la lleva a otro aposento en la parte baja donde una mesa alargada, estrecha y baja está situada en el centro. Unas teas iluminan la lúgubre estancia que Leonor recorre con la mirada. Se vuelve hacia Shifra y en silencio la mira, el brillo de sus ojos tratan de escudriñar que hacen ahí. Unos golpes de nudillo en la puerta la hacen ponerse en tensión, entran sus dos criadas acompañadas del mercader y de un cazador, al verlos lanza un alarido:

  • Me vais a fornicar loba sanguinaria, así te vengas verdad.

Por unos momentos Shifra se queda inmóvil, sus ojos se estrechan como si quisiera comprender el significado de esas palabras. Unas sombras se reflejan en su mirada, pero se repone al instante. La sujeta hasta que los recién llegados se abalanzan sobre ella, que sin poner resistencia se deja tumbar sobre la mesa. Shifra quita un corcho de un tarro y mete un dedo untándolo de una crema amarilla que lo uso para embadurnar el codiciado orificio de Leonor.

  • ¿Pero no quería ella vender su virginidad al mejor postor? –pregunta el mercader algo aturdido.

  • ¡Bájate los calzones y adelante! ¿No me oyes? -le grita Shifra quitando la vista de la mirada inquisitiva de Leonor.

El mercader se levanta la túnica por encima de su ombligo y desata los cordones de sus calzones que caen sobre sus tobillos. Los ojos de todas las mujeres menos de Leonor, se clavaron en su fuerte y bronceado instrumento, que colgaba indiferente, inapto para la tarea que se le encomendaba.

  • Ahora, ve a darla un beso de bienvenida -prosigue, acercándose a la mesa y agarrando una mano de Leonor

Lentamente, El mercader avanza inclinándose sobre la mesa. Leonor gira la cabeza para no verlo, pero éste se la endereza con una mano y la besa en la boca. Las criadas aplaudieron. Pero Leonor yacía tan inerte que el mercader volvió a perder todo impulso; cambió de postura, miró a la joven desnuda y a las demás y no hizo nada, su verga seguía en el mismo estado de flaccidez.

Shifra desesperada tuvo que volver a levantar los ánimos.

—Móntala de una vez -le gritó-. Y tú -señalando a Ioana con el dedo-. Sóbalo o bésalo, pero ¡que se le ponga tiesa de una jodida vez!

Y se hizo según su deseo. El mercader, con los movimientos entorpecidos por los calzones, se tumbó sobre Leonor.

Ioana, obedeciendo las órdenes de Shifra, le acarició la verga con dedos hábiles. La otra criada, atraída por sus gordas nalgas desnudas, se puso a apretujarlas un poco y le metió un dedo por la entrada trasera, como en broma. El mercader era un hombre robusto y rudo, por lo que no es de extrañar que su vara empezara a hincharse y crecer rápidamente con ese trato. Y, de repente, se puso a disfrutar del trofeo ganado. Su vara se convirtió en dura lanza, sus nalgas se pusieron en movimiento y trató de frotar su voluminoso aparato en el vientre de Leonor, pero Ioana aún lo tenía en la mano y no parecía dispuesta a desprenderse de tan lindo juguete.

Leonor mantenía las piernas muy juntas y apretaba con tanta fuerza las rodillas, que le dolían. Pero el mercader luchó por abrirse paso entre sus muslos con su fuerte mano, y con un gesto brusco le levantó la pierna derecha casi hasta el hombro.

Así llegó a introducir sus piernas entre las de ella, con el arma firmemente dirigida hacia el blanco. La resistencia de la muchacha lo había excitado pero lo que siguió por poco lo hace estallar.

En el momento en que la verga tocó a Leonor la apatía de ésta desapareció. Con un grito

salvaje, inició su defensa. El mercader la tenía rodeada con sus brazos, el izquierdo sobre el hombro derecho de ella, el derecho sobre el centro de su espalda. El estrecho abrazo y el peso del hombre impedían que la muchacha pudiera sacárselo de encima, pero la dejaban mover nalgas y piernas, y así lo hizo cuando la peligrosa verga rozó su nido de amor. La criada que le había metido el dedo, estaba encantada viendo aquella lucha, y se metió la mano por el camisón para acariciar su palpitante clítoris con los dedos. El cazador que también estaba alucinado no había esperado su turno, sino que se estaba manoseando su palpitante verga, en espera del momento de clavarla.

El mercader trataba de abrirse paso movió su mano derecha bajo las nalgas de la agitada muchacha, levantó las suyas y trató de encontrar la entrada dando violentos golpes con la verga. Finalmente, Ioana que sufría por no paladear tan buen ejemplar acudió en su auxilio. Dio la vuelta a la mesa y agarró la otra rodilla de Leonor, levantándola hasta el hombro: de esa forma el orificio virginal quedaba sin protección, bien abierto. La otra muchacha cogió el instrumento y lo enderezó hacia el orificio rosado.

— ¡Ahora! —gritaron todos; el mercader, dándose cuenta de que ya estaba en buena postura, bajó con fuerza su arma. Apretando con su mano derecha las nalgas de la muchacha y gracias a un empujón firme y lento metió la verga por el orificio hasta el glande. Leonor lanzó un grito terrible, tras lo cual se quedó quieta, como un cadáver mirando con odio a Shifra. El mercader estuvo avanzando y retrocediendo unos momentos hasta que, gimiendo con pasión, se dio cuenta de que no podía resistir más y descargó con arrebato, llenándola de su ardiente fluido. Sus músculos se aflojaron, y quedó tendido sobre ella, agotado y embrutecido.

-Es así como nos haces puta verdad, forzándonos y obligándonos como hicieron contigo.

Por segunda vez, Shifra se queda anonadada ante su afirmación, se debe preguntar quién se lo ha dicho, pero se encorajina más y acercándose a ella la susurra:

  • Ya eres una puta te acabas de ganar 100 maravedíes y cincuenta más con este cazador que espera ansioso ahuecar más tu estrecha cuevecita.

Las piernas de Leonor caen flácidas en el borde de la mesa, un pequeño reguero de sangre corre por sus muslos, pero la apertura ya esta expedita para alojar un nuevo nabo largo y estrecho.

Shifra no puede evitar un estremecimiento al recordar esos ojos azules ennegrecidos por el odio, que con odiosa calma sufrían la violación. Pero que me esta pasado, se pregunta.

El cazador poniéndose en posición de ataque abre sus muslos con sus manos y apunta al agujero y de una tacada lo meto hasta sus huevos enrojecidos. Leonor hace un espasmo de dolor, Shifra la contempla, y comprende su intima naturaleza, y en contra de sus principios decide ayudarla: se recuesta sobre ella, con sus labios humedece un pezón, luego juguetea con lengüetazos circulares sobre sus parduscas aureolas, la visión de Leonor contemplándola como corretea su lengua sobre sus pezones, sin querer la hace estremecerse, intenta recordar las razones por la que debe odiarla, pero no puede pensar, solo sabe que la vuelve a tener en sus brazos y que quiere ser suya. El demonio aunque no lo ve ni él a su dueño, sigue penetrando y rozando, y cálidas sensaciones la invaden.

Ioana que contempla las contorsiones de Leonor, y que se quedo con ganas del juguete del Mercader, se lo coge y de rodillas le da un lametazo desde los peludos huevos hasta el glande que ante tal amorosas caricias se encabrita. La otra criada quiere sobar a Leonor, pero Shifra se lo impide es sola para ella; pero la jodienta no tiene enmienda y dándose la vuelta se abalanza sobre Shifra metiendo la cabeza debajo de su vestido.

Una sinfonía de gemidos, alaridos y suspiros se empieza a escuchar en el lúgubre aposento. El cazador aprieta sus glúteos para meter su arma sobre esa cálida madriguera; el mercader se inclina hacia atrás para que su barriga permita disfrutar de la visión de esa boca tragona absorbiendo su verga impulsada por esas manos firmemente ancladas a su culo-. Así puta trágatela -clama entre resoplidos.

Shifra que arqueo sus piernas ante la lengua lujuriosa que lame sus húmedos pliegues como una posesa aprisiona y engulle, senos y pezones; saquea sin miramientos, boca y labios; y araña, soba y acaricia, pieles y pliegues.

La futura novicia, en su éxtasis se suelta de su mano y de un tirón desgarra la blusa de Shifra y metiéndola mano acaricia sus senos devolviéndole placeres.

Shifra alocada por el placer que por primera vez le da su primorosa novicia, se levanta y se pone encima como amazona consumada abriéndose de piernas luciendo su violeta flor.

El cazador, al observar ese agujerito arrugadito y prieto, se le inflama las aletas de la nariz y por detrás con su pedregosa mano atrapa sus tetas mientras su ariete sale de un agujero y se preparaba para trepanar ese cerrado ojete. Atrayéndola hacia él le susurra, -ahora vas a saber como tratamos a las putas judías. –y de un tirón la desgarra los restos del harapo de sus ropas. Desnuda y salida nota como unas manos se apoderan de sus nalgas y abriéndoselas dejaban a su morado ojete a su merced. Un palmetazo seguido de un revés enrojece sus nalgas, pero Shifrá se deja, estaba tan satisfecha con su ninfa entre sus brazos que todo en ella era agradecimiento. Percibió como una carnosa punzada trataba de penetrar en su estrecho esfinge que atorado trataba de expulsarlo, pero a la primera acometida siguió otra con más ardor tratando de no perder terreno, el glande penetró en su seco orificio, con vivacidad notaba esas sacudidas que iban abriendo sus paredes intestinales y se acomodaban a esa polla que pulsación a pulsación penetraba en su cálido conducto. Los dedos del cazador que se habían entretenido en conducir a su erecto miembro horadando el agujero, volvían a palmear indistintamente y a capricho sus glúteos.

Shifra enviciada, sentía como era atravesada y un agreste bello golpeaba su ano. Su cuerpo se empezó a estremecer ante ese poderío que raspaba más que rozaba sobre su interna piel en acelerados golpes. Sus inspiraciones empezaban a ser más rítmicas y sonoras.

Los pellizcos de Leonor sobre sus pezones ya no eran dolorosos sino punzadas placenteras que iban envolviendo su ser en una deleitosa dejadez. Los dedos de Leonor empezaron acariciar su clítoris y las titilaciones placenteras que provocaban la hacían encoger su ano ciñéndolo a ese percutor hasta que su cuerpo se embriagó de ese torbellino de lujuriosas sensaciones, lo notaba todo dentro y deseaba más. El vaivén de las penetraciones se incrementaba: más fuerte, más dura; y a cada incursión, un suave quejido se le escapaba, hasta que sintió un líquido ardiente que la inundaba y un sonido gutural sostenido, mezcla de alarido y sollozo, se la escapó de sus entrañas.

Cuarto tranco: Hechizo de luna.

Mientras todos satisfechos las dejaban, Shifra y Leonor permanecían juntas sobre la mesa, una goteando algunas gotas de sangre por su ahuecado ano, la otra desde su desvirgada gruta.

  • Quien te ha contado que a mi me violaron -le pregunta, mientras gira su cuerpo para ponerse enfrente de ella y observar su reacción. Leonor la mira pero no quiere contestarla que se ha atrevido a leer su diario, en lugar de ello le dice-. Te dije esta mañana que tenia una razón personal para ir la convento, y es que tengo una extraña naturaleza… -y tras una pausa mientras observaba las hermosas facciones de Shifra-, quizás caprichosa, pero al fin al cabo mía, que me hace desear a… mujeres. Me siento feliz estando entre ellas y puede que alguna llegue a comprenderme o sea como yo.

  • Leonor cariño, eso lo se en cuando acaricié tu cuerpo, pero no me has contestado –al levantar la vista por encima de ella, recuerda su historia y un presentimiento certero se apoderó de ella-. Qué más te enseño el monje aquel de tu historia.

Leonor titubea, se mordisquea su labio inferior pero lo confiesa-. Lo siento, pero quiero saber todo de ti y… He leído tu diario. Se que una partida de castellanos entraron en la judería y mataron a tus padres. Que te violaron todos y se que fuiste vendida como una esclava a un escribano que perdiendo sus facultades de visión y pulso, con mano dura te obligo a aprender su oficio.

  • No sabes nada Leonor, mis padres eran comerciantes de objetos raros: joyas, libros, esculturas o cualquier objeto de arte. Éramos felices, y yo me crié en ese entorno, pero –y los ojos de Shifra se humedecen -, una noche vinieron unos asesinos castellanos, entraron en casa, mataron a todos, quemaron mi casa y robaron todo lo que consideraron de valor. Después se emborracharon y se pelearon hasta que se acordaron de mí. Fui atada por la espalda y mientras uno debajo de mi me violaba, otro me rompía el culo, así hasta los doce jinetes de la muerte.- Leonor intenta acariciarla pero la retira bruscamente la mano –no necesito compasión de nadie –la recrimina para continuar-. Cortaron dos palitos y me ofrecieron elegir. Salió el más corto: esclavitud y fui a la plaza del pueblo para ser vendida como una mora. Un escribano o copistas de libros que había tenido tratos con mi familia me reconoció y me compró con solo doce años. Durante cuatro años trabajaba con el único descanso para la comida. ¡Qué sarcasmo decir comida! Un mendrugo de pan duro reblandecido en agua y un rato para dormir. Pero mi odio y mi juramento de que me vengaría de todos me mantenían viva. Me escapé robando algunos de esos libros que hay ahí y me escondí en una compañía de cómicos, rameras y faranduleros, con los que recorrí los pueblos, hasta que una noche recabamos aquí para pernoctar. Me gustó nada más verlo, me pareció un buen escondite. Esta era una antigua abadía que se decía estaba maldecida por que aquí habían nacidos lobos y no era lugar para la oración. Así que contacté con familiares y se acordó la compra que ya he pagado. Pasó el tiempo, había perdido ya las esperanzas de encontrarlos cuando un viajero alardeó de sus andanzas. Grave error –Shifra con dura expresión dilata sus pupilas en un viaje de la mente –. Pero si tienes razón en una cosa, es cierto tengo una especial satisfacción cuando una joven castellana cae en mis manos, la hago pagar lo mismo aunque sorprendentemente la mayoría termina gustándole "mis lecciones". Ya lo sabes todo, hoy no ha nevado y el camino esta expedito para que continúes el viaje hasta tu convento y llévate el dinero te servirá para hacerte amiga de la superiora.

Una sarcástica sonrisa se le dibujo a Leonor-. Que vas a poner en tu diario que violastes, humillastes y flagerastes a una novicia desamparada y candida que su único pecado fue que se… Sabia bien esta noche que tu sed de venganza me harías daño. Pero desconocía tu negro corazón para despreciar y olvidar. –Shifra se levanta de la mesa, se aleja y se pone mirando a la pared-. Yo no te odio Shifra por lo que me has hecho, por que a tu forma me has amado y me has enseñado que un mundo mejor es posible.

Leonor, se incorpora y va detrás de ella poniéndose detrás para continuar:

  • Te vi como sufrías cuando ese gañan me violaba, te vi tus ojos enrojecidos, cuando te odiaba, te vi como enloquecías cuando acaricie tu cuerpo.

Su cuerpo desnudo se pega a la de ella y con sus tibios labios la besa en la espalda. Como un hierro ardiente que traspasa su alma siente ese beso pero con sequedad contesta-. Déjame Leonor.

  • Sí, ya es tarde para todos. No mereces que nadie te quiera, tu odio te domina.

Leonor se despega, su vida ya no tiene sentido, se vuelve en dirección a la puerta da un paso y otro. Se acerca a la puerta, la abre y sale al patio hundiendo sus piernas en la nieve sin moverse. La luna brilla con especial intensidad, el aire es puro pero tan frío e intenso, que se la atoran sus sentidos. No nota que una mano la agarra y tira de ella violentamente dándola la vuelta.- Estas loca –grita mientras la fricciona enérgicamente.

Ambas mujeres se quedaron mirándose, se observaban sus ojos, sus rostros, sus labios, el aliento de una envolvía a la otra.

Shifra sintió un impulso irrefrenable probablemente la única oportunidad de amar esos labios y acercando lentamente sin tocarla aprisionó sus labios con los suyos, Notó un titubeo de Leonor, pero esta no se retiró. La lengua; acariciaba los labios, se deslizaba por sus dientes pidiendo permiso y la boca se abrió. Entró en esa cálida caverna donde otra lengua le daba la bienvenida y se rozaron y retozaban en un juego de sensaciones prohibidas. Shifra a su pesar empezó a retirar su boca de esa acogedora oquedad, pero Leonor ahora la seguía buscaba esa cavidad que emanaba ese sabor ligeramente amargo, también quería ser huésped de ese atrevida boca y tomó la iniciativa chupado y absorbiendo esos amorosos labios. Shifra sorprendida enardeció las cejas, pero no quería mirar solo sentir ese torbellino que la corría por su columna vertebral y que explosionaban en algún lugar de su cerebro. Se dejo llevar y en su cubil mimaba esa tímida lengua de Leonor.

Al separarse unos rayos plateados los iluminaban. Leonor se humedecía sus labios su respiración era pausada pero profunda, sus manos temblorosas se posaron sobre la cintura de Shifra y con un hilillo de voz dijo:

  • Átame y someterme de por vida, mi amor.

Dos lágrimas lentas y silenciosas brotaron de esos ojos negros y profundos que por fin encontraban el bálsamo a su odio.

Fin

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