La posada
Una noche de trabajo de lo mas rentable.
El relato que contaré a continuación ocurrió el pasado enero en un pequeño pueblo aragonés. Por razones de trabajo tenía que desplazarme allí para cerrar la venta de unas tierras que había adquirido mi empresa. En principio, el notario tenía que presentarse al mediodía en la cafetería de la posada y después de comer podía regresar a casa, pero por razones que no me quedaron muy claras el hombre no apareció, así que la dueña me ofreció su mesa. Subimos en su coche a su casa, un pequeño casón antiguo detrás de una peña rodeado de bosques y pastos. El marido estaba trabajando apilando ramas secas y unos niños jugaban a fútbol cerca del porche. La mujer, diremos que se llamaba V. Tendría unos cincuenta años, como su marido y parecía haber trabajado en el campo desde siempre. La comida fue generosa y acabé bastante lleno, pollo, patatas, ensalada, croquetas, vino, vino, vino... Me quedé dormido en un butacón al lado de una estufa de esas antiguas, una chubesqui. Me despertó un sonido, un niño estaba jugando a la videoconsola en el comedor, me acerqué a él y le pregunté por sus padres. Ya era de noche y habían ido al pueblo a comprar así que supuse que me quedaría a cenar y a dormir en el pueblo, así que llamé a mi jefe y le conté todo y no tuvo ningún problema siempre y cuando volviera con los papeles firmados. Aburrido y en una casa extraña, busqué en el revistero algo que leer y encontré publicaciones de caza y pesca, del corazón y periódicos atrasados, los ojeé un poco pero pronto salí a dar un paseo por los alrededores. Hacía muchísimo frio y cuando ya volvía para la casa llegaba la familia en su cuatro por cuatro. Una nueva figura surgía del interior del vehículo, una joven de no más de veinte años. Supuse que era la hija mayor. Nos presentaron y la verdad es que me gustó bastante. Durante la cena la miré un par de veces pero parecía indiferente. Vivía en el pueblo en casa de los abuelos y trabajaba en una tienda de recuerdos propiedad de la familia. Al terminar el conejo con setas, me invitaron a dormir allí, pero pensé que era abusar demasiado y les pedí que me llevaran a la posada. La madre cogió su abrigo y las llaves y salimos ella, la hija y yo despidiéndonos de la familia. El camino de vuelta fue agradable, fuimos hablando de "Curro Jiménez" y de las buenas series de antes. El pueblecito escondido entre dos montañas ofrecía una bonita estampa navideña, ese año no había nevado pero según ellas era uno de los más fríos que recordaran. La gente se apiñaba en las cafeterías y paseaban por las calles iluminadas camino de sus casas. Al llegar a la posada fuimos directamente al bar, donde dispensaban las habitaciones, ellas aprovecharon para tomarse un café y charlamos hasta tarde, yo con las toallas y un par de mantas de franela al lado. Cuando me disponía a pagar los cafés, los carajillos y el aguardiente el móvil de V. sonó, era el marido preguntándole que hacía. La mujer se excusó y se despidió de ambos. La hija sin embargo se quedó conmigo tomando unas copas conmigo. Empezábamos a notar una atracción acentuada por el alcohol, ahora cubatas. Ella un Gin-tonic y yo un vodka con naranja. Tenía en realidad veintidós años, estudiaba psicología en la UNED y se sacaba unos ingresos en la tienda familiar. No me dijo si tenía pareja pero por su carácter simpático y sus hermosos ojos azules diría que algo habría por ahí, tampoco me preocupaba mucho, sabía como acabaría la noche. A la una el posadero nos avisó de que cerraba el bar, tan solo quedaban dos parroquianos un poco beodos sobre la barra hablando de armas y monterías. Ya fuera del lugar la cogí por la cintura y le dije que la acompañaba a casa de sus abuelos pero ella decía que era tarde y que no le apetecía dormir allí, diciendo esto me besó torpemente en la oscuridad de la calle. La agarré fuertemente y le besé hasta que empecé a sentir como mi polla endurecía paulatinamente. Subimos a mi habitación en silencio para no llamar la atención del dueño y allí dentro dimos rienda suelta a nuestro furor. Le tiré sobre la cama y le bajé despacio los pantalones que escondía unos tersos muslos montañeros, piel depilada y suave. Sus bragas con dibujitos de gatos estaban empapadas y ese olor tan especial inundaba mis fosas nasales. Empecé a palpar con delicadeza sus labios por encima de la prenda citada y mis dedos se humedecieron con la viscosidad de su entrepierna. En un arranque de excitación se las bajó y me pidió que no me anduviera con rodeos, así que hundí mi mano despacito en su intimidad y noté el ardor más primario común en todas las criaturas, el sexual. Su clítoris endurecido se escurría a cada pasada y ella gemía tímidamente, a la vez buscaba mi bragueta palpando hasta dar con ella. Con una habilidad espasmosa, en cuestión de segundos se desembarazó del cinturón y metió su delicada y blanca mano dentro de mis calzoncillos jugueteando con mi pene para después liberarlo y comenzar a masturbarme con fuerza y rapidez. A todo esto yo dejé mi actividad digital y decidí que era hora de saciar mi sed y me dediqué con todo mi empeño en beber de las fuentes que manaban esa deliciosa miel femenina. Mi lengua trabajaba con profesionalidad, sobrestimulando aquel rosáceo juego de pliegues afeitados y ella de pronto se arqueó y cogiendo mi cabeza gimió ahora con más fuerza. "Me toca a mí" dijo ella cambiando de postura y me bajó los pantalones y se acomodó entre mis piernas. Cogió mi pene y lo empezó a lamer para preparar su boquita y comenzó a mamar como los corderillos de sus padres. No lo hacía mal del todo, pero al succionar me clavaba los dientes.
No le dije nada para que disfrutara también ella así que me concentré en el momento para gozar. Al cabo de un rato, que se me hizo corto me dijo que le dolía la boca y que quería que me metiera dentro de ella, pero no teníamos preservativos. Ella se rió y sacó de su bolso una caja. Me enfundé mi miembro y me situé encima de ella. Su cuerpo blanco se me antojaba como un delicioso manjar rural, como aquellos conejos con setas que comimos para la cena. Cogí mi polla y la introduje entre sus labios moviéndola hasta encontrar su vagina y de lo excitada que estaba me hundí en ella con facilidad. Comencé a moverme como mejor sabía, movimientos de cadera y llevando yo el ritmo. Pronto ella alzaba su pubis para notarme más y rozar su clítoris. Me envolvió con sus piernas y arañaba mi espalda. El sudor comenzó a brotar de mi frente y corría por todo el cuerpo. El suyo enrojecido parecía al borde del orgasmo hasta que la embestí con fuerza y comenzó a sonreír mientras me abrazaba fuerte. Salí de ella y me tumbé boca arriba. Mi pene seguía erecto y no me había corrido. Ella se percató y me dijo "levántate" y se puso a cuatro patas. "Hazme lo que quieras". Casi me corro al oír eso. Sin pensármelo saqué el preservativo ahora con sus mieles y lo tiré al suelo y me dediqué a lamer su ano de un tono un poco más oscuro que el resto. Introduje un dedo ahora, dos dedos después y con tres me dijo que no podía...Así que volví a empezar de forma más dulce hasta que me pedía que le metiera los cinco. En ese momento, con mi verga descubierta, libre de látex me introduje en su cavidad anal. Su esfínter aprisionó mi polla y una húmeda y caliente ternura lo acogió. Ella gritó, me dijo que le hacía daño así que la saqué y vi como el agujero volvía a su punto de inicio. Se la metí otra vez más despacio hasta que se lo dilaté. Entonces ella se movía frenéticamente masturbándose como una perra en celo. Era la primera vez que practicaba sexo anal y disfruté como nunca. Me iba a correr y le avisé y me pidió que lo hiciera en su espalda y un cuádruple surtidor de semen regó su anatomía de arriba abajo, llegó hasta la almohada. Ella con su culito dolorido se arrebujó entre las sábanas y me pidió que la abrazara. Dormimos toda la noche del tirón y al día siguiente desperté cuando ella estaba a punto de marcharse. Nos besamos, nos abrazamos y se marchó. Después me duché y bajé a desayunar al bar de la posada y mientras llamé a la familia para acordar una hora. El notario se comprometió a subir antes del mediodía así que hice tiempo yendo de compras. Media pata de jamón, un par de quesos y caña de lomo ahumada. La señora V. llegó con su cuatro por cuatro a la plaza de la iglesia, donde se encontraba la posada y me preguntó si había pasado bien la noche, le dije que sí, que había dormido del tirón e interiormente me dije "y he penetrado analmente a su hija". Me comentó que el notario llegaría en cuestión de minutos y así era, un joven de no más de treinta años con la carrera recién acabada conduciendo un Honda Civic. Nos saludamos formalmente, sin embargo la madre le dio un par de besos y le preguntó qué cómo estaba la familia. Nos dirigimos donde había desayunado y sin ningún contratiempo firmamos los papeles. Cuando nos disponíamos a marchar, de camino a los coches el notario dijo que esperáramos un momento que iba entrar a saludar a alguien. La madre entró con él y yo hice lo mismo, era la tienda familiar y allí estaba la hija sonriente. Salió del mostrador y besó al notario. La madre me dijo "los negocios de familia, el chico lleva saliendo unos meses con ella y por eso le llamamos, es bastante serio" Un escalofrío recorrió mi cuerpo e intenté que no se dieran cuenta. Me excusé de ellos educadamente y les agradecí su amabilidad. Nos despedimos y volví a casa con una frase que se repetía en bucle. "Hazme lo que quieras, hazme lo que quieras, hazme lo que quieras...".