La pobre señora del casero (03)

Después de los dos polvos mañaneros me quedé planchado. Peor le había ido al viejo casero, que iba a estar "fuera de funciones" durante por lo menos tres días. Así que cuando salió vaya uno a saber adonde, Rosalía había dejado a los dos varones de la casa, fuera de combate. Luego vino con Lorna. Y venían muy decididas...

La pobre señora del casero 03

Por Bajos Instintos 4

Bajosinstintos4@yahoo.com.ar

Después de los dos polvos que la señora del casero me había hecho echar, me quedé dormido. A su marido, el casero, le había ocurrido otro tanto, salvo que en su caso, Rosalía se había empeñado especialmente. Una hora de paja, que dejaron al viejo completamente despatarrado e inconciente.

Así que cuando salió, rozagante como siempre, sabrá Dios con quién se habría ido. De cualquier modo a mi me dejó en el séptimo cielo, y al viejo en el vigésimo quinto, esto es, despachado por varios días.

Yo, en cambio, tendría mejor suerte, dada mi juventud. "A la tarde vengo con otra amiguita, para jugar un ratito con vos" Y por lo que había aprendido de ella, yo sería el juguete.

De cualquier modo, a juzgar por la vez anterior que Rosalía trajo una amiguita, yo terminaría como si me hubieran pasado dos camiones por encima. Más aún, ya que estas chicas son más bien gorditas.

Y con estos pensamientos me fui sumiendo en el sueño.

Cuando me desperté, las chicas habían comenzado con sus jueguitos.

Me habían contado que en otra época las dos se ocupaban de poner fuera de combate al casero. Pero ahora estaba demasiado grande, así que cuando lo dejaban fuera de combate, el pobre quedaba durante varios días en estado comatoso.

Pero las chicas querían jugar, así necesitaban nuevas víctimas.

Rosalía estuvo un rato manoseando y chupando las tetonas de su amiga. Y cuando consiguió ponerla completamente en clima, me la soltó a mí.

Lorna es una chica bastante pervertida, y sabe como dar vuelta a un tipo. Yo ya me había hecho a la idea de que me hiciera una cubana, con esas tetazas que carga. Pero ella quería hacerme durarle más.

Así que empezó con su tratamiento de asfixia.

Mis recuerdos volvieron la época en que mi mami me hacía lo mismo. Me sentía perdido y chiquito entre aquellos fabulosos melones. Lorna me amasaba el rostro con sus voluptuosidades.

Rosalía se divertía locamente, viendo mis contorsiones bajo el dominio de las tetazas de Lorna. Luego de un ratito de esto, mi pija me dolía al punto de parecer a punto de explotar. Lorna seguía restregándome las tetas y aplastando mi rostro con ellas. "¡Lameme, chiquito, lameme!" me decía con jadeos roncos. Cada tanto me dejaba respirar un poquitito, pero yo obedientemente lamía.

"Es un buen esclavo" le comentó a Rosalía, que a concha bien abierta se masturbaba ante el espectáculo.

Luego de tres cuartos de hora volviéndome loco con este jueguito, Lorna se dispuso a darle los toques finales. Y empezó a hacerme una ardiente paja entre sus calientes tetonas.

Pero un poquito antes de hacerme correr, Lorna jugó un poquito más conmigo, que por entonces no atinaba sino a gemir y gemir.

En total me había hecho durar durante más de una hora, pobre de mi. Y cuando por fin me hizo correr, hice un enchastre.

Era mi tercer polvo en lo que iba del día. Y creí que ya estaba acabado, en el más literal sentido de la palabra. Pero evidentemente, Rosalía tenía otra idea, por el fulgor perverso de su mirada. Había llegado su hora.

A su vez le tocaba ahora a Lorna, tocarse en el sofá, viendo las cosas que me iba a hacer su amiga.

Con los ojos apenas entreabiertos vi la mano de Rosalía ocuparse de mi polla.

"Dale el super gualicho, Rosa", la instó Lorna "¿no ves como quedó el pobre?"

"No todavía" Rosalía seguía amasándome el miembro con mano suave pero decidida. Me pregunté qué sería eso del "supergualicho"

Mi polla, si bien había retomado en parte su tamaño, todavía no parecía el bravío tigre que había comenzado ese día. Pero, al parecer, de eso se estaba ocupando pacientemente Rosalía.

"Aunque esto va a tardar, Lornita, ¿por qué no me entretenés un poquito, mientras tanto, corazoncito?" Lorna captó la idea inmediatamente, "¿Querés mi lengua en el ordo, Rosi"?

Lorna, evidentemente, comprendía los deseos de su amiga, quien a su vez, comprendía los míos. Pronto la cabeza de mi polla recuperó ese picor tan rico, que se fue extendiendo todo a lo largo del tronco, que estaba listo y deseoso de otra batalla.

Cuando Rosalía, al fin, se enterró mi tranca en su ardiente caverna, aplastándome el rostro con sus tetones, tardé apenas unos minutos en correrme. "Ahora sí, Lornita, dale una cucharada del supergualicho. Mejor dale dos".

Yo pensé que por más supergualicho que me dieran, ya estaba acabado. Pero no conocía lo que se traían entre manos las chicas.

Pero dejaremos eso para el próximo relato.

Si quieres escribirme a bajosinstintos4@yahoo.com.ar , disfrutaré de tus comentarios. Hasta la próxima.