La playa -y IX-

Desenlace de la historia de dos amigas adolescentes que se inician en el nudismo en unas vacaciones de playa.

Al fin subimos a su dormitorio. Se sacó los vaqueros, los dejó en una silla y se fue desnuda al baño, diciendo “¡me estoy meando!”. Empecé a dar vueltas por la habitación, nerviosa, sin saber qué hacer. ¿Debía esperarla de pie, acostada, sobre la sábana, debajo, en pijama, sin ropa…? Ella estaba tardando pero me pareció oír correr el agua de la ducha. Me quité el vestido y me puse un pantalón corto gris, de punto, que se ajustaba con una cinta negra, pero no la camiseta de tirantes a juego. Me senté en la cama, abrazándome por las rodillas las piernas dobladas. Apareció Elsa con una  toalla enrollada sobre su cuerpo húmedo pero con el pelo seco y bien peinado. Se quitó la toalla, bajo la que no llevaba nada, vino a la cama, me hizo extender las piernas y me tiró del pantalón hasta sacármelo por los pies.

-La ropa está prohibida en esta cama –advirtió. Se puso a cuatro patas sobre mí y me dio un piquito. Me llegó un aroma de coco muy agradable.

-¡Qué bien hueles! –le dije. Yo me sentía sudada y no quería que eso estropeara las cosas, así que le pregunté-: ¿Te importa si voy a ducharme?

-Vale, pero no tardes.

Me levanté y ella cogió el móvil de la mesilla de noche. Me envolví en una toalla y antes de salir me giré y la vi tumbada, dando, con el dedo índice, toquecitos horizontales a la pantalla.

Me duché en un estado de gran ansiedad, preguntándome si Elsa también me debía esperar inquieta o estaría abstraída, con su iPhone. Cuando volví al dormitorio comprobé que había desechado una tercera posibilidad: se había quedado dormida. Estaba boca abajo, sobre la sábana, con un brazo doblado bajo la almohada y el otro extendido junto al cuerpo, y las piernas un poco separadas. Me saqué  la toalla, me tumbé junto a ella con cuidado, sin levantar la sábana, y me la quedé mirando entre decepcionada y encandilada. Tenía la cabeza vuelta hacia mi lado, con la melena desparramada, y respiraba profundamente con los labios algo abiertos, totalmente abandonada. Sólo rompían su uniforme bronceado las pequeñas marcas de bañador sobre su culo firme, que se elevaba altanero, redondito y apretado. Sentía ganas de estrujarlo y de acariciar sus piernas torneadas, y de atusar su mata de pelo y volver a degustar sus labios carnosos, tan cerca que estaba, en aquella noche silenciosa, pegajosa, de bochorno. Pero cerré los ojos e intenté conciliar el sueño, tumbada boca arriba, bien arrimada a ella, porque la cama era estrecha, aunque sin llegar a tocarnos ni un centímetro de piel. Sin embargo no podía. Mis ojos se abrían y se posaban en el techo, donde, proyectadas por un farol de la calle, oscilaban levemente las sombras de los pinos mecidos por la brisa. En mi mente se agolpaban los recuerdos del intenso día. En la playa quitándonos el tanga, dándonos aceite, bañándonos desnudas; Elsa duchándose a pelo en medio de la gente; el masaje en el jardín; Elsa marcando pezones en su sucinta camiseta; la cena con su tío, sin bragas; el juego de la verdad; el baño nocturno; Elsa perreando frente a la tele; Elsa recogiendo en topless… Elsa, Elsa, Elsa… ¡Qué húmeda me estaba poniendo!

Me acomodé de costado, dándole la espalda y flexionando las piernas, esperando dormir,  por fin. Pero en seguida oí un susurro detrás de mí:

-¿Duermes?

-No –contesté en el acto. Y noté como, inexorablemente, Elsa se abrazaba a mí por detrás. Sentí su aliento en mi nuca, su pubis pegado a mi culo, sus piernas acopladas a las mías y sus brazos enroscándose en mi torso, hasta que sus manos se posaron en mis pechos. ¡Uf! Mis pezones se endurecieron al momento y mi pulso se aceleró. Notar su cuerpo desnudo y cálido pegado al mío, ya sin excusas, ni dilaciones, sólo por el placer de hacerlo, era delicioso.

-¿Por qué no te giras? –musitó.

Y al girar, aunque entonces aún no lo sabía, mi vida dio un giro conmigo y nunca volvió a ser la misma.

Ya sin más palabras, al fin, tras la interminable espera, Elsa me abrazó con fuerza, encajando sus muslos entre los míos y apretándonos los senos mutuamente. Su boca se sumergió en la mía y nos besamos con pasión, entornando los ojos, mirándonos fugazmente, mutuamente complacidas, aliviadas… Mientras las dos culeábamos para frotarnos el sexo contra el muslo de la otra, Elsa se separó unos centímetros de mí, me cogió las manos y las colocó en sus pechitos. ¡Dios, tenía tantas ganas de tocar lo que había estado contemplando todo el día! Eran duros, firmes, pero tiernos y suaves. Sus pezones se ofrecían tiesos a mis dedos juguetones y a mi lengua y ella empezó a gemir muy bajito, cerrando los ojos bajo sus pestañas densas y amplias como abanicos de luto. Entonces me apartó una mano de su pecho y la llevó a su entrepierna, donde mi dedo curioso fue recibido por su sexo húmedo y palpitante. En un gesto simétrico ella también me estaba acariciando los pechos con una mano y masturbándome con la otra. Me hendía en la vagina su dedo corazón, llegando hasta el punto donde da más placer, mientras su pulgar describía pequeños círculos, estimulándome el clítoris. La miraba gemir, cada vez más fuerte, las mejillas encendidas, con su mirada esmeralda, ahora vidriosa, fija en mí como suplicando que acabara. Por fin se tensó y se corrió en mi mano, jadeando rendida, apretándome un pecho, entrecerrando los ojos en éxtasis, durante una pequeña eternidad…  Cuando su respiración se calmó me miró sonriente y me comió la boca a besos y, sin decir nada, hizo el gesto de pedir silencio con un dedo y se escurrió hacia abajo. Con una presión delicada me hizo tumbar boca arriba, con las piernas abiertas y flexionadas. No son fáciles de reseñar los siguientes minutos que pasé. Noté cómo un dedo de su mano derecha volvía a penetrar, experto, mi vagina mientras sus labios recorrían mi vulva y su lengua empezaba, poco a poco, a lamer mi clítoris, a la vez que la mano que le quedaba libre me acariciaba los senos y me pellizcaba los pezones, produciéndome múltiples escalofríos de gozo que recorrían eléctricamente mi columna. Su lengua y su dedo se iban acelerando y un ardor difuso me abrasaba por dentro. Deseaba que durara por siempre pero también deseaba, en contradicción, que finalizara cuanto antes. Y Elsa se apiadó de mí y no demoró más la explosión exultante en la que sólo podía culminar aquel crescendo , procurándome un orgasmo abrumador, que me hizo sentir como vuelta del revés, haciéndome arquear todo el cuerpo, a sacudidas, y gemir rendida, mientras las oleadas seguían llegando inacabables, sin que ella, torturadora, dejara de frotarme y chuparme. Cuando al fin la tormenta amainó Elsa subió hasta ponerse a mi altura y yo la besé agradecida, con ternura, con los ojos anegados en lágrimas.

Por un acuerdo mudo se dio la vuelta y fui yo, esta vez, la que la abrazó por detrás, fundiéndome con ella para encontrar el mismo aliento tranquilo, acompasado, que nos sumió, en un instante, en un sueño dichoso.