La playa y el sexo (parte 1)
Continuación de la historia con mi hermana Raquel en la playa. Intentaré que no pase tanto tiempo hasta publicar la segunda parte.
Como ya os conté en el anterior relato (Mi hermana me invita a descubrir su bisexualidad), estábamos viviendo unas vacaciones de ensueño. Aquel trío había sido fantástico, pero también tenía ganas de seguir disfrutando de Raquel a solas. Por eso, aunque me ofreció volver a llamar a la otra chica, esquivé la situación diciendo que ya lo veríamos más adelante. En su lugar, el día después bajamos a la playa. La tarde anterior la habíamos pasado tan excitados y agotados que no fuimos capaces de salir de la habitación del hotel, y ya iba siendo hora.
Honestamente, ir a la playa no debía tener ninguna connotación sexual. Simplemente seríamos una pareja más tomando el sol en la arena y bañándonos de vez en cuando. Coloqué la sombrilla, ella dejó un pequeño bolso y ambos extendimos nuestra toalla para tumbarnos. Y solo necesité ver a Raquel desvestirse y dejarse el bikini para olvidar todo lo anterior. Me excitó tanto que incluso me dio por pensar que ese conjunto era una talla menor de lo recomendado. No era normal que marcara tanto el culo y los pechos. Por eso, cuando ella se animó a tumbarse yo solo pude sentarme, obviamente en una postura que me permitiera disimular la erección. Mientras aislaba mi mente hice como que miraba el mar, estiraba un poco los brazos y me deshacía de la camiseta. No es que de pronto sintiera pudor ante mi hermana, con la de cosas que habíamos hecho. Pero tampoco quería que me viera como un baboso que siempre piensa en follar.
Pasado un rato, ya estaba lo suficientemente calmado como para tumbarme; Raquel tenía otros planes.
— Hermanitooooo…
— No me llames así aquí, delante de todo el mundo. Recuerda que estos días no somos hermanos, sino pareja.
Raquel se giró hacia mí con una cara de absoluta pervertida.
— ¿Qué más te da lo que piense esta gente? Si no los vamos a volver a ver en nuestra vida.
—Ya, bueno… Aun así, estos días no eres mi hermana, eres mi chica.
Ella se incorporó un poco y tiró de mi brazo, todo para poner mi oreja a la altura de su boca.
— Pero es que me pone mucho que seas mi hermanito —dijo susurrando, la muy perra.
Estaba claro que ella sí seguía pensando en el sexo. Y me gustaba que fuera ella quien tomara la iniciativa de forma tan decidida. En los siguientes quince segundos, pasaron por mi mente más de diez maneras de dar placer a Raquel allí mismo, sin cambiar de postura. Pero la chica había puesto un juego en marcha, y me excitaba más saber por dónde irían los tiros. Así que tomé la (como comprobaréis, sabia) decisión de seguirle el rollo.
— Bueno hermanito, ¿me echas crema solar por la espalda? No me gustaría quemarme y que tuvieras que estar el resto de las vacaciones sin acariciarme.
Se dio la vuelta, regalándome un primer plano de su culo y una imagen perfecta de sus pechos estrujándose contra la toalla. Mi erección volvía a abrirse paso dentro del bañador. Cogí la crema solar del bolso, mientras Raquel se deshacía de la parte superior del bikini. Para que me diera buena cuenta, levantó la mano todo lo que pudo antes de dejarlo caer sobre la arena. El siguiente paso era bastante fácil. Comencé echándole crema en los hombros, la espalda y el torso para quitarme las zonas no sexuales rápidamente. Aproveché su costado para frotarle los pechos con suavidad un par de veces. Raquel no decía nada, simplemente profundizaba en la respiración. Luego fui a las piernas. Subí lentamente de las pantorrillas hacia los muslos, con un destino que ambos conocíamos y esperábamos con dulce ansiedad. Subía y bajaba las manos, llevándolas cada vez más cerca de la ingle. Cuando avanzaban un poco más que en el movimiento anterior, mi hermana no podía evitar tensar los músculos.
Por fin, mis manos entraron en contacto con su entrepierna. Fui frotando con suavidad y metiendo mis dedos por dentro del bikini. Pasados unos segundos, cualquiera diría que Raquel se había bañado solo la vagina. Estaba realmente excitada, conocedora de que no pararía hasta provocarle un orgasmo. Cada vez frotaba más rápido, y algunas veces introducía uno o dos dedos. Que la gente de alrededor se diera cuenta (había que ser tonto para no hacerlo) ya no era una preocupación, sino un morbo añadido. Minutos después, las contracciones se hicieron evidentes. De la misma manera que ella llegaba al orgasmo, la toalla sufrió el ataque de sus manos que, de ser tela mala, hubiera tenido dramáticas consecuencias. Todo por no gemir en medio de aquella playa a todo lo que le daba la garganta. Quedó exhausta, y yo feliz de que el juego iniciado nada más aterrizar en el hotel aún no terminara. Se quedó tumbada en la toalla, en la misma postura que estaba. Yo lo hice de lado, mirando su gesto de placer. No es que sintiera una loca necesidad de ver qué cara tenía después de correrse, esa la conocía de sobra. La maniobra, de nuevo, tenía como objetivo disimular una enorme erección.
— Ha sido fantástico, hermanito —susurró—. Realmente sabes lo que me gusta.
— Sí, fantástico. Pero yo tengo una erección enorme y no lo tengo tan fácil.
Ella sonrió picarona.
— ¿Quieres que me encargue de ello?
— ¿De verdad me la chuparías aquí, delante de toda esta gente?
—No, tonto. Pero si te esperas un rato a que me recupere, nos metemos en el agua.
Así lo hicimos. Ella cerró los ojos y yo aproveché para aplicarme la crema que, desde esa mañana, ya no vería de la misma forma. He de reconocer que jamás he tenido una pareja tan compatible sexualmente como ella. Con ese pensamiento cerré los ojos, y creo que me dormí durante un rato. Lo siguiente que noté fue una especie de bulto rozándome el brazo y un beso en la mejilla.
—Hermanito —volvió a susurrarme al oído—, ¿nos bañamos?
Cuando abrí los ojos, el sol estaba mucho más alto de lo que recordaba. Definitivamente, me había dormido. “Menos mal que me he puesto la crema”, pensé. No tuve que decirle nada, simplemente asentí y me maravillé al recordar que sus pechos iban tan libres como les permitía su joven firmeza. Haciendo todo lo posible por despertarme (es complicado cuando tu cerebro acaba de arrancar y tiene toda la sangre en la entrepierna), Raquel se adelantó hacia el agua. Imaginad ese culo firme, visible prácticamente por completo y que el día anterior habías poseído con furia, caminando hacia el agua. Imaginadlo y ahora fijaros en la excitación que tenéis. Yo, obviamente, seguí ese culo como el perro que persigue un palo.
Dentro del agua, buscamos la zona más profunda y alejada de los demás que fuera posible. Alcanzamos un sitio donde apenas había bañistas, que nos cubría hasta el cuello pero aún nos manteníamos en pie. Iba a ser importante la estabilidad. Sin pensarlo, ella me rodeó el cuello con los brazos y me miró a los ojos. Tanto hablar de su culo y sus tetas que aún no había reparado en lo más bonito que tiene. Esa mirada infinita que te transporta a un mundo de paz, y te hipnotiza para ponerte completamente a su merced. Mi única opción era besarla pasionalmente, buscando continuamente su lengua, mientras mis manos encontraban sus nalgas y las estrujaban con fuerza. Sus pechos se apretaron contra mí hasta sentir lo mismo que un rato antes había sentido la toalla. Era un momento perfecto. Raquel volvió a separarse y a clavar su mirada en mí, esta vez mordisco en el labio inferior mediante. No hacía nada más, al menos que se viera. Bajo el agua, su pie derecho subió hasta mi cintura y fue bajando el bañador poco a poco. Por momentos lo tuvo un poco difícil, pues mi enorme miembro erecto dificultaba la maniobra. Pero fue capaz de llevarlo hasta las rodillas. Lo siguiente fue buscarlo con la mano y empezar a masturbarlo. Yo, siguiendo con el juego, la acerqué a mí y le dije al oído:
— Creo que va a ser el mejor polvo de mi vida.
— No sé, ayer hiciste un trío.
— Por eso, hermanita —su piel se erizó al oír esto último—. Hoy te tengo solo para mí.
Volvió a besarme y yo aproveché para subirla sobre mi pene, al tiempo que ella me ayudaba a orientar la entrada de su vagina y a apartar la tela del bikini. La fui penetrando con suavidad. Lo bueno del agua de mar es que nadie ve lo que está ocurriendo, pero todo el mundo se lo imagina. Una chica subida encima de un chico, luego está más abajo, luego más arriba, luego más abajo… Ahora sí, empezó a gemir. Aquello era demasiado y fue ella quien marcaba el ritmo de la penetración, balanceándose sobre mí. Cada vez más y más rápido. Me abrazó definitivamente y colocó su cabeza sobre mi hombro. Unas veces me mordisqueaba la oreja, otras decía guarradas entrecortadas por los gemidos. Así estuvimos un rato. Pudieron ser minutos u horas, perdimos completamente la noción del tiempo. Hasta que me susurró algo que jamás imaginé que escucharía.
—Quiero… Quiero que te… corras dentro de mí.
—Pero Raquel…
—No te preocupes —gemidos—. Tomo la píldora —volvió a parar para gemir—. Quiero sentir… toda tu leche corriendo dentro de mi cuerpo. He… —tuvo que hacer otra pausa—. He visto cómo te corres, y… lo quiero dentro de mí.
Aquello sí me puso a mil. Ahora era yo quien marcaba el ritmo. Mis manos subían y bajaban todo su cuerpo, y Raquel se dejó hacer. Solo gemía, apretaba sus uñas en mi espalda y esperaba la gran explosión. Poco a poco empecé a notar cómo mi cuerpo entero se tensaba, y de la punta de mi pene surgía el mayor chorro de semen que jamás haya producido. Todo acabó, obviamente, dentro de la persona que había compartido vientre conmigo años atrás. La corrida parecía no acabar nunca, y Raquel no pudo reprimir un gran grito que, seguro, hizo que mucha gente se diera la vuelta. Terminé hecho polvo. Aquel esfuerzo físico era demasiado incluso para mí. En cuanto el sexo había terminado, dejé caer a mi hermana y luché con todas mis fuerzas por rehacerme. No fue fácil. Para colmo, empecé a sentir un terrible escozor en la parte superior de la espalda. La muy cabronada me había clavado las uñas mientras se corría, pero estaba tan excitado que no me di cuenta hasta minutos después.
— Definitivamente, el mejor polvo de mi vida —dijo ella cuando recobró el aliento.
Yo volví a pegarme a ella para darle otro beso.
— El mejor —añadí, sonriendo.
—Por cierto hermanito, mientras me penetrabas como una bestia he visto que un poco más lejos hay una zona rodeada por rocas donde no hay nadie. Allí podríamos estar a nuestro aire.
Mi cerebro imaginó otras veinte formas de poseer a mi hermana en aquella zona.
—Sí, puede estar bien.
—¡Genial! Por cierto, no olvides subirte el bañador.
Soltó una carcajada tontorrona. Y ahí nos quedamos en el agua, disfrutando el uno del otro, de nuestros cuerpos y de nosotros mismos.