La playa -VI-

Continuación de la historia de dos amigas adolescentes que se inician en el nudismo en unas vacaciones de playa.

El restaurante que había encontrado estaba muy bien. Como la noche era cálida escogimos una mesa en la terraza, que se asomaba al mar excavada en la roca, junto a una pequeña cala. Compartimos un pica-pica de pescado, muy rico, y yo pedí lubina al horno. Guille se interesó por nuestros estudios y preguntó hacia dónde los queríamos orientar más adelante, y nos explicó brevemente en qué consistía su trabajo, algo muy aburrido sobre colecciones y tendencias en una editorial. La conversación se animó con la segunda botella de vino, que la camarera sirvió frunciendo el ceño porque nos debía ver muy crías. Nosotras habíamos empezado con Coca-Cola pero el Viña Esmeralda que bebía Guille, “un Penedès blanco, afrutado”, nos dijo, estaba muy bueno y nos pasamos al alcohol. Le pregunté a Guille si conocía mucho a mi madre.

-La conocí de adolescente. Mi hermana tenía un año más que yo y era muy sociable, siempre traía amigas a casa. Yo era muy tímido y no salía mucho, y siempre las veía. Tu madre era alta y rubia y me intimidaba bastante porque era muy guapa. Pero también era de las más majas y me llevaba bien con ella.

-Yo no soy tan rubia. Son los genes paternos.

-Pero eres más guapa que tu madre –interpuso Elsa.

-Bueno, ella ya es mayor.

-Vaya, ¡gracias!, yo tengo casi su edad –ironizó Guille-. Ahora debe hacer veinte años que no la veo pero de joven era preciosa. Tú te pareces pero eres como una versión mejorada –me dijo. Hice una mueca.

-Ahora no eres nada tímido, tío, ¿cómo es que entonces lo eras?

-La adolescencia es una época fascinante pero también dura. Yo tenía compañeros más fuertes, más altos, y un montón de complejos. En cambio vosotras no debéis tener problemas. Los chicos os comerán de la mano.

-¿Qué significa comer de la mano ? –preguntó Elsa.

-Que podéis hacer con los chicos lo que queráis porque estáis muy buenas.

-¡Bah, no te creas! –replicó Elsa-. Estamos bastante aburridas, por aquí.

-¿No salís con chicos?

-¿Qué chicos? –repliqué yo.

-No conocéis porque debéis estar siempre en la playa con la familia. Deberíais hacer vacaciones por vuestra cuenta.

-Si te oye mi madre… -advirtió Elsa.

Guille se sirvió otra copa y nos puso también a nosotras. Elsa se inclinó sobre él y, diciendo “qué desastre eres”, le quitó con la servilleta un trozo de comida que se le había enganchado en el labio y le limpió la mancha que había dejado. Mientras lo hacía vi el pezón del pecho izquierdo de Elsa aflorando por el escote amplio de la blusa y vi también la mirada de Guille dirigirse hacia allí. Aunque era un atisbo fugaz de algo que antes podíamos contemplar a placer, daba bastante morbo. Guille preguntó con una sonrisa boba:

-¿Entonces no tenéis novio?

-Eso es muy personal –contestó Elsa-. Si te respondemos tú también tienes que responder a algo así.

-¿Cómo qué?

-Uuuhm… ¿follas mucho con Roser?

-Vale. Menos de lo que me gustaría. Pero los niños te agotan.

-Eso es muy vago –objetó, sin rendirse, Elsa.

-Una vez por semana. No, algo menos. Dos o tres veces al mes. Menos en vacaciones, que… Pero basta, os toca a vosotras.

-Yo no tengo novio –atajé.

-Yo no tengo novio pero le tengo echado el ojo a alguien –repuso Elsa. Me dejó intrigada porque no me la había contado.

-¿A quién? –inquirió Guille.

-¡Un momento! Si vamos a jugar al juego de la verdad hemos de poner unas normas –propuso ella-. Tú preguntas lo mismo a las dos y luego cada una te hace una pregunta a ti. No se puede mentir ni dejar de contestar.

-Me parece bien –dijo Guille.

-Y a mí, pero esperad que tengo que ir al lavabo –añadí.

Los servicios eran grandes y lujosos, con un espejo que ocupaba toda la pared. Cuando salí de mi cubículo encontré a Elsa retocándose el peinado. Mientras me lavaba las manos me dijo:

-¿Has visto cómo te desnuda con la mirada?

-¿Quién?

- ¿Quién? Mi tío.

-Pero si me lleva treinta años.

-¿Y qué?, a todos los tíos les gustan las bollicaos.

-Pues yo creo que era a ti a quien le miraba las tetas.

-¿Se me ven? –preguntó estirándose el top hacia abajo y haciendo aparecer los pezones por el escote.

-No, si no te inclinas.

-Me divierte provocarlo.

-Pero es tu tío. Y Roser es un encanto.

-Es sólo un juego –dijo, mientras yo me agachaba a recoger una toalla de papel que había caído al suelo-. ¡Anda, guarrilla, si no llevas bragas!

-Sí llevo –mentí.

Pero Elsa se pegó a mí y me palpó por debajo del vestido, con una mano la cintura y con la otra el sexo. Me sonrió maliciosa y se marchó sin decir nada.

Ya en la mesa nos estaba esperando una tercera botella de vino.

-¿Nos quieres emborrachar? –preguntó Elsa.

-¿Esa es tu pregunta? –replicó Guille.

-No –dijo Elsa. Y añadió, haciendo una pausa-: Es ésta: ¿sabes quién no lleva ropa interior en esta mesa?

Miré a Elsa con ganas de estrangularla. Guille me observaba socarrón.

-Ninguna lleváis sujetador y, por la cara que ha puesto, supongo que Laia tampoco lleva bragas.

-Es correcto –respondió Elsa con regocijo. Yo contraataqué:

-Me toca a mí. ¿Le estabas mirando las tetas a Elsa cuando te ha limpiado la boca?

-Sí, pero es inevitable. Todo el mundo lo haría.

Callé, otorgando . Bebimos mientras él parecía planear su siguiente turno.

-¿Sois vírgenes?

Elsa y yo nos miramos, atónitas.

-¡Cómo te pasas! –dijo ella.

-Sin mentiras y sin renuncios. Son tus reglas… -advirtió Guille.

Elsa precisó:

-Si lo que cuenta es la penetración con el pene por un chico, soy virgen. Espero que no por mucho tiempo.

-Yo estoy igual –añadí escuetamente.

-¡Brindemos por el fin de ese estado! –levantó la copa Elsa. Choqué la mía y su tío hizo lo propio con expresión de guasa. Elsa le preguntó:

-¿Te masturbas?

-Se puede preguntar por temas no sexuales, también –protestó Guille.

-Ya, como haces tú, ¿no? Venga tío, ¿te haces muchas pajillas?

En ese momento vino la camarera a retirar platos y tomar nota de los postres. No sé si había oído a Elsa pero estaba muy seria. Las chicas le encargamos una tarta de chocolate para compartir -eso se pone en las caderas- y Guille sólo un café. Cuando se alejó la camarera confesó:

-Alguna que otra. ¿Y vosotras?

-No, le toca a Laia.

Supongo que el Viña Esmeralda estaba surtiendo su efecto, porque me sorprendí preguntando:

-¿Te masturbas con internet, con revistas, pensando en tu mujer o en otras chicas?

Elsa dijo “guau” y brindó con mi copa, posada en la mesa.

-Vale –dijo Guille–. Sobre todo pensando en otras chicas, en fantasías… Nadie se hace pajas pensando en su pareja. Mi pregunta es la de antes, ¿la recordáis?

-¿Si nos masturbamos nosotras? –dijo Elsa–. Yo lo hago constantemente. Una vez al día, por lo menos.

-Yo también –reconocí, lamentablemente poniéndome roja. Trajeron el café y nuestro postre y mientras lo paladeábamos hubo una tregua. Pero notaba la excitación en el rostro de Elsa y también en su tío. Al acabarse el vino Guille preguntó si queríamos más y le dijimos que no, y él se pidió un gin-tonic.

-Todos los puretas bebéis gin-tonic –acusó Elsa.

-Está bueno –respondió Guille. Cuando se lo sirvieron añadió-: Es de G'Vine, una ginebra deliciosa. ¿Queréis probarlo?

-Dame un sorbo –pidió Elsa. Pero bebió un buen trago. Me pasó la copa y también bebí. No me gustó nada. Mientras bebía Guille, Elsa preguntó:

-¿Le has puesto los cuernos a la tía alguna vez?

Su tío ni se inmutó.

-Una vez. Pero ella lo sabe porque lo hablamos y está olvidado.

Nos quedamos los tres serios.

-¿Laia? –me azuzó Elsa, recordando que me tocaba a mí. Denegué con la cabeza. Guille nos pasó el gin-tonic y bebimos de nuevo. Sentía el restaurante girar en torno a mí. Elsa tomó mi turno y preguntó:

-¿Te acostarías con una niña de quince años?

Guille no se descompuso y contestó:

-Ni de quince ni de treinta ni de cincuenta. Estoy con Roser y no voy a engañarla más.

-¿Pero si estuvieras soltero? –insistió.

-Quizá –dijo. Y se la quedó mirando, no sé si desafiante. Ya no me sorprendía nada-. Ahora me toca a mí. ¿Os lo habéis montado con alguna chica?

-Eso es lo que os pone a los tíos, ¿no? –observó Elsa-. Pues si te da morbo, ¡felicidades!, yo sí me lo he montado con una chica. –Su tío asintió varias veces.

-Yo no –dije maquinalmente. Y sin pensar, inquirí-: ¿Te atrae Elsa?

Elsa soltó una carcajada encorvándose sobre la mesa.

-¿Qué voy a decir?, ¡es mi sobrina! Siempre ha sido un bellezón –respondió, apurando su copa.

-Te has escaqueado un poco…  A ver, Laia no es tu sobrina –dijo Elsa mientras me pasaba un brazo tras la espalda y me alzaba la barbilla hacia él con la otra mano-, ¿no te acostarías con esta monada, si estuvieras soltero?

No sé si eso se oyó en toda la terraza. Porque me di cuenta de que habían apagado la música de ambiente y éramos la única mesa que quedaba ocupada. Dos camareros nos observaban envarados, con las manos tras la espalda, junto a la barra.

-Nos tenemos que ir –advertí.

Guille se levantó para ir a pagar, tambaleándose un poco. Nos levantamos tras él y yo también tenía que caminar lentamente, considerando cada paso. Elsa me dio la mano y seguimos a Guille hasta el coche. Cuando ya estábamos sentados y con el cinturón puesto, dijo él, apoyando la cabeza sobre el volante:

-¡Joder, no puedo conducir!