La playa, mejor en septiembre
La tranquilidad de la playa se vio alterada por Marta.
La playa, a mediados de septiembre, adquiere esa tonalidad entre gris y azul que le proporciona ese aire melancólico. Al haberse terminado ya las vacaciones de verano, éramos pocos los que, además de disfrutar de la playa, disfrutábamos de la soledad, del no estar codo con codo con desconocidos. No hacia falta pelear por una primera línea de playa donde poner el parasol. Todos los que estábamos en la playa nos reconocíamos el derecho a no tener que compartir el espacio. Quizás ese era el motivo por el cual distaban 50 metros entre bañista y bañista.
Me presentaré; mi nombre es Pedro, tengo 42 años y estoy separado desde hace tres. Trabajo en la sanidad por lo que mis horarios son un poco intensivos, sobre todo en verano que es cuando hace más falta el personal sanitario para cubrir los turnos de vacaciones de los compañeros. Por este motivo y, para ganar un sueldo extra, doblo turno y disfruto de mis vacaciones en septiembre.
Físicamente soy bien parecido. Mido 1,82 metros, peso 78 Kg y me gusta cuidarme, aunque no soy un fanático de los gimnasios.
Vivo en una pequeña ciudad de la provincia de Zaragoza y, al igual que muchos paisanos, tenemos la suerte de disponer de un apartamento en las playas cálidas de Tarragona.
Lo que os voy a contar, espero que con acierto, ocurrió de verdad este mismo año.
La comunidad donde tengo el apartamento es muy tranquila. Siempre habitado por familias que acuden año tras año a disfrutar de unas semanas de vacaciones. Y cuando llega septiembre, el edificio queda casi vacío. De esta manera, sólo tengo que compartir la piscina con algún extranjero despistado. Puedo leer y pasear sin molestar ni ser molestado. Hasta el portero de la comunidad aprovecha este tiempo para digamos relajarse de sus obligaciones laborales. Por este motivo, casi no se le ve el pelo. Y como hay la suficiente confianza, me da las llaves por si ocurre algo en su ausencia. Como es simpático, pues le encubro un poco.
Pues este mes de septiembre, estando ya en la playa desde hacia una semana, me encontré con Marta, la hermana de unos amigos de mi misma ciudad. Hacía tiempo que no la veía y, la verdad, el tiempo se había mostrado generoso con ella. Rubia, alta, lo que se dice una mujer escultural. Una mujer a la que le gusta cuidar de su cuerpo. Bien formada. Caderas anchas. Un culo que roza la perfección y unos pechos sublimes.
Sabía que había estado viviendo en el extranjero. Había conocido a un italiano y ni corta ni perezosa, se fue a Milán a vivir.
El encuentro fue casual, en la piscina.
Hola Marta, le dije. Cuanto tiempo sin verte. Como estás ?
Muy bien, respondió ella a la vez que mostraba una sonrisa. Y tú ?
Pues ya ves, disfrutando de la tranquilidad.
Vestía un bikini negro. El sujetador dejaba entrever unos pechos grandes, duros. Las braguitas, sin ser tangas, también insinuaban sus formas.
Estarás muchos días?, seguí la conversación.
Todavía estaré un par de semanas, respondió.
Seguí mi camino hacia la playa sin dar más importancia al encuentro.
Vivo en el segundo piso y Marta en el primero de la misma escalera.
Seguía con mis rutinas. Paseo temprano, desayuno en la terraza, lectura avezada, playa en función del clima, siesta y, por la noche, a buscar un buen restaurante donde deleitarme con un buen vino y un plato de pescado.
Al cabo de unos días volví a encontrarme con Marta, esta vez en el supermercado del barrio. Después de saludarnos, como siempre, le pregunté si le apatecía salir a cenar.
Sabía que estaba sola pues nunca la había visto con su supuesto acompañante italiano.
Porqué no, dijo Marta. Así hablamos un rato, que hace mucho tiempo que no se nada de ti.
Quedamos en que pasaría a recogerla por su apartamento a las 8.
No puedo negar que estaba un poco nervioso pues no esperaba que dijese que si. Pero que demonios, iríamos a cenar como dos amigos que hace tiempo que no se ven.
Después del afeitado y de la ducha me vestí de manera cómoda. Pantalón blanco y camisa negra.
Llamé a su puerta una vez. Otra. Una voz me respondió desde el interior.
Pasa, la puerta está abierta. Ponte cómodo, enseguida termino.
El apartamento, aunque pequeño, estaba decorado con gusto. Con pocos muebles, como a mi me gusta. Una tenue luz iluminaba la estancia.
Como no me gusta esperar sentado, decidí explorar la estancia. Las fotos y los libros dicen mucho acerca de una persona. Pude ver una fotografía de Marta con su hermana y su familia. En otra aparecía Marta con un hombre, esta vez en las pirámides de Egipto. Otra foto mostraba a Marta luciendo su estupendo cuerpo en una piscina.
Ves algo interesante?, preguntó una voz femenina a mis espaldas.
Pues si, la verdad es que si, respondí.
Y en estas que nos fuimos. Cogimos mi coche y nos dirigimos a un conocido restaurante de la zona con el objetivo de pasar una agradable velada.
La noche estaba muy tranquila, no hacia frío y el cielo, despejado, nos iluminaba con multitud de estrellas. Una de esas noches, poco frecuentes ya en septiembre, en las que apetece más pasear que no estar encerrado en un local.
Había poca gente, la verdad. Pudimos elegir mesa al lado de una gran ventana que nos proyectaba directamente sobre el mar. Al primer plato, suculento, siguió un segundo que no desmerecía para nada. El vino estaba en su punto. Como era de esperar, el alcohol, la buena comida, la música tenue de fondo y la compañía de Marta hicieron su efecto. Hablamos de casi todo. De los años de juventud en que coincidíamos en la playa con nuestros padres. De la época de universidad. De nuestras inquietudes. De nuestros sueños frustrados y de nuestros sueños jamás realizados. La velada estaba saliendo que ni pintada. Marta mostraba una sonrisa contagiosa. Una luz llena de vida acompañaba su mirada, el movimiento de sus manos, el asentir de su cabeza.
Pero llegó el momento de cerrar el local. Sin apenas darnos cuenta el reloj de la pared del restaurante mostraba las 4 de la madrugada.
Cómo pasa el tiempo, exclamó Marta.
Sí, respondí, es señal que nos lo hemos pasado muy bien .
Te apetece tomar una copa en algún local de por aquí cerca?, pregunté.
Claro, respondió Marta. Te enseñaré un pub que descubrí el otro día.
Qué suerte, pensé. Así podré disfrutar de su compañía un poco más.
Nos dirigimos a un local que después supe estuvo de moda durante todo el verano, con gran éxito por parte de los clientes. Pero como el turismo estaba ahora en horas bajas, la entrada no fue nada difícil.
La música era agradable, sin estruendos ni desafinos.
Nos acercamos a la barra del bar y pedimos un par de copas.
Pude ver como el camarero no le sacaba la mirada del escote y Marta se dio cuenta.
No pareció molestarle en absoluto. Es más, creo que cambió de posición para facilitarle la tarea al camarero.
Y no era de extrañar. Marta era del tipo de mujeres que llama la atención. Su modo de vestir, sin ser extravagante, le ayudaba a resaltar su feminidad.
Seguimos charlando y así fue como me enteré de su vida privada. Vivía en Milán, con su compañero, desde hacía 5 años. Trabajaba como decoradora y le iba francamente bien. Únicamente que estaba pasando por una pequeña crisis en su relación de pareja y había querido alejarse de todo para poder pensar más tranquilamente, sin agobios. Tomamos otra copa y me dijo: porqué no bailamos ?
Porque no, pensé. Y de inmediato nos fuimos a la pista de baile. Sólo había otra pareja bailando. La música derivó de la típica música disco a algo más melodioso con lo que, como era de presagiar, terminamos bailando abrazados.
Después de un par de canciones se abrazó más a mí y dejó reposar su cabeza en mi hombro. Noté una sensación de bienestar que no creía recordar. Un aroma de perfume invadió mis sentidos y noté sus pechos, duros, pegados a mi cuerpo. En estas que noté una erección que intenté disimular separándome un poco de Marta. Ella reaccionó uniéndose a mí todavía más. La erección iba en aumento y ya no sabía que hacer para hacerla menos evidente. Al unísono, la respiración de Marta se hacía más rápida y hasta creí oír un gemido muy apagado.
La verdad es que tenía unas ganas locas de follármela pero no había notado yo ningún signo que ella estuviera pensando en lo mismo así que, para evitar malentendidos y pasar un mal rato con mi erección le dije al oído:
No crees que deberíamos irnos ya ?
Marta se separó de mi cuerpo y mientas me daba un cálido beso en los labios dijo: Tienes razón, se está haciendo muy tarde y mañana no nos podremos levantar.
Cogimos el coche y ya de vuelta a casa mi mente no paraba de pensar en Marta y de cómo había transcurrido la noche. De vez en cuando la miraba. Estaba sentada a mi lado y como la ventanilla del coche estaba bajada, el viento ondeaba su rubia melena. A su vez, me miraba y sonreía.
Una vez ya en el aparcamiento salimos del coche y empezamos a andar hacia la puerta del edificio. Sin esperarlo, Marta se colocó a mi lado y me cogió de la mano.
Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien. Otra sonrisa cautivó mis pensamientos.
Ya en la puerta de su casa le dije:
Pensaba que podríamos tomar una última copa.
Sonriendo, como siempre me dijo:
De acuerdo. Pensaba que no me lo pedirías nunca
Fue como la señal que me liberaba de mis temores e indecisiones. Entramos en su apartamento y, al unísono con el ruido de la puerta al cerrarse, nuestros cuerpos volvieron a unirse, nuestros labios a besarse. Nuestras lenguas iniciaron una danza frenética que incrementaba nuestras respiraciones. La pasión invadía el aire. Mis manos acariciaron sus pechos por encima de la camiseta y pude notar como sus pezones respondían alegremente al estímulo. Al mismo tiempo, Marta echó la cabeza hacia atrás y empezó a gemir. Mis manos, ahora, viajaban por debajo de su camiseta. Esta voló por encima de sus hombros para descubrir un sujetador negro, sencillo pero que adornaba perfectamente aquellos pechos sublimes. Poco tardó el sujetador en seguir a la camiseta. Entonces besé, chupé y mordí aquellos pezones, grandes, sensibles y duros. Sin quererlo, había descubierto una zona erógena de Marta. Me pedía más y más
Mi erección iba en aumento, ya sin poder ni querer limitarla.
Mi pene mide 22 cm en erección y es bastante gruesa para alegría de las mujeres que me han conocido en la cama.
Su mano se dirigió a mi entrepierna y empezó a acariciar mi miembro. Qué gustó sentí
Desabroché los botones del pantalón y con la ayuda de Marta rápidamente quedaron en el suelo. Un tanga negro cubría aquello que yo más deseaba.
La cogí en brazos y la llevé hasta su habitación.
Marta sonreía en mis brazos.
La dejé suavemente en la cama. Le separé las piernas y también el tanga desapareció.
Un pubis depilado conservaba únicamente un pequeño triángulo rubio, perfectamente cuidado. Me arrodillé y dirigí mi lengua a acariciar aquel botón que por aquel entonces ya resaltaba de entre los labios menores. Para que decir que Marta estaba ya completamente húmeda, con un hilillo viscoso que le bañaba el ano.
Esta visión me puso a mil. La lengua jugueteaba con el clítoris y un dedo se adentró en la vagina de Marta para explorarla.
Marta jadeaba sin parar y su vientre se movía sin control. No cabía duda que aquel masaje con la lengua la llevaba directamente al orgasmo.
Después de un dedo, otro. Al final tres dedos entraban y salían del coño de Marta sin más problemas. Mientras, ella se masajeaba los pechos.
Mas no quiso acabar.
Me tumbó boca arriba en la cama y, sin darme tiempo a reaccionar, ya se había metido mi polla en la boca. Mientras acariciaba el glande con su lengua, con una mano me masturbaba frenéticamente. Estaba completamente fuera de si y si no podía frenarla acabaría corriéndome en su boca. Estaba a punto de estallar. Ella lo notó por mis repetidos esfuerzos por alejarme de su boca. Alzó la vista y dijo:
Quiero que te corras en mi boca
Fue la señal de rendición. Los músculos de mi pelvis se contrajeron con fuerza mientras Marta no dejaba escapar ni una gota.
Pocas mujeres me lo habían permitido antes y me daba mucho morbo.
Lejos de perder mi erección observé como mi pene se mantenía erguido, con ganas de dar placer a esa mujer voluptuosa y amante del sexo con quien estaba compartiendo la noche.
La puse a 4 patas (esta posición me excita aún más si cabe) y de un golpe, la penetré hasta el fondo. Otro gemido salió de la garganta de Marta. Después, mientras entraba y salía de su coño la oía gritar:
Fóllame, así, más fuerte. Hazme sentir una puta.
Oooooooh! Me encanta como me follas.
Mientras, se acariciaba el clítoris.
Me di cuenta que su primer orgasmo estaba por llegar y bombeé con más fuerza. Marta empezó a contraer su pelvis a un ritmo endemoniado. Después se detuvo, arqueó su espalda y se relajó. No podía consentir que aquello acabara de esta manera. Seguí follándomela con intensidad. Volvió a ponerse a 4 patas, ahora con la cabeza recostada en una almohada. Jadeaba sin cesar. Su imponente culo estaba ahí, a mi alcance. Estaba lubricado ya desde las primeras embestidas.
Mientras me la follaba introduje un dedo en su ano. Fue una maniobra que, sin duda, no esperaba. Dio un respingo que fue seguido de otro orgasmo. Más intenso que el primero. Después introduje un segundo dedo. Su culo lo aceptó sin duda alguna. Fue la señal para sacarme polla de su coño y apoyé la cabeza de mi glande en su ano. Marta se dio cuenta y se abrió todavía más de piernas para facilitar la penetración. Un empujón y ya estaba dentro.
Marta gritaba de placer, seguía gimiendo.
Incrementé mi ritmo de bombeo pues también noté como mi segunda eyaculación estaba en camino.
La culminación del polvo fue memorable. Marta gritando que la follara más fuerte. Mi leche desparramándose por su culo, inundando su coño.
Al darse cuenta de mi corrida, Marta se dio la vuelta y se metió otra vez mi pene en la boca. No dejó escapar ninguna gota.
Me abrazó y me besó en los labios. Esta vez con más ternura que pasión.
Había amanecido ya.
Rendidos por el esfuerzo nos acostamos. Y, abrazados, un profundo sueño nos invadió.
Eran poca más de las 4 de la tarde que me desperté. Marta seguía allí, a mi lado.
Como no, con una sonrisa adornando su cara.
La besé en la mejilla y en un papel dejé una nota:
Gracias por esta noche de amistad y de pasión. Cuídate mucho y suerte.
Pedro.