La playa -II-

Continuación de la historia de dos amigas adolescentes que se inician en el nudismo en unas vacaciones de playa.

Aparté todos estos pensamientos y me tumbé en mi toalla, boca abajo. Apoyé mi cabeza en los brazos cruzados e intenté recordar cuántos temas tenía que estudiar para la convocatoria de septiembre. Entonces noté cómo Elsa se sentaba a horcajadas en mi culo, diciendo:

-Ahora te toca a ti.

Me cubrió toda la espalda de aceite y empezó a masajearme las cervicales, con energía pero delicadeza. Sentí un escalofrío bajando por la columna.

-¡Qué bien lo haces, no sabía que sabías dar masajes! -le dije.

-Tengo muchos golpes secretos -contestó.

Entonces giré mi cabeza hacia el otro lado y vi que había dos chicos del grupo cercano tumbados boca abajo y observando atentamente lo que estábamos haciendo. Me volví para mirar a Elsa, retorciendo el cuello, y la vi allí despatarrada sobre mi culo, con el cuerpo lustroso de aceite, las mejillas arreboladas y los ojos brillantes. Me preguntó:

-¿Por qué sonríes?

-Porque estás muy guapa y hay un par allí que no se pierden detalle.

-Me da igual, que disfruten los pobres…

Pensé que tenía razón, así que decidí cerrar los ojos, olvidarme de todo y relajarme. Elsa cogió más aceite y me lo puso en manos y brazos, bajando luego por los costados hasta mis caderas. Al hacerlo rozó la parte lateral de mis senos, que estaban aplastados contra la toalla. Me pregunté si se habría dado cuenta pero me di por contestada cuando repitió el movimiento a la inversa (desde las caderas hasta las manos) e introdujo los dedos por debajo de mis pechos, hasta casi tocarme los pezones. Luego repitió los dos movimientos varias veces pero mucho más lentamente y sin esquivar el pecho. Después volvió a las cervicales y me masajeó toda la espalda con más presión.

-¿Te hago daño? –preguntó.

-¡No, al contrario!

Se corrió hacia atrás y quedó entre mis piernas, me cogió de los tobillos y me las separó con desfachatez. Sentía mi sexo expuesto al aire y a su mirada. Al amasarme el culo mis caderas iban adelante y atrás y mis partes se restregaban contra la toalla. Cogió más aceite y empezó a hacer pasadas desde la cintura a la punta de los pies.  Me acariciaba la parte externa de las piernas y los pies al bajar y la interna al subir. Cuando llegaba a mi sexo no se cortaba y deslizaba los pulgares  por los labios de la vulva. Como antes en la espalda, cada vez iba más lenta y se recreaba más en los movimientos. Cuando sus manos iban subiendo lentamente por la parte interior de mis muslos sabía que me iba a tocar allí , como inadvertidamente, y la espera era angustiosa, a la vez que deliciosa. Mi respiración era intensa y mi corazón latía acelerado. Cada vez estaba más húmeda. Me sentía fundida y rendida bajo sus manos. Oí la pedorreta del tubo de aceite, que Elsa se ponía en una mano, y, de pronto, pareció leer mi pensamiento y empezó a tocarme donde más lo deseaba. Me untó todo el sexo, sobre todo por fuera pero introduciendo un poco el dedo corazón, deslizándolo suavemente de atrás a adelante hasta rozarme el clítoris, por unos segundos. Creí que me moría de gusto.

-¿Me estás metiendo mano? –le dije, arrepintiéndome al instante porque, en el fondo, quería que siguiera.

-También hay que proteger eso.

-Pero ya me había puesto yo –añadí, estúpidamente.

-Sí, pero así es más divertido.

Me giré y la miré intrigada para ver qué cara ponía. Se expresión era pícara. Pero al verme seria se puso también seria y, sin decir nada, se incorporó y se tumbó a mi lado, en su toalla.

Estuvimos calladas, tomando el sol, yo boca abajo y Elsa boca arriba. Se oía el rumor de las olas rompiendo en la orilla y el de las copas de los pinos al ser agitadas por un ligero viento. La excitación ya había cesado y mis fluidos habían dejado de correr pero mi cerebro seguía confuso. Elsa se había mostrado atrevida y a mí me había deleitado. Pero era una chica y era mi amiga y nunca había pensado que me pudiera atraer físicamente. Y ella tampoco había dado señal alguna, hasta entonces. ¿Bastaba con quitarse un diminuto trozo de tela para que todo cambiara así?

-¡Qué calor hace!, ¿no? ¿Nos vamos al agua? –me preguntó. Asentí y me incorporé para ponerme el tanga-. Deja eso, no seas tonta –advirtió, ya de pie.

Sin darme tiempo a pensarlo mucho me cogió de la mano y me levantó. Nos soltamos el pelo, que nos habíamos recogido para broncearnos, y caminamos hacia la orilla en cueros. Ahora sí que me sentía observada por todo el mundo. Nuestros vecinos, desde luego, se volvieron al vernos pasar, incluida la chica. Hasta los gays nos miraban curiosos. Supongo que no solía verse a chicas tan jóvenes por esa playa. Y, aunque me esté mal el decirlo por la parte que me toca, ya éramos dos adolescentes bastante apetitosas. Me zambullí en seguida para acabar con el bochorno. Elsa entró en el agua más calmosa, detrás de mí. Nadamos un poco, mar adentro. Sentí el agua deslizándose por todo mi cuerpo, también por mi rajita, y resultaba muy gustoso. No notar ningún contacto de ropa sobre la piel producía sensación de libertad, sobre todo en el agua. Nos quedamos flotando, una frente a otra, en medio de la nada, de un silencio sólo quebrado por algún chapoteo. El agua estaba limpia y trasparente y veía el cuerpo morenísimo de Elsa, con su falso bañador rutilante, agitando las piernas ligeramente para no hundirse. Desde que me había tocado el sexo apenas habíamos intercambiado unas pocas palabras. Suspendidas en el mar, en aquel paisaje tan tranquilo, la tensión entre nosotras era evidente.

-¿Estás enfadada conmigo? –preguntó.

-No, ¿por qué?

-Porque te acaricié antes, al darte el aceite.

-No.

Se quedó callada, mirándome, esperando que dijera algo más.

-En el fondo me gustó. Sólo es que no me lo esperaba. Yo… nunca…

-Nunca te había tocado una chica ahí , ¿no?

-No, ni ahí ni en ninguna parte, menos en la espalda, cuando me pones aceite en la playa… ¿Tú te has enrollado con alguna chica?

-A mí me van los chicos pero este curso, con una compañera… Me quedaba a dormir en su casa, para estudiar y… Bueno, yo iba a su cama, nos fumábamos un porro, nos quitábamos la ropa… Ya sabes, trasteábamos en Internet y nos reíamos mucho. Acabábamos muy calientes y nos masturbábamos, primero cada una a sí misma, hasta que un día nos lo empezamos a hacer mutuamente.

-¿El qué?

-Pues el dedito, ya sabes…

Ella estaba ahora muy seria, como avergonzada. Yo estaba callada pero no escandalizada, más bien excitada. Añadió:

-Pero yo  quiero ser amiga tuya, no temas que me vaya a abalanzar sobre ti.

Nadé hasta ella y le di un beso en los labios, justo un piquito. Fue mi manera de decirle que no estaba preocupada y que no iba a dar un bote al menor contacto físico. Le dije:

-No tengo ningún miedo, no te preocupes.

Y fui nadando hacia la orilla, repitiendo mentalmente mi última frase, pensando si había zanjado el tema, tranquilizándola, o si había sido ambigua. Salí y me tumbé en la toalla, boca arriba. Daba mucho gusto tomar el sol completamente empapada. Elsa vino en seguida y se tumbó también.