La playa -I-

Dos amigas adolescentes se inician en el nudismo en unas vacaciones de playa.

Una mañana mi amiga y yo bajamos pronto a la playa, por el camino que cruzaba el pinar desde la casa. Nos sentíamos ligeras y contentas. Sólo llevábamos las toallas y lo justo de ropa: sandalias, tanga y camiseta de tirantes, sin sujetador. Elsa tenía quince años, como yo. Nuestras madres eran amigas de la infancia y habían alquilado dos casas contiguas en la Costa Brava, muy cerca del mar. Elsa y yo congeniamos en seguida y siempre andábamos juntas. La playa que frecuentábamos era una pequeña cala de arena gruesa y aguas cristalinas, encajada entre un acantilado y unas rocas que la separaban de otra cala que era nudista. Nosotras íbamos siempre a la textil pero nunca nos poníamos la parte de arriba del bikini. Ya salíamos de la urbanización sin ella. Y lo que llevábamos abajo no cubría gran cosa. Mi pequeña braguita, de rallas azules y blancas, dejaba más de media nalga a la vista y lo de Elsa eran dos triángulos negros de lycra, el de atrás mínimo, anudados en las caderas. Nunca hubiera ido así con los chicos de mi clase pero allí no nos conocía nadie. Aquel día pegaba el sol muy fuerte. Estábamos tumbadas boca abajo, aplatanadas. Elsa se estaba bajando la cintura del tanga para que no le quedara marca. Se la puso casi en los pliegues de las nalgas. Cuando vio que yo hacía lo mismo me dijo:

-¿Para estar así, por qué no vamos a la nudista y nos lo quitamos del todo?

Yo le dije que tenía razón y también lo había pensado pero que no me atrevía a proponérselo. Era algo que siempre me había dado morbo.  Nuestros padres nunca perdían la ocasión de burlarse de los que iban “con el culo al aire” en la playa de al lado. Si venían ellos no íbamos en tanga sino con algo más tapado. Y siempre nos preguntaban por qué teníamos que andar enseñando las tetas. Pero esos días no estaban porque se habían ido de viaje, las dos parejas juntas y nuestros hermanos pequeños. Nosotras nos habíamos quedado solas, en el pueblo, para estudiar. Yo me había instalado en la casa de Elsa, que era algo más grande. Aunque no estábamos estudiando mucho.

Cogimos las toallas y cambiamos de cala. Había una chica por cada cinco chicos, en la zona nudista. Y de ellos, la mayoría eran gays. También había gente en bañador. Nos colocamos al fondo de todo, donde empezaban los pinos, para no estar muy expuestas. Pero había un grupo de adolescentes, tres chicos y una chica, que se fijaron en nosotras nada más llegar y no nos quitaban ojo. Ellos iban completamente desnudos y la chica iba en topless, con una pequeña braguita. Nada más tumbarnos, aún vestidas , nos miramos y nos reímos la una de la otra. Nos habíamos visto desnudas mutuamente en la casa, alguna vez, pero ahora estábamos cortadas. Ya no me parecía tan buena idea. Yo nunca me había desnudado del todo en la playa y creo que Elsa tampoco. La verdad es que estaba un poco húmeda por la excitación de ver y ser vista pero, por suerte, la calentura no se me notaba como a un chico. Por fin nos quitamos el tanga, casi a la vez, descubriendo los felpuditos. Ambas teníamos el vello púbico negro y lo llevábamos algo recortado.

-Habrá que protegerse ahí -dijo Elsa, sonriendo y cogiendo el tubo de ISDIN.

Las dos nos untamos  el pubis y nos tumbamos boca abajo. Elsa tenía muy buen tipo, parecido al mío: teníamos el pecho aún pequeño, aunque el mío más relleno y redondo, y el culito duro, el suyo muy respingón. Yo era un poco más alta y esbelta y algo más rubia. Pero ella tenía unos ojos verdes y unos labios carnosos que no pasaban inadvertidos. Lo cierto es que éramos una pareja algo atípica, en aquel contexto tan masculino, y el grupito de adolescentes nos estaba escaneando . A mí la sensación de no llevar nada encima me parecía estimulante pero también sentía algo de vergüenza. Por eso cuando Elsa me pidió que le pusiera protector por la espalda no sabía qué contestarle.

-Si siempre lo haces -me dijo al ver que me quedaba callada.

-Ya, pero sin el chocho al aire -le contesté.

-Venga, no seas cursi. Luego te pongo yo a ti.

Me levanté procurando no mirar a nadie, para no ver si me miraban. Me senté junto a Elsa, dejé caer un chorrito a lo largo de su espinazo y empecé a extendérselo. En ese momento tenía la cabeza hecha un bombo. Sentía la sangre palpitar en mis mejillas y me sudaban las manos. Alcé la vista, tímidamente, y vi que la gente en derredor nuestro iba a la suya y no había nadie mirando, por lo menos descaradamente. Eso me dio confianza y cubrí toda la espalda de Elsa, con varias pasadas. Ella dijo:

-¡Qué gusto, dame también por el culo y las piernas!

Eso ya era más nuevo, yo nunca le había tocado el culo a Elsa ni a ninguna chica (pero sí a un noviete que había tenido en el instituto, junto con otras zonas de su anatomía). Para seguir, tenía que cambiar de posición. Miré hacia el grupo de adolescentes y no estaban en las toallas, se habían metido en el agua. Tampoco en el resto de la cala parecían pendientes de nosotras. Me levanté, di un paso hacia los pies de Elsa y le dije que abriera un poco las piernas para ponerme entre ellas y aplicarle el protector. Empecé por los pies y los tobillos y fui subiendo. Me daba corte frotarle las nalgas, sobre todo porque veía el final de los labios de su vulva y un poquito de vello asomar entre ellas y no quería rozarlos. Las piernas de Elsa estaban suaves, sin un solo pelo, pero tersas y fuertes y acababan en su culo redondito y firme, con la braguita del bikini dibujada casi en blanco en la parte de abajo. Me demoré un rato en ellas, esquivando sus zonas más íntimas cuando alcanzaba la parte interior de sus muslos, que estaba aún más suave. Ella respiraba pausadamente, como en un sopor, creo que complacida, y yo he de confesar que no podía evitar sentir cierto placer al palpar aquellas extremidades tan bien conformadas.  Por fin me decidí a dejar caer sendos chorritos de aceite en la cumbre de cada una de sus nalgas y a proceder a esparcirlos. Posé las dos palmas sobre cada cachete y los noté calientes y resbaladizos, porque ella ya se había untado antes. Empecé a extenderle el protector, simultáneamente en los dos lados. Hice un buen trabajo, sin olvidar ni un centímetro y creo que, por accidente, le rocé un poco la vulva. Ella separó instintivamente las piernas. Creo que Elsa estaba sintiendo placer y yo, desde luego, lo compartía. Desconcertada, le di un sopapo en la nalga y dije:

-Bueno, ya está.

Pero ella protestó:

-¡Nooo, dame un poco más, lo haces genial!

Al decir esto abrió un poco más las piernas, como invitándome a ser más osada. Y yo tenía ganas de serlo aunque me pareciera algo extraño. Que nadie se confunda: no soy una mojigata ni una homófoba ni nada de eso. Pero, aunque sé reconocer la belleza cuando la veo y sabía que Elsa era una chica muy sexy, que captaba siempre las miradas de los chicos, yo nunca me había sentido atraída por ella ni por ninguna otra mujer. Estaba siempre viéndole los pechos y el culo en la playa, y le había visto el pubis alguna vez en el cuarto de baño de su casa, pero nunca pensé que pudiera excitarme de esa manera. Sin embargo, tocar su cuerpo reluciente, calentito y completamente desnudo, arrodillada entre sus piernas, me estaba resultando turbador. Volví a dejar caer un chorrito de protector a lo largo de su espalda y al llegar al culo le dibujé una o achatada, una mitad en cada nalga. Estaba ya muy pringosa y mis manos se deslizaban sin resistencia por sus hombros, omóplatos, cintura y caderas. Le extendí la o del culo abriendo mucho mis manos y alcanzando, de refilón, los labios mayores de su vulva. Ella emitió un gemidito y volví a hacer otra pasada llegando un poco más lejos, más adentro, percibiendo una humedad que seguro que no era del protector. Mi sexo estaba para entonces también húmedo y mis pezones se habían puesto duros. Justo entonces volvía a la arena el grupo de adolescentes que estaba cerca de nosotras. Vi que la chica se había bañado sin la braguita del bikini, seguramente para no llevarla mojada. Era algo mayor que nosotras, un poco regordeta, pero tenía unos pechos muy bonitos y era bastante mona de cara. Los chicos venían pegándose en broma y dando brincos, con sus penes  encogidos por el baño. Dos de ellos eran altos y musculosos, realmente atractivos. Entre lo que veía y lo que estaba tocando me sentía bastante encendida. Me hubiera gustado masturbarme, en aquel preciso momento, o mejor que me hubiera masturbado uno de aquellos chicos. O quizá…