La playa, el fregadero, el Bigotes y a callar (2)

Desnudo boca abajo entre la arena y el sol, rezaba para que los que se acercaban no fueran mandos de la Armada.

La playa, el fregadero, el Bigotes y a callar. Dos.

La playa.

Ellos se acercaban hacia mí sobre la orilla brillante, desierta. De seguir su trayectoria, pasarían sin remedio a unos metros por delante de mi despelotado cuerpo sudoroso. Pero no lo hicieron.

Eran muy maduros para ser simples reclutas: me temí lo peor. Llevaban las grises camisas colgando sobre el hombro –muy anchos esos hombros para ser "Spanish". Sí: la brisa me trajo retazos de una conversación anglosajona.

-... bullshit, man...

-...no kidding... horney like a roast chick...

O algo así.

En el punto preciso de su camino en que debían pasarme de largo, vi, muerto de miedo, que se pararon, me miraron, me señalaron con el dedo, hablaron algo en voz baja y, saliendo de la orilla del mar, se dirigieron hacia la sombra de mi pino.

Yo escondí la cabeza, encomendándome a las santas avestruces. Imaginaba la vergüenza más internacional y conflictiva de mi vida: yo allí boca abajo, con los muslos abiertos y sudados, con mi ano –menos mal- cubierto de esos pelos negros que me caracterizan, ante aquellos hostiles mandos de la US NAVY.

La arena que levantaban sus pasos enmudeció de repente muy cerca de mi espalda. Estaban mirándome. Algo no encajaba: llevaban medio minuto en silencio. Yo fingía una respiración profunda –ja-, como si pudiera engañar a alguien.

-Geez, whatta hairy butt.

-D’ya think he’s an officer?

Así farfullaban sobre mis temerosas nalgas cuando, asombrosamente, sentí aproximarse un soplo de aire caliente, muy caliente, por entre mis muslos, justo hacia el centro del agujero peludo: el americano me creía realmente dormido y me estaba... ¡oliendo el culo! El otro le decía:

-C’mon!

¡Qué alivio! –pensé. Esto prueba que no son oficiales, sino marineros. Y, sin darme cuenta -¿o sí?-, retocé y me removí como si soñara, hasta conseguir rozar con la punta de mis pelillos anales la sonrosada nariz del atrevido americano.

-Look out! He’s awake!

Aquello me hizo ronronear como gato encelado. Mi polla comenzó a taladrar la arena tibia que, bajo mis 85 kgs, se abría con suavidad.

-You fag, let’s go!

Pero una lengua –lengua inglesa- hizo contacto con mi carne más íntima. Se metió resuelta por entre mis glúteos dormidos y llegó, como un látigo de fuego, despacio y temblorosa, hasta el orificio anal defendido por mi vello rizado. Pero era una débil defensa y una fácil victoria enemiga.

Seguí ronroneando para hacerles creer que estaba siendo víctima de uno de esos frecuentes sueños eróticos que suelen darse a diario entre los reclutas. Me daba lo mismo que lo creyeran o no. Y creo que a ellos también.

Porque la lengua del americano, que empezó tímida como una novicia, se soltó la melena de pronto, como toda una experta trabajadora de la Quinta Avenida, haciendo arder el blanco de mi diana, o el negro agujero de mi entrenalga, y yo, sin importarme ya nada una mierda, me retorcí, apretándome contra la anglosajona boca.

-Look at the fag! He likes it!

-Wanna screw’im up.

-No! Whattif he’s an officer?

No sé qué decían pero una polla joven y dura, y caliente, y ancha, y enorme como un salami, se me aposentó sobre los entremuslos, y el peso de un cuerpo jadeante me aplastó contra la arena quitándome el aliento.

Bajo aquel sol de la tarde y aquel miembro enorme que se rozaba con fuerza sobre el canal de mi culo, el ano se me dilató furioso de placer, pidiendo a gritos un bocado de aquel grueso chorizo casi babeante.

Siguiendo con mi farsa, levanté como ensoñado toda mi grupa poderosa para lanzar el internacional mensaje de: ¡fóllame ya!

-He’s gonna wake up! Go, go!

-Oh, shit!

Algo sucedió en sus reducidos cerebros que les hizo huir despavoridos. Me dejaron a medio cocer, jadeante y picajoso, con un cráter bajo el vientre de donde a punto estuvo de brotar petróleo.