La playa
Dominación pública en la playa
Fue terrible a pesar que sabía de que era cuestión tiempo para darme cuenta que iba ser mucho peor. La humillación desde que salimos del coche apenas acababa de empezar. Tuve que dejar la camiseta en el bolso para darme cuenta que, a pesar de llevar los cortos pantalones de algodón, mi collar de esclavo atado en mi cuello era más visible en público.
Mi dueña había aparcado cerca del faro decorativo con sus numerosos centros comerciales y hoteles tan cerca. La cadena a mi collar lo sostenía las pequeñas manos de su amiga Zuleima. Sin embargo Nayara miraba al rededor de los aparcamientos de la zona azul con ligera incomodidad por la situación. Precisamente ella no estaba conforme de que Marina se atreviera presentar a su propiedad de esa giza. Tan sólo el algodón de mis pantalones cubría el plástico del dispositivo de castidad para no cometer delito de exhibición. Y poco hacía con mis muñecas y tobillos en cuero, y su aro metálico de sujeción a la vista, como el collar y el tiro de mi de una atrevida Zuleima que me indicaba estar de pie a su lado.
Mi ama Marina señaló el maletero y el chasquido de sus dedos fue suficiente para entender mis obligaciones.
Cargado de todas sus cosas para el día en la playa, iba tras ellas mientras el bip bip sonaba al cerrar los seguros de su coche. Zuleima seguía con el mango de mi correa, orgullosa a pesar de que yo no era de su propiedad. Me mantenía tras ellas con la sonrisa maliciosa. Le gustaba la idea de que los testigos de esa humillación pensarán que ella fuera la dueña.
Fuimos por la avenida del lago salado de Maspalomas, y las gentes nos miraban con diferentes sentimientos. Veía en sus ojos asco y en otros diversión, luego tube que bajar mi mirada de vergüenza. Entonces centré mi atención en las zapatillas y los talones de las chicas. Sus piernas bien formadas y el brillo bronceado de sus gemelos. Marina tenía un pareo blanco con los flecos en movimiento acorde con sus pasos. Se podía ver su bikini rosa. Los mini shorts azules claros de Nayara dejaban ver parte de sus nalgas y el negro de su bikini. Y mi guía y tiradora de mi collar llevaba una falda vaquera hasta casi el inicio de sus glúteos. La espalda de Zuleima visible tan solo le pasaba las tiras del sujetador de su bikini celeste de la parte de arriba.
Y yo que nunca he tenido ropa en años calzaba unas zapatillas de playa bien viejas de mi dueña. Son las zapatillas que no llegó a tirar ya que las usaba para castigarme en las nalgas. Y con el tiempo comprendió su utilidad para calzarme a la hora de salir a tirar la basura. Y es que tan solo salía para eso. Normalmente pasaba mi vida desnudo en su apartamento. Los pantalones de algodón rosa era su pijama viejo, los cuales yo usaba para salir para esos cometidos. Y esto es desde los últimos meses ya que antes siempre estaba cautivo en su apartamento. Pero con el tiempo fui tantas veces presentado, que ya sus vecinos sabían de nuestra manera de vivir. Todos sabían que era su esclavo y podían verme tirar la basura en su pijama y zapatillas. La camiseta fue lo único comprado para mi ya que es una propaganda a un local fetiche de bdsm. El local donde trabajaba de camarera hace varios meses.
Se me hacía difícil andar con unas zapatillas en el que los talones me quedaban fuera tocando el suelo caliente de la avenida peatonal. Y si a esto le añadimos los pesados bolsos y mochilas de las chicas…, Pues yo sudaba a mares y mi respiración era cada vez más intensa.
Miraba las dunas tras la laguna con el deseo de llegar pronto a la zona nudista y pasar mas desapercibido. Pronto ya mis talones tocaron la arena rubia de la playa, y daba gracias a la hora de la mañana, ya que aún no se había calentado al sol. Ellas se quitaron las zapatillas y las metieron el los bolsos que cargaba con dificultad. Se sintieron agradables caminar por la fresca arena y no me invitaron hacer lo mismo.
Seguimos hasta llegar a la orilla y dejamos la laguna muy atrás. Ya solo se veía las dunas más altas tapando los hoteles al límite del parque natural. Yo las miraba con ansia, quería salir de la playa principal y llegar lo antes posible a las zonas más desoladas.
Cuando la primera ola mojaron nuestros pies, entonces fue cuando Marina me ordenó a deshacerme de las zapatillas. Ella misma las tomó de la arena y las encajó en el elástico del pantalón de mi cintura por la parte trasera. Más ridículo parecía!. Entonces tenía que esforzarme a andar con los pesos y al mismo tiempo con cuidado a que no se me cayeran dentro del pantalón.
Ellas como siempre seguían ignorándome. Hablaban de tantas cosas, y a una velocidad, que se me hacía imposible asimilar los temas de conversación. Yo tan solo miraba sus pies sobre la arena mojada distraído por la huellas. Pronto íbamos a llegar a la zona nudista y pronto iba ver ver menos gente riéndose de mi situación.
Los cuerpos desnudos empezaron aparecer tan pronto llegamos a la zona gay. Podía ver la bandera de colores sobre un gran kiosco. Las miradas de los extraños ya no eran en mayoría de asco y vergüenza ajena, más bien de burla y gracia. Algunos incluso no ocultaron su sorpresa y festejaron nuestra presencia.
Zuleima chuleaba con el tiro de mi collar con más gracia desde que pasamos por delante de una fila de hamacas ocupadas de lesbianas y gays. Y sinceramente no sabía con certeza si podía sentirme algo más cómodo. Yo sólo miraba más adelante. Quería llegar a las zonas más tranquilas, donde había cúmulos de piedras entre las dunas para tener más intimidad. Sabía que pasando la zona nudista gay estaríamos pronto por donde las dunas son más altas.
Llegamos al límite que divide ambas playas y podía ver a mi dueña con un dedo en sus labios a modo de pensamiento. Miraba los alrededores buscando un refugio libre. Y no estaba muy lejos de la orilla el primer refugio libre de piedras medianas formando un muro de poca altura con la forma de una U sobre la arena entre las dunas. Fue suerte encontrarlo cerca de la orilla y aligeraron los pasos hasta allí. El tiro de mi correa casi hizo que cayera, pero lo ocupamos antes que otros lo viera.
Cada una tomó de mis cansados brazos sus bolsos. Sacaron sus toallas mientras yo les montaba la caseta medio iglú para el viento y el sol. También una sombrilla. Fue terminales de montar la caseta, cuando Marina me ordenó a despojarme de los pantaloncitos de algodón. Así que no vacilé, y me los quité para al final quedarme con el rosado dispositivo de castidad de pvc cubriendo relativamente mi pene. Mi vergüenza aumentó mientras estuve de pie a la espera para serles útil para algo más. Había menos gente por nuestra zona, pero los pocos paseantes de la orilla podían verme.
Una vez ellas en sus bikinis y sentadas cada una en sus toallas, me arrodillé sobre la arena por orden de mi ama. Justamente a su lado con la correa cayendo por mi vientre y el mango de cuero libre sobre la arena. Llegué a pensar que quizás el dispositivo era lo de menos si razonamos sobre lo que parecía con el collar rosa y la correa de paseo. De inicio eso fue lo que mas gracia y extraño les parecieron a los casuales y extraños testigos durante nuestro paseo hasta aquí.
Marina y sus amigas seguían ignorándome mientras no necesitaban mis servicios. Yo tan solo miraba los surcos en la arena, aunque de vez en cuando miraba sus piernas semi recogidas y sus pies enterrados a mitad en la arena.
Cualquiera que pasara cerca podía ver mi forma desnuda sin gracia con las rodillas en la arena, y en espera ante tres guapísimas chicas que conversan entre cigarrillos. Ellas bien cómodas sobre sus toallas con toda naturalidad ignorando lo que podían pensar el resto. No había nada extraño para ellas. Se sentían libres y con derecho de utilizarme para lo que quieran. Mi dispositivo de castidad no iba ser problema de exhibicionismo en esa zona nudista. Pero su fin lo tenía claro… No querían que mostrará erecciones en público.
A Marina le gustaba relajar los dedos de su mano en mis bolas, y lo hacía de vez en cuando de forma natural y desinteresada. Y lo hacía mientras charlaba sin mirarme. Por eso estaba tan cerca a su lado. Se sentía agradable y lo adoraba. De todos modos la erección plena en público me costaba y apenas empujaba el PVC del dispositivo.
En un instante de silencio se fijó en mis pulseras y tobilleras. Calló en la cuenta de que con mi sudor la arena se pegaba al cuero. Entonces me ordenó a quitármelas. Cuando lo hice y los guardé en mi pequeña talega, ella misma me quitó la correa de mi collar. Pero no el collar, dejó que lo tuviera puesto para que cualquier extraño supiera lo que soy. Después de eso, mientras no me mandará otra cosa, me arrodillaba a su lado esperando más caricias desinteresadas. Pero Zuleima me reclamó para su espalda…
Burlona y riéndose de mi, me señala un lugar tras ella. Yo gateé tras las tres y busqué acurrucarme con los codos y las rodillas sobre la arena sin tocar sus toallas. Se echó hacia atrás, y pronto noté su espalda en mi costado derecho. Se dejó caer sobre mí y soporté su peso con habilidad. Por un rato miré a mi derecha y pude ver la espalda de Nayara. Sus manos fueron a la parte trasera del sujetador bikini negro y desenganchó el cierre. Tan pronto se había quedado en topples, miré de frente por respeto.
Mi ama Marina sofocada del sol se levantó de su toalla. – Que tal si nos metemos en el agua?. Dijo mi dueña estirando sus brazos al cielo afectada de pereza. -Ay no… yo me quedo un rato. Respondió Zuleima que se acomoda mejor a mi loma. Ya sentía sus codos sobre mi cadera y hombro. Su pelo casi rubio me hacía cosquillas en la espalda mientras Nayara se levantaba de su toalla. – Voy contigo.
Nayara y mi ama se fueron a la orilla. Tan sólo Zuleima quedó con migo dejando que sintiera su antebrazo por mis nalgas. Su mano quedaba caída y de vez en cuando sus dedos golpearon suavemente mis testículos. Ya por costumbre en esta posición no cerraba mis piernas, y la exposición de mi saco era evidente. Su mano hurgaba por ratos cortos de tiempo y luego se apoyaba en mi de otra forma más cómoda. Desde que utilizó su móvil sus codos salieron de mi loma.
Nayara y Marina llegaron. Tan sólo con un suave puntapié me indicó levantarme. Me pidió su toalla de la mochila para secarse y se la entregué arrodillado delante de ella. Nayara había cogido la suya, y ambas tan pronto se sacaron un poco, volvieron a sus toallas extendidas sobre la arena. Guardé ambas toallas en el bolso bien dobladas, Luego dudando donde ponerme, decidí volver al lado de mi dueña. Zuleima no me reclamó para el respaldo y me quedé de rodillas bien cerca de mi ama.
Pasaron horas de conversaciones y risas mientras seguía ignorado.
La música de un chiringuito se nos reveló con su volumen alto. Esto revivió el antojo, y no tardaron en sugerir en comprarse alguna bebida y comida rápida. Nayara ya buscaba en su bolso dinero con la intención de invitar. Todas estuvieron de acuerdo y se levantaron de sus toallas. Tenía la esperanza de quedarme vigilando sus cosas, pero Marina me volvió a poner la cadena al collar. Me iba a levantar y me dijo… “Como un perro”. Que la siguieran al costado de mi dueña. Marina tiró de mi, y de manos y pie al dolor de la arena caliente la seguí.
Mi vergüenza iba en aumento a medida que nos fuimos acercando a una multitud de más o menos una docena de personas ocupando sencillos taburetes al borde de la barra del kiosco. Pocos se atrevían a estar desnudos allí. Tan sólo conté tres contando con migo. Incluso mis dueñas se pudieron la parte de arriba del bikini.
No había un taburete libre y se detuvieron en una esquina de la barra. Por suerte pude colocarme sobre los tablones que hacían de base y por fin me quedé aliviado de la arena caliente. Me acerqué tan cerca de las piernas de Marina como me fue posible. Tan solo motivado por la vergüenza, miraba las zapatillas playeras de las tres. Ellas pidieron cócteles al mismo tiempo que yo memorizaba las formas que dejaban la arena pegada en sus talones. También tenía sed y hambre, y los oía bromear sobre mí con el trabajador del kiosco. Marina me pidió una botella de agua de medio litro y se lo roció sobre su gemelo derecho. El agua caía en cascada derribando la arena de su talón y me ordenó lamer.
Las risas de los testigos de podían por sobre la música mientras lamía su tobillo y talón. Ella levantaba su talón derecho para facilitar que saciara mi sed como podía. Su mirada sobre su hombro tenía aires de victoria por derribar toda mi dignidad. Y es que esto había llegado muy lejos. Nuestra relación ya no sólo era pública ante algunos familiares y amigos. Ese día mi humillación fue más lejos ante testigos desconocidos. Y no dudé ante mi sorpresa. No dudé en obedecerla. No dudé en mostrarme tal como soy ante ella.
Zuleima le quitó la botella e hizo lo mismo. Derramó el agua que quedaba sobre su pantorrilla, y está calló sobre su empeine derecho. Sacó su pie de la zapatilla, y en alza lo llevo cerca de mi rostro para que se lo lamiera. Y tampoco dudé. Pero lo peor llegó tan pronto cuando cada una tenía en sus manos un cono de patatas fritas. Zuleima fue la primera en tirar una patata al suelo de madera con algo de arena. Y no dudé… Antes del comando, y con el simple gesto del chasquido de los dedos, me tiré a por esa patata antes de que se le pegara más arena. Y así pude almorzar algo ese día. Todas e incluso la escéptica Nayara, me tiraron comida al suelo.
Esto creó un revuelo de risas, y el dueño del kiosco agradeció el espectáculo, ya que se unieron más curiosos para verme actuando como un perro. Creo que estuvimos allí casi una hora y por fin Marina tiró de mi correa para por fin volver a las toallas. Que de vuelta quemaba aún más la arena y terminé divirtiendo más a los curiosos dando saltitos de pies y manos.
Cuando llegamos me di cuenta de que mi dignidad había desaparecido por completo. Y no sentía que actuaba del todo. Es como si me convenciera a mi mismo de que igual ya hacía tiempo que dejé de ser persona.
Todo lo que vino después fue atenderlas, servir de cojín, alcanzar sus cosas, colocar mil veces la sombrilla, arrastrarme tras ella de la correa hasta la orilla, buscar una pelota de goma cada vez que se iba lejos del área de juego de Zuleima y Marina cuando jugaban con las palas… No hubo pudor e incluso llegué a perder mi vergüenza. Tan sólo me dejaba llevar, y noté que disfrutaba con ello. Esto no pasó desapercibido ante Marina que me premiaba con caricias en mi geniales presos de castidad.
Llegando el fin de la tarde me encargué de recoger todas sus cosas. Por fin pude vestirme con los pantalones cortos de algodón, el calzado diminuto, y la camiseta del club bdsm. Ya cargado hasta los dientes fui guiado de la correa por mi dueña Marina. Que aunque vestido, tenía que seguir siendo quien era con mi collar, brazaletes, y tobilleras. Mostrando al mudo nuestro estilo de vida.
Dejamos la zona nudista y ya no había que temer a la exhibición. Volvimos por dónde venimos, y tan solo las tres mostraba un esclavo vestido por la avenida hasta llegar a los aparcamientos. Guardé sus cosas en el maletero y tomé mi sitio atrás al lado de Nayara. Delante conducía Marina y a su lado Zuleima que se miraba en el espejito del parasol. Entonces Nayara me miraba con una sospechosa admiración. -“El bicho de Marina se lo ha pasado bien?”… Sorprendido por su repentina pregunta después de haberme ignorado durante el día, asenté con la cabeza afirmando mi conformidad. Esto por fin la hizo reír con mas intensidad y aborotó mi pelo con las palabras de “buen chico”.
Y así arrancamos a nuestra ciudad. Un trayecto de 45 minutos en el que volví acostumbrarme a ser ignorado entre risas y miles de ideas y chismes. El día terminaba y pronto iba a estar de nuevo atendiendo a mi dueña Marina en su apartamento. Pronto volvería a estar desnudo y liberado de la castidad que no dejó que expresara con erecciones en publico mi estado de excitación.
Pensaba en el trayecto en la divina rutina en su salon, su ducha, la cocina, y por fin dormir a los pies de su cama. Miraba por la ventanilla el horizonte de las calles y carreteras sin ver nada en concreto mas que perderme en mis pensamientos y dar mil gracias por mi suerte. Gracias por que poco a poco iba derribando fronteras del pudor y la vergüenza. Gracias por conocer el objetivo de mi existencia. Ya no me importaba nadie mas mas que servir a Marina y estar siempre a su lado de la manera que ella quiera. Era feliz por complacerla de esa manera y ya no tenía miedo al público.
Fin y gracias!