La playa

Cumpliendo expectativas.

La playa

Ana y yo acabamos el curso con muy buena nota.

Los padres de Ana compraron a principio de año un apartamento en la playa y no podían ir hasta dentro de unas semanas.

Teníamos planeado, si todo salía bien, irnos un par de semanas solas y con total libertad. En nuestras conversaciones fantaseábamos con follarnos a todos los tíos de la playa.

No nos costó gran cosa convencer a nuestros padres. Les dimos el coñazo durante un par de meses y lo tenían casi asumido. Naturalmente no mencionábamos nada de nuestras fantasías.

El viaje era sencillo.  Podíamos ir en tren porque había línea directa. Cogimos lo imprescindible.

Llegamos por la noche y prácticamente sólo nos dio tiempo a acomodarnos.

Al día siguiente, según nuestros planes, acudimos a la playa. Estaba muy cerca.

Bajamos por unas escaleras de madera y llegamos a una cala alargada protegida por unas rocas. Era temprano y estaba desierta. Me sorprendió que Ana me hiciera caminar hasta el fondo cerca de unas rocas que partían la playa en dos y que tapaban la vista entre ambas.

-¿Porqué no pasamos al otro lado? – le pregunte con algo de ironía.

-Es la zona nudista – me contesto - ¿Te apetece? – añadió retadora.

¿Porqué no? – pensé.  Era miércoles,  aquello estaba vacío y estaba un poco harta de que Ana pensara que yo era una mojigata.

-Lo que quieras. Si te apetece a ti… - deje la decisión en su mano.

-¡Pues vamos a la zona nudista!- respondió continuando la marcha hacia la otra zona.

La seguí. Tras el envite no me quedaba otra opción.

Caminó unos diez metros y dejó caer su bolsa, colocó la toalla en el suelo y esperó a que yo hiciera lo mismo. Cuando vio que me sentaba empezó a reír.

-Cariño-me dijo condescendiente- en este lado se toma el sol como se vino al mundo.

Al ver mi inacción, añadió:

  • En resumen, ¡que las tetas y los coños tienen que estar al aire libre!-y empezó a quitarse el bañador.

Le costó muy poco desprenderse de ambas piezas del bikini dejando a la vista unas tetas muy proporcionadas con los pezones un poco puntiagudos y algo elevados. La forma de su coño, completamente depilado, era bonita. Muy redondeado, con los labios separados y marcando bien la entrada.

Se tumbó de espaldas sobre la toalla sin dejar de observarme. Creo que le divertía.

Me armé de valor y me quité el bikini no sin antes revisar que estábamos solas en la playa.

No pude menos que comparar mis tetas, algo más pequeñas que las suyas y mi coño que, aunque recortado, mantenía un pequeño triángulo de pelo por encima. No era tan provocador como el suyo. Un chocho normalito. Redondito y con una rajita en medio.

Ese era el aspecto habitual. Cuando estaba excitada se abría como una flor y aparecían los labios vaginales marcando la entrada.

Me tumbé también sobre la toalla. Nos dimos bien de crema solar y en la espalda nos ayudamos mutuamente.

El sol no calentaba mucho y se estaba muy bien. Según pasaba el tiempo me encontraba más cómoda con mi desnudez. Cerré los ojos disfrutando del momento.

-¡Hola guapas!- escuche la voz de un chico a la vez que se me heló la sangre.

Abrí lentamente los ojos. Un cuerpo me tapaba el sol. Efectivamente era un chico, su silueta lo dejaba muy claro. Entre sus piernas se perfilaba una polla colgando y evidenciaba que era nudista.

En ese mismo instante fui consciente de la situación. Me había relajado tanto que tenía  las piernas abiertas sin plantearme que no llevaba la braga del bikini.  Para mayor fatalidad, me había relajado tanto y estaba tan a gusto que no estaba segura cuál de las versiones de mi chochito  podría estar contemplando.

Las junté lentamente. No quería dar señales de mi vergüenza.

-¿Podemos sentarnos? – preguntó.

En ese momento abrí totalmente los ojos y pude ver que a su lado había otro chico. No sé por qué pero el primer vistazo fue para comprobar el género.

-La playa es de todos – respondió Ana, antes de que yo pudiera decir nada, y al todo, para ni negar ni confirmar.

Como si les hubieran dado una orden, se sentaron a nuestro lado, directamente sobre la arena, cada uno en un extremo. El que había hablado lo hizo junto a mí.

Descansando el tronco sobre el codo apoyado en el suelo y ligeramente inclinado hacia mí, me dijo:

-Tenéis la piel muy blanca. Aunque no hace mucho sol, debéis daros bien de crema.

Mire alrededor. En la playa había más gente. No estaba abarrotada. Eran grupos con una cierta separación entre ellos. Por supuesto, desnudos.

Los chicos tenían un bonito bronceado y muy homogéneo por todo el cuerpo.  Era evidente que tomaban mucho el sol y lo hacían en pelotas.

Nosotras, como buenas ratas de biblioteca, competíamos con el blanco de las paredes. Eso sí, también muy homogéneo. Nadie podría afirmar que no éramos nudistas habituales, tampoco teníamos marcas de bañador.

Ambos se esforzaron en que pasáramos la mañana entretenidas. Preguntaban mucho e intentaban ser graciosos. Oscar era el que estaba a mi lado. El otro era Marcos.

Acabé por acostumbrarme a la presencia tan cercana de sus cuerpos desnudos.

Al principio se me iban los ojos, sin querer, a sus pollas que no solo no ocultaban,  sino que me dio la sensación de que se jactaban de ellas. Creo que sabían que no éramos muy habituales en el nudismo.

Me pareció que a Ana le divertía la situación y se lo estaba pasando bien. Un poco exhibicionista, mantenía las rodillas separadas para que el sol bañara todo su cuerpo o, según me pareció, para provocar a los chicos.

Por mi parte me pasé la mañana intentando ocultar mi excitación.  Tenía la sensación de que mis pezones algo endurecidos y mi coño entreabierto me delataban continuamente. La visión constante y tan cercana de la polla de Oscar me generaba excitación. De hecho, creo que fue el mayor tiempo seguido en que me duró una. Habitualmente no tardo en satisfacerme pero por el lugar y la compañía no me parecía muy adecuado.

De vez en cuando les cortaba la conversación con un repentino:

-¡Me voy a bañar…!- y salía corriendo a zambullirme en el agua. Permanecía allí hasta recuperar la normalidad y, cuando me armaba de valor, sabiendo que me observarían saliendo desnuda, intentaba salir con elegancia.

Las dos primeras veces les pillé por sorpresa pero a la tercera, Oscar me siguió.

Una vez en el agua se mantuvo cerca de mí. Me gustaba una zona donde el agua me cubría casi hasta los hombros y las olas me levantaban desplazándome hacia afuera. Oscar tenía la habilidad de encontrarse en el camino de mi trayecto.

No sé cómo empezó aquello pero el juego consistía en dejarme llevar por las olas y él me detenía.

Inicialmente lo hacía con delicadeza pero conforme se prolongaba el juego sus manos ya no cuidaban por dónde me agarraban.  El culo, las tetas o el nacimiento de las piernas, eran lugares válidos para agarrarme y detenerme. Mi cuerpo acababa pegado al suyo frotándonos por todas partes.

Me di cuenta que se había excitado. Era difícil no darse cuenta. Su polla en casi todas las ocasiones, acababa pegada a mi cuerpo empujándome con fuerza. En alguna ocasión el empuje era entre mis piernas e intentaba metérmela como por accidente. Sin dejar de reír, ignorando su intento, y haciéndome la tonta, lograba zafarme y continuar el juego.

Aquello me ponía muy cachonda.

En un despiste por mi parte me encontré con Oscar a mi espalda, rodeada con su brazo izquierdo a la altura de mis pechos. Una ola desplazó el resto de mi cuerpo haciendo que se elevaran mis piernas y perdiera la estabilidad.

Su acción para evitarlo, mientras yo estaba con la cabeza bajo el agua,  acabó con su mano abierta entre mis piernas.  El pulgar entre mis nalgas y los dedos medio e índice directamente sobre la entrada de mi coño. Sin poder evitarlo, en un pequeño movimiento,  me encontré con ellos dentro. Mi coño no ofrecía ninguna resistencia.

Tras unos segundos de sorpresa, Empujé  su brazo suavemente con mi mano para que los sacara.

La jugada se repitió varias veces y en una de ellas metió algo diferente.  Solo fueron unos segundos en los que intenté como una imbécil, averiguar lo que pasaba. Era muy claro, Metía su polla. No reaccioné hasta que dio un fuerte empujón y la introdujo a tope.

El cabrón me estaba follando. También es cierto que yo no me resistía mucho.

Deslicé mi mano entre nuestros cuerpos hasta llegar a su miembro e hice palanca para separarlo un poco. Agarre su polla y tiré para sacarla de mi cuerpo. Se la mantuve un rato apretando lo que pude. Era mi castigo por su atrevimiento.

Llevábamos un buen rato en el agua y mis dedos empezaban a arrugarse. A pesar del calentón que llevaba- mayor que cuando entré- tenía que salir.

-Yo me voy a salir…- le avisé a Oscar, comprendiendo que él se quedara pues sabía  que estaba empalmado.

Para mi asombro, salió conmigo. Cuando el nivel del agua bajó de su cintura, pude confirmar mis temores. Su polla se elevada con evidentes signos de excitación y su glande asomaba descarado y grueso. Sin embargo él caminaba sin importarle.

Conforme me acercaba a mi toalla, observe como Ana alternaba su mirada entre la mía y la entrepierna de Oscar a la vez que esbozaba una sonrisa cínica. Me daban ganas de mentirle a gritos: “No seas guarra. ¡Que no me ha metido la polla!”.  Por supuesto, no dije nada.

Me tumbé boca abajo sobre la toalla, con los brazos cruzados delante de mi cara. La cabeza girada hacia Ana.

-Deberías darte protección solar-me dijo Oscar, de pie, a mi lado - ¿me la pasas?-le preguntó a Ana.

Ana buscó en la bolsa y se la entregó.

Supuse que me daría crema en la espalda y así fue. Lo que no esperaba fue la forma de hacerlo. Se puso de rodillas, con una pierna a cada uno de mis costados. Sus testículos descansando sobre mi espalda a la altura de mi cintura. También  podía notar  su miembro presionándome la espalda.

Con ambas manos restregaba la crema sobre mis hombros como si me diera un masaje. Cuando  acabó,  desplazo sus rodillas  hacia abajo dejando libre mi espalda. Volvió a apoyarse en mi cuerpo. Ahora su polla descasaba entre mis glúteos.

Subía y bajaba las manos por mi espalda mientras hacía el mismo movimiento con su cuerpo.  Su polla encajada en la ranura de mi culo, con la piel retenida por la presión, se desplazaba delante y atrás. ¡El muy cabrón se estaba pajeando con mis nalgas!

Sólo me faltaba que se corriera encima de mí para que Ana se descojonara.

Por suerte dejó de hacer aquella maniobra y elevó su cuerpo dejando de apoyarse sobre el mío.

-Date la vuelta- dijo en un tono normal, como si me hubiera pedido que le pasara la sal en un restaurante.

Observaba a Ana. Sabía lo que pasaba por su cabeza. Ella creía que no sería capaz.

Me debatía entre quedar como una estrecha o dejarme llevar por la situación.

La miré desafiante. Me di la vuelta. Dejé las rodillas un poco separadas. Oscar me tapaba el sol. Bajé la mirada. Pude ver su polla y un gran capullo redondeado asomando en la punta y un orificio alargado en mitad del mismo.

Oscar se volvió a sentar ligeramente sobre mí. Como por casualidad el tronco de su polla descansaba entre los labios de mi coño que, después de tanta maniobra, llevaban un buen rato asomados al exterior confirmando mi excitación.

Volcó la crema sobre mis tetas y empezó a distribuirla.  Notaba mis pezones a punto de estallar. El cuerpo me pedía marcha e imagino que tenía la cara de gilipollas que se me pone cuando me masturbo.

Cerré los ojos. Quería disfruta aquello. Abrí un poco más las piernas.

Oscar aprovechó mi movimiento para acomodarla mejor. Mis labios intentaban rodear su miembro sin conseguirlo y él presionaba con fuerza sobre mi clítoris.

Cada movimiento por mis tetas lo acompañaba de un desplazamiento sobre mi vagina. Duró unos minutos.

Oscar alejó hacia atrás su culo y a la vez su polla se desplazó bajando por mi coño hasta que su glande estuvo bien centrado.

De un único empujón, me la metió completamente.

La notaba en mi interior. Palpitando. Empujando a los labios y forzándolos con su presión.

Me sorprendí al escuchar gemidos a mi lado. Giré la cabeza y abrí los ojos.

Ana estaba en la misma posición que yo y Marcos estaba como Oscar. También la estaba follando. Era muy escandalosa.

Oscar me dio un fuerte empujón a la vez que me llenaba por dentro del semen que expulsaba. Retrocedió varias veces para volver a empujar y profundizar en mi interior.

La suavidad de su polla había ido aumentando poco a poco por la lubricación de mi coño.  Ahora, mezclado con su leche, era muy, muy suave.

Mis piernas empezaron a temblar sin que pudiera evitarlo. Me estaba corriendo con una sensación que jamás había tenido.  Ahogue los gritos como pude. Las convulsiones se prolongaron hasta sentir una gran relajación.

Miré a Ana. Sonreía, jadeaba. Tenía toda la pinta de haber follado muy bien.

Oscar sacó su polla de mi coño y se dejó caer a mi lado. En el movimiento, cayó sobre mi  vulva un montón de líquido blanquecino.

Me fijé en su miembro. Palpitaba rítmicamente. Aún conservaba su tamaño.

-¡Me voy a bañar…!- grité y salí corriendo…