La playa
El encuentro fortuito entre dos viejos conocidos. Tras varios años de correos, chats y conversaciones virtuales, llega el momento de la cita de la forma más inesperada.
Una noche de otoño. Apena había gente paseando por el paseo maritímo. El día había sido algo más caluroso de lo habitual para esas fechas. Sin embargo una leve brisa hacía que el ambiente fuera muy agradable y apeteciera caminar. Miré desde arriba del paseo, la arena de la playa estaba practicamente despejada. Un niño jugando con su perro y una pareja sentada frente al agua parecían sus únicos ocupantes. Me decidí a descalzarme y bajar a pisar la arena. Caminar por la orilla del mar era uno de mis pasatiempos preferidos en esa época del año. Me resultaba relajante y me ayudaba a dejar la mente en blanco por unos minutos. Tan solo escuchando el sonido de las olas y el rumor del viento. Como era mi costumbre accedí a la playa por el extremo sur, caminando hacia el norte y contemplando como el sol iba ocultandose lentamente a mi izquierda. Esos momentos siempre me han parecido mágicos. Al poco de empezar a caminar el niño abandonó los juegos con su perro y desapareció de la playa. La pareja de enamorados parecía haber desaparecido también. Me gustaba esa sensación de disfrutar de tanta belleza natural de forma exclusiva. En aquel instante, todo aquello me pertenecía. Relajado, inmerso de forma completa en el sonido del mar continué avanzando pisando la arena humeda, incluso dejando que el agua fría alcanzara de vez en cuando mis pies. La mirada perdida en el horizonte. Con desgana contemplé como en dirección opuesta a la mía una silueta había comenzado a caminar. Me sorprendí a mi mismo por el sentimiento de rechazo hacia aquella figura por haber perdido el privilegio de disfrutar de la naturaleza en exclusiva. ¡Que egoista! Dije para mí en mi interior. Sin embargo, aquello supuso un nuevo entretenimiento. A medida que avanzaba la distancia con la silueta andante, logicamente, se reducía. La primera vez que tuve constancia de su presencia no podía distinguir que tipo de persona era mi acompañante en el paseo. No sabía si era joven o no, hombre o mujer. Nada. Unos pasos más adelante tuve mi primera certeza: se trataba de una mujer. Mi mente empezó a especular ¿Sería una adolescente, una mujer joven, madura o quizá una anciana? Aquello fue mi pasatiempo por unos metros más. Sin saber muy bien porque sentía curiosidad por descifrar y anticiparme al cruce inevitable de nuestros caminos. Unos pasos más, la brisa hacía que el vestido de la mujer se pegara a su cuerpo, adiviné una bonita silueta y unas piernas firmes. Sentí como mi pulso se aceleraba sin motivo aparente. Ya a escasos metros de distancia, fijé la vista en su rostro. Me resultó un rostro conocido, sin saber muy bien realmente de quien se trataba. Pude notar como tus ojos se clavaron en los míos. Adiviné la misma curiosidad y duda en tus gestos. Nos cruzamos sin decir palabra, cada uno en su dirección. Tan solo unos pasos después giré sobre mis pies para volver a mirarte. Tú también estabas girada, expectante. Nos quedamos paralizados, mirandonos con la boca abierta e incrédulos. La misma pregunta surgió a la vez de nuestros labios: ¿Eres…? No hizo falta contestar, nos habíamos reconocido.
Tras unos momentos de nervios continuamos juntos. Nos reimos al no saber muy bien cual era el rumbo a seguir pero finalmente continuamos en tu dirección. No sabía muy bien como actuar. Aquello era completamente distinto a Internet, donde nos habíamos conocido. Estabamos frente a frente. Te miraba de reojo, comprobé que tú también lo hacías. La sensación era muy agradable y la conversación fue haciendose cada vez más fluida. Hablamos de lo que nos había llevado hasta allí, la casualidad: unas jornadas de trabajo para mí y unos días de vacaciones en tu caso. De pronto, casi sin darnos cuenta, nuestras manos se rozaron. Sin dudarlo, anudamos nuestros dedos caminando cada vez más unidos. El ruido de fondo, la brisa, las olas... era una noche perfecta. Estabamos llegando al extremo sur de la playa, había una roca que impedía seguir en aquella dirección. Timidamente pregunté: ¿Nos sentamos? No hubo respuesta por tu parte, directamente sin decir nada tiraste de mi mano hacia el suelo para sentarnos unidos. De frente el mar, la noche y una luna llena impresionante. Los focos del paseo maritímo no llegaban a ese extremo de la playa. La única luz en ese rincón procedía de la luna. Al sentarnos, pasé mi brazo por detrás de tu espalda. Te acurrucaste en mi pecho. Sentía el calor de tu rostro apoyado en mí. Nos habíamos quedado mudos. Sobraban las palabras. Las caricias comenzaron a ser las protagonistas. Cruzamos un par de miradas, complices, pícaros los dos y ardientes de deseo. Lo habiamos soñado tantas veces juntos que aquello parecía otro sueño. De pronto vinieron a mi cabeza todas las veces que había escrito para ti como sería un encuentro sexual. Sabía que mi manera de escribir te excitaba y ahora me entraba el miedo. Miedo a expresarme con las manos, en lugar de hacerlo con el teclado. Tus caricias en el torso me trajeron de nuevo a la realidad. Jugabas con tus dedos en el bello de mi pecho. Habías soltado dos botones de mi camisa. Acaricié tu pelo. Tu cara se giró hacia mí y el roce de tus labios en mi pecho me estremeció. Disfrutaba con tus caricias, los labios hacian circulos sobre mi torso, cada vez mas estrechos y rodeando mis pezones. La punta de la lengua se sentía muy caliente. Comenzaba a excitarme y dejé caer mi cuerpo sobre la arena, estirado. De nuevo una sonrisa pícara y un fuego intenso en tus ojos. La camisa estaba completamente abierta. Tus manos acariciaban mi abdomen. Tan suave que no distinguía muy bien entre la yema de los dedos y los labios. Me estabas volviendo loco. Mi pene crecía bajo el pantalón, sentía su presión. Tú también debiste notarlo porque al instante tu mano descendió desde el abdomen hasta mi entrepierna. La mano abierta me palpó por encima del pantalón. No podía pensar, me dejaba hacer mientras mi mano alcanzaba a acariciar tu pelo, la nuca y parte de la espalda. Te tocaba con las uñas, arañandote sin apretar. Te movías con ligereza, las manos soltaron el boton de mi pantalón y bajaron la cremallera. Aquello era demasiado, tus dedos se habían metido bajo el slip. Mi pene parecía crecer sin límite. Estaba tan excitado que necesitaba acariciarte. Con mi otra mano busqué un hueco entre nuestros cuerpos. Tu pecho estaba pegado al mío y apenas podía maniobrar. Noté que disfrutabas, te sentías dueña de mí y tus caricias habian aumentado. La mano entera palpaba mi sexo. Las caricias subían y bajaban a lo largo de mi pene. Acariciaste mis huevos. Eso era demasiado. No podía más y tuve que suplicarte: quiero tocarte, quiero tocarte yo también. Mi mano pudo colarse en tu vestido. Necesitaba sentir tu pecho en mi mano. El pezón estaba duro, caliente. Acariciarme y notar mi excitación, te estaba excitando a ti también. La presión de tu cuerpo sobre el mío cedió. Mi mano en tus pechos se movía con ligereza. Fue tan solo unos intantes. Tus siguientes movimientos no dejaban dudas. Tu cuerpo empezó a bajar a través del mío. Los pechos escaparon de mis caricias. Tu cabeza bajaba por mi abdomen, lamiendome. Sentía tu lengua, me quemaba, te movías alrededor del ombligo. Tu mano seguía aferrada a mi miembro, lo apretabas como si temieras que se escapara. Ardía. Deseaba que llegaras con la boca y me comieras. Me estabas torturando y a la vez esa tortura me estaba sabiendo maravillosa.
Mis ojos estaban cerrados. Disfrutaba de manera intensa. Un instante de pausa, mis ojos se abrieron expectantes ¿Qué pasa? ¿Por qué se detien ahora? Dije para mí. Al abrir los ojos descubrí tu mirada llena de lujuria, estabas comprobando mi rostro de satisfacción como si quisieras asegurarte de que me estabas proporcionando un placer intenso. Tras una sonrisa, sentí como tus labios humedos se colocaban en la punta de mi miembro. Aquello me hizo estremecer de nuevo. Un calor intenso. Tus labios se sentian calientes. Los movimientos de tu lengua eran rápidos, continuos. Sentía como saboreabas el glande entre tus labios, chupandolo como si fuera un caramelo. Gemía, con los labios apretados. Mis manos solo alcanzaban tu cabeza, acariciaba tu pelo. Necesitabas más espacio para tus caricias y sin interrumpir los besos en mi pene, habilmente tiraste del pantalón y el slip hacia abajo. Mmmmmm, completamente desnudo, las piernas abiertas. Sentía como con tu mano acariciabas mis huevos. La boca subia y bajaba por mi pene. Fuertes latigazos y un ardor tan intenso me estaban volviendo loco de placer.
Tus labios volvieron a abrirse introduciendo casi por completo mi pene. Comenzaste a moverte con ella dentro, arriba y abajo. Uffff, me estabas follando con la boca. No sabía que era lo que pretendías y empezaba a dudar de lo que yo mismo quería. Deseaba tocarte y tenerte, deseaba metertela en otro agujero más caliente pero a la vez no quería interrumpir aquel placer tan intenso. Mi pene volvió a dar unos fuertes latigazos, el calor intenso en los huevos era el aviso inequivoco de que estaba a punto de culminar en un maravilloso orgasmo. Lo advertiste justo a tiempo y de nuevo me torturaste deteniendote. Sin hablar, volviste a mirarme a los ojos. Mi cara era un poema ¿Qué haces ahora? Era mi pensamiento interno, pero a esas alturas ya me leias la mente sin necesidad de hablar. Sabías que eras la dueña de la situación. Yo estaba inmovil asombrado. Contemplé como te ponías de pie. Un pie a cada lado de mi cuerpo, a la altura de la cintura. Tus manos se metieron bajo el vestido. Pude ver tus maravillosas piernas, tus muslos. Me mirabas perversa, sabiendo que estaba adivinando lo que hacías y lo que vendría a continuación. Tus bragas salieron por las piernas y quedaron apartadas a un lado sobre la arena. Volviste a sentarte sobre mí. Pude sentir el calor de tus gluteos desnudos sobre mi vientre. Te tumbaste sobre mí. Un beso profundo, las lenguas entrelazadas. Pasión desatada. Tu boca se apartó para descender a mi cuello y morderlo casí con dureza, hasta el punto de estremecerme. De nuevo levantaste tu cuerpo, sentada sobre mí. Te mostrabas explendida. Extendi mis manos hacia a ti. Alcancé tus pechos. Necesitaba tocarte y sentirte. Con desesperación solté los botones del vestido hasta poder contemplar los pechos desnudos. Una mano en cada uno. Los apretaba en todo su contorno, acariciandolos y sobandolos con mis dedos. Dibujandolos. Los pezones estaban rigidos, calientes. Los atrape un instante entre mis dedos, pellizcandolos de forma suave. Te arqueabas hacia atrás, disfrutando de mis caricias. Tuve el deseo de levantar mi torso hacia ti y besarte los pechos. De nuevo me adinaste y te bastó un leve empujoncito con tu mano para hacerme caer tumbado sobre la arena. ¿Por qué? Dijeron mis ojos. Y tu respuesta volvió a ser una mirada perversa de control hacia mí. Habias decidido torturarme de placer y lo estabas consiguiendo a la perfección. Tu cuerpo bajó hasta colocarte sentada justo encima de mi miembro. Habilmente comenzaste a frotar tu sexo con el mío. Estabas humeda y tan caliente como yo. Los jugos de nuestros sexos se mezclaban. Mas tortura… ¿pero por que no se la mete ya, por favor?... Tus movimientos me empapaban. Con los talones clavados en la arena intentaba apoyarme para poder mover mi cadera. Buscaba ansiosamente penetrarte. Todavía recorriste un par de veces más mi miembro entre los labios separados de tu vagina. Creía que iba a correrme incluso antes de que te la metieras dentro. ¡Dioosss! Que placer. Un movimiento preciso, calculado y experto. El calor intenso de los musculos de tu vagina aferrandose a mi pene. Totalmente unidos. Sentía tus gluteos chocar con mis huevos. Durante unos segundos estuviste así, quieta, totalmente penetrada y sintiendome dentro. Entreabrí los ojos y ví tus gestos de placer. Arqueada hacia atrás, satisfecha. Me volviste a devolver esa sonrisa tan picara, justo en el momento en tu cuerpo comenzó a moverse sobre el mío. Primero despacio, mis manos volvieron a aferrarse a tus pechos masajeandolos. El movimiento se fue acelarando, contemplaba tu rostro, los labios apretados, gemías. Botabas sobre mí cada vez con más fuerza y alocados. Sabia que el climax no estaba lejos, me habías torturado de forma magnifica durante mucho tiempo. Mis manos bajaron hasta tus caderas. Te ayudaba en cada impulso, apretando fuerte y acompasando tu ritmo. Clavé los talones en el suelo y apretando con todas mis fuerzas dí un fuerte impulso hacia arriba. Deteniendo tu nueva embestida sujetandote con mis manos. Una fuerte sacudida en mi pene y el semen comenzó a escapar en tu interior. Las contracciones de tu sexo y los gemidos me hicieron saber que estabas acompañandome en un orgasmo maravilloso. Un escalofrio recorrió todo mi cuerpo. Las piernas perdieron su fuerza. Desplomados.
Caiste sobre mí, exhaustos. La respiración agitada. Aun unidos, los movimientos se iban ralentizando. Sentias los espasmos de mi pene en tu interior. Yo sentía los tibios fluidos de tu sexo deslizarse sobre el mío. Tu cabeza apoyada en mi hombro, abrazados en silencio. Nos acariciabamos mutuamente la cabeza, prolongando aquellos instantes de placer. Unidos y sonrientes, complices, hasta que la risa floja nos sorprendió a los dos: estamos locos, sí, pero que locura tan deliciosa.