La Pizzería
Soy un hombre de 42 años que tengo la gran fortuna de estar casado con una mujer preciosa de 35 años, pelo castaño claro, ojos verdes, 1,70, con unos preciosos pechitos que caben arropados en la palma de una mano y un culo perfecto. Y si eso no es tener suerte, además de ser mi mujer es mi sumisa.
Hola chicos, este es mi primer relato y espero que si gusta no sea el último, todos serán basados en hechos reales. No seáis muy duros conmigo.
Soy un hombre de 42 años que tengo la gran fortuna de estar casado con una mujer preciosa de 35 años, pelo castaño claro, ojos verdes, 1,70, con unos preciosos pechitos que caben arropados en la palma de una mano y un culo perfecto. Y si eso no es tener suerte, además de ser mi mujer es mi sumisa.
Esa mañana le ordené que se pusiera una túnica con unos legins preparados especialmente para estas ocasiones, es decir con toda la zona de la entrepierna recortada, lo que permite ver su sexo claramente si la túnica se levanta unos centímetros y sus muslos se abren ligeramente. Se veía perfecto, completamente depilado, como a mí me gusta.
Decidí que iríamos a comer a una pizzería que hay en un pueblo cercano a nuestra casa. Normalmente entre semana es tranquila, lo que la hace perfecta para mis juegos. No tiene sillas, son taburetes altos, lo que permite tener las piernas a la vista y dar más opciones para que mi sumisa pueda lucir su entrepierna.
Sé que mostrarse de esa manera a ella no le gusta, prefiere exhibirse de una forma más sutil, más “disimulada”; prefiere entreabrir las piernas como si fuera un movimiento involuntario, como si no se diera cuenta que está mostrando su regalo más jugoso y apetitoso a quien se le ponga a la vista. Esto le excita más, su entrepierna se humedece en segundos y sus ojos me miran suplicando ir al baño los dos a que mi lengua, mis dedos, mi pene, sofoque la necesidad de sexo, sexo, sexo de mí sumisa. Pero sabe que debe acostumbrarse a actuar de diferente manera, como yo le ordeno, y aprender a disfrutar con la satisfacción de su Amo.
Cuando llegamos allí la pizzería estaba completamente vacía, únicamente estaba el dueño; pedimos en la barra y entramos a la sala interior a esperar nuestra comida. Le indiqué dónde se tenía que sentar y comprobé que desde mi posición se podía ver perfectamente los leggins rotos, sus muslos y su sexo sin tela. Se colocó ligeramente de lado, hacia una esquina de la mesa, de manera que todo el que pasara delante de ella tuviera una visión perfecta. Los reposapiés de los taburetes, al ser un poco altos, facilitaban la apertura de piernas y que se pudiera ver con claridad el paisaje. El propietario se aproximó a nuestra mesa a traernos las pizzas, inicialmente no se percató del pequeño detalle pero cuando se marchaba, dirigió la mirada hacia las piernas de mi sumisa y la expresión de su cara cambió por completo, abriéndosele unos ojos como platos y dibujando una sonrisa en su cara. Tuvo que mirar dos veces para cerciorarse que no era una fantasía suya, sino una realidad. A partir de ese momento decidió ordenar todas las mesas que habían a nuestro alrededor. Una vez se le acabaron las mesas, le tocó el turno a unas revistas del mostrador. Su cabeza se inclinaba cada dos por tres y su mirada repasaba los muslos de mi sumisa, mientras ésta abría un poco más las piernas para que pudiera tener una vista más detallada del pubis peladito y los labios rosaditos que empezaban a humedecerse. Mi sumisa me lo detallaba todo en voz baja, yo le ordenaba abrir o cerrar las piernas y ella obedecía. Me confesó que se estaba empezando a poner caliente y que su entrepierna ya estaba húmeda. Al camarero se le acabaron las mesas y las revistas y al dirigirse a su puesto se le pudo ver perfectamente cómo incrementaba el bulto de su entrepierna. Seguro que estaría pensando otra excusa para volver a pasar por delante.
Cuando llevábamos un rato comiendo entraron en la sala dos operarios a comer y tuve la fortuna de que se sentaron en la mesa contigua a la nuestra que, además, era un poco más baja, lo que a uno de ellos le permitía una posición perfecta. Sólo se tenía que reclinar un poco hacia atrás para ver con total claridad lo que había despertado el miembro del camarero. Le ordené que abriera un poco más las piernas ya que absortos en su conversación no se habían dado cuenta. De repente, uno de ellos se dio cuenta, incluso por unos segundos se quedó callado sin poder seguir la conversación con su compañero, miró varias veces seguidas como si no se creyera la suerte que estaba teniendo. Ante un espectador en primera fila mi sumisa decidió lucirse, bajó una mano hasta la rodilla y la deslizó lentamente hacia arriba, acariciando el interior de sus muslos, apretando con la mano esa deliciosa carne, hasta llegar a pasarse un par de dedos por sus labios inferiores. El hombre estaba nervioso, excitado, cambiaba de posición constantemente, sus manos no paraban quitas, cogía la lata de cerveza para volver a dejarla en su sitio, de su pantalón asomaba un bulto cada vez más grande y sus ojos no podían apartar la mirada del sexo de mi sumisa.
De su mesa a la nuestra había aproximadamente un metro y medio, lo que provocaba que pudiéramos escuchar su conversación perfectamente y el desconocido estaba intentando de una manera discreta comunicarle a su amigo la maravillosa visión que estaba teniendo. Después de varias miradas fijas a su amigo éste por fin entendió lo que le estaba diciendo y disimuladamente buscaba una posición en la que poder ver lo que le indicaba su compañero. Como desde su sitio no podía, decidió levantarse al lavabo para poder contemplar el regalo que mi puta le estaba haciendo. Ésta, al ver que se levantaba, abrió más las piernas para ofrecerle mejor visión. Realmente tardó bastante en volver del baño.
Ella sola en una pizzería había conseguido levantar las espadas de tres desconocidos y la de su Amo.
Habíamos acabado de comer y era hora de irse, le ordené que antes de marcharnos al levantarse les hiciera un último regalo, volvió a abrir las piernas, separando sus muslos y dejando a la vista el jugoso sexo completamente mojado por sus flujos. Los dos operarios quedaron con la boca abierta y seguro que deseando probar tan preciada visión. Le ordené que me esperara fuera y me dirigí a pagar. En ese momento se acercó a mí el operarío que había tenido la visión durante toda la comida y me dio las gracias, diciéndome que nunca había tenido una comida tan excitante y que le encantaría repetir en alguna otra ocasión.
Si alguien quiere hacerme algún comentario mi correo es amo39bcn@hotmail.com.