La pistola

Relato de ficción, sin sexo.

La pistola lo está juzgando. En su alegato final podría decir que solo cumplió órdenes, es lo único que hace un militar, sea cual sea su rango. Sin embargo, sabe que parte de la culpa fue suya, por no saber dejarse escuchar por el comandante en jefe.

Había prisa, la campaña electoral  estaba cerca y, pese a que no era el momento de desplegar el ejército en ningún país extranjero, había que salir victorioso de  las dos guerras que estaban en curso.

El compuesto bacteriológico estaba preparado hacía poco tiempo, por lo que todavía no estaban preparados los laboratorios para producir la vacuna en masa. Solo se disponía de unos pocos viales.  Era tan precipitado y arriesgado, pero adelantarse al enemigo es la mayor ventaja en cualquier tipo de combate.

A la hora de ejecutar su plan, fueron minuciosos. Extremaron todas las medidas posibles y nunca nadie sabría de su implicación en la propagación del virus. Nadie a excepción de los implicados.

Soportó las miles de muerte a lo largo de todo el mundo como una especie de daños colaterales. No fue capaz de prever que  la epidemia se propagara por su país antes de que la industria farmacéutica estuviera preparada para su producción. No imaginó que una de las primeras en fallecer fuera su madre.

Mira la pistola y su quietud silenciosa le dice que  ya ha emitido su veredicto. La coge, apunta con ella sus sienes y segundos más tarde toda su culpa desaparece en un reguero de sangre.