La Piscina
La historia de Jorge, su mujer y los nuevos vecinos.
La Piscina.
Mi nombre es Jorge y estoy casado con Martina hace casi 25 años, tengo 45 y ella 46, y vivimos en un condominio de casas variopintas algo alejadas del centro de la ciudad. Debo confesar que nos conservamos bastante bien, Martina no es tan delgada como antes, pero sigue teniendo un rostro muy bonito y unas curvas apetecibles (que con su metro setenta se aprecian muy bien). Yo por mi parte, soy relativamente alto (1,83) y bastante fornido, tal vez por el balonmano y rugby que practiqué hasta casi mis cuarenta años, además mi mandíbula cuadrada, el pelo negro y mis ojos azules todavía tienen un buen efecto en el sexo opuesto.
Por supuesto, a mis 45 primaveras no soy el adonis con el que mi mujer se casó, he perdido algo de musculatura y tengo mis arrugas, pero no tengo barriga e impongo presencia, quizás por que Martina y yo nadamos mucho en la piscina de casa. Siento algo de vergüenza al decirlo, pero Martina dice que soy su Clark Kent.
La historia empieza hace unos tres años, cuando Joaquín y Loreto, los Guerra-San Martín, llegaron a la casa de al lado. Era una pareja de recién casados, jóvenes y atractivos, dispuestos a surgir en un nuevo barrio alejados de la familia. Mi mujer y yo nos fuimos a presentar una o dos semanas después, no es que fuéramos súper sociables, pero ellos nos recordaban un poco a nosotros en nuestros inicios. Una pareja joven y enamorada tratando de empezar una vida juntos, con todas las dificultades y virtudes que tiene eso.
Loreto era una mujer súper delgada, bastante alta (1,75 aproximadamente), guapa, pelo oscuro (de un castaño engañoso) y de curvas muy medidas. Joaquín le sacaba una cabeza a su mujer (calculo sobre el metro noventa fácil), era también muy delgado, pálido y bastante aficionado a la tecnología. Pero bueno, nos parecieron unas buenas personas, aunque algo distantes al principio. Del todo comprensible en una pareja que comienza a consolidarse.
Al principio nos saludábamos sólo cuando coincidíamos y sin mucha efusividad. Ellos iban poco a poco adaptándose a su nueva condición e iban relajándose en el día a día. Eso permitió primero una limitada amistad entre Martina y Loreto, que fue creciendo con el tiempo y a la que nos fuimos agregando lentamente, primero yo y luego Joaquín. Así pasó el tiempo, cada vez conversábamos en la calle cuando nos encontrábamos o nos hacíamos pequeños favores, como llevar a Loreto cuando carecía de su automóvil (ellos tenían sólo uno y nosotros dos) o prestarle alguna herramienta a Joaquín y ayudarle a terminar algún arreglo de la casa. Como ven, nuestra amistad iba avanzando y fortaleciéndose hasta el punto de que ya pasado un año y medio desde su llegada habíamos cenado un par de veces en cada casa.
La casa de nuestros vecinos tenía dos pisos, al igual que la nuestra, pero era un poco más pequeña y el patio poseía un terreno más irregular, pero con un jardín mucho más denso y bonito que el nuestro. Pero eso se debía a que nosotros habíamos priorizado tener una gran piscina en lugar de un jardín más exuberante. Mi mujer envidiaba el jardín de los Guerra-San Martín, pero en verano estaba claro que tanto ella como nuestros vecinos preferían la piscina de los Acevedo-Kruze, nuestra piscina.
Así, surgió no sé como uno de esos días, la invitación de mi mujer a los Guerra para refrescarse un día de primavera en nuestra piscina. La verdad es que me sorprendí un poco de que mi mujer invitará a los vecinos a tomar sol y bañarse en la piscina, para mi era un momento de relajo e intimidad con mi mujer y se lo hice saber, pero ella me hizo notar que seguramente los Guerra podían ver lo que hacíamos en la piscina desde el segundo piso de su casa, así que no verían nada nuevo que no hayan visto. Aquello me pareció lógico, por lo que me dispuse a pasar un buen momento junto a mis vecinos.
Lo que mi mujer no anticipó era lo que nosotros no habíamos visto y el impacto que tuvo en mí, y que negué por prudencia y respeto al principio: lo atractiva que me pareció Loreto en traje de baños.
A pesar de usar aquella vez un traje de baño de una pieza, no muy revelador, se notaban unas curvas suaves, con unas bonitas piernas que subían hasta unos glúteos en perfecta concordia con el recorrido de sus caderas, que continuaban en una espalda delicada y un abdomen plano y armonioso que se proyectaba hasta unos senos medianos, pero firmes. Todo era rematado en unos hombros tiernos y suaves que se encontraban con su cuello esbelto, una oda a la armonía hecha mujer que hacían unión y sincronía con el precioso rostro de Loreto.
Claro, más allá de la fuerte impresión que me provocó Loreto en ese momento, era la esposa de mi vecino y me comporté como era debido, respetando tanto a mi esposa como a mis vecinos. Pero mi mujer vio aumentar mi libido desde aquellos días, pues, las visitas a la piscina poco a poco se hicieron más frecuentes.
A veces llegaba del trabajo y me encontraba con Martina y Loreto conversando y tomando el sol en la piscina, al principio yo las dejaba, pero después de un tiempo pensé que era una tontería de mi parte mantenerme aparte, así que me ponía un traje de baño y me ponía a nadar, compartiendo con mis dos sirenas como las llamaba en mi mente.
Al principio Joaquín compartía también con nosotros en la piscina, pero a medida que pasaron unos meses sus visitas se hicieron cada vez más raras. Hasta que Martina y yo nos dimos cuenta que algo pasaba con la pareja.
Así llegaron las estaciones frías y Loreto pasó a ser un recuerdo en nuestra piscina. Nos seguíamos saludando y conversando de vez en cuando, pero estaba claro que algo sucedía en la casa de al lado. Martina trató de apoyar a Loreto, pero sólo logró sacarle que pasaban por un mal momento, que estaban probando la ayuda de un profesional y la terapia de parejas. Aquello nos puso tristes, pero no era algo en que pudiéramos inmiscuirnos.
Pasó el otoño y luego el invierno, y la primavera se presentó calurosa, anunciando un año muy caluroso. Martina y yo rápidamente retomamos nuestra rutina en la piscina, refrescante y relajante luego de largos días de trabajo. Recordábamos de vez en cuando a nuestros vecinos, pero ellos tenían sus problemas y nosotros los nuestros. Era una lástima no ver ese cuerpecito lindo en casa, me encontraba pensando de vez en cuando, recordando a Loreto.
Pasada la mitad de la estación primaveral, Martina me dijo que había estado hablando con Loreto, que se encontraba algo deprimida y que le había ofrecido la piscina por las tardes cuando nosotros no estábamos o para que nos visitara uno de esos días y que ella tal vez aceptara la invitación. Ambos concordamos que era lo mejor para Loreto, pues, era notorio que se lo pasaba mucho en casa y hacía poca vida social, salvo alguna visita de sus padres o hermana, que vivían en otra ciudad.
Así que no me sorprendí cuando me encontré a Loreto con Martina en la piscina un par de días después, pero esta vez no usaba uno de sus trajes de baño de una pieza, que ocultaban bastante piel, sino un bonito trikini, muy en su estilo, pero que me puso la verga tiesa. Saludé rápidamente y decidí esperar un rato antes de darme una vuelta por la piscina. La verdad es que se me iban los ojos hacia mi vecina, así que pronto me retiré a ver una película.
Así pasó casi un mes y Loreto nos visitaba, o más bien visitaba la piscina, una o dos veces por semanas. Su colección de trikinis había aumentado en dos o tres más y me tenía algo excitado, pues, parecía ligeramente más alegre y coqueta. Pero Martina estaba alegre de que Loreto nos visitara y aparentemente se sintiera mejor, y la verdad es que más allá de la atracción que sentía hacia ella, y que consideraba algo platónico, me alegraba que ella estuviera mejor y deseaba que las cosas mejoraran con Joaquín.
Ya avanzado el verano, llegaron las vacaciones y Martina, mi alegre mujer, decidió visitar a Simón, nuestro único hijo. La verdad es que Simón y yo chocamos mucho en carácter últimamente y decidí ir la última semana, de todos modos mi mujer se lo pasaría genial con Simón y Valentina, su novia.
Así que preparé una semana para mi solo. Cervezas con los amigos y una par de películas de las que me gustan y que no he podido ver por estar con mi mujer. Mi mujer se marchó y yo en lo mío, muy tranquilo.
Era un jueves caluroso, como olvidarlo. Yo había tenido una reunión con amigos durante la tarde, así que llevaba unas cuantas cervezas en el cuerpo y un calor sofocante, así que me había dado un buen chapuzón en la piscina al llegar. Estaba disfrutando de algo de comer y bebiendo una sangría que yo mismo había hecho, y que tenía un engañito, cuando sonó el timbre.
Fui a la puerta y al abrir me encontré con una visión que me hizo enmudecer. Loreto estaba ahí parada, muy sonriente con sus sandalias de baño, un pantaloncito corto amarillo y muy ajustadito y una polea sin mangas pegadita al cuerpo.
- Hola vecino. No inoportuno ¿o si? –dijo ella, y me plantó dos besos en la cara antes de entrar a mi casa.
- Loreto. Que sorpresa –respondí, luego de un instante. Mis ojos se fueron a su trasero, enmarcado de manera extraordinaria en ese pantalón corto. Traté de controlarme-. ¿Cómo estás, Loreto? Sabes, Martina no se encuentra en casa, ha ido a visitar a nuestro hijo.
- Oh estoy bien –respondió mientras se giraba, observando el poco habitual desorden de la habitación-. Así que Martina no está. Bueno, quería darme una zambullida, hace mucho calor y nadar siempre me relaja, pero si te molesta que este aquí me voy.
- No, no molestas –me apresuré a decir, no quería ser un mal anfitrión-. Puedes nadar todo lo que quieras, llama a Joaquín si quieres para que se nos una.
- Gracias – dijo, pero en el rostro se le notó una incomodidad cuando mencioné a Joaquín-, pero Joaquín tiene un compromiso de trabajo y llegará tarde hoy. Pero yo nadaré un poco si no hay problema.
- Ninguno, Loreto –respondí generoso.
- Pero primero –me dijo sonriente mientras observaba mi copa- te importa convidarme un poco de aquella sangría.
- Por supuesto, sírvete tú misma mientras voy por un bocadillo y los llevo a la piscina – le pedí, alejándome a la cocina.
Cuando volví estaba instalada en la piscina y tenía un buen vaso de sangría en la mano. Le serví algo de comer y estuvimos tomando el sol un buen rato, hasta que Loreto decidió nadar un rato. Así que sin más, procedió a sacarse primero la polera y luego el hot-pant amarillo. Y la verdad es que lo que me mostró no era a lo que estaba acostumbrado: Ella usaba en aquel momento un bikini blanco bastante revelador.
Me sonrió algo acalorada, se tomó un sorbo de sangría y se lanzó al agua. Vaya si parecía una sirena en el agua mi vecina. Pasó un buen rato y el calor me impulsó a meterme al agua. Ella sonrió.
- Pensé que te quedarías acalorado toda la tarde –me dijo-. Está deliciosa el agua ¿no?
- Esto es lo mejor –respondí, mientras me ponía a dar brazadas en el agua.
Continuó así la tarde, entre chapuzones, ratos de sol fuera de la piscina y conversación. La sangría nos acompañaba siempre para capear el calor.
No sé en que momento, estábamos los dos en la piscina y comenzamos a jugar y competir en la piscina. Ya saben lo típico, a ver quien llega primero a la orilla, tirarnos agua y hundirnos. La verdad es que nos estábamos comportando como críos y sin mala intención, creo yo. Sin embargo, cuando por casualidad ella puso un cola en mi pelvis y luego pasé a rozar uno de sus senos, debo decir que mi excitación pasó de cero a mil en medio segundo.
Ella seguía jugando conmigo, tratando de forcejear con la intención de hundirme en el agua y yo me resistía, pero había sentimientos encontrados en mi mente. Estaba luchando por controlar mi excitación que empezaba a manifestarse bajo mi traje de baño.
De pronto, en un movimiento torpe de su parte da un giro inesperado y en mi intención de ayudar a Loreto, la tomo con fuerza contra mi cuerpo, pero el contacto de su carnoso y duro trasero contra mi pene semi-erecto produjo una extraña reacción de mi parte, tensando mis músculos y atrayendo a Loreto aún más a mi, lo que causo que mi pene acariciara sus glúteos y se instalara finalmente por su espalda hasta su entrepierna.
Ella dio un respingo y luego lanzó un sofocado quejido, pero lejos de huir, su cuerpo permaneció inmóvil, en tensión. Fueron segundos confusos y que me tenían tenso, pero excitado. Estaba a punto de soltarla, pedirle disculpas y darle una explicación, cuando empecé a sentir un roce en mi vientre. Loreto había empezado a mover suavemente sus caderas, buscando intencionadamente el roce entre sus glúteos y entrepierna con mi cuerpo, incluso antes que yo lograra cualquier palabra o acción que pusiera fin a aquella locura una mano atrevida alcanzó mi pene erecto.
Aquel movimiento terminó de perderme. Giré a Loreto y observando sus ojos llenos de deseo la besé. Fue un beso lleno de pasión, ella parecía desatada y caliente. Mientras mis manos empezaban a recorrer su cuerpo, la conduje rápidamente hasta la zona más baja de la piscina, donde tenía más libertad. Mis dedos rápidamente atraparon la carne de sus glúteos, algo que había deseado en mis oscuros e infieles sueños, apretando con poca delicadeza, pero encendiendo nuestro deseo. Loreto besaba mi cuello, subía a mi boca y su lengua entraba a mi boca sin permisos ni vergüenzas, sus dedos cerrados en mi pene sólo lo abandonaron para tomar mi mano y conducirla con premura hasta su entrepierna, deseosa de ser tocada.
Mi mano acarició sus labios vaginales por sobre el bikini al ritmo duro que ella quería, con cierta brutalidad, algo muy diferente a lo que estaba acostumbrado con mi mujer. Martina era una mujer apasionada, pero que le gustaba la dulzura y seducción previa, en cambio, en ese momento me di cuenta que Loreta era un mujer caliente, que quería ser poseída ahora, ya.
Aquello quedó claro cuando Loreto se arrodillo frente a mi, se quitó la parte superior del bikini y se peñiscó los pezones mirándome. Mis manos se dirigieron a aquellos senos medianos de pezones rosados y pequeños, acariciándolos con deseo. Ella sonrío con lujuria, sus manos bajaron mi bañador y dejaban mi pene erecto justo frente a su rostro hermoso, distorsionado por la calentura. Su mano cogió mi pene para comenzar a darme el mejor sexo oral que me han dado hasta hoy.
Mi pene fue lamido, besado, acariciado, absorbido por la boca de Loreto, que yo en su momento había calificado de elegante, pero que sin duda sabía ser usado para actos más mundanos. Mis testículos eran tratados con la misma reverencia, mientras mis manos no se cansaban de jugar con aquel par de senos.
Mi excitación había cegado cualquier lealtad o fidelidad, la tomé del cabello y la alejé, obligándola a ponerse de pie. Sin delicadeza arranque lo que quedaba del bikini, dejando su sexo y el trasero al aire. Su cuerpo desnudo me excito mucho más, la hice apoyarse en una orilla y abrí sus piernas, para comerle sus labios, penetrarla con mi lengua. Mis manos subían y bajaban tratando de acariciar desesperadamente cada centímetro de su piel, ella en tanto trataba de retenerme en su coño, quería que le brindara más y más placer.
Había llegado el momento, me puse de pie y la besé, compartiendo el sabor de su intimidad.
- Fóllame –pidió-. Te necesito. Méteme tu verga. Hazme tuya.
Me acerque, le haría lo que ella pedía aunque no me lo pidiera. Puse mi verga encima del clítoris y lo empecé a rozar, quería ponerla más caliente si era posible. Quería que me suplicara.
- Mételo –pidió, sus manos me tomaban de la cintura y mis glúteos, tratando de ponernos más cerca-. Fóllame, Jorge. Cógeme como una zorra.
La besé lascivamente, nuestras lenguas parecían dos serpientes luchando bajo la lluvia. Aquel fue el momento en que decidí que la haría mía, con ayuda me su mano guié mi pene por su coño, fundiendo mi carne en su carne. Haciendo que ella gimiera y mordiera mi hombro salvajemente.
- Siiiiiii…. Mmmmmmmnnnnn –balbuceó Loreto, mientras se retiraba de mi hombro, dejándome ver un hilillo de sangre correr.
Empecé a entrar y salir de su sexo, con lentitud al principio, pero siendo conciente que lo que ella deseaba era rudeza y desenfreno. Mi pene parecía incansable, yo mismo me sorprendí de mi desempeño. La giré para que Loreto me diera la espalda, pues deseaba tomarla por detrás, observando ese culo que me había comido el cerebro desde le primer día que la observé nadar en esta piscina. Mis manos tomaban sus tetas, acariciando los pezones, luego la tomaba de los hombros para bajar por su espalda o subir a su peligrosa boca, que chupaba o mordía todo lo que se presentaba.
Nuestros cuerpos estaban tensos, ella gemía suavemente y yo respiraba con dificultad. De pronto, mis ojos se posaron en su ano y en un movimiento irracional conduje un dedo por aquel surco entre sus glúteos, posándose sobre aquel botoncito que conducía a caminos desconocidos para mi. Loreto dio un respingo, pero lejos de asustarse o detenerse pareció más excitada y sus movimientos fueron más rápidos y acompasados. Yo sentí que la excitación llegaba al límite y cuando mi dedo comenzaba a penetrar por su ano me corrí.
Fue uno de los momentos más excitantes de mi vida y creo que de Loreto también, pues, lanzó un grito antes de caer de rodillas en la piscina.
Me incorporé y la ayudé a levantarse. Tenía las piernas flojas y parecía algo atontada. Cuando estuvo de pie, me miró con nerviosismo. No iba a dejar que se arrepintiera y la besé, ella aceptó el beso y poco a poco entramos en calor.
Ella estaba desnuda y el sol se perdía tras los árboles del jardín de la casa de Loreto, pero aún no estábamos satisfechos. La conduje fuera del lugar, hacía mi habitación. Ella temblaba en el camino, pero mis caricias y besos la sometieron a mi. Aún había una asignatura pendiente con Loreto.
Esa tarde dio paso a la noche, ambos teníamos calor y aún quedaba sangría. Aquel fue sólo el cominezo, aún quedaba verano y muchos días de sol en aquella piscina.