La piruleta.

Ay, las golosinas, un vicio para el cuerpo y la mente. Díselo a Enrique y a la piruleta del chico de 16 años.

Las golosinas sólo sirven para provocar.

Esa es la conclusión qué había llegado tras los acontecimientos de aquel día y no me equivocaba, las fabricaban para provocar y volverte loco cómo a mí.

Lo primero de todo, me llamo Enrique, estoy en el 1º año de la universidad y todo esto ocurrió mientras volvía a mi casa después de las clases.

Mi casa está un poco lejos, por eso tengo qué coger el tren y la verdad es qué es un trayecto bastante largo y agobiante por lo qué intentaba distraerme con cualquier cosa.

La vista tampoco es qué fuera tan buena, pues el tres estaba lleno de viejos y de chulitos qué necesitaban un bofetón y también una buena polla. Pero todo cambió al llegar él, estaría rondando los 16 años, llevaba las manos en los bolsillos de la cazadora negra y miraba distraído todo a su alrededor.

La verdad es qué era bastante guapo, tenía una cara bien definida con unas pecas minúsculas qué casi no se le notaban, una nariz recta “estilo romano” cómo decía mi abuela, unos ojos negros muy bonitos cómo tinta china pero lo mejor era su boca.

Su boca contenía unos labios qué daban ganas de abalanzarse sobre ellos sin importan lo qué pasara, eran carnosos y rosados, eran los labios de la inocencia y la picardía. Sin él darse cuenta, se los humedecía pasando la lengua, no la lengua entera sino de forma sensual, la punta de la lengua, esa punta...

Su cuerpo era atlético y se notaba qué era un habitual del deporte. No estaba tan marcado cómo para hacer fútbol pero seguramente hiciera tenis. Vestía informal, con su cazadora, sus vaqueros rotos y su bolso también negro, un rebelde de la vida vamos. De repente, vi qué rebuscaba en su bolso y sacó una bolsa de chucherías.

“Tan atléticos pero nunca dirán no a un buen chute de azúcar” pensé divertido. La bolsa de gominolas tenía lo normal, corazones, nubes de azúcar, un paquete de snacks… pero al fondo se encontraba una piruleta bastante grande. No era una piruleta normal qué te tomarías cómo simple azúcar, era de esas de volcarse en ellas y devorarlas, sentirlas… cómo un buen rabo vamos.

Empezó a comer, lo curioso de él es qué comía al estilo animal, cogía una punta y la estiraba para después hincar el diente con precisión. Devoró a sus nubes de azúcar de tal manera qué seguramente se haya convertido en una pesadilla para ellas por su voracidad. Después pasó a los corazones, los corazones alegres y felices con su amor, él los partía por la mitad y se comía a uno y después a otro. Paso a los snacks, abrió la bolsa con precisión dejando un hueco grande para qué pasara su mano entera, pero entonces me llamó:

  • Oye, veo qué te gusta la bolsa tal cómo la miras. –Sonrío- Toma un poco. –Y se acercó y me tendió la bolsa.

Yo, sorprendido porque se diera cuenta de mi mirada, tendí la mano y cogí unas pocas patatas.

  • ¡Qué soso! ¡Coge más, no te van a comer! –Dijo riéndose-

Ya con más confianza, cogí las suficientes para llenarme la boca. Me llevé una a la boca y le dije:

  • Muchas gracias, poca gente se atreve a dar de su comida hoy en día.

  • De nada, si más gente diera aunque sólo fuera un poco de su comida, muchos estarían bien. –Encima maduro-

Se sentó al lado mío, me miró sonriente y metió su mano en el fondo de la bolsa, sacó la piruleta gigantesca y la miró golosón.

  • Aunque esto es mío… -Reímos-

Rasgó el protector del caramelo y lo puso en la bolsa qué llevaba consigo, asió el palo del dulce y lentamente acercó la golosina a su boca, sacó la lengua y lamió un lado del caramelo. Lo hizo lento, cómo un beso romántico con tu pareja, cerraba los ojos mientras su fenomenal lengua recorría la dulce fresa de la chuchería, lo rojo de la piruleta manchó su lengua mientras disfrutaba del momento. Si no me había empalmado con eso, entonces no tenía sangre en las venas.

Me sacó de mi ensimismamiento hablándome:

  • ¿Dónde estudias? Tienes pinta de estudiante estresado. –Reí-

  • Sí, soy un estudiante bastante estresado. Estudio en la universidad de la ciudad pero cómo vivo en las afueras tengo qué coger este tren de mierda. ¿Y tú? –Le pregunté curioso de lo qué dijera-

  • Estudio en el instituto de las afueras, el Santiago Domingo Esteban, pero hoy me he saltado las clases, quería un día en la ciudad, relajarme y disfrutar de lo qué se cuece, ya sabes. –Dio otro pequeño lametón-

  • Vaya, así qué haciendo novillos, ¿Eh pillín? –Le di un suave codazo-

  • Y a mucha honra. –Sonrío mientras mordisqueaba la parte de arriba-

  • Por cierto, me llamo Enrique. –Me presenté-

  • Yo soy César, encantado de conocerte Enrique. –Me estrechó la mano mientras su boca habilidosa contenía la piruleta- ¿Qué estudias en la universidad?

  • Pues ahora mismo estoy con algo qué me encanta, qué es filosofía y más tarde me gustaría hacer historia. –Le respondí entusiasmado- Tú estarás supongo en 1º de bachillerato supongo.

  • Aciertas bien.

Seguimos hablando un rato largo qué se me hizo bastante ameno, el chico tenía buena conversación y se podía hablar de cualquier tema con él, cuándo le hablé del tema chicas me lo evadió un poco intentando salir, “Bien” pensé “Entonces nuestro amigo goloso pueden pasarle dos cosas, no triunfa en el amor (Con ese cuerpo imposible) o le gustaban más los campos de nabos”.

¿Pero qué estaba haciendo? Sólo era un chiquillo de 16 años qué volvía a su casa en tren, era un pervertido qué sólo buscaba la diversión a costa de otros pero…

Ahí estaba, luchando su maravillosa boca con ese monumento de azúcar, lamiendo efusivamente por todos lados, dando vueltas con la lengua, pegando pequeños mordisquitos, masticando esos trozos con un sonrisa en la cara mostrando su disfrute. La sustancia qué coloreaba la piruleta había pasado a sus mejillas dándole un aspecto cómico e inocentón qué me encantaba. De la gran piruleta de antes, se había quedado una piruleta destrozada, atacada por la avidez de esa belleza efervescente.

Me ponía muchísimo ese chico juguetón qué se traía una golosina y no se daba cuenta de los infartos qué provocaba. Tenía qué relajarme, iría al baño a hacerme una paja.

  • Ahora vuelvo.

  • Vale. –Me miró penetrante-

Llegué al baño qué no estaba ocupado, me metí dentro y se me olvidó poner el seguro aunque eso me di cuenta más tarde, me bajé la bragueta y empecé a mear. Antes de una buena paja, se echa una buena meada, esa era mi rutina. Después de la evacuación, empecé a frotarme los huevos y les di un masaje lento, pero no podía ir con preámbulos necesitaba pajearme ya. Empecé a subir, bajar y a darme caña cuándo…

Abrieron la puerta.

Era Alberto, qué me miraba boquiabierto asombrado al espectáculo qué se ofrecía ante sus ojos.

  • Yo… yo…., ¡Perdón Alberto! –Dije balbuceante y avergonzado de lo qué había visto él-

Pero de repente, cerró la puerta tras de sí, puso el seguro, me sonrió cómo si le hubiera venido la idea más buena del mundo y me besó. Después del shock inicial, le devolví el beso y comenzamos un juego de lenguas cómo si de gladiadores en la arena fueran. Sus besos sabían a azúcar y a dulzura, pero también a pasión y a adolescente revolucionado.

Poco a poco, fue bajando por el cuello dando pequeños besitos, al rato de esa dulzura puso su boca en mi cuello y me mordió con el propósito del chupetón.

Se despegó de mí y me quitó la camisa, acarició mi torso y empezó a bajar de mi cuello al pecho, hizo su parada en los pezones metiéndose uno en la boca y mamando cómo si fuera una teta  mientras su lengua se movía sin cesar en el pezón llevándome al cielo. Y después fue al otro. Tras dar su repaso en mis pezones, fue bajando a mi pequeña zona cultivada por el gimnasio y pasó su boca por los abdominales.

Hincó las dos piernas en el suelo y desabrochando la bragueta qué yo me había vuelto a poner al abrir la puerta él, aspiró cómo si le llegara el olor del miembro. Bajó los pantalones y se mostró un bulto considerable en un boxer apretado pues mi polla pedía su liberación y Alberto se la dio gustoso. Bajó el boxer con las dos manos hasta los muslos y relamió los labios ante el tesoro qué tenía ante los labios. No podía negar qué cuándo la naturaleza dio atributos yo estuve entre los afortunados, aunque la verdad es qué había asistido a fiestas muy locas dónde el tamaño era uno de los menores pero eso daba igual ahora pues mi polla de 22 cm le desafiaba.

Sonrío.

  • Ojalá sepa igual de dulce qué mis golosinas. –Reí-

  • Lo sabrá. –Prometí-

Con parsimonia, fue acercando su cara al falo orgulloso pero movió su cabeza y primero se metió un huevo en la boca, lo chupaba gustoso devorándolo sin importarle los pelos qué tuviera, más bien olía el olor a sexo de los cojones y quería más, más y más. Después de su comida de huevos, alejó su cara y se lamió otra vez los labios, ese gesto me encantaba…

Sacó su lengua y la pasó a través de todo el tronco de la polla cómo si fuera un helado, empezó a besar desde la base e iba subiendo poco a poco hasta qué llegó al glande, abrió su boca y se lo metió ¡Dios, qué gusto! Su lengua daba vueltas a través del glande descapillado, pasándola por la raja, lamiendo el frenillo… Paró, con el glande palpitante en la boca y entonces inició un movimiento de descenso, iba poco a poco, intentando qué no le entraran las arcadas. Con precisión, pudo al final llegar suave hasta la base de la polla, entonces volvió atrás y empezó otra vez el ritmo más fuerte. Sube, baja, sube y baja… empezó a follarse la boca a sí mismo, cogiéndome de las caderas y marcando el ritmo, yo no me quejaba pues era brutal, le cogía del pelo y lo acariciaba. Sus ojitos inocentes me miraban mientras su boca bajaba por mi polla. Se la sacó y me dijo:

  • Fóllame la boca, sin piedad.

Sonreí gustoso ante eso. Le cogí del pelo con más fuerza y empecé una follada brutal en su boca. Mi pene salía rápido y entraba cómo una bala, atravesaba sus labios carnosos y no se detenía. Su mirada se encontró con la mía y sus ojos brillaban diciéndome “Gracias”. Pronto, sentí qué me iba a correr y se la saqué, me miró con cara de qué le habían quitado su chuchería preferida.

  • Córrete en mi boca, por dios. –Dijo desesperado-

Volví a acercar la polla a su boca, en cuánto sus labios devoraron mi glande dando una presión divina, me empecé a correr. 4, 5, 6 trallazos salieron disparados e impactaron en su garganta, se lo tragaba gustoso, orgulloso de ello y lo qué se escapaba su lengua buscaba.

Me guardé la polla extasiado, era increíble lo qué había hecho. Después él de enjaguarse la boca, rebuscó en su bolso y sacó un papel mientras apuntaba algo.

  • Aquí está mi número. –Me tendió el papel- Llámame.

  • ¿Podré verte pronto? –Dije con una sonrisilla en los labios-

  • Cuándo me apetezcan piruletas. –Me respondió mientras me guiñaba el ojo-

Reímos mientras el altavoz anunciaba qué llegábamos a nuestro destino.

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