La pintura

Sin querer me vi envuelta en la escena de erotismo femenino más increible que me haya sucedido. Y todo gracias a mi pequeño de siete años.

Soy madre soltera. Tengo un hijo de siete años y trabajo en forma independiente. Mi retoño, Alejandro, vive conmigo y cuando trabajo lo cuida Justa, la niñera, quien es como su segunda madre puesto que todo el tiempo que no está en el colegio, lo pasa con ella. A mí me agrada la relación que tiene con él, lejos de cualquier celo maternal. Incluso diría que le ha ayudado a desarrollar su ingenio.

Justa trabaja en mi casa desde que Alejandro tenía dos años, y su carácter es tan llevadero que se ha llegado a convertir en una muy buena amiga mía. No sé qué haría con mi hijo si no la hubiese hallado. Ella es morena y diminuta, delgada y de rostro sereno y risueño. Debe tener unos 26 años y aún no se ha casado. Si me apuran diría que tiene un atractivo singular, que resalta con sus minúsculos detalles y su compromiso a toda prueba. Nuestra relación jamás ha estado suscrita a una formalidad "patrona – empleada", sino que simplemente lo tomamos como una ayuda mutua.

El caso que quiero narrar tiene a mi pequeño como desencadenante de la historia, en que –como podrá suponerse- me veo envuelto en un devaneo con Justa.

Fue un viernes a mediodía cuando Alejandro llegó del colegio con una curiosa tarea: pintar un retrato de su familia. Traía consigo una revista de pintores que según él quería imitar, pero con nosotras como protagonistas, ya que éramos su familia a la vista de cualquiera. En la casa a la hora de almuerzo estábamos yo y Justa, concordando en que le prestaríamos ayuda pero después de la comida. Alejandro estaba tan inquieto que ni siquiera se lo comió todo y nos esperaba para hacer la obra, más teniendo en cuenta que debía presentarla en la clase de la tarde.

Una vez dispuestas a la colaboración para Alejandrito, él nos mostró la pintura que buscaba imitar con nosotras como modelos. Era un bosquejo antiquísimo en que se veían apenas dos siluetas en sombra negra, entrelazadas difusamente. Aceptamos en que él sería quien nos dirigiría. Con nuestro artista listo para comenzar, nos sentamos en el sofá a unos cuatro metros enfrente de su croquis, adquiriendo como pose un cordial abrazo entre Justa y yo.

-No, así no!- nos dijo de entrada. Y acercándose a nosotras colocó la mano de Justa en mi cuello e hizo voltear mi cabeza hacia ella, levemente agachada, de manera tal que miraba hacia su perfil. Colocó también una pierna de justa sobre las mías, mirando consultivamente su revista. Yo no dije nada, al notar la disposición alegre de ella. Así como estaba me detuve a observarla. Veía que se reía, placentera y sin batir su vista al frente sentía su pierna suave y tibia que apenas se movía. Alejandro ya había vuelto a su posición original.

-A ver mamá, colócale tu otra mano en la cintura- habló el improvisado pintor. Yo, sin dejar de mirar a Justa, obedecí y la tomé de su talle delgadísimo, sintiendo que ella detenía un tanto su sonrisa y de pronto tragaba saliva.

-Justita, puedes voltear un poco tu cabeza. Mírala de frente a mi mamá.- dijo Alejandro sin parar de mirar su folleto, a lo que ella reaccionó tardía, humedeciéndose levemente los labios y quedando lentamente cara a cara, mirándome ahora, junto a mí. Estaba colorada, pero obedecía tranquila. -Qué instante más exquisito-, pensé. Me ruboricé de sólo verla colorear a ella. Las dos sabíamos que estaba pasando algo extraño, de lo que obviamente Alejandro no se daba cuenta. Nunca la miré con ojos distintos a los de una buena amiga, pero ahora yo estaba empezando a percibir un estremecimiento caliginoso, mis piernas ya tiritaban bajo la suya que, desnuda por la falda, comenzaba a pegarse a las mías. Sus ojos iban de uno a otro de los míos, los cuales bajaban y se detenían en su boca, en su nariz, en su pelo, para posarse nuevamente en sus pupilas.

-Más cerca, por favor.- pidió nuestro novel artista. Ya nosotras cumplíamos todas las instrucciones sin cavilar, sólo con la lentitud deleitable de sabernos turbadas. Esta vez fuimos las dos las que nos movimos hacia delante juntas, ya casi tocando nuestras narices. Ella hizo un ademán de devolverse, pero al verme ciertamente decidida en mis movimientos, tampoco se detuvo. Incluso con su redecisión hizo que quedáramos aun más cerca, rozándonos casi.

-Mamá, si pudieras entrelazar una pierna con la que ella tiene sobre ti...- sugirió de pronto Alejandro.

Ahí me anduve espantando un poco, sobre todo con él. Es que ya merecía algún tipo de advertencia, porque aún percibiendo que no sospechaba nada en absoluto de lo que me estaba pasando, me daba pudor pensar lo que podría hacerle a sus compañeras con tal poder de convencimiento. Mientras pensaba lo que le diría, advertí que la pierna de ella era la que se entrelazó a la mía. Quedé divagando en blanco, ida, y sin dejar de mirarla fue a mí a quien se le escapó esta vez un sonido gutural. Se me había secado la garganta.

-¿Seguro que así es la pintura?.- pregunté en voz alta a Alejandro, mientras sentía cómo mi aliento chocaba en la boca a medio cerrar de Justa. Ella comenzó a parpadear rápido, como desconcertada por mi repentina incertidumbre, comenzando lentamente a alejar su cara. Instintivamente apreté un tanto su cintura, quizás sin querer pero sí, queriendo que ocurra, dejándola esta vez en posición paralela a mi cuerpo, ya que me había reacomodado con el súbito movimiento.

-No, falta una mano de Justita abrazándote, mami- respondió el dibujante, que parecía darle más importancia a su retrato que a las modelos.

La respuesta fue un bálsamo para la pareja, puesto que la momentánea tensión se disipó en forma inmediata, y ambas colaboramos para forjar la nueva postura. Justa se dio cuenta que yo me erigía levemente para facilitar su desplazamiento, lo que ella aprovechó para asirse más a mí, de forma tal que esta vez quedaron topándose no sólo nuestras piernas y muslos tibios, sino que ahora nuestras caderas, mejillas, hombros y senos se apoyaban uno sobre otro. Yo a esa altura la miraba con descaro, lo que ella correspondía con una apenas insinuante sonrisa, todavía abochornada.

-Así está bien- nos dijo Alejandro - ya las pinto bien-.

Pudo haber transcurrido una eternidad, un volcán de sentimientos inundaban mi cabeza y corazón mientras sentía la mejilla cálida de Justa en mi cara, mientras acariciaba yo su cintura y ella la mía, mientras minúsculamente nos movíamos para sentir el roce de nuestras pechos endurecidos, mientras ella no aguantaba la risa y eso la hacía sonrojarse más, y yo sentía que mi entrepierna comenzaba a palpitar con creciente fuerza y desesperación. Pudo ser mucho tiempo, entretanto nos dejábamos pintar sin acordarnos de que lo efectivamente lo estaba haciendo.

Nada nos interrumpió aquella tarde, menos aún la bocina del autobús de Alejandro que lo llevó de vuelta al colegio con la tarea lista, despidiéndose de nosotras y dándonos gracias por la ayuda. Apenas volteamos para decirle: "chao", y que al pequeño no se le olvide nada y de paso preguntarle la hora de regreso. Y ahí mismo nos quedamos.

-Se fue el niño- me dijo Justa, pasados unos minutos desde que escuchamos marchar el autobús.

-Así es- le dije, sin interrumpir la situación que mi hijo había intentado desarrollar con nosotras. Ella tampoco hacía nada por salir de aquella tribulación cada vez más deliciosa.

–¿Estás incómoda?- le pregunté, separándome de su pierna húmeda por la posición, para luego reafirmarla a las mías, que también se sentían melosas.

-No, para nada- me dijo, aprovechando mi movimiento para deslizar su mano por mi espalda, provocándome un pequeño escalofrío, y luego detenerse de frentón en mi axila, cosquilleando en forma casi imperceptible mi otro seno. Yo no aguanté más y la abracé entera con un tiritón inmenso, con un fuego irresistible que se apoderó de mí, y deseoso salió de mi cuerpo para confundirme con ella, que lejos de oponer resistencia buscó loca mis tetas con la misma mano, ya asignándose entera la tarea, y yo la dejaba hacer, la ayudaba con mi entrega, para de pronto fundirnos en el beso más tórrido de que tenga memoria.

Pasamos de la inercia ardiente a la lucha electrizada de dos cuerpos que por vez primera se juntaron y se encontaron, y era dicha, era deseo por deseo, placer por placer el de nosotras dos mujeres jóvenes y preciosas, cada quien a nuestra manera, pero descubriendo el inconfundible celo de la hembra que nos llamó en el hacinamiento de sólo dos formas en un espacio breve y cálido, fogoso a más no poder.

Y ahí estábamos, las dos todavía en aquél beso largo y desinhibido, el que nos dio el pase a la locura y a la promesa de lo que venía. Ella enredaba mi pelo con sus manos y trataba de soltar los botones de mi blusa. Yo la abrazaba fuerte, la quería para mí pero no sabía cómo. Abría mi boca para entregarle con besos lo que me ocurría. Y pasé a su trasero, recorriéndolo por encima completamente, para de pronto subir su corta falda y hacerla quedar en bragas. Su culito era de verdad pequeño, exquisitamente menudo, como dos melones oscuros, sudorosos y brillantes, envuelto todavía en el calzón que ahora yo bajaba y lo encontraba así, expuesto totalmente y servido para mi delicia. Me lo iba a devorar.

-Señora, le quería decir algo- me dijo de pronto entre jadeos y tratando de huir de mis besos, pero tampoco sin dejar de lado mis tetas.

-Dime, Justita- le contesté sin desahuciar su boca de mis besos.

-...contarle que a veces me mojo en las noches pensando en usted...- me dijo a gritos, poniéndome como una leona en busca de presa, caliente a no dar más. Le mordí muy fuerte los labios, dándome cuenta de aquello por el suspiro largo y doloroso que lanzó. Se aferró a mí de tal forma que ya tiritaba de placer. Se quitó la falda completa y luego toda la parte de arriba. –eres lindísima- le dije, y la comencé a imitar desabrochándome la blusa.

-No, señora. Déjeme a mí.- me detuvo, encargándose ella de desvestirme. Pareció de pronto tomar el control de las acciones y, colocándose sobre mí, con cada botón que salvaba se acercaba a mis pechos, manoseándolos como hembra para pasar de lleno a chuparlos. Yo estaba en la gloria. Me saqué todo lo demás y fui en busca de sus tetas, las sobé sutilmente, rápido y lento, dándome cuenta del talle celestial que lucían, con su delgada y morena figura como fondo de aquellas dunas dignas de aplauso, me aprehendía yo de ella y bajaba lento. Lento llegué a su oasis, a ese manantial húmedo que olía divinamente y me invitaba a consumir. Así lo hice, sintiendo su estertor subterráneo a cada contacto mío. La agarraba yo del trasero mientras mi boca se sumergía en aquella habitación secreta. Estaba inundada de su manjar licuoso, pero quería más. La masturbé con mi lengua, mientras con mis dedos comprobaba mi propio estado de aceite.

Al darse cuenta de lo que hacía ella hizo abandonar mi tarea y agarrando mi mano comenzó a masturbarme ella a mí, primero con mi dedo, luego con mi mano, y luego con la de ella. Acto seguido bajó hasta mi almeja y se la comió, yo estaba en el limbo, y ella déle a la mía. Redoblándome en su cuerpo alcancé su sexo para asirlo de nuevo a mi lengua, que se encabritaba con su aroma y no quería soltarla. Así, en un sesenta y nueve, sentí el orgasmo más generoso que hasta el momento concebía, y con un terremoto por parte de ella, sentí como minutos más tarde ella se iba, para quedarse como yo, hundida en el charco del deseo.

Y así fue como por una tarea de mi hijo pude comprobar lo exquisito de brindarse placer mujer contra mujer, un vicio admitido y delicioso para la vista y los sentidos.

Ah, debo aclarar que la historia está bien lejos de haber sido el único encuentro que tuve con mi niñera. Perdón, mi amiga Justita.

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