La pintura de uñas

M/F

-Luis, ¿me pintas las uñas de los pies? -me pidió mi madre una fría tarde de enero.

-Claro, ahora cuando vuelva del cuarto de baño -le dije yo.

Mamá siempre me pedía que le pintara las uñas de los pies. Desde que vivíamos solos (mis padres se habían divorciado), mamá se había hecho más coqueta. Cuidaba más su ropa, su maquillaje y sus peinados. No se puede decir que fuera una mujer muy atractiva, si tengo que ser sincero. Era una mujer de cuarenta y tres años normal. No era muy alta y estaba un poco gorda, aunque la verdad es que eran sus enormes pechos y su gran culo las partes que hacían que pareciese gorda. Sus piernas eran bonitas, robustas y bien proporcionadas y su cara era normal, ni especialmente atractiva, ni desagradable. Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que era una mujer extraordinariamente bondadosa y muy buena madre, quizá demasiado.

-Bueno, ¿dónde está la pintura de uñas? -le pregunté cuando volví del baño.

-Aquí la tengo yo -me dijo.

Me acerqué al sofá donde estaba sentada y me senté a su lado. Mamá se sentó paralelamente al sofá y puso los pies sobre mis muslos. Tenía unos pies, debo decirlo, muy sexis, pequeños y muy bien formados. Cogí el bote de pintura, que era de color burdeos, y empecé a pintarle las uñas cuidadosamente. Mientras lo hacía, un poco involuntariamente, lanzaba miradas furtivas hacia el camisón que llevaba mamá puesto, que le llegaba sólo por la mitad de los muslos. Lo tenía en aquel momento tan subido que se le veían sin problema las bragas rojas que llevaba puestas y se le podían incluso ver los pelos negros que sobresalían un poco por los lados.

-¿Qué estás mirando, pillín? -me preguntó de pronto.

La pregunta me cogió por sorpresa y no supe qué contestar. A mis diecisiete años no era precisamente un modelo de persona con ideas claras.

-No sé por qué lo pregunto, cuando está tan claro -me dijo sonriente-. ¿Es que te gusta lo que ves?

-Sí -contesté impulsivamente.

-Ah, con que te gusta mirarle eso a tu madre... Muy bien, muy bien... -dijo medio riéndose.

-Per... perdona -dije, dejando de pintarle las uñas momentáneamente.

-Oh, venga ya, cielo, no te me preocupes tú. ¿Crees que me voy a enfadar porque me mires el chocho?

-No sé, yo...

-No te sientas culpable ni nada. Si quieres, ahora cuando se me seque la pintura me bajo las braguitas para que me lo veas. No quiero dejar yo a mi niño con la curiosidad...

-¿Me lo enseñarías? -pregunté incrédulo y dudando que hablara en serio.

-¿Por qué no? Soy tu madre y si tienes curiosidad por algo no veo por qué no puedo enseñártelo. ¿Es que no has visto nunca a una mujer desnuda?

-No, la verdad es que no -contesté cabizbajo y siguiendo con mi labor de pintura.

-Pues esta tarde vas a ver la primera, que para algo soy tu madre y quiero que lo sepas todo.

Hubo un largo e incómodo silencio durante el cual terminé de pintarle las uñas a mamá. Yo siempre había sido un niño mimado por su madre, pero aquel capricho concedido excedía incluso los niveles más altos de enmadramiento. La erección que tenía, además, me preocupaba, aunque más por le hecho de que mamá podía verla que por estar excitado a causa de ella. El que me excitara mi propia madre no era algo nuevo en mí, pero el que ella pudiera enterarse sí...

-Bueno, cariño, ¿quieres ver eso, sí o no? -me preguntó sentándose normal en el sofá cuando se hubieron sequedo sus uñas.

-Sí, si tu quieres -le respondí.

-Claro que sí, yo hago lo que mi niño quiera. ¿Me quieres ver el chochito o las tetitas? ¿Qué prefieres?

Me quedé callado, pensativo.

-¿Qué tal si te lo enseño todo? -me preguntó al ver que dudaba.

-Vale, eso -dije.

-Vente a mi dormitorio mejor, que allí se está más cómodo -me dijo.

Yo la seguí hasta allí y me quedé quieto mirándola. Mamá se quedó de pie junto a su cama y se quitó el camisón, dejándolo caer al suelo y mostrándome su ropa interior roja. Luego se desenganchó el sujetador y lo dejó caer también al suelo, dejándome ver por primera vez sus enormes y ya poco firmes tetas.

-¿Te gustan? -me preguntó.

Yo le dije que sí y ella sonrió.

-Bájame tú las braguitas, ya que estabas tan interesado en ellas -me dijo.

Me acerqué a ella y me senté en la cama. Mamá se puso enfrente de mí y yo, algo vacilante, llevé mis manos a sus pequeñas bragas y se las fui bajando despacio, pudiendo ver cada vez más de su vulva negra y poblada. Cuando llegué a sus rodillas, mamá menó las piernas hasta que las bragas cayeron sobre sus pies. Luego sacó los pies de ellas y las quitó de en medio de una patada. El aroma almizcleño de su coño me llenó la nariz y me empinó la polla aún más, si es que eso era posible.

-Ea, ya estás contento, ¿no? Le has visto el chocho a tu madre. No todos los niños pueden verlo... -me dijo con ese tono que tienen las madres cuando han concedido un capricho a sus hijos.

Yo sonreí algo nervioso.

-Bueno, ¿y tú no me vas a enseñar a mí tu colita, cielo? -me preguntó con una sonrisa traviesa.

-¿Quieres vérmela? -le pregunté.

Mamá se puso un poco seria y luego se sentó a mi lado.

-Cariño, no sé si no te estás dando cuenta o es que me estás malinterpretando mal, pero, ¿sabes que hago todo esto porque quiero que nos acostemos juntos o crees que lo hago sólo para enseñarte mis tetas y mi co.... y mi chocho?

-Bueno, no estaba seguro en realidad. Yo quiero fo... hacerlo contigo también, pero creía que lo hacías sólo para darme el capricho.

-No, cielo, quiero porque me gustas y porque eres el único hombre con el que he querido hacer el amor desde que me divorcié de tu padre. Y eso fue hace dos años. Y, por cierto, puedes decir la palabra "follar" si te apetece, aunque a mí en este caso me gusta más "hacer el amor", porque lo hago contigo no sólo porque me gustas, sino porque te quiero y quiero que seas mi marido de ahora en adelante. De todos modos, una cosa así no te la puedo pedir aunque estemos tan unidos como estamos y aunque nos acostemos juntos, es algo que tiene que surgir entre los dos.

-Yo te quiero más que a nadie, mamá, y no te lo digo porque quiero hacer el amor contigo, sino porque te necesito a mi lado y no quiero separarme de ti.

-Entonces vamos a meternos en la cama y vamos a sellar ese amor que nos tenemos -dijo mamá estrellándose contra mis labios y tumbándome en la cama.

Cuando dejamos de besarnos, mamá llevó sus manos a mis pantalones y me los desabrochó. Me los bajó hasta las rodillas y mi polla quedó libre, empinada y apuntando hacia el techo. Me empezó a besar de nuevo mientras me la meneaba y mientras yo manoseaba sus tetas. Aquel beso fue tan húmedo y excitante que el poco control que teníamos sobre nuestra lujuria se perdió y mamá se subió encima de mí y se metió mi polla en su agujero ardiente. El tamaño de mi rabo no era, ni es, muy espectacular, pero sí era suficiente para satisfacer a una mujer. Mamá, no obstante, queriéndome como me quería, no dijo nada y se limitó a cabalgar sobre mi cuerpo, dándome placer y dándoselo a ella misma también. Para mí, aquella primera vez fue un poco como un sueño, no porque fuera maravillosa (que lo fue), sino porque no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Las grandes tetas de mamá colgaban y se movían ante mis ojos mientras ella se movía de delante hacia atrás sobre mi polla, sus ojos estaban cerrados a causa del placer y los muelles de la cama crujían, siendo los únicos delatores de lo que allí estaba sucediendo.

-¡Cariño, no puedo más! ¡Ahhhhhhhhhhhh...! -gimió mamá en voz alta mientras se corría.

Los últimos botes frenéticos de mamá antes de correrse hicieron que yo mismo no pudiese aguantar más y de mi polla empezara a manar un río de semen caliente que llenó la mojada vagina de mi madre hasta arriba. Hasta ese momento yo no había pensado en la posibilidad de que mamá se pudiera quedar embarazada, pero el correrme dentro de ella sin condón me hizo reparar en ello súbitamente. Cuando mamá se relajó y se quedó allí sentada sobre mi polla fláccida fue cuando quise decírselo.

-Mamá, no lo hemos hecho sin condón... ¿Qué pasaría si...?

-Oh, no te preocupes, hijo, iré a la farmacia y compraré píldoras del día después de ésas... No pasa nada.

-Vale.

-Bueno, ¿te ha gustado? Para mí ha sido genial...

-Mucho... me ha encantado, mamá. Lo único que espero es que esto se repita.

-En fin, si se te empina otra vez, estoy dispuesta... -dijo quitándose de encima de mi cuerpo y dejando un poco de semen en mi entrepierna.

Los dos nos quedamos allí tumbados un rato acariciándonos y besándonos hasta que se me volvió a empinar. Mamá me la comenzó a menear despacio.

-¿Quieres que mami te la chupe un poquito, cielo? -me preguntó mientras me besaba los labios.

-¡Sí! -contesté con entusiasmo.

-Ya verás, cielo, el gusto que mamá te va a dar...

Dicho aquello, mamá se puso a la altura de mi polla y se la metió en la boca sin más. Al principio sólo chupó mi glande, como si quisiera sacarle brillo, pero luego se la metió casi entera en la boca y empezó a bajar y a subir la cabeza de forma experta, sin que sus dientes rozaran mi delicado miembro. El gusto que me estaba dando era tal, que me vi forzado a cerrar las ojos y apretarlos. Mamá, desde luego, sabía lo que hacía y estaba claro que no era la primera mamada que hacía. El caso es que, cuando estuve a punto de correrme por segunda vez, mamá se detuvo y se tumbó a mi lado.

-Fóllame tú ahora, cariño. Métesela a mamá bien fuerte -me dijo con voz ronca.

Casi al instante, me puse entre sus piernas abiertas y le introduje mi dura verga. Mamá parecía tenerlo lubricado con mantequilla, porque entró como una seda y empecé a embestirla con fuerza sin problemas. Seguía sin poderme creer que me estaba follando a mi propia madre, taladrando su coño peludo y viendo cómo sus tetas se movían bajo mi cuerpo. La sola idea de estar follando ya me tenía a cien, pero que encima fuese mi madre la mujer a la que se la estaba metiendo era algo más allá de lo erótico, más allá de lo voluptuoso.

Como un animal en celo, me estaba estrellando contra su coño frenéticamente, arrancándole gemidos febriles y jadeos sobrenaturales. Sus tetas se movían de un lado a otro mientras yo la embestía salvajemente, hundiendo mi polla hasta el cuello de su útero y luego sacándola para embestirla con más fuerza todavía. Mamá gozaba como nunca, chillando de placer mientras sujetaba mi culo con sus piernas cruzadas. Los chirridos de la cama casi nos ensordecían, pero me daba morbo saber que aquel ruido lo estaba provocando yo con mi energía viril.

Sin esperármelo yo, mamá se corrió de nuevo, y luego otra y otra vez hasta llegar a siete orgasmos. Yo no podía parar, así que seguí metiéndosela hasta que llegó a los diez orgasmos, tras lo cual me volví a correr abundantemente y me desplomé sobre ella mientras de su agujero manaba semen de nuevo. Mamá estaba medio mareada después del aluvión de orgasmos que había tenido, pero sonreía satisfecha.