La Pija y los vagabundos 3
El enorme trabuco seguía perforándola como una máquina de sacar petróleo, lo que aumentaba tanto la desazón de sentirse usada y ultrajada, como el calor que quemaba su coño sin remedio... Mila no pudo evitar un nuevo orgasmo, tan cruel e irracional como el anterior...
La joven no era capaz de cerrar la boca. Se la tapó con una mano para no gritar, mientras notaba como las lágrimas se agolpaban en sus ojos, deseosas de salir y esparcirse por sus magulladas mejillas. Estaba perdida. No solo eso. Quizá ese hijo de puta no lo hubiera descubierto aún, pero en los elementos ocultos había algún que otro regalito, como un pequeño episodio lésbico con una amiga, unas fotos metiéndose un bote de desodorante, etc. Su vida se resquebrajaba, y ella no era capaz de parar la sangría.
Pero ni de lejos era lo peor. Cogió el móvil y se fue al baño. Se quitó la toalla, y se quedó frente al espejo, completamente desnuda. Se veían claramente las marcas en su cuello, que serían las más difícil de esconder, y las de los pechos y las nalgas, que no le preocupaban especialmente. Sentía un ligero dolor en el ano, aunque no era nada en comparación con lo que ella esperaba. Y eso era tan bueno como inquietante. Cogió un bote de crema hidratante, y se dio en todas las magulladuras. Depositó una buena cantidad en su mano izquierda, y con la derecha se untó en el cuello. Se acariciaba, extendiendo el ungüento sobre su piel. Repitió la misma operación por todo su cuerpo, por todas sus marcas. Y en todas ellas le sobrevino la misma sensación. A su mente venían flashes de lo ocurrido la noche anterior. En el cuello, cuando la ahogaban. En los pechos, cuando la manoseaban y pellizcaban. En el culo cuando la azotaban y golpeaban. Por suerte los bofetones no habían dejado marca a apenas, nada que una capa de maquillaje no pudiera cubrir. Seguía recordando esas imágenes, esos tres asquerosos hombres usando su cuerpo a su antojo. Quería sentir náuseas, lo deseaba, lo necesitaba… pero la realidad es que no las sentía. Aquello la hizo avergonzarse, y notar como los colores subían a sus mejillas. Dejó la crema y cogió aceite de Aloe Vera. Se dispuso a untarlo por sus labios vaginales, doloridos por los pellizcos, e hinchados por la sobredosis de sexo. Los untaba a conciencia, recorriendo cada uno entre sus dedos, arriba y abajo. Se puso más en la mano, y lo dirigió a su esfínter. Extendió el líquido por toda la entrada, y con un dedo, con mucho cuidado, metió uno en su interior para curar también la pequeña herida por dentro. Sintió un escalofrío al hacerlo, al recordar como aquella bestia y el monstruo que habitaba entre sus piernas la habían destrozado. Pero lo que vino a la memoria fue el increíble orgasmo que le había provocado cuando le perforó el coño con su martillo pilón. No pudo evitar recordar que se había desmayado de placer, que había perdido el conocimiento del subidón de adrenalina y del goce que semejante salvaje había provocado en ella. Cuando se dio cuenta, sus manos aceitosas masajeaban su coño brillante. Un par de dedos entraban y salían, rozando sus hinchados labios y provocando nuevos espasmos de placer. A su memoria volvieron las fotos que le había mandado, y volvió a sentirse sucia, inmunda, se sintió una perra. De su coño emanaba flujo sin parar, más del que recordaba haber generado nunca. Se miraba en el espejo, y no se reconocía. Cogió una silla, se abrió de piernas frente al espejo, y comenzó a darse golpes con una mano donde tenía las marcas, mientras con la otra se masajeaba el clítoris. Se ensañó con sus tetas, se las golpeaba, se la llevaba a la boca para morder el pezón hasta sentir el dolor, se daba unos golpes tremendos. Se abofeteaba frente al espejo, mientras susurraba “puta” entre sus labios. “Puta”, volvía a decir. “Zorra”, se martirizaba. Cogió un bote de desodorante, lo untó con aceite, y lo metió en el culo. No era ni de lejos como el miembro de aquel Goliath, pero el dolorido agujero se quejó, provocándole una mueca. No le importó. Siguió masturbándose, deseaba seguir con aquella sensación, jamás había estado tan lubricada, nunca su cuerpo había respondido de manera tan brutal ante el sexo. Y eso era tan turbador como excitante, tan sucio como placentero, tan inmoral como inexplicable, tan real como el orgasmo que estaba a punto de estallar en su interior. Metía y sacaba tres dedos en su coñito, mientras el pulgar masajeaba su botón, al tiempo que alternaba bofetones con pellizcos a sus lastimados pezones. Una bomba de placer crecía y crecía en su interior, se formaba, acumulaba metralla, sentía cómo se hacía grande, hasta que se miró al espejo y se dio cuenta de lo que estaba haciendo, y junto a la humillación de la situación, vino la detonación. Fue una auténtica explosión, similar a la que sintió cuando el bárbaro perforaba su tierno coñito con el brutal aparato. Sintió que se mareaba, que el cuerpo no se sujetaba, así que resbalando se dejó caer en el suelo, mientras el flujo seguía manando como jamás lo había hecho. Notó el frío azulejo en su coño húmedo y caliente, y comenzó a frotar el suelo. Necesitaba calmar sus ganas, apaciguar su calor. Lejos de conseguirlo, un fino chorrito de pipí salió de dentro casi por efecto de la gravedad, aumentando su lujuria. Tenía ganas de llorar, no sabía por qué estaba tan sumamente caliente, pero no podía dejar de moverse. Frotaba su raja, ahora aún más ardiente por el orín con el suelo helado del baño. Los últimos coletazos del orgasmo hicieron que bajara la intensidad del roce, y el pipí se fue enfriando, hasta que dejó de sentir la necesidad de frotarse. Se llevó las manos a la cara y se puso a sollozar, destrozada emocionalmente, pero físicamente saciada y satisfecha como no era capaz de recordar.
Sentada sobre el charco de pis cogió su móvil, y revisó las fotos, y el mensaje. Por una parte estaba aterrorizada. Calmado su fuego interior, volvía a sentirse sensata, y recordaba como esos animales la habían violado y ultrajado. Buscaba en su interior un odio profundo y visceral, que sería lo lógico tras los acontecimientos de la noche anterior, pero éste no acababa de llegar. Algo había cambiado en ella. Algún tipo de resorte, la tecla que quizá ella siempre había buscado, el interruptor que activaba su libido, sus agresores no solo lo habían encontrado, sino que lo habían hecho saltar por los aires. Y ahora era turno de recoger los cachitos.
Estaba viendo una vez más las fotos, cuando un nuevo mensaje del teléfono desconocido le llegó. Era un vídeo de algo más de 20 segundos, en la que ella explotaba en un orgasmo brutal que la dejaba inconsciente, y, tras un corte, un pollón descomunal salía de su esfínter dejando un rastro de semen tras él. Miró la pantalla con ojos vidriosos. “ Escribiendo…” ponía en la pantalla. El mensaje terminó llegando. “He estado revisando tu móvil. Tienes buen material aquí, además del que yo grabé”. Sintió la punzada, como si un cuchillo atravesara su fina y blanca piel, y hurgara en su corazón. “Escribiendo…” No podía apartar los ojos del teléfono. Cada segundo era una eternidad, una agonía lenta y dolorosa. “Tienes una casa grande. Seguro que tu padre necesita mano de obra. Búscanos trabajo dentro.” No acababa de creérselo. Releía una y otra vez el mensaje, sin ser capaz de aceptar lo que leía. “Me has oído, putita?” Continuó escribiendo el vagabundo. La niña no sabía que decir, ni que hacer. Lo primero que se le ocurrió fue una huida hacia adelante. “Me violasteis, abusasteis de mí, tengo marcas por todo el cuerpo. Voy a ir a la policía y conseguiré que os pudráis en la cárcel, hijos de puta.” Iba a apagar el teléfono, para no arrepentirse y no leer más, perola curiosidad la mató. “Escribiendo…” Una vez más, y esta se hizo interminable. Casi un minuto después llegó el mensaje. “Oh, sí, por favor. Llama a la poli. Así podremos vivir en un sitio cubierto, con comida, con cama. Será como salir de la calle para ir a un hotel. Eso sí, te juro que antes tooooooodos tus vídeos, tus fotos, correrán como la pólvora por tus contactos…” Palideció. Cambio de color, mientras una expresión de terror se formaba en su rostro. Ellos no tenían nada que perder. Ella todo. Estaba perdida, obnubilada, mareada, sobrepasada por los acontecimientos. “En línea.” Rezaba el móvil de aquel asqueroso. No tenía opción. Era pasar por la vergüenza más grande de su vida, o ceder al chantaje de aquellos animales. Y decidió ceder. “Está bien, pero necesito tiempo. Y no sé si podré ocuparos a los tres, ni cuándo. Ni cómo, joder. Eso sí, que quede claro que emplearos y daros un sueldo es lo único que conseguiréis. A cambio me darás las fotos y los vídeos.” Le dio a enviar mientras temblaba sin remedio. Enseguida vio el “Escribiendo…” que tan nerviosa la ponía. Los segundos eran losas de piedra, pesados y duros, que sepultaban su ánimo. Más o menos un minuto después, le llegó un mensaje de cuatro líneas de carcajadas, y en mayúsculas. “JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA…”, y tras dos minutos larguísimos, otro aún peor. “Pero tú te crees que mandas? Crees que tienes poder de decisión, zorra? De verdad piensas que tienes opción de poner condiciones? No te enteras de lo que pasa, o no te quieres enterar. Eres MÍA. Ahora mismo ME PERTENECES. Voy a hacer lo que me venga en gana contigo o te arruinaré la vida. No soy imbécil, he visto los vídeos, sé que disfrutaste de nuestro encuentro. Pues volverás a hacerlo, solo que cuando me dé a mí la gana. Tienes 48 horas para meternos en tu casa.” Un escalofrío recorrió su espina dorsal, y casi la incorpora de golpe. Entro por los pies, aún bañados en orín, y la atravesó hasta salir por su boca, abierta por la estupefacción. Lo peor de todo es que no pudo evitar que su coño volviera a mojarse. El descalabro emocional era brutal, comenzó a hiperventilar, se levantó, soltó el móvil en el banco y se metió en la ducha. Puso el agua fría y soltó un pequeño grito cuando la sintió erizando su piel, pellizcándola suavemente. El agua fluía y resbalaba a través de su cuerpo, rodeando sus majestuosos pechos, creando pequeñas cascadas desde sus ahora enhiestos pezones. El resto los bordeaba, por fuera o por dentro, y bajaba hacia el suelo de la bañera desfilando entre sus muslos. Sabía que se había mojado, que se había vuelto a excitar al leer los insultos, las amenazas. Tuvo la tentación de volver a masturbarse frenéticamente, pero esta vez se contuvo. Necesitaba pensar con claridad, y ver qué debía hacer. Necesitaba tiempo, pero no lo tenía. Decidió ver qué posibilidades tenía de cumplir lo que aquellos salvajes querían, mientras se le ocurría algo mejor.
En el otro lado de la calle, a apenas unos cientos de metros, un vagabundo poco corriente mantenía en la mano un Smartphone chino recién comprado, mientras una sonrisa le llenaba la cara. Su plan estaba saliendo redondo. La pija había resultado una puta de cojones, y el material que le había incautado era cojonudo. Tenía todas las cartas. Todas. Llevarse a esos dos consigo era una carga, pero a Sabonis, como él le llamaba, lo necesitaba. Necesitaba su arma de destrucción masiva, que había sometido a la zorra. Había visto los ojos de deseo de ella. Había visto su cara de gusto al correrse mientras Sabonis la partía en dos. Esa era una carta importante, y él no la quería perder. A Canijo le daba un poco igual dejarlo atrás. Si ella ponía pegas, lo haría sin dudarlo.
El día transcurrió largo y lento para él, pero volando para ella. Por la tarde habló con su padre y se encaprichó en reformar el porche del jardín. Lo hizo con sus modales habituales de pija consentida, con lo que aunque su padre le dijo que lo pensaría, ella sabía que era un sí. Para conseguir que fueran los vagabundos los que lo hicieran, pensó en el episodio de su chacha y el billete de cinco euros, así que fue a hablar con ella.
- Tata, hace semanas que no me quito una cosa de la cabeza. Obré muy mal. – Dijo con falso arrepentimiento. Miró con ojos de cordero degollado. Lo hizo tan bién, que la chacha tragó.
- ¿Qué ha pasado, cielo? – Dijo la mujer, preocupada.
- Que no me quito de la cabeza el día que rompí el billete de los pobres de la esquina. – Puso cara de gato se Shrek, y la chacha de nuevo se lo creyó. – Y como quiero reformar el jardín, a lo mejor si se duchan y se arreglan, los podíamos emplear. ¿Tú les preguntarías, Tata? – La farsa le estaba quedando bordada. Los nervios contribuían a crear la duda en su voz, a que temblaran sus palabras, lo que agudizaba la sensación de arrepentimiento.
- Claro, pequeña. – Dijo con una amplia sonrisa. – Pero antes he de hablar con tu padre.
- Claro, sí, sí. – Dijo tal vez con premura. – Pero seguro que lo convences. – Le sonrió y le plantó un sonoro beso en la mejilla. Tenía que reconocer que había tenido mucha suerte con su chacha.
La espera hasta que su Tata volvió fue larga. La vio salir de casa a los quince minutos de su conversación. Se acercó, y estuvo hablando con el vagabundo que la había recogido del portal. Vio como sonreían, ella le daba algo que parecían unos billetes, y cómo él los recogía y se daban la mano. Ella se volvió hacia la casa, y el sonrió mirando hacia ella, hacia su habitación, hacia su cabeza, hacia su coño. Era imposible que la hubiera visto a esa distancia, tras la cortina. Pero su mirada la había penetrado. Vio como hacía un pequeño bulto con sus cosas, rodeándolo con una manta, y como se dirigía al grandullón, que hacía lo mismo que él. Sin embargo, el más enjuto se quedaba, sin apenas inmutarse. Se levantaron y se marcharon calle arriba. A los pocos minutos su chacha entró en la habitación con noticias.
- Van a asearse al centro social, y mañana empiezan los dos en el jardín. Resulta que uno de ellos es ingeniero, y te ayudará a diseñar el nuevo porche, y el gigantón es un albañil retirado. Parecen buena gente. Seguro que te perdonan… – Estuvo a punto de echarse a llorar, pero a ojos de su chacha sólo era emoción. – Además como tú acabas esta semana las clases, ya te puedes poner con ellos todo el día. De momento, vendrán por la tarde, que es cuando tú estás. – Dios. La pobre mujer no sabía a dónde se metía su pequeña, su demonio rubio. Y así debía ser.
- Gracias, Tata. – Dijo casi con lágrimas. – Salió del dormitorio de su chacha, se fue a su habitación, cogió un biquini y se bajó a la piscina. Necesitaba sudar, cansarse, y hacer algo que la relajara y soltara sus músculos, agarrotados del día anterior. Por la tarde no bajaba nunca nadie, así que no había mucho peligro de que vieran sus marcas. Aún así, dejó una toalla cerca, por si era necesario.
Las clases de la mañana siguiente pasaron lentas y farragosas. Estaba muy espesa, había dormido muy mal, no sabía qué tendría que hacer, ni cuándo, ni cómo. Joder, ni dónde. ¡Esos hijos de puta querrían hacerlo en su casa! Solo el pensamiento de que así fuera… volvió a hacer que se humedeciera su coñito. Había pasado horas y horas intentando entenderlo, pero le era imposible. No había una explicación “lógica”, y había llegado a la conclusión de que había sido física. En contra de su voluntad, sí, pero inevitablemente y dementemente placentera. Sacó de sus pensamientos la parte sexual, y se centró en pensar en cómo salir de esa situación. No era fácil, lo único que venía a su mente era suplicar, pedirles por favor que la dejaran, aunque para ello tuviera que dejarse hacer una vez más. Pero en su más fuero interno sabía que si suplicaba… sería peor. Ellos aprovecharían aún más su poder, y la tendrían aún más sujeta. Tenía que ganar tiempo, y ver si tenía manera de recuperar ese material. Ya había visto que lo que le faltaba era la SD. La tendría en el móvil. Tenía que hacerse con él.
A las 17h en punto llamaron a la puerta. Ella estaba arriba, nerviosa, atacada de hecho. No sabía ni que ponerse. Al final habían sido unos shorts cortos de deporte, camiseta y deportivas. Toda la ropa que tenía era llamativa, así que valía de poco esforzarse en buscar algo que no lo fuera. Cuando llegó a la recepción los dos hombres la esperaban. Al grandullón se le caía la baba literalmente, y llegaba hasta su camiseta. La ropa era nueva, saltaba a la legua, posiblemente comprada por exigencia de su Tata. El otro hombre mantenía una sonrisa enigmática, pero sus ojos brillaban al mirar a la niña. La chacha era quién les había abierto, y mantenían una ligera conversación. Cuando se acercó a ellos, ella se giró a recibirla.
- Oh, pequeña, estás aquí. – Dijo estirando una mano para alcanzarla. – Estos son los hombres que van a reformar el porche. Este hombre es Álvaro, y a aquel grandullón le llaman Sabonis. – Escondió una risa al decirlo, y se giró hacia ellos. – Y este ángel, que a veces es un demonio, se llama Mila. – Sonrió orgullosa, mientras la presentaba. Si supiera lo que estaba haciendo no lo hubiera hecho. Mila acercó la mano, y saludó temblorosa a los dos hombres. Afeitados, limpios, y oliendo a perfume no le parecieron tan mayores, ni tan asquerosos. ¿Pero qué coño estaba pensando? ¡La habían violado, joder!!! Aún así no pudo evitar que su percepción cambiara algo. Mila les saludó desde la distancia con una leve sonrisa, y la chacha continuó. – No os preocupéis, aunque parezca vergonzosa, luego es muy abierta. – “No tienes ni idea de cuánto”, pensó Álvaro para sí. Miró a Mila y ésta esquivó su mirada. – Pero vamos, vayamos al jardín, y veamos que hace falta. – Prosiguió la amable mujer. Cruzaron la casa hasta el final, hasta llegar al jardín. Sabonis hacía rato que babeaba mirando el culo de Mila, tanto que Álvaro tuvo que darle un codazo. Al llegar al jardín, éste tomó la palabra. La mujer era muy cordial, pero se la quería quitar de en medio cuanto antes.
- Gracias por su amabilidad, señora, pero si hemos de trabajar con la niña, creo que sería mejor que fuera ella la que nos enseñara todo. – Mila no pudo evitar el escalofrío al oír aquellas palabras, con un evidente doble sentido. Joder, que idiota había sido. Los había metido en casa, les había dado las llaves de su cuerpo, les había firmado un cheque en blanco. Y de nuevo… sus braguitas se mojaban sin poder hacer nada por evitarlo…
- Está bien. ¿Te ocupas tú, Mila? – Le preguntó directamente. Mila asintió. – Bueno, pues os dejo, que tengo mucho trabajo en la cocina. Bajaré luego a ver cómo vais.
- No se preocupe, señora. – Contestó Álvaro. – Estaremos encima de ella, para lo que necesite. – Un nuevo escalofrío sacudió a la pequeña, y ya iban unos cuantos... La chacha desapareció por la puerta y se encaminó a la cocina. Álvaro se giró hacia Mila y le sonrió. – Enséñanos el almacén de herramientas, a ver que hace falta, y de paso nosotros te enseñaremos las nuestras.
- Cerdo hijo de puta. – Susurró Mila, aunque toda su piel estaba erizada. Estaba excitada, inexplicable e inevitablemente, pero muy furiosa y también muy asustada. Hoy no había sedantes, ni drogas, ni atenuantes. Hoy podía resistirse. Podía gritar. Ahora había que ver si lo hacía. – Por aquí. – Se adelantó con paso firme, sin mirar atrás. Atravesó el jardín, pasaron junto a la piscina, y llegaron al porche, donde había un pequeño almacén para herramientas, que estaba junto a una barbacoa enorme, y que también disponía de una pequeña cocina cubierta para casos de necesidad. Abrió la puerta del almacén, encendió la luz y los hombres pasaron tras ella. Antes de darse cuenta Sabonis había tapado su boca con su enorme mano, y Álvaro la miraba de frente con una sonrisa diabólica.
- Mira, Mila. Esto puede ser de dos maneras para ti. O intentas disfrutar, o no. Nosotros lo vamos a hacer de la misma manera, solo que puede acabar contigo en todas las redes sociales abierta de patas dejándote sobar y dejándote follar, o puedes intentar disfrutar y portarte bien. Tú decides. – Los ojos de Mila estaban encendidos, a fuego vivo. Cuanto más furiosa estaba, más disfrutaba él. Acercó su mano a la camiseta y sobó sus melones sobre la misma. La levantó, desabrochó el sujetador y disfrutó del bamboleo de aquel majestuoso par de tetas. – Dios, es que eres puro vicio. Es que no dejaría nunca de pegarte. – Le soltó un bofetón en una de las mamas, que se movió bruscamente llevándose a la frágil niña detrás. Luego a contrario, aún con más fuerza. La inercia se llevaba el cuerpecito de la joven tras las embestidas del vagabundo. Sus pechos comenzaron a enrojecerse. Pellizcó los pezones, y se puso a estirar. Los retorcía, y estiraba, notando como ella se removía. Los mordía, los lamía, la miraba, y volvía a morder. La cara de la muchacha era un poema. Igual denotaba ira, que placer, que súplica. Era una mezcla de sensaciones que la estaban matando. El grandullón hacía rato que le sobaba la nalga bajo los shorts, ya q estaba a la vista, y hacía un poco que había metido su manaza y sobaba el coño de la niña. Metía y sacaba dos dedos, y el sonido de la excitación era plausible.
- Álvaro, esta zorra está mojadísima. – Le había dicho a su compañero.
- Lo imagino. – Dijo sonriendo. – Es una zorra de cuidado. – Vamos a hacer una cosa. – Se acercó a una caja de herramientas, y cogió un trozo de precinto. – Si te portas bien, no tendré que usar esto. Si he de hacerlo, no serán los diez o doce bofetones que te vamos a dar igualmente. Serán el doble. Y le diré a él que no se controle. Tú decides. – La miró firmemente, comenzando a esbozar una sonrisa. Llevó su mano a la del gigantón, y se la apartó de la boca. La chica se le quedó mirando, pero no reaccionó. Él acercó su mano a su cara, la acarició, la pasó al pelo, y la cogió con dureza. Ella se quejó, y él le soltó un primer guantazo. – He dicho que nada de quejas. – Apretó aún más del pelo y la hizo doblarse hacia adelante. Puso su cara a la altura de sus pantalones y ella supo lo que debía hacer. Por su parte, Sabonis se separó un poco, bajó los shorts de la chica, y comenzó a sobarla con toda la mano. Se puso en cuclillas, y se dedicó a observar el coño de la muchacha. Era precioso, tan puro, sin un solo pelo. Se intuían las marcas de la violación, pero ya no eran tan evidentes. Pasó su lengua por el coñito suave de aquella ninfa, y notó como temblaba. Tenía un sabor tan puro, tan salado, tan delicioso. Sabía a coño joven. Sabía a puta joven. No se recreó. Mientras Mila sacaba la polla de Álvaro el grandullón le hizo una comida brutal, preparando el lugar donde iba a atracar su trasatlántico. Mila no podía ocultar el placer que le estaba dando aquel cerdo en su coñito. Bajó los pantalones del otro y sacó su polla, bastante más normal que la otra. No estaba dura aún, así que la metió en la boca y comenzó a chupársela. La descapullaba, pasaba su boquita tras la mano, para acabar retrocediendo, haciendo que él suspirara. – Muy bien, zorra. Lo haces bien. Pero hoy quiero probar cositas nuevas.
- ¿Nuevas? – Dijo ella sorprendida. – ¿No te bastó todo lo del otro día, hijo de puta?
- Chts, chts, chts, chts… – La miró y negó moviendo de un lado al otro el dedo. – Eres mía, ¿lo recuerdas? Claro que voy a hacer más cosas. Quítate la camiseta y el sujetador. – Ella lo hizo, y lo apartó a un lado. Él se acercó, y le sacó por los pies los shorts y el tanguita, aunque el gigante no dejó de comerle el coño en ningún momento. – Abre la boca. – Ella lo miró, sin saber muy bien a qué se refería. Él se plantó delante, comenzó a meter y sacar su polla despacio, lento, y cuando ella menos se lo esperaba, un chorro de pis fue directo a su garganta. Se puso a toser, y casi la hace vomitar. Él la enganchó del pelo, y siguió orinando su cara, su pelo, sus tetas. Ella se sentía sucia a más no poder. La lengua que la hacía disfrutar también se había detenido. En su lugar notó un inmenso misil que intentaba entrar en su húmeda cueva. El enorme hombre empujó un poco, y ella no pudo si no volver a abrir la boca, intentando no gritar, y evitando a duras penas correrse de forma instantánea. Estaba absolutamente sometida por aquel trozo obsceno de carne. Álvaro lo aprovechó, y le metió la polla, terminando de orinar allí. Ella lo dejaba caer, sin poder hacer mucho más, notando como el pollón que la taladraba le volvía a dar un orgasmo salvaje, brutal, antológico. La polla de Álvaro comenzó a endurecerse. Humillar a aquella zorra malcriada excitaba sobremanera al vagabundo, así que comenzó a follarle duro la boca. De vez en cuando la sacaba y le cruzaba la cara, con sonoros guantazos. Ella estaba desencajada, y Álvaro pensó que seguramente se habría corrido ya. Tendría que restringirle un poco el placer, si no la zorrita iba a dejar de sentir esa degradación que tanto le ponía a él. Aún así, verla jadear mientras su enorme amigo la partía literalmente en dos hacía que empujara con violencia la polla hasta el fondo de la garganta, provocando en ella fuertes arcadas. En una de ellas no se pudo resistir la tentación, la clavó hasta el fondo, y dejó que la arcada fuera más, y que vomitara un poco. Verla así, con el rímel corrido, con las lágrimas corriendo por su cara, hizo que se excitara a más no poder, así que volvió a clavarle la polla, ahora sucia de sus propias náuseas, y en unos pocos empujones se corrió en su boca, inundándola de leche caliente. Mantenía firme la cara de la niña, para comprobar que no desperdiciaba nada, mientras ahora fue el mastodonte el que enganchó del pelo a la joven.
- Muévete, puta. – Le dijo con voz grave. Le estiraba tan fuerte que la garganta se le marcaba de forma escabrosa. La muchacha poco podía hacer, ya que al separarse del gigante, la cabeza aún tiraba más, provocándole un dolor muy desagradable, como si se fuera a desgarrar en cualquier momento. El enorme trabuco seguía perforándola como una máquina de sacar petróleo, lo que aumentaba tanto la desazón de sentirse usada y ultrajada, como el calor que quemaba su coño sin remedio. – Muy bien, zorra. – Dijo el animal viendo como ella se movía, buscando también su placer, y encontrando el de ambos. – Voy a llenarte el coño de lefa, voy a rellenarte como un bollicao de crema, va a salirte por la nariz, pedazo de guarra, sí, toma, joder….
Mila no pudo evitar un nuevo orgasmo, tan cruel e irracional como el anterior. Su cuerpo se derrumbó al notar el espeso semen del gigante inundar su cuerpo, y rebosar por su coño y entre sus piernas. Notaba como una vez más se desmayaba, su cuerpo fallaba ante los envites que le volvían a dar, y sentía que perdía el conocimiento, y de nuevo por esa mezcla de placer y humillación que no era capaz de asimilar. Sin embargo, justo cuando sus ojos se cerraban y se abandonaban, algo la sacó de esa ensoñación macabra, e hizo que abriera los ojos como platos.
- ¡Mila! – Se oyó una voz juvenil desde el jardín. – Hola, Mila. – Volvió a resonar los gritos desde fuera. Álvaro se guardo la polla bajo los pantalones, y se asomó a la ventana.
- Cerda, ponte las braguitas, y no te limpies. Quiero que lleves el semen en tu coño, y que puedan olerte el que acabas de degustar. – Se sonrió por su ocurrencia, y se asomó al ventanuco del almacén. Una preciosa joven, de una edad similar a Mila, paseaba con unas mallas claritas que le marcaban un culazo de escándalo. Era delgada, vestía una blusa negra bastante escotada, dejando casi a la vista un par de tetas juveniles. Tenía una melena larga y rizada, y unos labios carnosos, muy sensuales. Por sus rasgos, no parecía de por aquí. – ¿Quién es esa preciosidad? – Le dijo a Mila. Ésta terminó de ajustarse las braguitas y los shorts, notando parte del semen correr por entre sus muslos, y apretando sus músculos vaginales para que no saliera más. Se asomó y confirmó sus sospechas.
- Es Ely. He de salir. – Dijo encarándose a la puerta. Álvaro la detuvo.
- Un momento, zorra. ¿Quién es Ely? – Preguntó.
- Es la ahijada de mi Tata, una chica sudamericana que vive con ella desde hace años. Creo que está enamorada de mí desde siempre. – Dijo mirándola por la ventana… y de inmediato se arrepintió. Cerró los ojos, y contuvo las lágrimas. Miró a Álvaro, y este se sonreía, mientras que a Sabonis, que también se había asomado a mirar detrás de ella, le caía la baba. – No, Álvaro. Dejadla en paz. Me tenéis a mí, no le hagáis nada a ella.
- Jajajaja! – Rió Álvaro. – Sigues sin entender nada, puta. ¡Que eres mía! ¡Que no puedes hacer nada de nada! ¡Que toda tu puta vida me pertenece! – Volvió a mirar por la ventana, y sin dejar de hacerlo le habló. – Y ahora tú me conseguirás a Ely…
Disculpad el retraso. Muchas gracias a tod@s por vuestros comentarios, valoraciones, y por vuestros mails. Gracias a ellos la Pija continuará, y espero que durante algunos capítulos más...
Y gracias también a vuestras menciones, y a vuestros comentarios en mi Twitter, @lengua_voraz. Os espero. Besos.