La pija y los vagabundos (2)

De un empujón brutal el animal introdujo casi todo su aparato en el recto de la pequeña... El grito quedó ahogado por las braguitas, pero aún así sonó demoledor. El ano desgarrado de la joven expulsaba un hilito de sangre, que el vagabundo aprovechaba junto a su saliva como lubricante improvisado...

La joven dejó que el humo subiera por inercia desde sus labios hacia la nariz, y aspiró por ella para lograr ese efecto tan visual como desagradable. En ese momento, su obnubilada mente la llevó a varios meses atrás.

Estaba tumbada en su cama, en su enorme y lujosa casa, mientras un niñato empujaba supuestamente con brío follándosela haciendo el misionero. Ella fingía con pequeños grititos, que casi le parecían ridículos. El joven no tenía una mala herramienta, pero la gastaba de pena. Dentro, fuera, dentro, fuera. Sin paradas, sin cambios de ritmo. Sin una mala palmada en las tetas. Sin escupirle ni nada. Al cabo de unos pocos minutos el muchacho se corría, llenando el condón de leche caliente, y dejándola una vez más sin un mal orgasmo que llevarse a la boca. Encima, tenía que aguantar las fanfarronadas que el crío se gastaba entre sus amigos cuando hablaban de sus experiencias en la cama.

Pero ese día decidió que no le iba a pasar. Cuando el chico se salió de dentro, hizo un nudo al condón y lo dejó sobre la mesita, se recostó sobre la almohada, jadeante. Ella, en lugar de abrazarle o de mimarle como solía hacer, bajó la mano a su coño y comenzó a masturbarse. Al principio él disimulaba, como si no la viera. Cuando ella se estiró del pezón tanto que él creyó que lo arrancaría y se le escapó un gemido como no había escuchado en meses de relación, se incorporó y la miró con atención. La mano que estiraba del pezón fue a la boca, donde dos dedos intentaban llegar a la campanilla, mientras ella se los chupaba. De allí los sacó y los bajó, hasta darse pequeños golpes en el clítoris. El chico no salía de su asombro. Ella se puso la mano libre frente a la cara, y se escupió. Se llevó la saliva a la boca, y comenzó a jugar con ella, mientras los golpes en su clítoris cada vez eran más fuertes. El chico cambió un poco de postura, y aunque se estaba excitando de verla así, también ponía cara de preocupación. Los golpes aumentaban, y ella se chupaba los dedos ya sin miramiento, dejando largas estelas de saliva, masajeando su clítoris junto a los golpes. En un momento dado, se giró hacia donde estaba su acompañante, mantuvo las piernas abiertas para seguir masajeándose y golpeándose en el clítoris, y lo miró a los ojos.

- Pégame, cabrón. – Le dijo fuera de sí.

- ¿Cómo? – Respondió el muchacho con cara de asustado. Su incipiente erección se bajó al instante.

- Que me pegues. Que me abofetees, joder. Que me escupas. – Dijo silbando entre dientes, y aumentando la violencia de las palmadas y del masaje.

- Y… ¿Por qué? – Dijo el chico, visiblemente confuso, sin saber qué hacer en esa situación.

- Por puta, joder. – Los ojos le brillaban, encendidos, por la lujuria por una parte, y casi llenos de lágrimas por la rabia por otra. – Mira lo que hago, maricón de mierda. Mírame. – Tenía todo el vello de punta, mientras se estiraba con ímpetu del clítoris, causándose muecas de dolor que rápidamente se convertían en espasmos de placer. Con la mano ensalivada, recién lamida, comenzó a abofetearse. El chico la miraba asustado, ya que no entendía nada – Quiero que me lo hagas duro, imbécil. Quiero me fuerces, que me violes. – El pobre chaval estaba rojo de la vergüenza, no sabía dónde esconderse. – Me corro, hijo de la gran puta. Me corro como tú no eres capaz de conseguir que lo haga, maricón de mierda…  – Musitó entre dientes, conteniéndose para que no la escucharan en toda la casa. Una cantidad ingente de flujo bañó la mano que golpeaba y masajeaba alternativamente su clítoris, mientras volvía a meter la otra en la boca provocándose pequeñas arcadas de la fuerza con la que lo hacía. El chico, aún sin saber qué hacer, se levantó de la cama, y en silencio se vistió y se marchó, dejándola deshecha. Ella miraba cómo salía, cómo cerraba la puerta tras de sí. No pudo menos que sonreírse, y de ahí pasó a unas carcajadas tremendas, que retumbaron por toda la estancia.

Aquello con lo que había fantaseado tantas veces, y que le había dado los mejores orgasmos onanistas, se estaba convirtiendo en realidad. Pero con una sutil diferencia: esta vez no era deseado. Ni consentido.

En ese pensamiento estaba cuando el vagabundo que ya había abusado de ella le quitó el canuto de la boca, y se lo llevó con él. Se apartó un poco, y se dispuso a salir del cobertizo. Al pasar junto a los otros dos les susurró:

-          Me ha dicho que está deseosa de que le rompan el culo. Eso sí, que no arme mucho escándalo.

No esperó respuesta. Salió al callejón, y dio una nueva calada. Era buena la mierda que fumaba la pija. Se sentó junto a la puerta, y se acomodó. Sacó el móvil de la joven, y preparó una piedra en uno de los tableros del pallet. Enfocó, le dio a grabar, y se dispuso a disfrutar.

Sabía de sobra que estos no serían tan “finos” como él. Sólo esperaba que al menos ella viviera, sería un marrón deshacerse del cuerpo. Estaba pensando en eso, y en cómo iba a llevarla a su casa en las condiciones en las que la dejarían, cuando el más pequeño de los dos se ponía de pie, que cabía justito en el cobertizo, y sacaba una polla delgada pero bastante larga, y cogía a la rubia por la melena, que esa noche lucía suelta y lisa para la ocasión, pero que ya aparecía manchada de la sesión anterior, y se la metía en la boca, a pesar de los intentos de ella por zafarse. No llegaba hasta el final, porque ella puso una mano en la polla, ya que el primer envite la hizo toser al llegarle la polla hasta la campanilla. Pudo contener la arcada, pero dejó el estilete lleno de babas, así que no quiso repetir. Dejó quietas ambas cosas, mano y boca, y dejó que aquel asqueroso viejo hiciera el resto. Al tiempo notaba unas manos enormes, callosas, y ásperas, sobar burdamente su coño desnudo. Aquel cerdo hurgaba en su coño, sacaba parte del semen y flujo que rezumaba, y lo untaba en su culo. Se removía inquieta, aunque sabía que tenía poco que hacer. Cuando el más pequeño se cansó de follarle la boca, se bajó hasta abajo apartando la mano del grandullón, y se la metió de un envite en el coño, lubricado como lo tenía. Aunque quiso, no pudo evitar un gemido. Ni reparó en el móvil apoyado en los tableros de la entrada. Mientras, el grandullón se arrodilló, se acercó a su cara y la empujó un poco, hasta casi recostarla. Notaba al pequeño removerse y darle fuertes embestidas, aunque la lubricación hacía que no doliera, si no todo lo contrario. Su cuerpo volvía a traicionarla, y su coño no hacía sino segregar más flujo, lo que ayudaba inconscientemente a su violador. Pero lo que acabó de matarla fue lo que apareció ante sus ojos. Cuando el grandullón deshizo el nudo de la cuerda que sujetaba sus andrajosos pantalones, un hedor descomunal la echó hacia atrás. Aquel hombre tenía un evidente problema de incontinencia, aunque en aquel rincón, en aquel callejón, en aquel submundo en el que vivían recluidos, aquello pasaría desapercibido. Pero cuando bajó los pantalones y sacó “aquello”, no pudo sino asombrarse. Si no fuera porque el pequeño seguía dándole empujones mientras le follaba el coño con todo el ímpetu que le permitía su edad, se habría desmayado. No era una polla especialmente larga, aunque estaría cerca de los 20 cm. El problema es que su grosor era superior al de una lata de refresco. Tenía el glande en forma triangular, acabando casi en punta, lo que daba a aquel descomunal falo un aspecto de obsceno lápiz de carpintero. Parecía creado especialmente para perforar. Cuando se dio cuenta de que no había podido disimular su cara de estupefacción, el enorme anciano la miraba con cara de deseo, mientras le caía la baba que iba a parar a los pechos de la joven. La incorporó un poco, le metió los dos pulgares en la boca y le encaró su monstruo. La joven intentó zafarse, pero era completamente imposible. El viejo empujó un poco, y apartó los pulgares, porque si no aquel miembro descomunal no entraba. Ella respiró justo antes, ya que el rabo inundó su boca, haciendo que sus dientes arañaran las enormes venas del hombretón, lo que además hizo que él suspirara satisfecho.

-          Mira la putita, si le cabe un poco más que el glande. – Dijo entre suspiros. La niña respiraba por la nariz, y con dificultad, mientras aquel animal intentaba forzar la boca de la joven a base de empujones. – Venga, abre, que seguro que entra otro poco. – Siseaba sin controlar la baba que caía ahora por las mejillas de la joven. Ésta miró hacia arriba desencajada, con los ojos llenos de lágrimas, y con cara suplicante, pero el efecto fue justo el contrario. Aquello no hizo sino excitar aún más al viejete que cogió la nuca de la muchacha, y la forzaba a abrir la boca al máximo. – Mmmmm… Vaya una putita valiente, macho. – Dijo sin soltarla.

En ese instante, el escueto anciano que bombeaba sin cesar el juvenil coño de la muchacha se corrió entre gruñidos y estertores, pero sin dejar de bombear en ningún momento. Aquel calor volvió a inundar a la pequeña, que no pudo evitar notar que los flujos volvieran a generarse en su interior. Su cuerpo volvía a desobedecerla, excitándose sobremanera con aquella agresión brutal a la que la estaban sometiendo. Aún así, esta vez pudo contenerse y no llegar al orgasmo, lo que le dio tal vez un poco de entereza. La fuerza de la violación había terminado por despertarla ligeramente, y era medianamente consciente de lo que estaba pasando. Aún así, no tenía ninguna opción, salvo dejar que aquellos salvajes terminaran de una puta vez. El vejestorio gigantón hacía rato que soltaba gotas de líquido preseminal, pero ella hacía mucho rato que no sentía nada en su boca. Lo único que notaba es que en cualquier momento la comisura de sus labios iba a explotar. Si no fuera porque no llevaba nada en el estómago, hacía rato que hubiera vomitado por el asqueroso sabor de aquel pollón cruel, que además no dejaba de gotear. Sin previo aviso soltó la nuca de la joven, y se separó de ella.

-          Vamos a ver cómo estás de tierna, angelito. – Le dijo sin dejar de salivar. Encaró su fusil, y aprovechando el semen del anterior inquilino se la metió sin descanso, aunque poco a poco. Ella se sintió morir, y no pudo sino abrir la boca y emitir un gemido ahogado. Se sentía más llena de lo que se había sentido nunca. Cuando la polla entró por completo, aquél bestia la sacó y la metió de golpe, al tiempo que pellizcaba con sus enormes dedazos el delicado clítoris de la pequeña. Sin poder hacer nada por evitarlo, estalló en el orgasmo más grande de su vida. Cerró los ojos, y se desmayó. El hombretón le soltó un par de bofetones, pero la joven no reaccionaba. – Oye, que igual me la he cargado. – Dijo girándose hacia la puerta.

-          No. Seguro. – El pecho de la joven se movía, lo que significaba que respiraba. – Sigue, que esa zorra lo está deseando.

El viejo sonrió lascivo y se puso a empujar de lo lindo. El cuerpo muerto de la muchacha se balanceaba con los envites del bárbaro, cada vez más cómodo y más encajado con su juguete. Las enormes tetas de la chica bamboleaban de forma grotesca. Al cabo de un par de minutos, el gigantón se detuvo.

-          Oye, que esto está lleno de la leche del guarro este. – Dijo señalando al otro enjuto vagabundo. – Se la voy a meter por el culo. – Dijo sonriente, con cara de bobalicón, como si se tratara de un fachoso trol.

-          Pues claro. – Apoyó el ingeniero desde la puerta, mientras se relamía por dentro. – Ella lo está deseando.  Verás como despierta. – Le animó.

El gigante se salió del coño de la pequeña, y tras su verga salió un líquido blanquecino, mezcla de semen y flujo. Cogió sin ningún pudor esa mezcla, y la untó en el ano de la joven. Introdujo un dedo, lo que provocó que la joven se moviera ligeramente, y al instante metió un segundo dedo. Éste consiguió que ella abriera de nuevo los ojos, y que una sensación de terror se apoderara de ella. Cuando notó la punta del taladro de su agresor, supo que no había escapatoria. El descomunal aparato de aquella bestia comenzó a abrirse camino por el esfínter de la joven, que sintió que se partía en dos. No pudo ahogar un grito, que rápidamente fue respondido con un brutal bofetón del gigantón.

-          Cállate. O te arrepentirás. Aún más. – Mientras hablaba dejó que el esfínter se acostumbrara a la punta del iceberg que intentaba introducir en el culo de la niña. Cogió las braguitas que aún andaban por el suelo de la cabaña, se limpió la saliva, y la metió de nuevo en la boca de la tierna hembra. – Si te portas bien te prometo que acabaré pronto. Si no… me recrearé.

Ella lloraba, ya sin control. Ya no era el daño físico al que la habían sometido, era la desintegración emocional que sufría. Ella, tan manipuladora, tan segura, tan dominante, había dejado que abusaran de su cuerpo, e incluso se había corrido durante la violación, sin hacer demasiado por defenderse. Era verdad que el alcohol y las drogas habían casi eliminado sus defensas, pero no lo era menos que había hecho mucho menos de lo que debería.

Y en ese instante un trolebús de dos pisos intentaba entrar en su delicado culito, mientras su boca se inundaba de fluidos proveniente de sus propias braguitas. Por un momento notó que el enorme vagabundo retrocedía. “Eso no cabe en mi culo”, pensó, y se relajó. Y ese fue su error. De un empujón brutal el animal introdujo casi todo su aparato en el recto de la pequeña, hasta que se dejó caer sobre ella, y su pubis chocó con las rosáceas nalgas de la muchacha. El grito quedó ahogado por las braguitas, pero aún así sonó demoledor. El ano desgarrado de la joven expulsaba un hilito de sangre, que el vagabundo aprovechaba junto a su saliva como lubricante improvisado. Ella perdió de nuevo el conocimiento, pero aquella bestia no dejó de empujar.

-          Sangra. – Dijo de nuevo girándose hacia la puerta.

-          No te preocupes, pero termina de una vez, que se está haciendo de día. – Lo miraba como la taladraba, con dificultad, pero con determinación. Su inmenso miembro entraba hasta el fondo y salía por completo, una y otra vez. La joven dejó de sangrar, y el gigantón empezó a temblar.

-          Joder, me corro, joder, que bien. Menuda puta nos hemos follado. – Seguía enculando con perseverancia, y en cada envite el cuerpo de la joven ondeaba un poco más, llevado por la fuerza del viejo. – Joder, cuantos años, ostia puta. Toma zorra, toma leche. Siiiiiiiii… – El pollón del vagabundo se hinchó, con todas las venas palpitantes, aún más marcadas si cabe. Siguió empujando, aunque el ritmo iba disminuyendo, al tiempo que sus jadeos también lo hacían. El ingeniero, que seguía grabándolo todo, cogió el móvil y se acercó por el lado.

-          Saca la polla despacio, que quiero grabarlo.

El enorme vagabundo sacó su misil del culo de la muchacha, dejando una imagen atroz: el pequeño orificio de la chica se veía claramente forzado, con restos de sangre en su exterior, y un hilo de semen saliendo de sus entrañas. Grabó hasta que el hilo se convirtió en goteo. Apagó la cámara, quitó la tapa de detrás del móvil, y sacó la tarjeta micro SD. La guardó con cuidado en un bolsillo, volvió a montar la tapa, miró en la agenda hasta que dio con el número de teléfono de la niña. Lo memorizó, limpió el móvil con un trapo lo mejor que pudo, y lo dejó en su bolso, que limpió también lo mejor que pudo.

-          Quedaros aquí los dos. – Les dijo a sus compañeros. – Esto no ha sucedido nunca. ¿Está claro? – Los dos asistieron. – Si alguna vez preguntan, dejad que yo hable. Haceos los atontados, que os sale de cine. – Se sonrió mientras ellos volvían a asentir, se cargó a la chica al hombro, y desapareció por el callejón.

A la mañana siguiente la joven se levantó completamente molida. Le dolía todo el cuerpo, y se sentía increíblemente sucia. Se metió en la ducha, intentando que su mente comenzara a recordar. Al tiempo que el agua caía por su rubio cabello notaba que se convertía en un líquido casi marrón. Su ano le escocía como jamás en la vida, y al tocarlo descubrió los restos de sangre. En ese instante un montón de flashes llegaron a su mente. Se puso a sollozar, mientras se frotaba con fuerza intentando arrancarse esa suciedad hasta de su corazón. Pero eso no era posible. Mientras se secaba decidió que los denunciaría a la policía y que se ocuparía de que en la cárcel tuvieran su merecido. Se envolvió una toalla en la cabeza, y se miró en el espejo. Las marcas eran evidentes en las tetas, en el cuello, y sobre todo en su ano. No tendrían escapatoria. Se dirigió a su mesita a por su móvil. Lo cogió y vio que la luz del WhatsApp parpadeaba. Lo abrió, y tenía cerca de cien mensajes de tres grupos, uno de una de sus amigas, y ocho de un número desconocido. Al abrirlo vio siete fotos suyas sonriendo a la cámara con el porro en la boca y posando o dejándose tocar por el vagabundo. A estas siete se le sumaba un video en el que ella admitía que había tomado coca. Justo debajo del video había un comentario:

-          “¿A que a partir de ahora nos vamos a llevar bien?”

¿Continuará???

Gracias a todxs por los mails, por las valoraciones y por los comentarios. Como ya os dije, esta no es una fantasía mía, y toda ayuda, idea, proposición es bienvenida.

Me gustaría seguir con la serie. Espero vuestras propuestas en el mail, a ver si continuamos con esta morbosa historia.

Y también os espero en mi twitter, @lengua_voraz. Besos!