La piara. Una tarde en el parque

Me llevo a guante a pasar una relajada tarde de entre semana al parque mientras sus hijas juegan en el arenero. Tras una merienda de lactantes, habrá una sorpresa para uno de los asistentes al recinto.

Una ventaja de tener “una gran familia” a tu servicio es que puedes realizar multitud de juegos sexuales con diferentes protagonistas. Por supuesto, las características de Nerea la hacen totalmente diferente a las de guante, por ejemplo y pese a que las dos  comparten muchísimas horas en el bufete donde trabajan la constitución física de una la hace más apta para ciertos juegos que la de la otra.

Como ya os he contado muchas veces, el follar no solo consiste en meter la polla en cualquiera de los agujeros de una hembra, sino que además, consiste en obtener placer tanto físico como mental. El primero sin el segundo lo obtienen hasta los animales  y por lo tanto, está al alcance de cualquier especie inferior. Si además, obtienes placer mental, a eso se le llama morbo y es una forma mucho más refinada de “follar” que el resto, así pues y aprovechando que las temperaturas habían empezado a subir, un día ordene a guante que recogiera a sus hijas en el colegio con una indumentaria muy concreta: una camiseta de tirantes que le llegaba justo por debajo del coño y un pantalón negro de tela, con unas líneas blancas que era de fresa y por lo tanto, le venía unas cuantas tallas pequeño. El resultado era explosivo: una mami sexy y alrededor de los 35, con un buen par de tetas y dos crías, sin un padre a la vista.

Ciertamente, para aquellos que habéis leído relatos anteriores, ni Marcos ni yo tenemos ningún  tipo de problema en exhibir a cualquiera de nuestros animales en público sin el miedo a que sean descubiertas por algún familiar o amigo en dichos actos. Cuando uno asume cierta posición y solvencia, lo que puedan decir los demás da bastante igual, la verdad. Pese a ello y puesto que no estábamos solos en el juego, decidí alejarme un poco de la zona de influencia del colegio de las niñas y llevarlas a que jugaran al parque de las aguas, en la boca sur del túnel de la Rovira. Por supuesto cuando guante recogió a sus hijas lo hizo de la forma más “decente” posible, andando de tal forma que la camiseta no le escalara por la pierna y no mostrara el pantalón corto, que luchaba por contener dentro de si las nalgas de la madre, haciendo que su coño se aplastara contra la costura anterior del mismo y se intentara escapar por los laterales de la pernera. Una vez los cuatro en el coche, nos dirigimos al citado parque.

– Hemos llegado. Os espero en la entrada del parque – les dije, tras un relativamente corto trayecto. Diciendo esto, baje del coche.

Una vez en la puerta, deje que las tres se me adelantaran y le dije a guante que mediante Whatsapp le iría dando instrucciones. Así pues, le dije que se dirigieran en primer lugar hacia una pista de arena que había tal como se entra, a unos cien metros de la puerta.

Por culpa de la maldita pandemia, la afluencia de público era escasa, pero en la zona había unos cuantos padres y madre que habían llevado a sus vástagos a jugar tras salir de clase. Tal como me esperaba, las niñas se pusieron a hacer de las suyas en el arenero tal como llegaron mientras guante se sentaba en uno de los bancos aledaños.

Tras un rato de relativa calma y habiéndome sentado yo en un banco desde el que controlaba la ubicación de mi animal, le envíe un mensaje a guante y le dije que fuera a decirle algo a las niñas y que se inclinara hacia delante, sin doblar las rodillas, quedando de espaldas a un hombre de aproximadamente unos cuarenta años.

La esclava, en cuanto recibió el mensaje, ejecuto las ordenes y se acerco a las niñas y con la excusa de que iban un poco sucias, se inclino hacia delante sin doblar las rodillas. Cuando lo hizo, el pantaloncito de fresa se le clavo totalmente en la raja del culo, incrustándose en el espacio que separaba las nalgas del coño y entrando en el mismo. Así pues, lo que vio aquel hombre fue una vista completa de cómo las rajas de guante se tragaban toda la ropa que llevaba y como quedaba al descubierto un circulo metalizo, coronado con una pequeña joya de cristal de color lila. Aquello era la punta del iceberg ya que debajo tenía un plug de 15 cm. de largo por cinco de ancho. Un calibre muy cómodo para una experta en el sexo anal como guante, pero cuyo fin no era el de dilatar el agujero de la esclava, si no el de exhibirlo y podérselo quitar fácilmente si era requerida para ello. El hombre, que en aquel momento estaba mirando algo en su teléfono y que levanto la cabeza se llevo tan grata sorpresa que casi se le cae por la impresión.

  • Madre mía… - murmuro para sí mismo y con las manos con la misma sensibilidad que si acabara de quitarlas de un cubo con hielo, intento localizar la cámara del teléfono. Unos segundos después, su búsqueda tenía éxito y conseguía fotografiar la raja expuesta de guante.

Guante, como buena exhibicionista, sabía que iba a ser fotografiada, pero estar lejos de su vivienda y con la mascarilla negra del trísquele BDSM cubriéndole la cara estaba segura que nadie la iba a reconocer, así que tras prolongar las instrucciones por un par de minutos, regreso a su banco, a esperar más ordenes.

“Buena chica. Ahora quiero que te pongas a leer algo en el móvil, pero con las piernas separadas y el cuerpo echado hacia atrás. Que la camiseta no te tape el pantalón” le ordene a la sumisa. Ella, ejecuto la orden al momento, separando sus muslos y se “concentro” en la lectura apasionada de la pantalla de su teléfono. Esta vez el afortunado que vio el espectáculo fue un chico de aproximadamente veinte pocos años que posiblemente estaba allí con su hermano y que entre lo que le podía ofrecer la pantalla de su teléfono y lo que le ofrecía la entrepierna de guante, se quedo con lo segundo.

Pese a no ofrecer el espectáculo que brindaría con una minifalda, el coño de guante intentando escapar por los laterales de aquel pantalón, a todas luces de unas cuantas tallas inferior al que necesitaba, era algo verdaderamente morboso y como tal, el chaval se dispuso a inmortalizarlo con la cámara.

“vete otra vez con las niñas y límpiales las piernas de arena. Ponte otra vez en la misma posición, pero ahora, de espalda al chico que ahora tienes delante. Esta fotografiando y quiero que tenga un buen espectáculo”. La esclava se volvió a levantar y se dirigió a sus hijas y entre bromas les sacudió la arena que tenían adherida a las piernas, haciendo que separaran las piernas y dándole pequeños cachetes para que esta saltara. Las niñas, entrando en el juego, hacían caso a la madre y a su vez, también daban pequeños cachetes en sus piernas y en sus nalgas mientras guante mantenía las piernas bloqueadas por las rodillas, ofreciendo un morboso espectáculo al chaval que ahora ya prescindía de la cámara de fotos y había puesto el móvil a grabar y hacia zooms según le apetecía ya que al estar bajo el sol, el plug lanzaba destellos si era iluminado por el mismo y la camiseta, al ser ancha, permitía que, al combarse, se pudieran observar las ubres lecheras de guante. Un rato después, la esclava volvió a su posición de espera.

“Amo. Estoy totalmente empapada” me escribió la esclava a mi whatsapp.

“Eres una guarra, guante. Mira que te gusta exhibirte y poner pollas duras… ¿Te has dado cuenta que el chaval está haciendo fotos y que tiene la polla totalmente tiesa?” le dije.

“Si, Amo. Como me gustaría poder sentarme sobre un rabo y poder cabalgarlo para bajar esta calentura que tengo”

“Quien sabe. Igual es un tío avispado y se busca la vida para ello. Ahora, esclava, quiero que sigas hablando por el móvil, pero que subas los talones a la altura de tus nalgas, apoyándolos sobre el banco y como si fuera algo casual, quiero que te vayas tocando el clítoris”. Ella lo hizo. Parecía una rana a punto de saltar de una rama a otra. Desde mi prospectiva, algo más alejada que la del chaval ponía ver como el coño de guante devoraba, literalmente la entrepierna del pantalón y como sus gruesos labios salían por los lados de la tela. También se podía apreciar como  brillaba el plug introducido en su ano cuando le daba el sol al mover el viento las ramas que le hacían sombra. En esa postura, cualquier hombre que hubiera pasado no le habría mirado la cara, si no directamente el coño. Un coño que era visitado de forma casual por la mano izquierda de guante. De tanto en tanto, la bajaba mientras hacía que tecleaba con la derecha y se acariciaba el clítoris o incluso se metía los dedos en su hinchada rajita, sacándolos totalmente empapados.

“Es hora de que las niñas merienden. Levántate y sigue el camino hasta el final del parque. Allí hay unos bancos discretos bajo una arboleda, quiero que les des el pecho y que quien quiera, te pueda ver”. Al recibir el mensaje, la madre sonrió, se pasó por última vez los dedos por los separados labios del coño y se los llevo a la altura de la cara. Bajando la mascarilla los olio primero y luego se los metió en la boca, limpiándolos de su propio flujo. Aquel espectáculo fue demasiado para el voyeur que tenia a unos metros y que mientras grababa se había estado tocando la polla cada vez con menos disimulo. Con un espasmo intento sentarse bien otra vez y dejar de tocarse, pero el estimulo había llegado de forma contundente y a su edad, el poco habito hizo que no se pudiera contener y eyaculo dentro de los pantalones. Por fortuna tenia la bolsa de su hermano al lado y se la pudo poner en el regazo para ocultar el estropicio, pero siempre que recuerdo ese punto en concreto del día me pregunto qué le contaría a su madre de cómo se había manchado así los pantalones y la parte interna de la mochila del crio.

  • Niñas, vamos… a merendar… - se dejo notar guante entre los asistentes que quedaban en el arenero, levantándose y notando como el flujo que se había ido acumulando en su coño se vertía por efecto de la gravedad al ponerse en pie.

Las pequeñas se levantaron y fueron junto a su madre, que se puso en cuclillas para sacudirles la arena que llevaban pegada a la mayor parte de su cuerpo. Cuando estuvo satisfecha con el resultado, se incorporo y cogidas de la mano, se internaron en el camino que llevaba a la arboleda.

Aproximadamente a unos cien metros de su primera ubicación, se encontraban unos bancos bajo unos árboles. Ordenados en filas, estaban separados unos de otros por unos altos setos y eso les daba cierta privacidad, así que guante eligió uno que estaba cerca de uno de los pasillos laterales y sentándose allí, puso a la joven Raquel en su regazo, se subió la camiseta, dejando ambos pechos en el aire para dejar constancia que no llevaba sujetador y echándola para atrás le metió la teta izquierda en la boca.

La pequeña, contenta de aquella ración de pecho, se engancho a él y se puso a mamar con toda la calma del mundo, acostumbrada como estaba a ese habito desde que había nacido. Guante, con aquella succión a la que estaba acostumbrada mientras la follaban, se relajo y tras pasar disimuladamente el brazo derecho por debajo del cuerpo de su hija y sujetarla únicamente con el izquierdo, empezó a frotarse el coño por encima del pantalón, esta vez sin que se lo ordenara. Y por la cara que estaba poniendo, estaba disfrutando mucho tanto de la masturbación como de la situación.

Tras cinco minutos chupando la teta izquierda de guante, esta cambio a la pequeña a la derecha y repitió el proceso, durante el cual, un mínimo de cinco hombres, entre los 18 y los 50 años se dieron cuenta de la lactancia de aquella MILF y pasaron un buen número de veces y por las caras que pusieron, algunos se dieron cuenta de la mano bajo el cuerpo de la pequeña.

Once minutos y un par de corridas maternas después de que empezara a mamar, guante separo a su hija del pecho todavía goteante. Su cara denotaba un placer y un morbo que no tendría una madre “normal” que no fuera tremendamente exhibicionista. Guante, pese a tener los ojos entrecerrados había visto perfectamente como pasaban una y otra vez todos aquellos hombres y como le miraban las ubres, que expulsaban leche  antes y después de ser succionadas por la pequeña.

“Amo. Tengo el pantalón empapado. Me he corrido dos veces y tengo el coño como si fuera un lago. Que quiere que haga ahora?” me dijo mediante mensaje mi esclava mientras miraba hacia mi posición, aproximadamente a unos doce metros a su derecha. Conocedor del parque desde hacía muchos años y habiéndolo usado un buen número de veces primero con amigas a las que me follaba en los rincones más ocultos de aquel espacio y luego con perras a las que exhibir, estaba cómodamente instalado en un banco con una vista espectacular hacia la perra y de todo lo que hacía, incluido de los tíos que la miraban una y otra vez, algunos con una más que evidente erección bajo el pantalón.

“No seas mala madre. No iremos a ningún lado hasta que lucía también haya merendado” La cara que puso guante al leer el mensaje fue una completa mezcla de morbo y perversión a partes iguales.

  • Ven aquí, mi pequeña– dijo guante mientras bajaba a Raquel de su regazo y subía a lucia al mismo. La pequeña, una vez en el suelo, se puso de rodillas a jugar con un par de coches que había traído del colegio mientras su hermana ocupaba su lugar y se disponía a sorber de las tetas de mami mientras guante volvía a colocar la mano para darse placer a sí misma.

Un rato después, guante se corría bajo el cuerpo de lucía sin ni siquiera cambiar de pecho con el que la amamantaba, a la vista de un caballero cincuentón, sentado en el banco en dirección opuesta a la mía, que intentaba disimular su paja poniendo su chaqueta encima del bulto y de un par de chavales de dieciocho años que ni tan siquiera habían intentado ocultarse y se habían sentado delante y tenían sus pollas entre las manos, masturbándose mientras le miraban las tetas a guante hasta que uno tras otro vaciaron sus huevos a la salud de la MILF.

“Por favor, Amo… necesito polla. No puedo más” El mensaje de guante me llegaba mientras se bajaba la camiseta, que no podía disimular sus dos inflamados pezones y gracias el color negro de la misma no se notaba demasiado el flujo de leche que seguía saliendo de sus pezones y empapando la prenda.

“Eres una cerda de mierda, guante. Deja a las niñas en el banco y escóndete detrás para mear, pero hazlo de tal forma que nuestro amigo de la chaqueta sobre la polla vea como meas y tenga una buena prospectiva de tu coño” ordene, subiendo un poco la apuesta.

La esclava dejo el teléfono sobre el banco y tras ordenar a las pequeñas que esperaran ahí mismo, se metió detrás del banco mientras miraba al maduro pajillero. Cuando estuvo en posición, se aseguro de ponerse en un claro de la vegetación que era lo suficientemente grande como  para que aquel hombre no perdiera detalle de toda la operación. Entonces, desabrochándose el botón del pantalón se lo bajo hasta las rodillas, mostrándole su depilada raja y se agacho, separando las piernas, hasta que su culo quedo a un palmo escaso del suelo. En esa postura, sus entrenados labios se separaron y dejaron ver en todo su esplendor la amplitud que tenía aquella entrada mientras un chorro de líquido dorado brotaba de su interior mientras su ojete hacia fuerza para que el plug que albergaba no se escapara de su posición.

El mirón, durante todo el tiempo que duro la larga meada de guante, no perdió detalle, incrementando el ritmo de su paja mientras seguía ocultando la polla bajo la chaqueta. Tras terminar de mear guante se puso en pie y se subió otra vez el pantalón, no sin antes revotar dos o tres veces sobre sus muslos a fin de que toda la orine posible cayera al suelo y no quedara pegada a sus desarrollados labios. Con esta operación, una de las secciones del plug se salió del ano de la madre y si no fuera por las otras tres secciones esféricas, habría caído al suelo, metiendo en un problema a la descuidada esclava.

Aquel espectáculo fue demasiado para el pobre hombre que empezó a mover la cabeza, como si convulsionara de placer y al cabo de no más de un minuto se levantaba mientras mostraba marcas de salpicadura en sus tejanos y se marchaba del lugar sin dar ni siquiera las gracias.

“Buena cerda. Te has ganado esa polla que tanto necesitas. Nos vemos en el coche”. Para cuando guante levanto el morro de leer el mensaje, yo ya no estaba sentado donde me había visto.

Tras recomponerse todo lo que pudo, la mami se dirigió todo lo rápido que pudo hacia el coche en compañía de sus dos hijas mientras le resbalaba toda una catarata de flujo por las piernas. Sabia que aquello no seria nada comparado con lo que iba a sentir cuando le metiera la polla hasta los cojones. Al llegar, subió como alma que persigue el diablo y tras ladrar un par de órdenes a sus hijas, las preparo para regresar y recibir su recompensa

  • Estamos listas, Amo – dijo guante tras fijar el cinturón de Raquel y comprobar el de lucia – Podemos irnos.

Así que arranque el coche y puse rumbo a casa, dispuesto a darle la recompensa que le había prometido por ser tan obediente.