La petición de Ana
Disfrutando los placeres de Ana, mi amiga exhibicionista.
“Hola, me llamo Ana, y he leído tus relatos. El motivo por el que te escribo es porque me gustaría darte una historia a narrar. Tengo un punto exhibicionista que me gustaría explotar en tu compañía, yo pasearía por un lugar acordado y tú me seguirías durante todo el trayecto. Al final tendrás material sobre el que escribir. ¿Te parece buena idea?”
Así fue mi primer contacto con Ana, al recibir este e-mail. Le respondí aceptando su propuesta. Habíamos quedado a las diez en uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad, en una de sus cafeterías para desayunar. Me adelanté a la hora porque no conocía muy bien el lugar, y también porque nunca había visto a Ana, y quería ponerme en algún lugar visible. Me senté en la terraza y pedí mi desayuno. Miraba hacia los lados esperando verla llegar, se había resistido a darme su descripción con un “me reconocerás”. Así que ahí estaba yo, a casi las diez de la mañana, esperando a una desconocida y pensando que todo esto podría ser una broma, que ahora mismo podría estar ella con alguien más viéndome y riéndose de mi ignorancia al haber aceptado. Pero no fue así.
Mordí el croissant y alcé la vista sorbiendo café, cuando vi una morena con una melena espectacular, enfundada en un vestido muy corto, escotado y ceñido, destacando un bonito cuerpo de silueta curvilínea muy sugerente. Realmente tenía un cuerpo bonito, bien proporcionado. Entraba en la cafetería. La miré acercarse a la barra a través de los cristales, y pedir su consumición. Poco después salía a la terraza donde yo estaba con su bandeja y echó una ojeada general, supongo que buscándome. Evidentemente se encontró con mi mirada, que mantuve en señal de primera presentación. Ella sonrió y vino a mi mesa. Las cabezas se giraban a su paso.
—¿Txuso?
—Sí, soy yo —le dije encantado.
Nos presentamos y se sentó a mi lado.
—Bueno, tú me dirás lo que quieres hacer —le dije al poco de haber intercambiado las típicas frases de cortesía iniciales.
—Tú sólo debe seguirme y tomar nota de lo que suceda, conmigo y a mi alrededor. Ya te comenté que tengo un punto exhibicionista, pues eso es lo que voy a hacer.
—¿Pero voy contigo, te sigo? ¿Cuál es mi papel?
—Me sigues. Mira, es la primera vez que voy a hacer algo así, quiero liberar ese sentimiento represivo que llevo dentro, así que sólo quiero que veas y que lo cuentes, para después, al leerlo, darme cuenta de lo que he sido, o no, capaz.
Acepté su condición, iba a soltar mi espíritu voyager.
—Pues cuando acabes empezamos —le dije una vez acabado de desayunar.
—Ya hemos empezado —dijo— ¿ves cómo me han mirado al entrar?
—Sí, yo he sido uno de ellos.
—En breve me levanto, me dejas unos metros de distancia, y continuamos el recorrido.
De momento estaba de acuerdo en todo, aunque no sabía lo que ella tenía en la cabeza, era una total desconocida. Acabó su café y lo dejo sobre la bandeja. Me miró fijamente sin decir nada. Bajó sus brazos sin desviar la mirada e introdujo sus dedos bajo la falda. Enseguida vi que se estaba quitando las bragas. No sé si alguien se dio cuenta, no pude mirar alrededor, sólo a ella, que me puso las bragas en la mesa, delante de mí.
—¿Estás preparado? —Preguntó sonriente.
Asentí y se levantó. Caminó hacia el interior del centro y vi como la miraban todos, la verdad es que iba espectacular. Algunos cruzaron la mirada conmigo y sonrieron como dándome la enhorabuena. Guardé las bragas en un bolsillo y la seguí.
Iba caminado despacio por la galería, que ya había trasiego de gente deambulando de un lado para otro. Llamaba la atención y todos los hombres se giraban al verla pasar, pero también las mujeres. Aquellas piernas largas y torneadas se descubrían prácticamente desde debajo del culo, no había más tela. Al pasar por el escaparate de una zapatería se inclinó para ver unos zapatos. Eso hizo que algunas personas se detuvieran detrás de ella a contemplar bien la vista. El vestido dejaba ver buena parte de sus deliciosos cachetes y nadie quería perderse el espectáculo, aunque algunos no se detenían por pudor. Entró en la tienda y yo tras ella. Había poca gente y una dependienta se me acercó, pero le dije que sólo estaba mirando, fui justo con el comentario. A ella se había acercado un vendedor y le había pedido los zapatos del escaparate. El dependiente volvió con una caja y se la entregó.
—¿Serías tan amable de ayudarme a ponérmelos? —Le preguntó coqueta.
El vendedor aceptó, ella se sentó y él se agachó delante de ella, abrió la caja y sacó uno de los zapatos. Ella se había descalzado y alzo su pierna hacia él. En ese momento él estaba pendiente de su tarea, pero en cuanto encajó el zapato y levantó un poco la vista, se encontró con el coño de Ana a escasos centímetros de su cara. Su gesto se transformó, y ella estaba empezando a disfrutar.
—¿Qué te parece? —Preguntó el vendedor entrecortado.
—¿Y a ti? —Quiso saber Ana con una sonrisa enorme.
—Bien, bien... Me refería al zazapato. —El chico estaba nervioso y se trababa un poco. Su mirada no tenía claro donde debería detenerse.
—Bien, ¿puedes ponerme el otro? —Y extendió la otra pierna hacia él.
Él sacó el otro zapato de la caja y se dispuso a hacer su trabajo, echando miradas de soslayo a la entrepierna de Ana, que, consciente de la vergüenza y los colores que tenía el chico, separó las piernas para que tuviera una visión completa de su coño. Él movía el zapato intentando meter el talón de Ana, pero su mirada estaba centrada en otro lugar. Ella enderezó la espalda y se llevó una mano al coño lo más disimuladamente que pudo, separando sus labios vaginales para él. El chico metió el zapato y se levantó. Le hizo un gesto para que caminara con ellos. Ella se levantó y dio unos pasos por la zona. Se detuvo frente a un espejo y se los miró girándose para verlos desde distintos ángulos. Miró al dependiente.
—¿Te gustan?
Él asintió con la cabeza, el pobre lo estaba pasando fatal.
—¿Crees que me realzan el culo? —Siguió Ana poniéndose de perfil a él y llevándose la mano a la parte baja de la espalda.
El chico volvió a asentir, las palabras no le salían de la garganta. Ana era consciente del mal rato que estaba pasando el chico, pero eso parecía divertirle. Echó una mirada en derredor, apenas había nadie. Entonces cogió su falda y la levantó por la parte de atrás, mostrándole el culo al dependiente.
—¿Estás seguro? - Le preguntó retóricamente.
—Claro, claro... —El chico miró también alrededor, estaba rojísimo, no sabía dónde meterse.
Ana bajó la falda y volvió a sentarse. Se quitó los zapatos y se colocó los suyos, sin delicadeza, quería que el chico viera bien. Se levantó y se puso frente a él.
—Lo siento, no me han convencido. Gracias.
Se giró y salió de la tienda. El chico no le podía quitar el ojo de encima y su compañera se acercó. Yo estaba cerca de ellos y pude oír lo que le preguntó:
—¿Quién es la guarra esa?
—No lo sé, pero me ha puesto malísimo.
La chica le miró el paquete y vio que no mentía.
—Ve a hacerte una paja, pero no tardes.
El chico se giró y se perdió por la cortina que había tras el mostrador. La chica me miró.
—¿Se decide por algo? —Me preguntó.
—Es posible, pero voy a mirar más cosas. Gracias.
Y salí de la tienda. Ana estaba a cierta distancia, lo supe porque hacia el final de este pasillo había un grupo de hombres, todos de espaldas a mí. Caminé hacia allá.
Ana estaba apoyada en la barandilla que daba a la planta baja, inclinada hacia delante y mostrando medio culo de manera “casual”. Di la vuelta y me coloqué en la barandilla, frente a ella, dejando entre nosotros el hueco que asomaba a la planta baja. Ella me vio y me saludo con la mano. Asentí. Le dio un tirón a la falda hacia abajo y empezó a caminar. Algunos de aquellos hombres que miraban la siguieron a distancia prudente. Ella se percató de que estaba siendo seguida y alzo la falda y la bajó en un segundo, como regalo a sus seguidores, que se miraron entre sí alterados.
Después de un paseo por los pasillos subió a las escaleras mecánicas para acceder a la planta superior. Ellos, eran tres, iban tras ella.
En la planta superior entró en una tienda de ropa femenina, que tenía una sección de lencería. Se acercó directamente a un dependiente de unos 45 años, muy elegante. El dependiente la guio hacia un mostrador y empezó a sacarle conjuntos de ropa interior. Eligió uno y le pidió que le mostrara los vestidos. El dependiente muy amable fue mostrándole algunos, hasta que ella se decidió por uno. Fue hacia los probadores, el vendedor la seguía, supongo que ella se lo habría pedido. Entró en uno de ellos y él esperó fuera. Yo estaba alerta, no sabía lo que iba a pasar, pero tenía que estar atento, así que me coloque a una distancia prudente después de haber rechazado la ayuda de los empleados y empleadas que vinieron a intentar ayudarme. Desde donde estaba veía bien la puerta del probador donde se había metido Ana. Poco después la puerta del probador se abrió y apareció ella con el vestido puesto, era menos provocativo que el que traía, pero daba juego. El vendedor no pudo evitar mirarla con deseo, aunque contuvo su ímpetu como un profesional. Hablaron algo y ella se volvió a encerrar en el probador. Él fue a recoger otro vestido y cuando volvió tocó la puerta. Ella la abrió, únicamente llevaba puesto el conjunto de ropa interior. No pude ver la reacción del vendedor porque estaba de espaldas a mí, pero sí a ella al completo. Él le entregó el vestido y ella se encerró de nuevo. Vi como el dependiente giraba la cabeza y resoplaba. Fue a dejar el vestido y volvió a esperar en la puerta del probador. Ella volvió a abrir con el vestido. Volvieron a hablar algo, se encerró de nuevo mientras él esperaba. A penas un minuto después abrió la puerta completamente desnuda. Le entregó todo al vendedor y hablaron unos segundos.
Él volvió a cambiar lo que llevaba y de nuevo tocó la puerta. Ella seguía desnuda cuando abrió. Recogió las cosas y empezó a probárselas con la puerta abierta, pero el vendedor la cerró y miró alrededor, donde se encontró con mi mirada, y me hizo un gesto a modo de saludo que yo respondí diligentemente.
Ella volvió a abrir en ropa interior, pero esta vez le pedía opinión. Se giraba para mostrarle el culo con la excusa de saber si le hacía, o no, un culo feo. Pasaba sus manos sobre el borde de las braguitas, se giró e hizo lo mismo con el sujetador. Él mantenía la compostura.
No sé qué hablarían, pero el vendedor abandonó la puerta del probador y ella quedó dentro. Vi como él volvía a su mostrador. Entonces ella abrió la puerta, seguía con el conjunto de ropa interior, y salió a la tienda, quedándose en la línea entre probadores y tienda, toda la gente que estaba en ese momento pudo verla haciendo un gesto al dependiente. Este, sorprendido, caminó rápido hacia ella, la cogió del brazo y la llevó hasta el probador. Supongo que le diría que no podía hacer eso, porque poco después salió del probador como entró, dejó de mala manera el conjunto de ropa interior sobre el mostrador, donde el dependiente estaba, y caminó hacia la puerta.
Salí tras ella. Se giró hacia mí y me hizo una señal para que me acercara.
—Tengo hambre, ¿comemos algo? —Me preguntó.
—Elige el sitio. —respondí.
Estábamos en otra terraza, me había contado que el segundo dependiente era un estúpido que no sentía nada, estaba dolida con eso. Yo no entraba en opiniones, sólo la escuchaba quejarse del vendedor más estúpido del mundo a su juicio. Estaba muy enojada con él.
Seguimos comiendo y la conversación giró para hablar de otras cosas, sus ex, que al parecer ninguno compartió sus tendencias sexuales, sus aficiones y el por qué se puso en contacto conmigo. Mientras comíamos ella abría y cerraba las piernas, lo sé por la cara que tenían en la mesa que había frente a ella, en ningún momento dejó de mostrarse, le encantaba.
—Yo no valgo para escribir, pero esto que estoy haciendo hoy quiero que quede reflejado, es como mi diario, sólo que en lugar de escribirlo yo, lo escribes tú. Si todo sale bien te pediré colaboración más de una vez.
Estábamos con el café cuando le pregunté que qué había pensado hacer. A mí la mañana no había pasado de una anécdota erótica, por calificarla de alguna manera, y la verdad, me apetecía echar una siesta, aunque esto lo callé.
—¿Te apetece que entremos al cine? —Sugirió.
—Me parece bien, pero es muy posible que me quede durmiendo.
—No te preocupes, vamos.
Pagamos y elegimos una película para ver. Entramos en la sala. Era el primer pase, cuando entramos no había nadie, así que pudimos elegir asiento. Nos colocamos a mitad de la sala. Al sentarse le miré las piernas, la falda era tan corta que casi podía ver su coño. Ella se dio cuenta de que mi mirada se había desviado hacia ahí. Entonces levantó un poco el culo y subió el vestido hasta su cintura.
—¿Te parece bien así? —Me preguntó.
—Me parece estupendo. —Le dije mirándola a los ojos. Entonces bajé la mirada a su escote antes de volverla a subir a nuevamente a sus ojos. Ella me entendió.
—¿Sabes que es lo bueno de llevar un vestido elástico?
—La elasticidad. —respondí irónico.
Se bajó los tirantes, se quitó el sujetador y lo metió en el bolso, pero no se subió los tirantes.
—¿Mejor? —Preguntó provocativa.
—Supongo que sí, porque estoy teniendo una buena reacción.
—Sácatela. —Inquirió.
Le hice caso. Abrí mi cinturón, desabroché el pantalón y bajé la cremallera. Estiré el bóxer hacia abajo y me la saqué. Estaba casi erecta.
—¡Vaya! —Exclamó— Qué sorpresa. Me gusta.
—A mí también, la conozco toda la vida. —Bromeé.
En ese momento se apagaron las luces y empezó la publicidad. Vimos entrar a una pareja y a un chico, que se sentaron entre la pantalla y nosotros. Ella me miró y sonrió. No quise preguntar lo que estaba pensando.
La película empezó. Estábamos tranquilo viéndola. Mi polla había vuelto a su estado normal, pero seguía fuera. Y ella seguía prácticamente con el vestido arrollado a la cintura. La película iba avanzando, era un poco aburrida. Vi de soslayo como abrió las piernas y empezó a tocarse despacio. La miré y se giró hacia mí sin dejar de tocarse. Mi polla se llenó en segundos ante aquella visión. Con una mano se hacía una paja y con la otra se acariciaba las tetas. Su cara expresaba provocación y yo no sabía si tocarla significaría romper el trato, así que me contuve de ponerle una mano encima, por el contrario, me la puse yo. Agarré mi polla y empecé a masajearla, despacio. Acerqué mi mano a sus tetas y le hice un gesto, pidiendo permiso. Ella no hizo ningún extraño, así que agarré una de sus tetas y la sobé mientras nos pajeábamos. Viendo que respondía bien a mi acto decidí ir a más. Introduje dos dedos en su boca y comenzó a chuparlos como si de mi polla se tratara. La excitación me había exaltado. Me arrodillé delante de ella, aparté su mano y empecé a comerle el coño. Tenía un coño delicioso, profundamente depilado y apetecible. Pasé la lengua por sus labios de arriba a abajo, para después centrarme en su clítoris y lamerlo en círculos lingüísticos. Estaba disfrutando, mi lengua saboreaba el paraíso, mi polla iba a reventar y mi excitación estaba exaltada y era correspondida. La lamí un buen rato escuchándola gemir, los otros espectadores también la oyeron y se volvían ocasionalmente para curiosear. Me puse en pie y coloqué mi polla a la altura de su cara, pero ella acercó sus tetas, dejó caer saliva entre ellas y me la atrapó entre ellas. Las agitaba frotándome en medio y en ocasiones lamiendo la punta, hasta que se la metió entera en la boca de una embestida, quedándose con ella dentro varios segundos. Cuando la sacó, un hilo de saliva entre su boca y mi polla brilló en la oscuridad del cine. Me senté y le pedí que se subiera encima. Ella lo hizo mirando hacia la pantalla, dándome la espalda, supongo que no quería perderse nada de la película, pero en realidad lo que quería ver eran las miradas furtivas de los escasos espectadores. Me folló así un buen rato, moviéndose en círculos, en vertical y en horizontal, nunca sentí tanto ritmo en unas caderas. Le miraba el culo agitarse ensartado en mi polla y sentía como quería estallar y hacer salir un rio de mí e inundarla por dentro. Pero ella se quitó, se sentó al lado, girada hacia mí.
—Quiero que me veas la cara cuando me corra —me dijo— Y yo la tuya, pajéate conmigo.
No podía rechazar esa oferta, así que me la agarré y comencé a menearla mirándola fijamente. Ella se pajeaba muy rápida, su boca abierta y su mirada clavada en mí provocaban una aceleración tremenda en mis sentidos. Me arrodillé frente a ella, que abrió bien las piernas para que no perdiera detalle. Me colé entre ellas cascándomela como un loco.
—Me voy a correr sobre tu coño. —Le dije enfurecido.
Ella soltó un sí que sobrepasó el volumen de la película. Los de delante se giraron ya sin disimular. Empecé a correrme sacando explosiones de semen sobre su coño, empapándole la mano con la que se masturbaba y el coño. Al ver mi explosión ella se sobreexcitó y empezó a correrse, y de qué manera. Supongo que las miradas ajenas le habían subido la excitación. Jadeó y gritó corriéndose como una perra. Los espectadores aplaudieron al saber que había terminado el acto.
Cuando la película acabó se levantaron los otros espectadores y nos miraron, querían ponernos caras. Ella seguía con las tetas fuera del vestido, sabía que la iban a mirar y le gustaba el detalle. Se despidieron con una sonrisa pícara y salieron de la sala. Nosotros nos recompusimos e hicimos lo mismo.
Ahora andábamos por los pasillos del centro comercial juntos. Ella seguía provocando el efecto imán ante la gente, era inevitable.
—Acabo de tener una idea genial para acabar el día. —Me dijo.
—Cuéntamela —Dije curioso.
—No, mejor que la veas. Sepárate de mí como antes y vuelve a seguirme.
Obedecí y la dejé ir delante. Iba contoneándose de una manera especialmente femenina y provocativa. Al ir pasando algunos hombres la siguieron embelesados por sus movimientos hipnotizadores. A veces se levantaba la falda y la volvía a bajar rápidamente, dando un segundo de morbo añadido a sus seguidores. Llegó al ascensor, pulsó el botón y se giró. Ellos quedaron quietos, eran cuatro y no sabían muy bien cómo reaccionar. Pero ella tomó la iniciativa e hizo un gesto para que entraran en el ascensor con ella. Las puertas se abrieron y entramos los seis. Pulsó el botón del parking. En el trayecto de bajada se levantó la falda y se quedó quieta dándole la espalda a todos. Uno de los hombres tomó la iniciativa y apretó su culo. El resto vio que se dejaba hacer y comenzó el festín del manoseo. Todos ellos estaban poseídos acariciándola compulsivamente, pero se bajó la falda y apartó las manos de su cuerpo. Habíamos llegado al parking. Ella salió delante y todos la seguimos. Caminaba como buscando su coche, con la falda arriba otra vez. Se bajó los tirantes mientras caminaba y arrolló el vestido en su abdomen, sin dejar de caminar a la búsqueda de su coche. Varios metros después un coche iluminó sus intermitentes, habíamos llegado. Ella abrió la puerta, dejó el bolso y se volvió. Se agachó, dejándonos ver como se abría su coño. Empezó a tocárselo. Uno de los hombres se la sacó y comenzó a pajearse, los demás lo copiaron. Entonces fue cuando hizo el gesto para que se acercaran. Enseguida la rodearon y empezó a comerse las pollas de aquellos afortunados. Yo miraba la escena y estaba empalmado, pero no sabía si podía participar, o si esto era parte de la secuencia que debía ver para después narrar. Ella seguía chupando pollas, pero estiró las piernas dejando su culo disponible para ser penetrada. Empezaron a follársela. Enfrente tenía tres pollas y una cuarta en el coño le empujaba. Se fueron turnando. Luego ella se echó sobre el capó y abrió las piernas para que se la volvieran a meter. Cuando la tuvo dentro dejó caer la espalda sobre el coche y las otras pollas aparecieron a su lado pidiendo ser lamidas. Se aferró a ellas. Pronto empezaron las corridas. La primera en su boca, la segunda y tercera en sus tetas, y para la cuarta el que la follaba la sacó del coño y se corrió sobre su coño. Ella estaba encantada frotándose el semen por su cuerpo, reposando el momento, disfrutándolo. Ellos se iban guardando las pollas y alejándose. Mientras ella seguía tumbada sobre el capó. Me acerqué y le tendí un pañuelo de papel. Me dio las gracias y se incorporó.
—¿Te ha gustado? —Preguntó.
—Sí, bastante. No he participado para no perder detalle. —Dije con la intención de aclarar mi postura.
Cuando se hubo limpiado se ofreció para llevarme a casa, a lo cual accedí encantado. Subimos al coche y salimos del aparcamiento.
—¿Ya se ha acabado? —Pregunté— ¿No me vas a enseñar nada de camino? —Quise saber.
Ella sonrió, se detuvo en una orilla, subió el vestido como en el cine y continuó conduciendo.
—Tengo que reconocer que me he puesto muy cachondo viendo cómo te follabas a esos tíos. —Le hice saber.
—¿Se te puso dura?
—Sigue dura.
—A ver.
Me la saqué. Ella la miró y comprobó que no había mentido.
—Abre la guantera y saca una botellita pequeña de aceite para masajes.
Ella extendió la palma de la mano izquierda y yo le puse un buen chorro de aceite. Me la agarró y empezó a masturbarme.
—¿Has pasado buen día? —Me preguntó.
—Muy bueno, sí. Me ha encantado.
—¿Me vas a escribir un buen relato?
—El mejor que pueda escribir sin duda.
Sonrió satisfecha mientras seguía masturbándome.
—Estaré encantada de leerlo y pajearme con él.
—Me encanta que me digas eso, me encanta saber que alguien se masturba leyéndome, eso me da fuerza.
—Ya lo hice con los anteriores, por eso te busqué a ti.
—Gracias. También me encanta como me haces esta paja.
Siguió masturbándome y conduciendo. Yo me había echado un poco hacia delante para dejarle mayor capacidad de maniobra. Su mano subía y bajaba por mi polla dura, caliente no sólo por el tacto del aceite. Dio velocidad a su mano.
—Noto que me vas a correr pronto. —Le aclaré.
—Me encanta. —Exclamó.
Nos detuvimos en un semáforo, al lado de otro coche. Entonces aceleró más el ritmo de su mano.
—Quiero que te corras cabrón.
Al oírla decírmelo me subió una furia ardiente.
—Sigue así y tendrás la mano mojada en segundos. —Balbuceé.
Ella miraba al tipo del coche de al lado, que ya se había dado cuenta de todo. Intercambiaban miradas que, a ella, y supongo que, a él, la excitaban. Se pasaba la lengua por los labios, se los mordía, e incluso se sacó las tetas para dejárselas ver. Yo no aguantaba más y me corrí entre espasmos. Ahora me la acariciaba suavemente ahora. Un pitido interrumpió el momento, el semáforo se había puesto verde. Se lamió la mano y salió.
Me dejó en la puerta de casa y nos despedimos. Quedamos en que la avisaría cuando tuviera el relato, y eso estoy haciendo. Espero que al menos te hagas una buena paja leyendo tu experiencia. Gracias Ana, hasta pronto.