La Pescadora de Perlas (2)

La consumación de un sueño alucinante y omnipresente... Hasta hoy.

LA PESCADORA DE PERLAS II

Estaba todo dispuesto. Pasajes, equipaje, insumos esenciales, como útiles de aseo y en general, todo lo necesario, incluidas las coartadas para nuestra ausencia, ella de su casa y yo del "Planeta Tierra". El clima sobre Santiago, se había vuelto amenazante, pero eso no me intimidó, pues como buen "Sureño" estoy acostumbrado a la lluvia.

Cuando llegué al Terminal de Buses, me acerqué al andén en el cual estaría la máquina que nos llevaría hasta Cartagena, a unos ciento diez kilómetros, sobre la costa del Pacífico, observé con atención, pues cabía la posibilidad de que su madre la hubiese acompañado. La vi enfundada en su chaquetón de color verde y me acerqué a ella, la besé con la pasión de un adolescente, sentía fresca aún en mí la inefable sensación de haberla poseído esa mañana, el contacto de su piel suave, la visión de su desnudez de curvas armónicas, el sonido de sus gemidos de placer en mis oídos y toda la atmósfera que se había formado en torno a ella. Abordamos el vehículo y nos sentamos.

Nuestros asientos estaban en la medianía del bus, que se encontraba con su capacidad completa. Eran las 19:30 Horas y la noche amenazante de lluvia caía sobre el paisaje urbano, del que no tardamos en salir. En efecto, el vehículo corría a gran velocidad hacia su destino y en la tibia intimidad del habitáculo ella y yo nos fundíamos en un abrazo, propio de viejos enamorados de toda una vida, en el que no estaba exento el erotismo de las circunstancias y aprovechando la oscuridad del interior del vehículo, luego de la revisión de los pasajes, mis manos se deslizaban debajo de su blusa, mis dedos asían la punta de sus pezones que estaban enhiestos y turgentes. Del mismo modo, mi mano se internaba por el borde de sus pantalones, para acariciar aquellas nalgas de impecable redondez y de tanto en tanto, perderse en el valle entre ellas, jugando con la flor de su ano, descender más y sentir la humedad de su sexo. Nada importaba que estuviéramos en un vehículo público, me daba risa pensar en que aquellos que nos adivinaban, nada podrían entender acerca del cómo una mujer joven y espléndida como ella, iba con un tipo como yo, veinte años mayor y vestido de un modo que por no ser ostentoso de mi título profesional, era del todo corriente.

La lluvia nos salió al encuentro y pude ver desde mi asiento, como el limpia parabrisas, intentaba despejar el cristal para mantener la visión del conductor, quien no aminoró la velocidad. De pronto comenzamos a ascender por una y otra cuesta, hasta que de pronto el aroma salobre del mar, nos dijo que aquella era la última bajada y que a los pies de aquella última cuesta estaba nuestro destino.

Descendimos del bus y el viento nos recibió cubriéndonos de lluvia. Pienso que para ella fue peor, pues la lluvia ha sido mi compañera por toda mi vida, sin embargo ella reía. Retiramos nuestro equipaje y nos dispusimos a buscar en donde pernoctar. Ella, conocedora del lugar, así me lo sugirió y la verdad es que no debimos esperar mucho.

  • Buenas noches… ¿Buscan pensión? – Fue La pregunta que aquel hombre de sonrisa amplia nos formuló, quizás interpretando nuestra necesidad, en aquella noche de temporal.

Nos miramos y sin decir palabra accedimos a la invitación de aquel hombre, quien se convertiría en nuestro proveedor de un sitio en el cual realizar nuestro amor, por un largo tiempo.

El hombre tomó nuestro equipaje y lo llevó a un vetusto furgón al cual subimos sin hacer más preguntas.

El móvil una vez en marcha, avanzó, descendió, ascendió, volvió a descender y finalmente ascendió por un estrecho pasaje, hasta que se detuvo frente a una casa de dos pisos, enclavada en uno de los cerros, que bordeaba aquella magra franja de tierra, de cara al océano.

Descendimos del vehículo y rápidamente ingresamos por la puerta que nuestro anfitrión había abierto. Una escalera de levantaba hacia el frente y al costado derecho una puerta que daba acceso a un departamento que constaba de dos habitaciones y un baño. La primera estaba ocupada por dos camarotes y la segunda de una cama matrimonial, en la que constituimos nuestro cuartel general, luego de acordar el precio. El Hombre nos dejó y afuera el temporal rugía, desplegando su poder, como si la naturaleza nos brindara su estímulo para desplegar nuestra sensualidad y hacernos uno en el furor de los elementos y de nuestra necesidad de fundirnos en una sola pasión. Apenas la puerta se cerró y hube pagado el monto convenido hasta la fecha en que abandonaríamos el lugar – El Domingo 25 de Junio de 2000 – Quedamos solos, la miré, tenía el cabello, aquel que era una de sus preocupaciones, mojado por la lluvia. Nos quitamos la ropa de abrigo y sin decir palabra la abracé, ella apoyó su cabeza en mí con ternura y la sentí otra vez tan hembra, tan poderosa y tan deliciosamente tierna, tan delicada y bella, comencé a acariciar su rostro y a besar sus labios, lo que me permitió percibir su respiración agitada por la excitación, mordí levemente aquella boca maravillosa, sentí su lengua dentro de mi boca y correspondí a aquel ósculo como si en ello me fuera la vida. Antes de saber cómo o por qué, estábamos desnudos y no sentíamos frío, nos tocábamos y así estuve dentro de ella una vez más. Ella debajo de mi grotesca anatomía y yo bombeando en su vagina húmeda, hasta correrme y caer entre sus brazos.

Luego de jugar y acariciarnos mutuamente lo haríamos "A lo, perrito" y yo introduciría mi dedo pulgar en su ano.

Por la mañana siguiente amanecimos abrazados. Yo la envolvía con mis brazos y con su espalda en mi pecho, dormía con placidez, asiendo mis manos entre sus pechos. Sentí sus nalgas y el estrecho valle entre ellas, junto a mi falo extenuado, pero que sin embargo comenzaba a revivir al sentir la lozanía de la piel de ella a mi lado. No sé si fue lo agitado de mi respiración, que evidenció mi excitación, o el sorpresivo aumento de volumen de mi virilidad, entrampada entre sus glúteos, lo que la despertó, pero lo concreto fue que el despertar de ella y estar una vez más en el interior de su vagina húmeda, fue una sola cosa y comencé a embestir, mientras ella movía sus caderas, acogiéndome en su interior, con una cadencia embriagante.

Así había comenzado el día dos de nuestra aventura. Descubrimos entonces que por la noche, el agua había entrado hasta nuestra habitación, sin que nos diéramos cuenta. Nos miramos y nos reímos con una risa de cierta complicidad.

Fui al segundo piso, a pedir el desayuno y observé que el clima nos daría una pequeña tregua aquel día. En efecto, un débil sol invernal nos saludaba desde sus alturas. También pude percatarme de la sonrisa socarrona que tenía la dueña de casa, cuyo dormitorio estaba justo arriba del nuestro y por primera vez e mi vida tuve deseos de decirle que sólo era yo, nada más que yo, de edad madura, algo obeso y de situación económica más bien modesta y no una legión romana, sólo yo quien había pasado la noche en su casa, y que ahora quería desayuno para mí y para Ximena, quien por extraño que pareciera, era mi amante.

No sé qué hora era, pero era tarde, quizás cerca del medio día o más tarde, era sábado y salimos a disfrutar del paisaje, además que yo tenía una hambre lupina y a decir verdad no era para menos. Descendimos por el estrecho pasaje – Slutsky se llamaba – hasta llegar a una playa, conocida como la playa chica. El rumor de la rompiente nos refrescó el rostro, caminamos abrazados por una terraza de hermosas reminiscencias mediterráneas, junto a una rompiente en que el mar nos brindaba un espectáculo pleno de belleza y poder. Me parecía que estaba suspendido entre dos mundos paralelos. El uno en que era esposo, padre de un hijo y un serio profesional, nominado incluso en una ocasión, como abogado integrante de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Concepción. Con mi mujer, jamás habríamos andado abrazados como ahora con Ximena, menos nos habríamos besado como con ella, en público y sin temor, pues la posibilidad de que alguien conocido estuviera en ese sitio, era de una en cientos de millones. El otro, este en que me sentía con una libertad, que sólo era comparable con lo enorme del mar e incluso mi sexualidad de pequeño burgués se había transformado en un vendaval que hasta a mí me sorprendía y lo digo porque hoy he vuelto a ser aquel hombre de sexualidad muy discreta y nunca he sido – Por tanto – Nunca he sido jactancioso.

Tomamos un bus local y nos fuimos a San Antonio, puerto distante pocos kilómetros de allí. No sé cuántas veces nos besamos, le dije que la amaba y era verdad. Sentía como si toda mi vida hubiera sido una pesadilla y mi realidad fuera Ximena y la libertad que de ella emanaba. Después de recorrer un hermoso paseo junto al mar y la calle principal – Centenario se llama – Almorzamos y de ahí caminamos junto a lo que alguna vez había sido la línea férrea, pasamos junto a unas instalaciones del puerto, el rompeolas y su baliza en la punta y luego junto a un hermoso roquerío en el que grandes olas se destrozaban en magníficos abanicos de espuma. Finalmente abordamos un autobús que nos llevó más allá de Cartagena, hasta Las Cruces, en ese lugar recorrimos paisajes maravillosos. Estábamos en una punta de gran altura, las nubes se habían reunido nuevamente y nos sorprendió la lluvia. Caminamos no menos de un par de kilómetros y quedamos empapados hasta los huesos, pero reíamos de buena gana. Era una sensación increíble besar sus labios con el sabor de la lluvia en ellos.

No recuerdo otro momento en mi vida en que mi sensación de libertad y felicidad hayan sido de tal magnitud. Regresamos a Cartagena y al bajar del autobús, frente a la plaza de Cartagena, compramos una botella de vino, junto a otras provisiones menores, antes de regresar a nuestro lugar, a aquel departamento, que tenía una rara sensación de algo tan nuestro como un hogar, aunque fuera de tránsito. Corrimos bajo la lluvia tomados de la mano, ebrios de felicidad.

Cuando llegamos, la dueña de la casa nos miró y sonrió con picardía, pues se dio perfecta cuenta de que aunque mojados por fuera, ardíamos por dentro. Le pedimos si nos podía facilitar un par de vasos, un plato y un descorchador, a lo que accedió trayéndolo de inmediato. Cerramos la puerta, quedamos solos y comenzamos a sacarnos la ropa mojada misma que al poco rato, la dueña de la casa se ofreció para secar. Al sentir la puerta, me coloqué el pijama, mientras Ximena se ocultó desnuda en la cama. Agradecí el ofrecimiento y entregué las pendas que estaban mojadas.

Cuando volví a nuestra intimidad, ella se había sentado en la cama y pude ver sus pechos, pequeños y erguidos, lozanos y turgentes como toda su piel de aquel maravilloso color mate, característica que junto con sus ojos pequeños y su pelo largo y de color negro, me harían llamarla "Chinita" Toda ella era una fantasía hecha carne, la recordaba en nuestro primer encuentro, nadando en aquel océano de sábanas azules, como una pescadora de perlas desplazándose con gracia a través de las aguas. Corrí las sábanas hacia atrás, quería ver la exquisita curva de sus caderas y su sexo, pequeño, sin mucho vello, en el centro, al sur de su vientre terso, de curvatura limpia y suave. Seguían sus piernas, largas y bien formadas, las que terminaban en pies pequeños y hermosos, que comencé a besar. Nunca lo había hecho y lo sentí muy estimulante. Metí sus dedos en mi boca y comencé a besar sus pies a ascender por sus piernas, mientras mis manos como la avanzada de un ejército, ascendían por los flancos, sintiendo la suavidad de su piel, la suavidad de sus curvas elegantes y felinas. Pronto mientras mi boca iba a la altura del lado interior de sus rodillas, mis manos ya llegaban a sus caderas y recorrían los flancos de su hermoso culo. Ella separaba las piernas y emitía unos sonidos de placer que ya conocía. Su sexo ahora era una flor dilatada, que me ofrecía su centro húmedo. En pocos instantes había llegado a ese sector y yo seguía besando sus muslos, yendo lentamente al interior de sus piernas, desde el que ya podía percibir el aroma leve de su sexo de hembra excitada. Me despojé del pijama y otra vez mi virilidad estaba dura y acerada. Ni yo me podía explicar cómo, pero así era y finalmente mis dedos se encontraron con su clítoris, le separé los labios vaginales y mientras mi lengua recorría su hendidura, desde el clítoris hasta el ano, ella se inundaba más y más y yo bebía de aquellos jugos mientras me concentraba más en su clítoris y con los dedos la penetraba, por la vagina y por el ano, con sendos dedos. Sentí deseos de hacérselo por atrás, pero su tracto anal, se sentía particularmente estrecho, ella se quejó y no quise arruinar aquel maravilloso encuentro, que ya excedía por mucho mis expectativas más ambiciosas. En breve estuve detrás de ella y lo hicimos "A lo perrito" que resultó ser nuestra posisión preferida, dado que además desde ahí podía apreciar todo el esplendor de su culo, que sin ser grande tenía una forma y estaba acompañado de una cintura, que dejaban a cualquiera sin aliento.

Después de habernos corrido, abrimos el vino, conversamos, comimos la frugal e improvisada cena que habíamos comprado, nos amamos otro par de veces y nos dormimos abrazados, como la noche anterior.

Finalmente llegó el Domingo, nos levantamos relativamente temprano, pues viajaríamos a Santiago por la mañana. Si bien mi avión salía por la tarde, estar en Santiago temprano era parte de mi coartada.

Tomamos el desayuno, hicimos el amor una vez más, nos bañamos juntos y nos enjabonamos mutuamente, ahí me di cuenta de que tenía el miembro con pequeñas laceraciones, producto de la intensa actividad. Ella me confesó que también le dolía, pero que estaba feliz. El viaje de regreso, lejos de encerrar una despedida, fue la preparación del próximo viaje, a más tardar dentro de cuatro semanas y de hecho fue así.

Una vez en Santiago, ella cruzó a la vereda norte de la mal llamada Alameda – en verdad no tiene un álamo ni siquiera dibujado – Yo permanecí en la vereda sur y su figura leve con su mano estirada en señal de "Hasta Pronto" fue la imagen que quedó en mi retina.

Por la tarde, tomé el avión a las 19:15 Horas, pues había perdido el vuelo en el que tenía pasaje, que había salido a las 19:00. Al llegar a Concepción, un furioso temporal me recibió igual como hacía unos días en Cartagena. Sonreí, pensaba en Ximena

Un golpe fuerte sacudió al avión, el vuelo LA 206 había aterrizado y me sacó de mis recuerdos de aquel otro viaje. Los inversores de empuje y los frenos se accionaron, podía sentir como aquella fuerza me impulsaba hacia delante, hasta que el aparato disminuyó drásticamente su velocidad y se aproximó a la terminal de pasajeros, en donde sus turbinas se silenciaron otra vez, mientras la manga de embarque se adosaba al avión para permitir nuestro descenso. Cuando salí de la terminal de pasajeros, inconscientemente la buscaba, pero sabía que ya no estaría y si por alguna casualidad estuviera, ya no sería para mí.

  • Abogado Oskar Feldman. – Me llamó una voz femenina, sacándome de mi inconsciente búsqueda.

  • Si yo soy – Repuse a aquella mujer joven, de cabellos dorados, en la que el parecido físico era innegable, respecto de quien la enviaba.

  • Soy la hija de José Francisco Del Río y como el chofer de la empresa estaba ocupado fuera de Santiago, me envió a buscarlo para que le de los últimos antecedentes para el alegato de mañana.

  • Gracias… Entiendo que somos colegas… - Dejé una pausa pues había olvidado su nombre.

Ella rió de buena gana y sólo repuso:

  • Rosario… y todavía no somos colegas, pero pronto, espero que si lo seamos antes de dos años.

Salimos del edificio hacia el estacionamiento, abordamos el 4x4 de la joven y salimos del aeropuerto. La miré y era muy hermosa, pero la Pescadora de Perlas o Chinita, sería irreemplazable y lo es aún hasta el día de hoy.