La Pesadilla de Cintia

Una zona Rural en crisis. Un Hombre mayor aprovecha la situación para tomar ventaja sobre una joven del pueblo llamada Cintia.

Alberto tomo el tarro y con una franela le quito la fina capa de polvo que lo cubría. Sus ojos cansados observaron la solitaria ruta tres, un pequeño tractor marcaba la tierra que se veía del otro lado de la ruta en donde el calor del pavimento dibujaba reflejos en el horizonte.

El largo delantal blanco enmarcaba un enorme abdomen cultivado por el buen vino y los numerosos asados que Alberto realizaba en el fondo de la despensa con alguno de los vecinos amigos del pueblo. Alberto era dueño de la despensa, era uno de los hombres más viejos en el pueblo, sus sesenta y cuatro años de edad y los cuarenta y dos  años que trabajaba allí lo convertían en un hombre muy respetado y adinerado comparado con el resto del pueblo.

Su negocio abastecía a varios pueblitos de la zona, se encontraba sobre la ruta, era de fácil acceso para los lugareños y también lo visitaban los camioneros que circulaban la ruta. Alberto era viudo, su mujer había fallecido hacia unos dos años atrás de un cáncer terminal, fueron años muy dolorosos para el pobre hombre y su humor se había deteriorado.

Todas las mañanas tomaba unos mates mientras escuchaba la radio local disfrutando de algún buen tango y escuchando las noticias de la zona. Su forma cancina de caminar lo convertía en un hombre de movimientos lentos y expresiones toscas. Las mujeres del lugar si bien eran muy amables con el, siempre opinaban que era un hombre de poco trato, la mayoría se lo adjudicaban a la perdida de su mujer, pero a decir verdad siempre había sido un hombre muy reservado, mas aun con las mujeres.

Esa mañana barría la vereda de su local, cuando unas risas interrumpieron su rutina. Un conjunto de adolescentes caminaba sobre el borde de la ruta, iban camino al único secundario de la zona q se encontraba unas cuadras atrás de la despensa de Don Alberto. Uno de los muchachos corría a otro mientras tres jóvenes reían sonoramente. El colegio era católico como la mayoría de los colegios rurales, el director era el Padre Carlos Rivera y lo ayudaban un grupo de monjas que daban clases y organizaban eventos en la misma.

Una de esas tres jóvenes se llamaba Cintia, era la mas alta de las tres y tenia un largo cabello color negro, parecía mayor que sus compañeras pero solo tenia dieciséis años al igual que el resto. Llevaban puestos unos pesados uniformes, las jóvenes llevaban unas largas polleras color gris que terminaban por sobre encima de sus tobillos y unos sacos color arcilla con una cruz dorada bordada en la solapa izquierda, que ocultaba una camisa blanca por debajo. Los Hombres usaban pantalones grises, unos sacos color negro con la misma cruz dorada, una camisa blanca y una corbata insípida bailaba delante de ellos.

Cuando los jóvenes pasaron junto al Sr. Alberto lo saludaron cordialmente, intentando no reírse, una de las chicas tapo su boca para esconder su risa y Cintia la golpeo con el codo retándola y muy educadamente saludo al Sr. Alberto

-Buenos días Sr. Alberto.

-Buenos días…-Contesto Alberto entrando a su local. De pronto un camino paso rápidamente y entre las carcajadas de los muchachos las jóvenes ruborizadas intentaban acomodarse rápidamente sus polleras. Alberto se quedo parado junto a la ventana de su local repitiendo la imagen que el destino le había regalado. Los blancos muslos de Cintia quedaron descubiertos ante sus ojos, las medias apretadas hasta debajo de sus rodillas y las finas líneas de sus piernas que terminaban en unos zapatos negros bien pulidos colmaron los pensamientos de Alberto. Desde aquel día aquella joven se transformó en el personaje principal de sus fantasías, la mente del hombre se perdía en oscuros pensamientos y su libido aumentaba día a día.

Una de las tantas mañanas, mientras se tomaba unos mates, Alberto oyó en la radio que las sequías de ese año habían afectado fuertemente la producción de los campos de la región. El locutor anunciaba épocas duras pero reconfortaba a los radio escuchas con frases como “-No es la primera y ultima ves que el clima nos juega una mala pasada” o “-La buena voluntad de los vecinos en tiempos de sequía siempre están a la orden del día”. – Era bien conocido que en estos casos el Gobierno anunciaba ayuda pero nunca llegaba, ya era costumbre más de parte de los opositores.

Las semanas pasaron y la libretita de Don Alberto se encontraba llena de anotaciones de los productos que había sabido fiar a las familias de la zona. Casi todas las familias tenían deudas con Alberto, algunas le prometieron cabezas de ganado pero el las rechazaba argumentando que ya le pagarían en épocas mejores y que no tenia lugar para cuidarlas. Algunas le daban a forma de garantía las pocas joyas que tenían y otras simplemente le prometían cosas o hacían tratos a futuro.

La crisis de la región llego a límites inesperados obligando a algunas familias a mudarse por un tiempo con parientes lejanos o hasta asentarse en la capital. Por suerte la familia de Cintia permanecía en el pueblo y aunque los ánimos no eran los mejores, Alberto no se preocupaba y seguía inundando su mente con fantasías.

Era un día de calor, Alberto lustraba la barra que separaba la mercancía de los compradores. Abría la caja registradora y contaba el dinero, anotaba en su libreta y sacaba cuentas mentales. La campanita que colgaba de lo alto de la puerta rompió el silencio y alerto a Don Alberto de la presencia de un cliente.

Frente a el se encontraba Cintia, la mirada de la joven era esquiva, su familia le debía mucho dinero y la situación de volver a pedirle algo a don Alberto y no tener con que pagarle la atormentaba. Ella siempre fue una niña muy educada y aplicada en los estudios. Con los años se transformo en una hermosa joven. Los muchachos del pueblo se disputaban su corazón, pero ella no correspondía a ninguno de ellos, los pobres se desvivían por llamar su atención. Su madre y su abuela siempre la alertaban de los males de los hombres, pero a ella en el fondo un poco le gustaba que los jóvenes se pelearan por ella, eso si nunca lo daba a entender.

Mientras don Alberto caminaba hacia atrás del mostrador, ajustándose el delantal blanco muy toscamente, recorría de reojo el cuerpo de Cintia que permanecía inmóvil, la mirada de la joven se perdía en sus propios pies, intentando no ver directamente a los ojos de Don Alberto.

Tenia el pelo atado en una larga trenza muy prolijamente peinada que llegaba hasta su cintura, una camisa mangas cortas color beige abotonada hasta el tope de su cuello, y una pollera que terminaba justo debajo de sus rodillas, sus pies desnudos se movían incómodamente dentro de unas pequeñas sandalias color marrón. Su sujetador se marcaba sobre su fina camisa, sus pechos parecían sobresalir, ya que sus brazos los apretaban entre si, mientras sus manos se tomaban una con otra y descansaban sobre su pelvis -¿Hola niña, que deseas?- Dijo Don Alberto quebrando el silencio.

-Hola…Don Alberto…yo…- La timidez que demostraba Cintia, le hacia sentir a Alberto un poco de poder sobre la situación-Vamos niña, no tengo todo el día. Dime que quieres.- La joven desenvolvió un papel que tenia fuertemente apretado entre sus manos y sin pausa enumeró varios artículos comestibles y de limpieza que su madre había anotado en la lista. Cuando terminó de leer, sus oscuros ojos se encontraron con una suave sonrisa en el rostro de Alberto. Cintia se sintió aliviada.

-Mira…-Comenzó a decir Alberto- como ya debes saber tu familia me debe mucho dinero, yo comprendo que la situación es difícil para todos y que como buen samaritano tengo que ayudar a mis vecinos y compadres, pero a diferencia de las demás familias, la tuya no me a ofrecido nada, ni siquiera me ha dado alguna garantía - las palabras de Alberto recorrían el solitario local, la mirada de Cintia seguía fija en el suelo, su dedo gordo golpeaba la suela de la sandalia, pero escuchaba con atención- Yo no quiero parecer un mal hombre…-en eso ella lo interrumpió- ¡Usted no es para nada un mal hombre don Alberto mi familia y el pueblo entero le agradece su ayuda, es por eso que…!- La timidez se apodero nuevamente de Cintia, su rostro sonrojado marcaba una profunda vergüenza, su educación le hacían pensar que le había faltado el respeto al Sr. Alberto. Un profundo suspiro salio de adentro de Alberto, con sus manos en su cintura sacudía levemente su cabeza sin quitar los ojos de encima de la joven.- Hagamos una cosa… - Espeto el hombre- Tu ya sabes que mi mujer murió hace un tiempo atrás, y también por lo que recién me has dicho me consideras un buen hombre. Estos últimos meses me eh sentido muy solo- La mirada de Cintia busco el rostro de Alberto- y la compañía de una joven como tu seria muy agradecida por un Viejo como yo, es por eso que te quiero proponer algo. Será un secreto entre nosotros dos, nadie más se debe enterar, si no me veré obligado a tomar medidas legales y cobrarme el dinero que tu familia me debe y no quiero verme obligado a hacerlo.- Los ojos de Cintia se abrieron y en ellos se reflejo un gran temor, su familia no era muy adinerada y esta crisis casi los sumergía en la pobreza. Sin decir nada la joven asintió con un gesto y sobre el rostro de Don Alberto apareció una leve una sonrisa. –Muy bien querida, pásame la lista que te dio tu madre y acompáñame al deposito que ahí tengo algunas cosas que aquí adelante no tengo.

Con un gesto Alberto le marco el camino a Cintia, que dudo por un segundo y avanzó hacia la parte trasera del local. El aroma de su cabello dejaba una dulce estela detrás de ella, un manjar para los sentidos de Alberto que se relamía en ese aroma.

La puerta del deposito era pesada, se notaba que era muy vieja y que si el lugar se venia abajo la puerta se mantendría en pie. De un manojo de llaves Don Alberto tomo una pequeña llave y abrió un candado de bronce un poco oxidado. Una venta muy chica ubicada en lo alto de una pared permitía que un rayo de sol interrumpiera en el cuarto. Los estantes colmaban las paredes, algunos cajones agolpados en los rincones y algunas telarañas en las vigas del techo hacían del lugar un espectáculo un poco tétrico. Los estantes tenían conservas, algunas tan viejas que ya no se distinguía bien que contenían, algunos sacos con especias llenaban el lugar con un olor fuerte y una bolsa de papas en el suelo se desparramaba debajo de un escalón de una vieja escalera de madera.

Cintia observaba la ventana, el rayo de sol iluminaba levemente su rostro y le daba un aspecto angelical, parada de espaldas a él, Alberto se imagino que si le ponía unas alas se convertiría en un ángel.

Don Alberto tomo un cajón de manzanas, le sacudió el polvo y se sentó frente a Cintia. Ella al escuchar el sonido se volteo y vio al hombre sentado a unos 2 metros detrás de ella. Sin dejar de verla Alberto dijo – Solo quiero verte…- los ojos de Cintia rápidamente buscaron el suelo, su pálida piel se volvió de un rosa intenso y sus pequeñas manos apretaban fuertemente la lista, casi rompiéndola-…te prometo que es solo eso, es mas no pienso dejar este cajón. Solo te pido que hagas exactamente lo que te pido. Como ya dije antes esto será un secreto entre los dos, nunca nadie sabré de esto-.

La joven muy nerviosa se tomo unos minutos para pensarlo, tras la pausa un si casi inaudible surgió de entre sus labios. La joven tomo una postura tensa, se mantuvo firme como una estatua a un par de metros de Don Alberto. El hombre sabía que no tenia que espantarla, tenía que lograr su fantasía con paciencia. Con calma y en un tono lo mas amable posible le ordeno. – Quítate las sandalias por favor.- Cintia  se inclino y levantando sus pies uno a la vez se saco las sandalias y las dejo sobre el suelo. Sus brazos se entrecruzaron por debajo de sus senos y sin notarlo los presionó contra su fina camisa, Alberto sintió un cosquilleo en su entrepierna que no sentía hacia varios años, los senos de Cintia eran encantadores. Le costaba no delatar su excitación, pero se concentro con fuerza y continúo. – Desabróchate  los cinco primeros botones de tu camisa comenzando desde tu cuello.- Cintia clavó fríamente la mirada en Alberto. Lo juzgaba, no podía creer que este viejo le pidiera esto. Alberto paso su mano lentamente por su frente.

Cintia, se puso de perfil y muy despacio desabrocho los tres primero botones. Se detuvo y observo que Don Alberto se desataba el delantal y lo dejaba apoyado junto a el –Es que me aprieta mucho cuando me siento y quiero estar comodo- Le dijo y sonrió. La joven continuo con los dos botones restantes.

Sus manos evitaban que la camisa se abriera, la vergüenza dominaba su ser y veía en el rostro de don Alberto un gesto de disfrute, esto le producía odio.-Baja los brazos- La voz era firme- Pon tus brazos junto a tu cuerpo.- El enojo y el desprecio nublaban los pensamientos de Cintia. El temor de que don Alberto se cobrara la deuda era demasiado para ella. Muy despacio sus manos se apoyaron sobre los costados de sus muslos. La camisa entreabierta dejaba ver con detalle sus senos descansando en su simple sostén color blanco. Don Alberto tenia una fuerte erección, su deseo de sacar su miembro del pantalón y pajearse eran muy intensos, pero sabia que si lo hacia estaba perdido. Cintia quería finalizar con esa situación lo más rápido posible. Quería salir corriendo de allí pero su sentido de responsabilidad hacia su familia era inamovible. Nunca un hombre había visto ninguna prenda intima suya, se sentía expuesta. –Ahora quiero que te quites el sostén, pero puedes dejarte la camisa. Cintia no aguanto más y se abalanzo contra la puerta, pero fue interceptada por los brazos de Alberto que la sujetaron con fuerza. A pesar de los años el hombre era muy fuerte y le estaba haciendo daño, entre sollozos la joven dijo- Esta bien… suélteme me esta lastimando… Por favor o me haga nada…- Don Alberto la observo furioso y con un gesto le indico que volviera a su lugar.

La joven se puso de espaldas y comenzó a quitarse el sostén, Don Alberto volvió a sentarse sobre el cajón. Esta era su oportunidad, comenzó a frotar su pene dentro de su pantalón. La sensación de placer era inmensa hacia muchos años que no se excitaba de esa manera.

El sol del mediodía golpeaba con fuerza el techo del depósito, los cabellos de Cintia un poco desordenados se pegaban a su rostro transpirado. Una gota de sudor recorrió la espalda de Alberto y con la manga de su camisa secó su frente poblada de gotas. Cintia sostenía el sostén con su mano derecha, aun seguía de espaldas.-Date vuelta- Le ordeno.-Quiero verte bien.- Ella se voltio y quedo de frente a don Alberto que disimuladamente se frotaba la entrepierna. El giro que dio la joven inevitablemente produjo que sus pechos se balancearan con naturalidad. Sus pezones fácilmente se podían distinguir a través de la fina camisa de hilo, el sudor hacia que esta se pegara a sus tetas y describieran sus hermosas curvas. Los ojos del hombre recorrían furtivamente el cuerpo de la joven, el pene de Alberto latía suavemente, una sustancia viscosa bañaba su glande.

-Por favor Don Alberto…quiero irme, ya es tarde y mis padres deben estar preocupados…-Don Alberto mantuvo el silencio, pensó durante unos largos segundos y sin mirar a Cintia dijo-Sube tu falda.- La joven se sorprendió. El clima era tenso en el depósito y la incomodidad de la situación se traslucía fácilmente en los gestos de Cintia que mordía su labio inferior y miraba con reproche a Don Alberto. El sabía que debía apurar las cosas, se encontraba en un momento crucial, su plan pendía de un hilo pero para su sorpresa cuando pensó que su plan se desvanecía Cintia se inclino y tomo el borde de su pollera con ambas manos. El calor en el cuarto era agobiante, la camisa de Alberto estaba llena de aureolas de transpiración, la luz que entraba por la ventana hacia brillar el sudor sobre la piel de Cintia, una pequeña gota recorrió su frente y cayo al suelo.

Cintia seguía inclinada, no había notado que la abertura de su camisa le regalaba a don Alberto una visión perfecta de sus hermosos pechos. Para sorpresa de Alberto los pechos de la joven eran más grandes de lo que aparentaban, desde esa perspectiva podía ver como los pezones de la joven rozaban la camisa, la mano de Alberto busco su miembro y lo apretó con fuerza. Cintia se enderezo lentamente, centímetro a centímetro sus piernas quedaban descubiertas, sus bellos muslos se iluminaban mediante la pollera subía, sus piernas eran interminables. Ahí estaba ella sosteniendo su pollera por arriba de su cintura, su ropa interior de algodón de un blanco intenso ocultaban un hermoso tesoro esperando a ser descubierto.-Quiero ver tu culo.- La frase se arrastro por el deposito, Cintia quería salir corriendo pero tenia miedo, sabia que don Alberto podía detenerla fácilmente, es mas, podía hacerle cosas peores. Una lágrima recorrió frágilmente su rostro. Se volteó y tomó nuevamente su pollera, y con una eterna duda la acomodo para complacer la orden del viejo.

Su cola era digna de admiración, aunque la ropa interior de ella no era nada provocativa ni revelaba sus glúteos, sus líneas eran perfectas, como los muslos acompañaban su forma y en su entrepierna se podía ver como sus glúteos se unían con un pequeño bulto que formaba su delicada vagina.

Sin previo aviso don Alberto se puso de pie toscamente, el sonido alerto a la joven que volteo.- ¡No me mires, seguí como estabas antes!- El grito retumbo en el deposito. Cintia lloraba, no emitía ningún sonido pero las lágrimas caían por su rostro, entre sus manos transpiradas la pollera seguía en el aire. Alberto desabrocho el botón del Jean y bajo su bragueta. El sonido de la bragueta duro una eternidad en la cabeza de Cintia, estaba entregada a los oscuros deseos de este hombre. Don Alberto se masturbaba lentamente, su pene estaba bañado en sudor y fluidos, un hilo viscoso se soltó de la punta y se prolongo hasta el suelo.-Bueno, ahora quiero ver como tus bragas se pierden entre tus nalgas.- Un gemido se escapo de entre los labios de Cintia, sus lagrimas no cesaban y el terror se iba apoderando de sus pensamientos. Sus piernas temblaban, sus nalgas aparecían tímidamente descubriéndose al ritmo en que los dedos de la joven empujaban su ropa interior de modo que esta se introdujera entre sus glúteos. Don Alberto se había acercado bastante, solo se encontraba a veinte centímetros de Cintia que seguía enseñándole su cuerpo semidesnudo al viejo.

De fondo se hoyo pasar a un camión a gran velocidad. Alberto sostenía firmemente su miembro, su mano se deslizaba fácilmente entre el sudor y su viscosidad, dos lágrimas golpearon el suelo. Cintia cerró con fuerza sus ojos, sentía la respiración de don Alberto sobre su cuello. –Escúchame bien.- La pesada mano de Alberto tomo el hombro de Cintia firmemente.-Quiero que prestes atención. Si dejas que yo te haga algunas cosas y tú te comportas como una buena niña, le perdonare la deuda a tu familia. Solo tienes que permanecer quietecita, te prometo que no te haré ningún daño, eso si, no me des motivos para lastimarte, antes de que te des cuenta todo habrá terminado… ¿Qué me dices?- Cintia trago saliva, estaba aterrada, la oferta que le ofrecía don Alberto giraba en su mente, la oportunidad de acabar con la deuda le traería una tranquilidad enorme a su familia.

Cintia abrió sus ojos, solo podía ver a don Alberto vagamente reflejado en los tarros de conservas en frente de ella. Veía como el hombre se masturbaba y no le quitaba un ojo de encima. La joven tomo aire y con seguridad en sus palabras dijo –Esta bien don Alberto.- Sin previo aviso el anciano obligo a Cintia a que se inclinara hacia delante, sus nalgas desnudas estaban completamente expuestas y su ropa interior se hundía profundamente entre ellas. La joven se tomo de uno de los estantes para no caerse de bruces al piso. La joven se sacudió cuando sintió como la cabeza del pene de Alberto se apoyaba suavemente en su nalga, las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos.

Alberto frotaba su pene rítmicamente contra las nalgas de Cintia. La cabeza del miembro pasaba de una nalga a la otra, dejando un rastro húmedo sobre ellas. Las manos del hombre se acomodaron en la cintura de la joven, su miembro se posaba entre las dulces nalgas de Cintia, el movimiento se aceleraba. Una de las manos regordetas del viejo comenzó a frotar el vientre de Cintia, mientras que la otra mano se deslizaba de la cintura a su muslo siguiendo las curvas que le ofrecía ese magnifico cuerpo.

Cintia no quería moverse, sentía como el tronco se posaba entre sus nalgas y se deslizaba. Sentía como los cayos de Alberto raspaban su piel, como el aliento del hombre se perdía entre los cabellos de su nuca. La mano que acariciaba su vientre se abrió paso entre su camisa y se poso sobre su pecho derecho. Cintia apretó sus dientes, podía oír en su cabeza e rechinar. Alberto amasaba con dureza el pecho de la joven, su pezón desaparecía entre sus dedos. La otra mano con mucha habilidad y rapidez  se introdujo en sus bragas pero no llego muy lejos, Cintia la sostuvo con todas sus fuerzas, Alberto supo detenerse, sus dedos se enredaron en el bello púbico de la joven. Jugueteo con ellos por unos minutos.

El calor en el deposito era agobiante, Alberto jadeaba, se notaba que el calor le afectaba pero no tanto como para detenerlo. Don Alberto se retiró por un momento y tomo un respiro, vio como unas gotas de sudor se deslizaban por las nalgas de Cintia. Con dos de sus dedos empujo el tronco de su pene de forma que quedara horizontal. Sorpresivamente lo colocó entre los muslos de la joven, de tal forma que lo sintiera en su entrepierna. El llanto de la joven era desolador, la presión que el miembro infligía sobre su vulva la aterrorizaba, podía ver como la cabeza del pene de un rosado oscuro se asomaba entre sus piernas y la frotaba con fuerza por encima de sus bragas. Podía sentir la humedad del glande, como atravesaba la delgada tela de algodón y humedecía su vagina. Don Alberto empujo con fuerza, sus manos apretaban la cintura de Cintia, los dedos se hundían en la piel – ¡Basta!- grito Cintia.- Me hace daño- Alberto no le presto atención, empujaba con mas fuerza, las nalgas de la joven golpeaban contra las caderas y el abdomen de don Alberto.

Don Alberto se retiro con fuerza, su pene latía estaba a segundos de llegar al orgasmo. Tomo las bragas de Cintia y las corrió ligeramente, la joven intento voltearse, pero solo logro atinarle un leve golpe en el pecho a don Alberto que apoyaba vigorosamente la punta de su pene contra el ano, no intentaba penetrarla simplemente dejo que su caliente esperma se volcara  entre su culo y sus bragas, cortos espasmos marcaban los chorros que se deslizaban por entre las nalgas y las piernas de Cintia, sus bragas estaban repletas de esperma caliente. Las piernas de Cintia fallaron y callo de rodillas al suelo, sus manos cubrían su rostro, el viejo aun agitado dijo- Vamos que no ha sido tan grave niña.- Cintia sentía como se deslizaba por sus muslos ese liquido viscoso, seguía llorando. Alberto se abrocho el pantalón y fue por un balde con agua y unos trapos para que la joven se limpiara.- Límpiate. Ya puedes irte. Recuerda ni una palabra a nadie de lo que ha sucedido. Es un secreto entre nosotros dos.- Completamente vestida, con los ojos hinchados de tanto llorar y las provisiones prometidas, Cintia se encamino hacia su casa. Don Alberto la vio marcharse apoyado en el dintel de la puerta de su local. Se secó el sudor de la frente y fue a buscar la escoba para barrer la entrada.

Espero que les haya gustado. Me gustaría recibir sus críticas y comentarios, son de mucha ayuda. Desde ya gracias.

Salu2