La perrita Cloe, etc.

Cloe era una niña llena de vida, muy inocente, aunque acababa de cumplir los 18 años.

1

Educación. Esa era la clave y yo lo tenía claro. Cada vez que me quedaba solo con mi hija Cloe, jugábamos a los secretos. A ella le encantaba el juego. Se trataba de algo muy inocente. Yo le decía siempre que ella era una perrita mimosa y yo era el amo de la perrita. Pero no teníamos que contarle a nadie nuestro secreto. En cuanto se iba Diana, su madre, ella me pedía que jugásemos. Cloe era una niña llena de vida, muy inocente, aunque acababa de cumplir los 18 años. Yo le lanzaba un objeto y me lo traía a los pies. O me quitaba el cinturón, se lo apretaba a su cuellecito y la paseaba por la casa. Cuando me parecía que hacía muy bien su papel, le echaba unas golosinas en un cuenco y ella las comía en el suelo con su lengüecita. Luego volvía su madre y ella no le contaba nada, a sabiendas de que tenía racionados los dulces. Además, sabía guardar muy bien nuestro secreto.

La pequeña siempre quería volver a jugar conmigo. Exceptuando esa costumbre sin importancia, todo lo demás era muy normal. Hasta que mi esposa y yo empezamos a preocuparnos por sus pocos avances en el instituto. Resultó no ser nada grave, simplemente nuestra niña no era muy inteligente. Pero mi mujer era bastante exigente y lo pasó muy mal. Tanto, que a los pocos meses nos abandonó.

La niña se quedó a mi cuidado, y le ayudé todo lo que pude con sus deberes del instituto. Como su madre ya no estaba, poco a poco le dejé que hiciera su papel permanentemente. Al menos en eso, mi educación había dado sus frutos.

-Papi amo, como ahora ya soy siempre la perra de la casa, ¿podría comer en el suelo?

-Claro, hijita. Si tú quieres y te gusta más así, no tengo problema.

-Gracias, papi amo, eres un cielo. Pero porfi, ¿podrías llamarme perra en vez de hijita? Así será más de verdad, ¿sí?

-Muy bien, mi perra. Entonces, si ahora ya no eres mi hija en nuestro juego, yo tampoco seré tu papi, ¿no es así?

-Ay, pues claro, mi amo. Ahora seré la perra de un señor que no es mi papá. ¡Qué divertido!

-Y yo creo que si las perritas como tú hablaran a los señores, no tendrían tanta confianza como tú conmigo. Les dirían: "Le pido permiso a usted para hacer pipí", por ejemplo...

-¡Claro! ¡Genial! A ver, voy a probar... Mi amo, por favor, ¿me deja beber agua de mi cuenco?

-No, mi perra. Aguanta un poco la sed. Recuerda que una buena perra tiene que hacer siempre lo que le diga su amo.

-Sí, mi amo. Ay, me aguanto la sed, vale. Todo esto me encanta. ¿Qué más cosas nuevas podemos inventar, mi amo?

-Iremos poco a poco, mi perra. Y a mí también me gusta mucho jugar a esto contigo.

-Se me ocurre que, como ahora soy su perra obediente, señor, usted puede mandarme hacer cosas y yo tengo que hacerlas sin rechistar...

-Eso es precioso, mi perra.

2

Los meses pasaban y nuestra vida en común era muy agradable. Cloe y yo formábamos una extraña pareja, en la que las normas de convivencia se demostraban muy eficaces y perfectamente adaptadas a nuestras necesidades. Básicamente, yo hacía el papel de amo y ella respondía bien al de animal de compañía, sin implicaciones que fuesen más allá del rol comúnmente establecido en los casos reales que imitábamos. Vamos, que no había sexo entre nosotros.

Mi exmujer Diana acudía algunas veces para ver a su hija, cargada de culpa y agradecida por lo que ella creía mi sacrificio, lo que propiciaba que yo la pudiese abordar sexualmente sin problemas. El amor se nos había agotado, pero no me era difícil mantener el deseo, dado que Diana seguía siendo muy atractiva, con los adornos que toda mujer de mi gusto debía poseer: aspecto juvenil, tetas grandes y capacidad de adaptación.

Esos encuentros se producían tras una llamada de mi ex, en la que concertábamos día y hora, lo que me daba ventaja para acondicionar la casa sin dejar rastro de la naturaleza de mi juego permanente con la niña. Escondidos los cuencos de comida y otros complementos perrunos, pasábamos un rato los tres juntos, luego dejábamos a nuestra hija Cloe frente al televisor y Diana acababa marchándose bien rellena de mi semen tras pasar por mi dormitorio.

En una de esas ocasiones, una vez cerrada la puerta y al acercarme a apagar la televisión, la perra bajó a la alfombra y me dijo:

-Amo, he visto lo que estaba haciendo con mamá.

Miré a los ojos seriamente a mi mascota. Su actitud era la de siempre, perfectamente perruna, pero rebosaba sensualidad, una característica que no le había aflorado antes. Había una tensa aura sobre ella que parecía pegar la ropa a su piel. No negaré que sus avances en obediencia no me hubieran proporcionado ya mucho placer erótico de orden intelectual, pero ese momento marcó un antes y un después. Por extraño que parezca, yo no había sido consciente hasta entonces de los progresos en el cuerpo de Cloe, preocupado como estaba en su educación para que llegase a servirme incondicionalmente.

Ella esperaba a cuatro patas alguna reacción a su confesión, devolviéndome la mirada. No era la primera vez que adoptaba esa posición, con su boquita abierta y la lengua fuera, pero sí fue la primera ocasión en la que me fijé en el muy apreciable volumen de sus tetas, ceñidas por su blusa, en la que se marcaban con claridad sus pezones endurecidos. Me sobrevino una fuerte erección, mientras también repasaba con la vista el fenomenal resto de su cuerpo. Por fín, tras unos segundos de silencio interminables, me senté en el sofá y le respondí:

-Lo que hacemos mamá y yo es lo normal entre personas que se atraen mutuamente, mi perra.

-Vaya, pues parecía que lo pasaban muy bien, mi amo. Me ha dado un calor raro, pero me gusta. Amo, ¿puedo abrirme un poco el escote para ventilar mis pechos?

-Claro, mi perra. Además, que sepas que has crecido mucho sin que yo me diera cuenta y estás preciosa.

Mi perra inocente se ruborizó mientras se desabrochaba los primeros botones de su blusa. Desde que su madre se había ido, no se me ocurrió comprarle ropa nueva. Al fin y al cabo, tampoco salía de casa. Así que aquella blusa y el resto de su vestuario eran, definitivamente, pequeños para su talla. Un verdadero placer para mi vista.

-Mire, amo. Me han crecido mucho. Creo que las tengo ya más grandes que las de mamá.

Y era verdad. Sus inmensas ubres habían estado ocultas para mí hasta entonces. Los pezones erguidos mantenían aún la tela a ambos lados. Mi erección seguía en pie, irremediablemente. Acaricié su pelo y movió el busto con gracia, bamboleando sus melonazos hasta que salieron por completo.

-Amo, espero que no le importe que mis tetas hayan crecido tanto. Ahora que están ya fuera, me gusta tenerlas así.

-Está bien, mi perra. A mí también me gusta verlas. Agárralas, acerca los pezones a tu boca, a ver si llegas.

Cloe seguía arrodillada a mis pies, chupando sus pezones con alegría. Me miró mimosa.

-Amo, ese bulto entre sus piernas es su cosita, pero más grande, como cuando estaba con mamá, ¿no?

-Sí, mi perra. Se pone así cuando le gusta lo que veo.

Mi niña se acercó a desabrocharme la bragueta. Cuando vio mi polla erecta puso cara de admiración.

-¿Puedo chuparla, amo?

Aquella inocencia permanente era de lo más erótico. Mientras lamía, le agarré las tetazas.

-Ahora traga, todo lo que puedas.

La perra se afanó en deglutir hasta el último centímetro de mi verga, con pasión. Vertí una buena cantidad de semen en su garganta, que tragó completamente. Luego le di instrucciones para que la dejase limpia.

-¡Qué rico! ¿Así está bien, mi amo?

-Perra preciosa, lo has hecho estupendamente. Voy a tener que comprarte regalos por portarte tan bien.

3

Había educado a mi hija Cloe para que se convirtiera en mi perra, y eso encajaba en un modelo que nos hacía felices a los dos.

Ella misma había pedido chuparme la polla, sin saber que eso no era correcto socialmente. Decidí que la moral es también privada, y continué con su educación. Le compré los regalos prometidos: un collar de cuero con su correa de cadena, y atuendos eróticos que le encantaron, como vestidos de infarto, tangas, medias, ligas y sujetadores que exponían sus encantos, zapatos de tacón alto, etc.

La vida en casa era deliciosa. Cloe se paseaba vestida de puta, obedeciendo todas mis órdenes, y mostrando su agradecimiento con más ahínco cuanto más la humillaba. Su ingenuidad me mantenía excitado siempre, y hacía aflorar mis bajos instintos.

-Amo, cuando usted y mamá hacían aquellas cositas, vi que también usaban los otros agujeros de ella. ¿Yo puedo probar eso también?

-Todo se andará, mi perra.

-Pero ya tengo las tetas muy grandes, mi amo. No es justo...

Aunque eso era muy cierto, Cloe estaba quejándose, y eso lo tenía prohibido. Le sostuve su barbilla virginal y le di un fuerte bofetón.

-Sabes que no tienes que quejarte, perra.

Su expresión se transformó, como cuando me descubrió follándome a su madre. Estaba cachonda. Con los ojos entornados y la boca entreabierta, acercó su carita, invitándome a darle otra hostia. Le volví a abofetear. Los dos deseábamos compartir esa experiencia. Mi polla estaba muy endurecida, y Cloe se relamía ansiosa, espoleada por la sensación de tener las mejillas ardiendo.

-Amo, necesito tragarme su polla otra vez.

Agarré sus coletas y me follé su boca como si fuera una muñeca. Nunca había tratado a mi hija con violencia, pero ese momento lo requería. Mientras descargaba en su estómago, ella tuvo varias convulsiones, hasta que cayó tendida en el suelo jadeando. Al verla tan satisfecha después de su primer orgasmo, empecé a mear sobre su cuerpo. Ella se incorporó para tragar y después me limpió la polla con su lengua.

-Mi amo, espero no haberle molestado cuando me ha dado ese ataque raro. Lo he disfrutado mucho.

-Se llama orgasmo, mi perra. Se siente cuando no se puede estar mejor. Vas a aprender a correrte cuando yo te lo ordene.

-¡Muchas gracias! Me portaré mejor que nunca, para merecerlos.

-Los bofetones y el pis también te han gustado, ¿verdad?

-¡Muchísimo, mi amo! Todo lo que me da usted es genial...

Empecé a retorcerle los pezones. Como sospechaba, las pruebas de dolor eran todas satisfactorias.

-Mi perra, yo creo que ese papel se te queda corto. Has aprendido a obedecerme en todo, y eso es propio de una perra buena, pero esto que hemos descubieto que te gusta tanto es más de esclava anulada, de cerda cosificada.

-Huy, mi amo, no entiendo eso que dice, pero si sigue apretando así mis tetas, voy a correrme.

-Te he dicho que te correrrás cuando yo te dé permiso.

Empecé a azotar sus melones, mientras ella aguantaba el orgasmo. Pero la niña Cloe necesitaba más. Le retiré su tanga a un lado y le metí un puño en el coñito y otro en la boca.

-Córrete ahora.

Dicho y hecho. Era un placer verla feliz. Su madre llamó por teléfono para una nueva visita. Contesté mientras la cerdita permanecía arrodillada ante mí, aún con la resaca de su orgasmo y mirándome a los ojos encantada, con sus tetazas azotadas afuera del escote.

-Hola, dime, Diana.

-Llamaba para quedar a ver a la niña.

-No te preocupes, mujer. Ella está bien.

-Lo sé, eres muy bueno y te lo agradeceré siempre. Pero también es mi hija, y debo verla de vez en cuando. Sabes que estoy a tu disposición.

-Y eso me gusta, desde luego. Ven entonces esta tarde.

-Oh, gracias. No sé cómo compensarte tu amabilidad...

-Ponte guapa para la cita. Más guapa que nunca, Diana.

-Pero la niña...

-A nuestra hija no le importará. Es completamente inocente.

-Tienes razón. Veré qué puedo hacer.

4

Mi hijita Cloe se ha cubierto con una camiseta holgada para mantener las apariencias. Abro la puerta y me encuentro con mi ex vestida, o sería mejor decir desvestida, con una especie de funda elástica minúscula que le cubre de los pezones al culo con dificultad, y sandalias de tacón alto.

-¿Estoy bien así?

-¡Hola, mami! ¡Estás muy guapa!

-Ya ves, Diana, tu hija aprueba cómo te has arreglado.

Pasamos al salón. Madre e hija hablan de temas intrascendentes, mientras espero mi turno para follarme a mi ex. Pero la educación recibida por la cerda aflora sin remedio.

-Mami, me encanta ese vestido. ¿Puedo probármelo?

-Pero hijita, a papá no le parecerá bien...

-Papi, papi, porfa...

Doy mi consentimiento a la cerda. En un momento, madre e hija vuelven de cambiarse, cogidas de la mano. La niña está espectacular con esa funda y los tacones. La madre se ha puesto la camiseta y se le marcan los pezones endurecidos. Viene con su tanga y descalza.

-Perdona por esto, pero ha sido un capricho de la niña.

-Déjala, le gusta jugar. Daos un abrazo, que os vea yo amorosas y contentas.

Las dos bellezas se funden en un tierno abrazo, al que me uno rápidamente, poniéndome tras mi ex y agarrando el culo de la niña. La madre disimula su calentura, pero Cloe no se suelta y besa a mi ex en el cuello. Es un momento delicioso. La niña y yo empezamos a entrelazar nuestras lenguas sobre los hombros de Diana, que no es ya más que un amasijo de placer y frota tus tetazas con las de su hija, aún vestidas las dos.

-Venga, parad, que sois los dos unos chiquillos. Esto no está bien. Me estoy poniendo muy malita...

-Pero mami, papá no está enfadado y esto es muy rico, vamos a jugar un poco más...

La niña sube la camiseta de su madre y le chupa las peras. Diana está en la gloria, ya no se resiste ni a abrir las piernas para que su hija le masturbe. Yo cambio de posición y acabo desvirgando a mi cerda, sin que su madre se entere. Aprovecho el orgasmo de mi ex para descargar en nuestra niña y subirme el pantalón.

-Vaya, veo que disfrutáis mucho juntas. Eso es bonito, ver a una madre y su hija dándose cariño.

Diana vuelve de su letargo vicioso y se recoloca, muy digna.

-Esto... Sí, claro, jeje. Hijita, se ha hecho tarde. Vamos a cambiarnos la ropa y me voy ya...

En la puerta, me despido de Diana con un beso de tornillo, tras el que se disculpa.

-Ha sido un poco raro, perdona. Ni siquiera has podido follarme hoy. Espero que no estés enfadado. Con los cariños de la niña me he obnubilado un poco...

-No te preocupes. Te había dicho que te pusieras guapa y lo has hecho. Lo importante es que nuestra hija está bien.

-Eres muy bueno. Y la pequeña tiene a veces sus caprichos. Hoy la he visto muy mayor, cuando se ha puesto mi ropa. Pero sigue siendo tan inocente...

-Ya sabes que yo me encargo de cuidar a Cloe, Diana. Ella es feliz viviendo conmigo.

-Gracias por todo, cariño. Te debo todo.

5

Había desvirgado a mi cerda en presencia de su madre, sin que eso me supusiera ningún problema. La cría bebió su ración de orina y me dijo:

-Amo, me ha gustado mucho que me metiera la polla en mi coño por fin.

-Ha sido muy rico, sí, y tu madre ni se ha enterado.

-Me ha cabido la mano entera en su coño, amo. ¿Puedo correrme yo ahora también?

-Voy a enseñarte a correrte a golpes. Cuéntalos.

Al décimo azote en su vagina abierta, le di permiso para el orgasmo.

-Gracias, amo. No sé qué haría sin usted.

-Ya has visto que tu madre se pone tontita cuando la acaricias. Te has portado genial.

-¿Podré vestirme de mayor cuando venga ella también?

-Sí, será precioso veros a las dos tan guapas. Ahora ve al tendedor y trae unas pinzas. Vamos a jugar un poco.

-¡Viva!

La cerda Cloe volvió a cuatro patas con la bolsa de las pinzas en la boca.

-Vas a aprender a jugar con las pinzas tú solita. Coge una y ponla en un pezón.

-Sí, mi amo.

-Ahora el otro.

La criatura se estaba adornando muy bien. Probé su resistencia con el coñito.

-Ahora otra en tu clítoris.

La tercera pinza le superó y se corrió sin mi permiso.

-Perdone, amo. Es que da mucho gustito.

Era una cerda consentida. No habia forma de castigarla, porque todo le parecía bien. Aun así, me entretuve marcándole las tetazas con mis dientes. Mi polla volvió a pedir agujero y le desvirgué el culo.

-Amo, me hace mucha ilusión que haya usado por fin mis tres agujeros. Quiero aprender más cositas.

-Eres un bombón, mi cerda. Posición de descanso.

-¿Así?

Mi hijita tetuda era muy ingenua, pero tenía un instinto especial para la disciplina. Con las manos a la espalda, Cloe se arrodilló con las piernas abiertas y abrió la boca sacando la lengua y echando la cabeza para atrás. Le estuve abofeteando hasta que se le hinchó la carita, y le metí mi puño en la garganta. Sus babas resbalaban por los melones, invitándome a seguir la paliza con ellos. Probé a meterle el pie en la vagina, y lo sorbió como una piruleta.

-Vistete, cerdita. Vamos a pasear.

-¿A pasear, amo? Hace siglos que no me saca de casa... ¡Gracias!

Ya era de noche, y en el barrio no había ni un alma. Cloe iba equipada con su collar de perra, uno de sus vestidos cortos de tirantes y unos zapatos de tacón alto, sobre los que ya había aprendido a caminar correctamente. Andaba un paso tras de mí, sujeta por su correa. Llegamos a unos jardines y la dejé suelta para que retozara un poco, mientras la esperaba sentado en un banco. Miré mi móvil. Tenía un mensaje de mi ex Diana, pidiendo vernos de nuevo. Al alzar la vista, me sorprendió la presencia de una bella mujer sentada a mi lado.

-Buenas noches, no me había dado cuenta de que estabas aquí.

-Hola, señor. Le he visto mirando el teléfono y no he querido molestarle.

Al mirarla mejor mientras me hablaba, la reconocí enseguida. Era Farah, una joven vecina del bloque, que siempre me había atraído por su estilo, su belleza y sus grandes tetas. Creí recordar que estaba divorciada y tenía una hija de la edad de Cloe.

-No eres ninguna molestia, guapa. ¿Has venido a tomar el aire de la noche?

-En realidad estoy aquí con mi hija. Creo que tenemos experiencias similares.

Dejé de mirarle al escotazo cuando señaló al fondo, frente a nosotros. Distinguí a mi Cloe, acompañada de otra niña. Me levanté a mirar mejor la escena, avanzando hacia ellas. Farah me siguió en silencio. No podía ser cierto: su hijita y la mía estaban jugando en el césped como dos mascotas, lamiendo sus coñitos y riendo sin cesar. Vi que la hija de la vecina también llevaba ropa de puta y un collar de cuero. Mi polla reaccionó de inmediato, y aquella mujer se pegó a mi espalda respirando en mi cuello, mientras me acariciaba el paquete y los dos observábamos a nuestras pequeñas.

-¿No son preciosas, señor?

El momento era mágico. Mientras las niñas se devoraban, aquella madre me sacó la polla del pantalón y la empezó a menear. Sin darme la vuelta, me agarré a su culazo. La sensación de tener sus tetorras pegadas a mi espalda, su lengua explorando mi boca, y el espectáculo de las dos crías, me hizo eyacular. La vecina apuntó mi polla hacia nuestras hijas, que al sentir la lluvia de mi semen se percataron de nuestra presencia y abrieron sus boquitas para recibir abrazadas mis descargas. Esa joven parecía muy segura de sí misma.

-Le invito a una copa en mi casa.

6

-Llevo estudiando su vida un tiempo, señor. Y he esperado a que sacara a su hija de paseo para abordarle. Comprendo que su peculiar educación ha sido completada. Llevan mucho tiempo encerrados, con la única visita de su ex algunos días.

-Vaya, este vino es muy bueno. Yo creia que tenía un secreto, pero ya veo que eres lista, Farah. Y que la educación de tu niña tampoco ha ido mal.

-Ella y yo estamos bien, sí. Pero creo que Puri necesita una figura paterna, y quién mejor que usted para ello, que comparte nuestras costumbres. Mi hijita es tan inocente como la suya, pero responde perfectamente a este tipo de...

Las niñas estaban en el cuarto de Puri, la hija de Farah. Ésta me hablaba sentada en su sofá, junto a mí. Me hice una rápida composición de lugar. Tenía que comprobar si esa joven divorciada respondía a mis necesidades. Cogí el sacacorchos y le pinché en la mano, sin apretar demasiado. Ella no la retiró. Se calló y esperó inmóvil los acontecimientos. Subí el sacacorchos por su brazo, dejándole una marca blanquecina. Le pinché una teta sobre su suéter ajustado. Cuando llegué al pezón, ella tenía la boca abierta y su lengua asomaba viciosa.

Le puse sus manos en la nuca, le levanté el suéter y sus dos grandes melones quedaron expuestos. Mientras los golpeaba con el mango del sacacorchos, le dije:

-Veo que tú también estás muy bien educada, o quizás eres así de nacimiento, me da igual. Has estado espiándome y eso no me gusta, pero parece que podemos entendernos. Ya que controlas mis movimientos, mi puta, te será fácil cumplir el plan que se me ha ocurrido.

-Haré lo que me ordene, mi amo.

-Así me gusta. Ahora trae a las perritas.

Farah volvió al momento con una niña de cada correa, las dos gateando hacia mí. Hice una foto mental del momento: la joven llevaba aún el suéter levantado y nuestras hijas me sonreían con sus tetazas colgando.

-Mi cerda, ya veo que has hecho buenas migas con Puri. Tienes que cuidarla bien para que sigáis siendo amiguitas.

Cogí la correa de Puri y la puse a chuparme la polla. Expliqué la situación a Farah y a mi cerda Cloe.

-Bueno, vecina. Espero que tus expectativas hayan sido cumplidas. Aquí me tienes, en tu casa, con la boca de tu niña empalada y tu culo a punto de ser roto.

-No deseo otra cosa, mi amo.

-No me interrumpas. Mi hija y yo necesitamos que su madre acabe entendiendo todo esto, y creo que tú eres la más indicada para introducirle en nuestro mundo. Mañana irá a mi casa. Quiero que tú estés allí en mi lugar. Mientras, esperaré aquí con tu hija. Ahora pon la cara en el suelo y sube bien la grupa.

Encular a esa tetuda fue un placer, con las dos niñas a cada lado para usarlas a mi capricho. Me sentí poderoso, y las tres cerdas estaban más felices que nunca.

Al día siguiente me quedé con Puri en casa de su madre, mientras Farah recibía la visita de mi ex. Así fue el encuentro, según supe después.

-Hola, soy Farah, pasa. Estoy acompañando a tu hija. Su padre ha tenido que salir.

-Vaya, qué sorpresa, supongo que ya sabes que yo soy Diana. ¿Entonces eres la pareja de mi ex?

-No exactamente. Soy una vecina y le hago este favor. Vaya, te has puesto muy sexy para ver a tu hija...

-Sí, lo sé. Es que le debo tanto a él que me gusta cumplir sus pequeños caprichos. Tú tampoco estás muy recatada que digamos...

-Oh, gracias. Yo pienso que si se puede estar guapa...

-¡Mami!

-Hola, Cloe, hijita. Ya veo que hoy no está tu padre. ¿Estás bien?

-Claro, mami, Farah me hace compañía. ¿Has visto cómo me he vestido? Papi dijo que podía...

-Menos mal que no sales de casa, hijita. Con ese modelito estás para comerte, bombón. Casi se te salen las tetas por el escote, y menudas ligas... Ven que te achucho un poco, mi pequeña Cloe.

-Qué escena más enternecedora. Si me lo permitís, me uno a vuestro abrazo...

-Claro, Farah, ven. Los achuchones son muy buenos siempre. Ay, hijita, no sé qué me haces últimamente, que cuando me agarras así me dan unos calentones...

-La niña es muy cariñosa, ¿verdad? Me ha gustado mucho conocerte, Diana, eres una mujer muy atractiva y pasional... Vamos a sentarnos las tres en el sofá.

Farah sabía imponer su voluntad con su voz firme y pausada. Diana volvió a dejarse llevar por la tierna sensación de su propia hija masturbándole. Y esta vez el placer era aún mayor, con cuatro manos y dos lenguas recorriéndole el cuerpo. Como siempre que se ponía cachonda, no respondía a su personalidad formal. Era una puta desatada.

-Furcia, me ha dicho tu ex que tengo que educarte.

-Ay, no sé qué estás diciendo, pero seguid, por favor. Así, más...

-Te estoy hablando de tu comportamiento a partir de ahora. Vas a ser obediente.

-Seré lo que haga falta, uff...

-Muy bien, Diana. Ahora córrete y luego nos traes un aperitivo.

-¡Aaah! ¡Gracias!

Farah y Cloe disfrutaron del servicio de mi ex, que les sirvió galletas y refrescos.

-¿Así está bien, Farah?

-Muy bien, zorrita. ¿Te acuerdas de lo que me has prometido?

-Creo que se trata de ser obediente y que tiene que ver algo con mi ex. Yo siempre le he estado en deuda, así que haré lo que sea por él.

-Ponte aquí, en el suelo. Sácate las tetas. Así, muy bien. El caso es que mi hija y yo coincidimos ayer en el parque con tu hija y tu ex. Las niñas congeniaron y sólo faltas tú para adoptar nuestro modo de vida.

-¿Modo de vida? ¿A qué te refieres? ¿A todo esto de arrodillarme y sacarme las tetas? Yo estoy bien. Lo único que me preocupa es que mi niña encuentre raras estas cosas...

-Mami, por mí no te preocupes. Recuerda que cuando te abrazo acabas desnuda, como estás ahora.

-Es verdad, pequeña Cloe. Eres una dulzura. Jugar con vosotras es divertido, ¿pero qué papel juega en todo esto mi ex?

-Díselo a mami, Farah...

-Bueno, en realidad yo soy su esclava sexual, o sea, que él es mi amo y yo estoy a su disposición...

-Vaya, entonces ya somos dos, en realidad. Como yo le estoy muy agradecida, él hace conmigo lo que quiere, y me parece bien. Creo que es un poco fuerte para una niña lo de hacer de esclava, pero su padre es es que la cuida, y si ha decidido eso, supongo que es lo mejor...

-Me alegro. Las niñas son unos angelitos y no sufren por ello. En cuanto a la relación entre tú y yo...

-Entiendo. Tú cumples órdenes de mi ex y yo cumplo órdenes de ti, porque lo representas a él. No soy tonta. ¿Eso es lo que él quiere?

-Sí, ¿qué te parece?

-Si él desea eso, soy tuya, por supuesto.

-Muy bien, mi perra. Nos entendemos a la perfección. Ahora para ti soy tu ama, lámeme los zapatos.

-Sí, mi ama. Le sirvo encantada.

7

Suena mi teléfono. Es mi ex.

-Perdona que te moleste. Te llamo porque Farah me lo ha ordenado.

-No pasa nada, dime.

-Estoy al corriente de vuestros asuntos, y me gustaría formar parte de ellos. Entiendo que hayas enviado a mi nueva ama para informarme, porque ella hace tus tareas y obedece tus órdenes. Además, como siempre, eres un hombre muy responsable y sé que ahora estás con Puri, mientras Farah está ocupada conmigo y nuestra hijita.

-Me alegro de que todo esté saliendo bien, Diana. Creo que es lo mejor para nuestra familia, que lamentablemente se rompió por tu debilidad.

-Lo siento, no volverá a ocurrir. Con el apoyo de Farah, viviré las cosas de otra manera. Volvemos a estar juntos, mi amor.

-Una cuestión de orden, muy sencilla. Quítale la erre final a amor, ahora soy tu amo. Así me llamarás, y usarás el trato de usted conmigo, igual que lo hacen Cloe y Farah.

-Sí, mi amo. Sabe muy bien que haré lo que sea por complacerle.

-Bien. Ya te habrás percatado de que nuestra hija no tiene ningún inconveniente en compartir las cosas de los adultos y le encanta ser mi esclava.

-Es verdad, mi amo. Me ha chocado lo de esclava para una niña, pero veo que Cloe, pese a su inocencia, sabe cuál es la situación y se le ve muy integrada. Además, se ha convertido en toda una mujercita muy atractiva.

Las cosas ya habían quedado más que claras. Saqué mi polla de la garganta de Puri y fuimos a mi casa. A Farah se le veía con la satistacción del trabajo bien hecho. Puri se arrodilló junto a nuestra hija Cloe, su nueva compañera de aventuras. Mi ex Diana estaba más atractiva que nunca, con el modelito que se había enfundado para mí y su nueva actitud de perra incondicional.

-Hola, mamá cerda. Estás muy guapa.

-Huy por Dios, mamá cerda me llama, amo. Qué cosas sabe decir ya nuestra hijita. Si parece que fue ayer cuando le cambiaba los pañales...

-Bueno, mírala tú misma, ahí junto a su amiguita Puri. ¿No son unas niñas tetudas preciosas y perfectamente preparadas?

-Desde luego, mi amo. Estoy alucinada con tantas novedades, pero me gustan. El ama Farah me tiene hechizada y...

-Bien, pues ya sabes. Las cuatro formáis mi piara de cerdas. Por supuesto, las niñas son mis favoritas, tan tiernas. Pero si Farah y tú obráis correctamente, todas tenéis cabida en mi nuevo mundo.

-Sesde luego que es un nuevo mundo, mi amo. Cualquier cosa que me pase a partir de ahora, voy a saberla encajar. Algo dentro de mí ha iniciado una revolución. Me comporté de modo egoísta abandonándo a Cloe, y con ella a usted. Me merezco el trato de cerda, pero es que además me gusta.

-Si me permite hablar, mi amo, yo también sufrí un divorcio, y me quedé sola con mi hija Puri. En mi caso fui yo quien se encargó de educarla en la obediencia ciega, como usted con la suya.

-Tuvimos ideas parecidas, mi querida Farah, y el destino nos ha unido a los cinco. Lo importante es que estamos todos de acuerdo.

Complacido, estrujé con mis manos las tetas de mi ex, ante la mirada envidiosa de las otras tres putas.

-Para mí es una gran satisfacción, mis cerdas, que las cuatro seáis mías, cada una con sus peculiaridades. Todas bellas y tetudas, todas obedientes y arrastradas. La niña Puri, con su cerebro bien entrenado, presta a cualquier cosificación. Su mamá Farah, de personalidad arrolladora, ahora puesta a mi servicio. Mi querida hija, que disfruta cuanto más la humillo. Y mi antigua esposa, que vuelve al redil transformada en la esclava que siempre debió ser, ahora también a las órdenes de Farah.

Abrí mis brazos satisfecho para acoger a las tres preciosas hembras, que estuvieron dándome placer con sus cuerpos gloriosos hasta que llegó la noche.

8

Primer día de mi nueva vida con mis cuatro cerdas. La más descolocada es Diana, que todavía no ha asumido del todo la situación. Le doy un poco de manga ancha, porque sé que es sincera en su entrega.

-Amo, no entiendo por qué me pega.

-Porque me da placer. Y a ti te lo acabará dando, como a las otras.

-Seguro que sí, mi amo. ¿Y lo de que nuestra pequeña Cloe se beba la meada de usted no es algo raro?

-No, mi cerda. Ella sabe que tragarse mis fluidos es un acto de amor. Tan adulta que eres, y tu hija te aventaja en muchas cosas.

-Lo siento, mi amo. Estoy aprendiendo. Sé que incluso Puri le sirve mejor que yo. Creo que, de momento, lo mejor sería que me vistiera de niña, ya que las pequeñas se visten de mayores. Cuando yo era su esposa, mi amo, nunca quise complacerle con cosas como ésa. ¿Le gustaría?

-Me parece una buena idea. Farah, ya has oído a tu perra. Las adultas, de niñas. Jajaja, el mundo al revés.

Diana y Farah vuelven, ataviadas como dos colegialas. Mi polla responde al verlas así. Sus tetazas casi no pueden contener las pequeñas blusas, sus falditas no abarcan todo su culo, y sus coletitas les dan un aire encantador.

-Me encanta que os hayáis puesto esas cosas. Farah, ábrele bien el culo a tu perra Diana.

Tanto tiempo casado con esa cerda, y aún no le había enculado. Le follo los intestinos agarrándole el cuello con mis dos manos, mientras Farah me ofrece sus pezones a morder. Sorprendentemente, Diana responde enseguida, explotando en un gran orgasmo.

-Cerda, has tenido un orgasmo anal sin mi consentimiento.

-Lo siento, amo. Ha sido maravilloso. Le doy gracias a Dios por haberme llevado hasta aquí. Sentir su polla en mi culo es una bendición.

-Lo que quieras, mi cerda. Pero no debes correrte libremente. Farah, ya sabes lo que tienes que hacer.

Las niñas observan con curiosidad la escena. Farah arrastra a Diana hasta una esquina y empieza a patearla y a golpear su cuerpo a puñetazos. Entre el fragor, Diana acierta a musitar:

-Mi amo, permiso para correrme.

-Concedido.

-Gracias, amo. Mientras Farah me estaba pegando por orden de usted, he comprendido que era lo mejor para mí, y he acabado sintiendo placer al asumir que ahora no soy más que un objeto de uso. Ahora sé por qué me vestía así para usted y le permitía follarme cada vez que nos veíamos. Simplemente soy suya, igual que Cloe.

-Sabía que acabarías asumiendo tu condición de cerda.

Ordené a la cerdita Cloe que orinara en la boca de su mamá. Puri, la niña de Farah, la imitó, y Diana casi no daba a basto para tragar. Noté que Farah disfrutaba demasiado con el espectáculo fluvial, y la arrastré a mi lado para masacrarla un poco. El juego consistía en que a cada bofeón que yo le daba, ella debía correrse. Las cuatro primeras hostias seguidas de orgasmo fueron muy placenteras para ella, pero cuando llevaba veinte o treinta, empezó a flaquear.

-Amo, por favor, no puedo más.

-Ahora empieza la diversión. Seguid con ella.

Las niñas y Diana siguieron hostiando por turnos a Farah, que debía orgasmar a cada sopapo. Las dejé un rato y me fui a descansar.