La perra meona (V)

Porque las "sumisas de libro" y los "fueron felices para siempre" solo existen en las novelas. a recibe un merecido castigo.

Siguiendo sus órdenes, m y yo nos despedimos y cada una emprendió el camino a casa. Tal y como él había pedido, a los pocos minutos le estaba llamando por teléfono. Tenía muchas ganas de hablar con él, de confirmar que estaba contento y orgulloso de cómo me había portado con mi compañera de cuadra. Sin embargo, no contestó, hice un segundo intento y tampoco.

Miré el

skype

y vi que m y nuestro Amo estaban en línea; de nuevo los celos, los malditos celos que no debía permitirme, los celos que día a día minaban mi relación con él y mi felicidad. ¿Por qué demonios no respondía la llamada?

Decidí castigarle y esperar a llegar a casa. Cuando fui a coger el móvil para llamarle, él había movido ficha y se había desconectado. Siempre tres pasos por delante, conociéndome, sabiendo cómo voy a reaccionar en cada ocasión.

Una vez más había caído en mi propia trampa, sabía que era importante para él, pero también tenía claro que podía perderle tan rápido como se cierra sesión en

skype

y me daba pánico. Me aterrorizaba dejar de sentir su presencia, su control, su atención. Me senté en el sofá y me quedé mirando al infinito, dando vueltas a mi error y sintiéndome cada vez más patética.

Me fui a la cama sin cenar y me dormí deseando que pasaran las horas lo más rápido posible y confiando en que pronto tendría noticias suyas.

A las 6 de la mañana sonó el teléfono, era una llamada suya, entre legañas y con voz ronca contesté de inmediato.

Ñ: Despierta y levántate, te quiero desnuda y delante de la

cam

en tres minutos.

Colgó antes de que pudiera decir nada. En menos de un minuto estaba en posición Nadu y con el móvil situado frente a mí, esperando su llamada.

Ñ: Muy bien, perra. Con lo bien que sabes hacer las cosas, no entiendo cómo puedes tener reacciones tan infantiles y ridículas. ¿O crees que no sé por qué no me llamaste ayer?

a: Lo siento, mi Amo. Soy una estúpida.

Respondí con la mirada baja y de forma casi inaudible, él siguió como si nada.

Ñ: Eres una perra tonta, una puta perra que no aprende nada. Vas a darte 10 azotes en mi coño con la regla metálica, así tendrás un recuerdo de tu comportamiento durante un tiempo.

Fui a coger lo que me había pedido y volví a mi posición. Odiaba ese castigo, me costaba la vida humillarme de ese modo e infringirme a mí misma dicha tortura.

Ñ: Empieza, puta. Los quiero oír bien y cada vez más fuertes. Quiero que acabes llorando arrepentida y suplicando que pare. Si no suenan suficiente, los repetirás tantas veces como sea necesario, así que esmérate.

a: Sí, mi Señor. Gracias por castigarme y educarme.

Intentaba retrasar con mis palabras aquel fatídico momento que era inevitable. Y empecé con el primer azote, no quería, no tenía fuerzas, no era justo...

Ñ: Más fuerte, perra. Date fuerte, quiero oírlo bien, que mi coño sufra y se encharque. Sé que en el fondo esto te pone más cachonda que a mí y te encantaría que m estuviera presente para ver cómo recibes el castigo que mereces.

Al tercer azote las lágrimas resbalaban por mis mejillas, una mezcla de rabia y arrepentimiento, y toda la sangre de mi cuerpo se concentraba en mi (su) coño que quemaba y latía como nunca. Llegué al décimo azote rendida y cuando pensaba que aquello había terminado...

Ñ: Ni te muevas.  Voy a capturar tu imagen así para recordártela cada vez que se te ocurra comportarte como una cría. Y no te relajes mucho que esto no ha terminado.

¿Qué más quería? Era temprano, nunca estaba despierta a esas horas y era día laborable. Esperé en silencio, me podía el cansancio. Pasaron quince minutos y no decía nada, me costaba mantener la posición, el coño me ardía y necesitaba aliviarlo de alguna forma, mi cabeza se debatía entre quedarme dormida y la impaciencia por no saber qué iba a ocurrir.

Ñ: Muy bien, perrita. Me alegra ver que sigues ahí, te quiero.

Después del palo llegaba la zanahoria.

Ñ: Me gusta saber que mi mascota sabe esperar a que su Dueño dé los buenos días a su otra perra. No te imaginas la cara de felicidad de m después de la corrida que le he regalado.

Mi cara debió ser un poema, pero no dije nada, solo escuchaba.

Ñ: Ayer estuvo a la altura ¿no te parece? Tuvo una actitud mucho mejor que la tuya, a ver cuándo aprendes a ser como ella y te quitas todos esos pájaros de la cabeza, asume de una vez que no estás hecha para pensar, al menos no conmigo.

Y aquí llegaba el segundo palo, dolía incluso más que el primero, pero me lo merecía por tonta, por creerme más de lo que era.

a: Sí, mi Amo.

Ñ: Venga, perrita, deja de llorar. Tu Amo está contento de cómo te has portado y seguro de que no se repetirá tu actitud de ayer. Te he dicho ya muchas veces que quiero que m y tú seáis amigas. Ve a cuatro patas hasta el baño y llámame de nuevo.

Llegué al baño y me senté en el suelo, el frío del azulejo aliviaba el ardor que habían dejado los azotes.

Ñ: ¿Qué haces ahí sentada? Levántate, es hora de ponerse en marcha. Mea en tu orinal a cuatro patas. Pon el móvil para que te vea desde detrás.

Actuaba como un autómata, había dejado de pensar, no me

gustaba

pero sabía que tenía a mi Amo, que él estaba conmigo pendiente de mí y eso me reconfortaba. Hice pis despacio y me mojé entera, dentro del orinal no cayó ni la mitad del líquido.

Ñ: ¡Hay que ver, que cochina es mi perrita! Mira cómo has dejado el suelo. Esto sí lo sabes hacer bien, sumisa, qué te pasa hoy... ya sabes qué toca.

Me aparté del orinal, bajé la cabeza y empecé a limpiar el suelo con la lengua. No estaba allí, pero sentía el peso de su mirada y era incapaz de negarme.

Ñ:

Uffff

cómo me pone ver a mi puta tan obediente. Dúchate y sigue con tus tareas.

Levanté la cabeza y miré a la pantalla, se estaba pajeando y a punto de correrse. Me sentí orgullosa de haber puesto así a mi Amo, pero sabía que ese día su leche no sería para mí.

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Muchas gracias por vuestras valoraciones y comentarios, me animan a seguir escribiendo.