La perra está a mis pies

La perra está a mis pies, lamiendo mis zapatillas con su lengua húmeda, deslizándola ansiosa sobre cuero suave.

La perra está a mis pies, lamiendo mis zapatillas con su lengua húmeda, deslizándola ansiosa sobre cuero suave. Puedo oírla gemir en tanto eleva su grupa, tal y como ha sido enseñada, para ofrecer  su culo bien abierto y su sexo encharcado de fluidos.

La perra lleva bastante rato adorando a su Amo, así que está caliente, muy caliente, y contiene como puede las ganas de correrse que a estas alturas se están apoderando casi del todo de su voluntad, y hacen que sus caderas se contoneen sin parar, carcomidas por la comezón que inunda su coño. No dudo que a ello contribuye de forma notoria el aceite picante con el que he embadurnado los labios y la boca hambrienta de su sexo ávido; pero los jugos que resbalan por sus muslos haciéndolos brillar son algo más.

Me levanto del sillón descalzo, dejando mis zapatillas para que siga lamiéndolas desenfrenada, y camino hacia sus nalgas; tiene el agujero del ano abierto y dilatado, introduzco dos de mis dedos y éstos entran sin dificultad. La perra se sacude ante la invasión y, por un instante, su esfínter aprieta mis dedos, pero, de inmediato, los relaja. Los saco. Luego paseo mis dedos por sus posaderas, arañando suavemente la piel de éstas y un escalofrío recorre su espalda. Sus lamidas y sus gemidos se intensifican.

—Muy bien, perra. Sigue así, lo haces muy bien.

Mis palabras hacen que su lengua vaya más rápido y que sus caderas se eleven más, ofreciéndomelas todo lo que sus riñones se lo permiten, con el agujero del ano tan distendido como la boca oscura y profunda de un túnel. Su coño relumbra.

Los fluidos que surgen de su sexo se han mezclado con el aceite picante y, a estas alturas, una sensación entre escozor, picazón y calentura ha ido hinchando los labios que aparecen de un tono granate. De hecho, toda su entrepierna está enardecida, como si la sangre se hubiera agolpado en ella hasta el colapso. Está excitada, mucho, y sus sollozos van en aumento, seguramente al borde del orgasmo mismo, aunque su voluntad de perra sumisa y ofrecida a su Amo, le hace aguantar más allá de lo que hace tan sólo unos meses habría imaginado posible. Acaricio con mis dedos esa piel candente y la perra se retuerce sin que su lengua se separe de mis zapatillas, a estas alturas del todo ensalivadas. La quiero llevar un poco más allá y raspo con mis uñas la piel de sus labios vaginales. Deja ir un lamento, como un quejido profundo con el que escapa el aire de sus pulmones.

—Sigue lamiendo, perra —le digo; aunque sé que está al borde del colapso mismo, que su voluntad pronto será vencida por todo el placer que se acumula en su cuerpo, y que no podrá soportar mucha más tensión, aún así decido tensar un poco más el arco de su sumisión, ya que es el único modo de avanzar en la misma.

Deja ir un lamento ahogado junto con un “Sí, Amo” casi susurrado, en tanto su boca vuelve a su labor.

—Y mantén este culo bien abierto para tu Amo; lo quiero tan dilatado como puedas.

Su esfínter anal se ablanda un poco más, si ello es posible, y me ofrece una visión de la entrada de su recto, a estas alturas tan caliente como su sexo rezumante.

—Bien, muy bien.

En tanto, mis dedos han explorado su coño dando con su clítoris; nada difícil, por otra parte, de lo abultado y excitado que está. Lo prendo entre mis dedos sin apenas presionar. La perra se retuerce. Su esfínter se cierra y se abre, sin que nada pueda hacer por controlarlo. Ya no es dueña de sus actos y su lengua parece famélica de la velocidad con que devora el cuero de mis zapatillas.

Toda ella se contorsiona, mientras una súplica comienza a surgir de entre sus labios.

—Por favor, Amo, por favor…. por favor, Amo, por… favor

Lo repite una y otra vez como una plegaria. Mis dedos aprietan un poco más su presa sobre su botón sobreexcitado y la letanía aumenta de volumen.

—¿Por favor qué, perra? —Le pregunto sabedor de la respuesta.

—Déjeme correrme, Amo, por favor… —farfulla una y otra vez, incapaz ya de controlar por mucho más su cuerpo y su voluntad.

Dejo ir su clítoris e introduzco tres de mis dedos en su culo ofrecido.

—Aprieta fuerte, perra —le ordeno.

—Por favor, Amo, por favor… —repite, sin cumplir mi orden, del todo cegada por su hambre de orgasmo.

—Obedece.

Finalmente, la perra, haciendo acopio de toda su energía, aprieta mis dedos. Noto cómo su cuerpo vibra alrededor de éstos, y cómo intenta a su vez contener el placer.

—Puedes correrte, perra, pero no sueltes mis dedos.

Como si mis palabras hubieran venido acompañadas de un ramalazo eléctrico, el cuerpo de mi perra comienza a sacudirse, mientras su culo intenta, infructuosamente, mantener su presa en mis dedos. Sé que no es posible, pero aún así me complace sentir como de tanto en tanto vence los espasmos de placer y presiona las paredes de su recto, lo que de seguro debe alimentar a su vez el orgasmo que la inunda en un bucle profundo y agotador.

Entre sollozos y estertores puedo oír su voz apagada por el placer que me agradece una y otra vez el haberle concedido este clímax. Lentamente saco mis dedos de su cuerpo y observo cómo se tumba a mis pies, exhausta, respirando de forma agitada, pero evidentemente satisfecha.

Camino hasta mi sillón y me siento para contemplar a mi perra recuperarse de las sensaciones que la han colapsado, cuando noto como su lengua húmeda y caliente comienza a lamer el empeine de mis pies desnudos.

—Muy bien, perrita —le digo para premiarle el gesto—. Muy bien.

Y su lengua arremete con más ansia, estremeciéndome ligeramente, sin que pueda discernir del todo si es por el tacto húmedo sobre mi piel o por la ofrenda de su sumisión.