La Perra Cotidiana (6)

Dispuesta ante todos para recibir el castigo por su error, la perra cotidiana recuerda cómo aprendió sus primeras lecciones sobre las normas del Dueño.

  • Díselo, zorra mamapollas, dile al caballero qué regla has incumplido.

Con el primer restallar de la fusta contra la chacha, volvieron los recuerdos.

El teléfono sonó y estuvo tentada de dejar que lo hiciera. Normalmente es lo que hacía. No solía cogerlo cuando estaba en casa. Lo miro distraídamente vibrar sobre la mesa hasta que se dio cuenta que la llamada era de él.

Había pasado casi una semana desde su escapada rural, desde ese día en el que había sido usada y gozada por el que ahora era dueño de su cuerpo, por el hombre del que había aceptado ser juguete y esclava. Desde que abandonara la casa no le había dirigido la palabra. No se había dignado hablarla.

Se veían todos los días en el trabajo pero él la ignoraba lo que no conseguía otra cosa que hacer que crecieran a la vez la rabia y el deseo. Hablarla no la había hablado. Pero follarla sí. Eso lo había hecho cuando le había venido en gana.

La primera vez fue en los servicios de empleadas. Bueno, creía que había sido él.

Estaba lavándose la cara cuando una mano la empujó y la sujetó con fuerza en escuadra contra el lavabo. Sin decir una palabra, había sentido como una verga dura, enhiesta, palpitante, se clavaba a fuego en sus entrañas. Había sentido ganas de gritar pero no había podido hacerlo porque al abrir la boca esta había sido invadida por sus bragas que habían sido previamente arrancadas de entre sus piernas sin ningún miramiento. Así estuvo un tiempo interminable sometida al constante percutir de la polla que la follaba, notando como se mezclaba el miedo a ser descubierta, la frustración no poder hablar, y el dolor que la postura la provocaba en las piernas y el cuello en una sola sensación. Calor, ese infinito ardor del placer.

Y así la había dejado. Estremeciéndose por las idas y venidas del orgasmo apoyada, con los dedos engarfiados como garras al borde del lavabo, sin fuerzas siquiera para volverse hasta que fue demasiado tarde y él ya no estaba.

La otra vez había sido en parking de la empresa. Tras toda la jornada de trabajo fue a coger el coche para ir a casa y le encontró apoyado en la puerta. La excitación volvió a invadirla y la furia y las ganas de someterse y rebelarse al mismo tiempo. Todo lo que él la desataba. Estaba segura de que él se subiría en el coche y, por primera vez desde que se conocían y desde que ella le pertenecía, iría a su casa. Pero no fue así.

Sin decir una palabra la arrancó la blusa en un rápido movimiento en cuanto se acercó a él, la agarró de la melena y tiró de ella hasta que consiguió que se arrodillara ante él y luego arrancó también el sujetador haciendo que sus magníficos y redondos pechos saltaran y quedaran al aire. Los sujetó con ambas manos y ella supo que tenía que apresurarse a extraer la verga del hombre del pantalón. Lo hizo tan rápido como pudo y la colocó entre sus pechos.

Él se folló sus tretas con rápidos y salvajes movimientos durante un buen rato y luego hizo lo propio con su boca hasta que se corrió en su rostro y entre sus pechos. De nuevo en silencio, de nuevo como si no hiciera falta. De nuevo como le había prometido que la trataría, como un juguete que se usa para la diversión cuando apetece. Nadie le habla a sus juguetes.

Se guardó la verga, ante la desesperación de la hembra que estaba a sus pies, y se marchó. Ella se montó en el coche y se fue a casa. Tardó horas en ducharse.  Sin saber por qué, le excitaba y calmaba a la vez sentir el semen seco del hombre en su rostro y su piel marcándola como propiedad de su verga.

Y ahora el teléfono sonaba. Por fin iba a tener que hablarla. Lo cogió. Ni siquiera le dio tiempo a saludar.

  • Quiero dormirme con tu boca de mamapollas de primeria comiendo mi verga hasta que me despierte. Ven a casa. Tienes una hora -la voz del hombre sonó en ese tono entre apremiante y divertido que siempre la encendía con la promesa sugerida de todo lo que ella deseaba. Luego colgó sin darle tiempo a responder-.

No lo dudó. Se vistió a toda prisa, cogió las llaves del coche y se precipitó al ascensor para ir al parking subterráneo de su edificio.

“El muy cabrón no me deja ni pensar. Le habla a mi coño y yo respondo a toda prisa” -pensaba mientras conducía a toda velocidad- “Estoy en camino, capullo, te voz a hacer una mamada que no vas a olvidar en tu vida”.

-Yo… -comenzó ella cuando la puerta se abrió tras hacer sonar el timbre-. Había ensayado mentalmente su saludo una y otra vez, en docenas de versionas, para encontrar la frase adecuada, a combinación perfecta entre rebeldía y sometimiento, entre indiferencia y deseo, entre excitación y complacencia. No pasó de la primera palabra.

  • Por lo que veo desconoces las normas de esta casa -dijo al tiempo que cruzaba ante sus ojos el dedo corazón sobre el índice y luego los separaba en un solo movimiento-. Luego cerró la puerta y la dejo fuera, en silencio, como queda un exiliado cuando regresa de lejos de su patria y la encuentra arrasa por la guerra sin nadie que le acoja.

Ella se quedó paralizada. ¿le hacía recorrer la ciudad a toda prisa para ir a su casa a comerle la polla ya hora la dejaba sin más en el rellano? Se quedó mirando la puerta, las lágrimas de rabia querían brotar y no lo hacían.

Tardó un instante en recordar el gesto. Los dedos cruzándose y separándose, abriéndose. Y lo entendió. Él la quería desnuda. ¿Esa era la regla? ¿Ante él siempre tendría que estar desnuda? Lo pensó mejor. No era eso. El era el jugador y ella el juguete. Así que el era el propietario, el dueño. Ella tendría que llevar lo que él quisiera, siempre lo que él quisiera. Ropa o  desnudez, pero lo que él quisiera. Esa era la regla.

Se quitó la ropa a toda prisa allí mismo, en el descansillo. Era un ático, cierto, pero tampoco le importaba que llegara un vecino en el ascensor o que alguien abriera una de las dos otras puertas que daban al vestíbulo. Tan solo quería que aquello acabara cuanto antes, que empezara enseguida. Imaginó que él, que había vuelto a lograr sin saber ella muy bien como que la hembra que había elegido como esclava se desnudara, aceptando la humillación, solo para poder terminar devorando su verga, estaba mirando por la mirilla, así que decidió terminar de desnudarse arrodillada.

Se dejó el abrigo, las medias, las botas altas, las que él prefería, algo que ella sabía desde hacía tiempo por los comentarios de él sobre otras mujeres. Pensó que esa decisión, ese anteponer las preferencias de él a las de ella sirviera del símbolo de que estaba dispuesta a todo para volver ase el juguete esclavo de ese hombre.

Y así llamó al timbre de nuevo.

La puerta se abrió y el hombre la contempló. Ella se alzó y se abrió el abrigo para que el comprobara que estaba completamente desnuda bajo él. El hombre, tranquilo sin expresión alguna, arqueó una ceja. Ella dejó resbalar el abrigo por su cuerpo hasta que cayó al suelo. Tampoco estaba autorizado. Él siguió impertérrito y ella, desnuda y ofrecida, expuesta a cualquier mirada extraña, comenzó a ponerse nerviosa, a enfurecerse, a excitarse, a preocuparse. Volvió a arrodillarse. Pero el hombre seguía sin moverse, sin apartarse para que ella pudiera entrar, arrastrarse y gatear hacia su destino anunciado de mamapollas nocturna a tiempo completo.

“¿Qué más quiere que haga el muy cabrón?”, -pensó mientras seguía arrodillada ante él , enfrentándole con la mirada-. Casi no había acabado de formar el pensamiento cuando supo la respuesta.

Pegó el rostro al suelo, justo delante de sus pies y comenzó a besarlos.

  • Deja a tu juguete entrar en casa para ser tu mamapollas particular, para devorar tu verga todo el tiempo que quieras -Lo dijo por instinto, lo repitió por convicción, lo siguió suplicando una y otra vez por puro deseo y excitación.

Él hombre no dijo nada, solo sonrío. Se giró después de mirar hacia abajo a contemplar la hembra que veía ofrecida y excitada, humillada y deseosa, y se dio la palmada en el muslo que ella sabía perfectamente lo que significaba. La hembra le siguió dócil por el pasillo. Por fin había conseguido su objetivo. Culeaba mientras gateaba junto al hombre como una perra feliz, como una mascota satisfecha , ansiosa de recibir su premio

“Comerle la polla toda la noche es un premio -pensó ella-. Para él, ¡no te jode!”- pero sabía que no. Que también lo era para ella. Porque lo haría después de haber adivinado las normas que la permitían entrar en la casa, que la permitían lograr el placer y el dolor, la humillación y el amor que se mezclaban en el juego del que él la había convertido en juguete esclavo

Ni una palabra había salido todavía de su boca. Ni salió durante el breve trayecto por el pasillo hasta el dormitorio. Ni cuando él se tumbo en la cama boca arriba. La orden estaba dada hacía tiempo. No hacía falta repetirla tiempo. La hembra que se encaramaba ahora a cuatro patas al lecho sabía perfectamente para qué había sido reclamada, que servicio esclavo tenía que prestar para el placer del hombre y la verga que eran sus propietarios y a ello se puso sin dudarlo, sin preguntar.

Llevaba un buen rato prestando sus servicios de mamapollas sin descanso cuando clavó la vista en los ojos del hombre. Los vio cerrados, el parecía dormir, aunque su polla palpitaba dentro de su boca, llenándola, exigiendo más servicio, más placer. “Una cosa no quita la otra” -pensó ella con el sabor de la verga que controlaba su vida anegando sus sentidos-

-Me vas a tener toda lo noche así, ¿verdad? -le dijo al hombre dormido mientras tomaba aire para proseguir con la orden recibida. La expectativa de hacerlo la excitaba, la calentaba por dentro, la mojaba. Hacer correrse al hombre mientras dormía, convertirse en un sueño erótico de placer y dominio que se hacía realidad al despertarse. La excitación la hizo acariciarse la entrepierna. Sintió la tibia humedad que bañaba ya su interior y comenzaba a trasladarse a sus muslos desnudos.

Los ojos del hombre se abrieron. Se clavaron en ella, en su mano acariciando su entrepierna, en su boca que aún no había vuelto a engullir la tranca a la que se le había ordenado servir toda la noche. La boca del hombre se torció en una mueca que podía ser una sonrisa.

Y el ardor de su entrepierna se vio apagado por el de su rostro al recibir el bofetón.

La verga escapó de su boca por el repentino movimiento. Tiempo después, al recordar ese momento, cosa que había hecho infinidad de veces, siempre se maravillaba de como su primer impulso, pese a todo, había sido perseguir con la boca el miembro para poder seguir dando placer al hombre que la acababa de abofetear .

  • ¿Alguien te ha permitido tocarte, mala perra? -otro bofetón-.

  • ¿Alguien te ha dado permiso para gozar mientras me sirves? -otro-

  • ¿Alguien te ha dado autorización para sacarte mi verga de tu boca de puta mamapollas? -otro-.

Ella no tenía tiempo ni posibilidad de responder entre bofetón y bofetón. Entre pregunta y pregunta, que se sucedían como latigazos, los primeros en su rostro y las segundas en su mente.

  • ¿Cree acaso que tienes derecho a seguir jugando si incumples las normas?

  • ¡¿Y como coño quieres que las sepa?! -reaccionó ella por fin y se contrajo esperando recibir un nuevo bofetón, asumiendo que su rebeldía tendría un merecido castigo que no llegó. Eso le dio fuerzas para continuar - Me tienes aquí, comiéndote la polla sin descansar mejor que lo haría cualquier puta, caliente como una perra de todo lo que me has hecho hacer, esclavizada sin poder parar ni un segundo mientras tú descansas tranquilamente con la verga hinchada en mi boca, soñando vete tú a saber con qué guarra ¿y encima me castigas por incumplir unas normas que desconozco?

El hombre la miró. Le clavó la mirada en los ojos, llorosos por la rabia y la reacción física a los sucesivos bofetones y luego miró a su verga. La mano de ella la había sujetado y la masajeaba lentamente. No había dejado de hacerlo durante todo el tiempo. Ni con los bofetones, ni con las preguntas, ni con su pequeño discurso. Ni la incomprensión, ni el estupor, ni el dolor ni la rabia habían hecho que dejara de buscar una forma de tenerla contenta, de demostrarla que su placer era primordial y prioritario. El hombre estalló en carcajadas.

  • Has nacido para ser el juguete de una verga, de mi verga -luego se incorporó en la cama, la sujetó el rostro por la barbilla y la besó profundamente- Vas a ser una esclava perfecta. De acuerdo, tienes razón. Va siendo hora de explicarte las normas.

El hombre se levantó de la cama, arrancando el miembro de la mano de su sorprendida servidora.

  • Voy a ducharme. Prepárame algo de cenar. Voy a necesitar fuerzas para la lección.

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Escuchaba el agua caer en la ducha mientras estaba en la cocina. Había ido a todo correr, conducido como una loca, a casa del hombre para una noche de sexo duro y ahora estaba haciéndole la cena. Como si fuera su mujercita.

“Bueno, como si fuera su mujercita, no -se corrigió en sus pensamientos-. No creo que muchas esposas hagan la cena desnudas, solo con un delantal. Esperando que su marido les llame a su presencia para ocuparse de su polla”.

Eso es lo que él le había anunciado desde la ducha – Permanece atenta, perra. Te llamare si quiero que te ocupes de tu propietaria. Le escuchó llamarla y rápidamente sacó la tortilla de la sartén, apagó el fuego y corrió al cuarto de baño.

Cuando llegó se arrodilló antes de abrir la puerta. Esa regla sí la sabía. Desde el primer día la sabía. Siempre arrodillada, siempre arrastrándose a cuatro patas hacía él, como la perra que era. Abrió la puerta y e encontró desnudo, chorreando, en el centro del baño con una toalla en la mano. Se acercó gateando, tomo la toalla de sus manos y comenzó a secarle las piernas.

Por instinto, porque sabía que a él le gustaría, cuando llegó a cada pie lo beso con adoración y sometimiento antes y después de limpiarlo. Volvió a subir y su visto se clavó en la verga que seguía dura. La hipnotizaba.

También la besó suavemente en el glande mientras con la toalla secaba suavemente los huevos. Luego besó los huevos alternativamente mientras secaba el bálano. Finalmente miró al hombre, como pidiéndole permiso para levantar y poder seguir secándole.

Él se limito a extender la mano y tomar de la hembra que estaba a sus pies la toalla. Se secó el pecho y los brazos sin quitarla la vista de encima. Cuando acabó tiró la toalla a un lado.

  • Veamos que has hecho de cena -dijo abandonando la estancia seguido de su perra esclava arrastrándose junto a su pierna.

Ella se detuvo en la cocina mientras que el hombre seguía andando, desnudo hasta su habitación. Emplató a todo correr la cena. Una tortilla y un salteado de verduras, sirvió una copa de vino de una botella que descansaba en un soporte sobre la encimera y fue al comedor a servir todo.

Cuando llegó se sorprendió de ver al hombre ya sentado a la mesa. Una inmensa mesa de comedor de cristal con un soporte central de piedra, le sorprendió que no se hubiera vestido y siguiera desnudo y empalmado Pero más le sorprendió ver lo que había encima de ella: una fusta. El calor la invadió de inmediato mientras colocaba plato y copa frente al hombre. Luego se arrodilló.

  • Perfecto, perra. Primera nombra aprendida. Siempre humillada ante tu propietario. Tu cabeza siempre por debajo de la verga que es tu Dueña. Ahora date la vuelta y ofréceme ese culazo para que empiecen las lecciones.

Ella obedeció al instante, giro sobre las rodilla, levantando las piernas y los pies para permitir el movimiento. Completado el giro, se dobló hasta pegar el rostro al suelo y alzó el culo todo lo que pudo. Luego reculó para quedar lo más cerca posible y ponerlo al alcance del hombre que estaba cómodamente sentado.

  • Bien- Esa también la has descubierto. Siempre ofrecida, siempre haciendo todo lo posible para poner a disposición de mi y mi verga los juguetes que me pertenecen.

Creyó que iba a recibir un fustazo en una de sus cachas. Lo anticipó, lo deseó, se contrajo esperando el dolor que se mezclara con el placer que la excitación le producía. Pero no llegó. En su lugar sintió como un dedo penetraba en su ano sin conmiseración. Automáticamente, echó las manos hacia atrás y separó ambas nalgas para facilitar el camino y la percusión inmisericorde en el orificio con el que el amo de su cuerpo había decidido jugar.

  • Gracias, Dueño.

Entonces la fusta sí restalló inesperadamente contra la cacha haciendo el ardor y el placer más intenso por inesperado.

“Le agradezco que juegue con mi culo a su capricho y me castiga, ¿Qué regla he incumplido?” -pensó entre una nueva bruma de dolor al seguir recibiendo el dedo del hombre en su ano-

  • Siguiente norma. Solo hablarás cuando tengas permiso para hacerlo. La principal función de tu boca es albergar mi polla y tienes que solicitar autorización para hacer otra cosa con ella, ¿entendido?

Ella sacudió el culo. Esperaba que eso fuera interpretado como un asentimiento, ya que no tenía permiso para hablar. El hombre rio y uno de sus pies se deslizó de debajo de la mesa hasta colocarse junto a sus labios., pegados al suelo.

  • Para pedir permiso para hablar, lamerás mis pies o mis manos, estés donde estés y haya quien haya presente y luego esperaras a ver si te es concedido -dijo el hombre. Ella tardó un segundo en besar el pie, otro en recibir otro fustazo en el culo, otro en darse cuenta de que lamer no era lo mismo que besar, otro en lamer el pie. Cinco segundos de locura, placer y dolor para poder hablar.

  • Permiso para hablar concedido, juguetito -dijo el hombre-.

  • Muchas gracias -un gemido se escapó con el aire de sus pulmones mientras hablaba cuando el dedo que taladraba su ano cambió de objetivo y comenzó a penetrar en su coño- -¿puedo hacerte una pregunta?

  • Como no. Esto es una lección -un segundo dedo penetraba en su vagina. La hacía enloquecer-.

  • ¿Cuánto dura el permiso?

  • Hasta que tengas que usar la boca para lo que realmente existe, mamapollas. La fusta restalló contra su espalda. Era injusto, no había incumplido ninguna norma. No protestó. El ardor y el placer compensaban cualquier injusticia cometida.

  • Al entrar has aprendido otra norma, ¿la recuerdas, mala puta?

  • Siempre tengo que estar desnuda -la fusta inmisericorde cae de nuevo-. Solo puedo llevar lo que tú quieras que me ponga. Tú eliges lo que llevo puesto y cuando lo llevo puesto -esta vez el cuero de la fusta acarició el coño por entre las piernas y ella quiso sujetarla con las piernas, hacer que permaneciera allí aumentando su calor interior y su deseo.

  • Bien, muy bien. Eres rápida y lista, además de una gran puta. Siempre lo he sabido.

De nuevo ese elogio disfrazado de insulto, esa humillación vestida de piropo. De nuevo lograba que ella se excitara humillándola.

-¿Cómo te llamas, perra? -la pregunta la pilló por sorpresa-.

  • Ma… -la fusta le interrumpió-.

  • ¿Cómo te llamas, zorra mamapollas?

Ella volvió a contestar. “Puta”, fustazo; “Zorra”, fustazo… Siguió probando y fallando. Las dos cachas le ardían. La preguntase repetía una y otra vez y todas las respuestas eran erróneas. El hombre comenzó a fustigar su vagina y ella creyó morir de la mezcla de sensaciones que eso la hizo sentir en su húmedo interior.

  • ¿Cómo te llamas, coño esclavo?

  • ¿Cómo quieres que me llame, por favor, me llamaré como tú quieras? -preguntó derrotada, casi a punto de correrse. La fusta era como una verga que la taladrara, que la golpeara, que la acariciara. Se encontraba al borde del orgasmo.

  • Has tardado. Eso es lo que quería oír, juguete esclavo. Si yo te llamo coño, serás “coño”, si yo te llamó perra mamapollas, serás “perra mamapollas”, ¿entendido?

  • Sí yo lo entiendo -acababa de aprender pero el orgasmo que se avecinaba le hizo olvidarla casi de inmediato. No podía concentrarse en otra cosa que su calor interior subiendo y subiendo hasta estallar. La fusta le recordó el error.

  • nada de yo. El yo es para la personas y tú eres una propiedad, mi propiedad. Solo serás una persona cuando yo quiera que lo seas”.

  • Esta perra mamapollas lo entiende -contestó al fin- Esta perra mamapollas le pide permiso para poder correrse.

Nadie le había dicho que esa era una norma. Pero pidió permiso. Sus fantasías habían estado llenas en la noche, mientras se acariciaba bajo las sábanas, de momentos como ese, de suplicas como esa. Ella era una propiedad. Así que todo lo suyo le pertenecía a él. Hasta su placer.

  • ¡Bien hecho, comevergas! -exclamó el hombre. Otra norma que has adivinado, ¿ves cómo has nacido para ser esclava de una verga? Pedirás permiso para sentir placer y para dármelo sin que te lo haya ordenado. Puedes correrte comevergas, pero mientras haz honor al nombre que te he puesto hace un momento. Así podré enseñarte otra lección…

Ella temió que al moverse le sobreviniera el orgasmo e incumpliera la orden. Por eso se giró despacio, sin despegar las piernas del suelo. Cuando completó el giro, alzó la cabeza y vió que el hombre seguía sentado a la mesa. Apenas había tocado la cena pero en ese momento cogía los cubiertos. Ella se arrastró bajo la mesa y levantó la vista parra ver al hombre a través del cristal al tiempo que, sin tocarla, cogía la tranca con los labios, abría la boca lo más posible y la engullía.

  • Cuando tu dueña y señora esté al aire es tu obligación de juguetito esclavo mamapollas tenerla a buen recaudo en tu boca como poco. Pase lo que pase, estés en público o en privado. Estés gozando o sufriendo. Da igual. Mi verga siempre es lo más importante -dijo el hombre, cortando finamente la tortilla con el cuchillo y llevándose el pedazo a la boca- Ahora ya puedes correrte -consintió antes de empezar a masticar.

Ella lo hizo y sintió estallar el orgasmo. Aclimató la mamada al ritmo al que el placer le iba y le venía. Lenta y profunda cuando la vaharada de placer la inundaba, rápida y superficial cuando sentía llegar a todo correr otra oleada de ardor en su interior.

Tras unos minutos así, el hombre que la había humillado para enseñarla las normas de como servir bien a su placer, apartó repentinamente lasilla de la mesa. Ella se arrastró con el miembro en la boca, sin soltarlo, sin dejar de mamarlo y succionarlo. El comenzó a marcarle rítmicamente el ritmo preferido en la mamada con golpes de su fusta. A veces en la espalda, a veces en una cacha, a veces en la vagina.

“Sufra o goce. su polla siempre es lo más importante” -repitió la hembra la norma para sí mientras el dolor de la fusta que marcaba su piel, el placer del orgasmo que se repetía en su interior y la verga que gozaba de su boca clavada en su garganta hacían real la norma aprendida.

Y así siguió cuando él se levantó de la mesa, cuando volvió a acostarse, cuando se durmió, cuando dormido se corrió, cuando en sueños sujetó su cabeza para que no la apartara de su verga. Así seguiría sirviendo a ese hombre y a su polla, siendo su juguete comevergas, conteniendo el placer que sentía al serlo hasta obtener el permiso de sentirlo. Así seguiría hasta que él le ordenara complacerle o servirle de otro modo. Esa era la regla.

Y la había aprendido. La había aprendido como todas las otras.

Continuará