La Perra Cotidiana (5)

Un castigo y una prueba para la esclava mientras sirve públicamente al Dueño.

“Tú eres el juguete”, “Tú eres el juguete”, la frase resonaba una y otra vez en su mente extraída de sus recuerdos cuando dos golpes secos de la palma de la mano del Dueño sobre la barra la sacaron de golpe de sus ensoñaciones.

Como un resorte se levantó respondiendo a la orden no pronunciada por el hombre que era su propietario. Aprovechó para restregar todo su cuerpo primero por la pierna y luego por el costado del Dueño, como haría una mascota bien adiestrada y feliz de ser llamada a presencia de su propietario, y terminó de píe, con las piernas abiertas una a cada lado del hombre y el coño y las tetas bien pegadas a su cuerpo.

La acción dejó completamente su culo al descubierto y a la vista de todos con la ínfima falda arremolinada en torno a su cintura. No hizo el más mínimo ademan de bajarla para ocultar sus redondas y fuertes nalgas al escrutinio de la parroquia del local. Sabía que no podía hacerlo sin permiso expreso del hombre al que servía y no lo había recibirlo.

Su situación no llamó demasiado la atención. Era un local privado para clientes que vivían en la dominación y la sumisión. En él podían exhibir sus esclavos y sus esclavas tranquilamente, sin tapujos. Se atrevió a mirar alrededor y corrigió su pensamiento. No es que no hubiera llamado la atención. Es que la mayoría de los presentes hacían por disimularlo.

Una mujer que se encontraba degustando una copa sentada sobre la espalda del esclavo que le servía a cuatro patas de asiento apartó la mirada de su culo cuando notó que ella la observaba. Como para ratificar su desinterés, pateó distraídamente con la puntera de su zapato, de un tacón que se antojaba infinito, el rostro del otro esclavo que estaba a sus pies.

El Dueño tomó posesión de su culo casi en el instante en que quedó completamente expuesto. Su mano se erró primero como una garra sobre él marcando su completo dominio y luego comenzó a magrearlo sin reparos enviando a todo el que mirara de que ese culo tenía propietario exclusivo y, por más que les pusiera la verga dura o les humedeciera el coño, no tenían acceso a él.

La mano seguía magreándole abiertamente la nalga mientras el dueño hablaba distendido

  • “Como si tenerme aquí, pegadita a él, con el culo aire ante todos y frotando el coño contra su entrepierna como una perra en celo, no les dejara a todos claro que soy su puto juguete sexual -pensó la mujer en otro de esos arranques suyos de rebeldía, mientras experimentaba otra vaharada de ardor proveniente de los últimos espasmos de su reciente orgasmo-, como si haberme tenido a sus pies yo que sé cuánto tiempo comiéndole la polla y corriéndome en su zapato no gritara a los cuatro vientos que hace conmigo lo que le viene en gana. Como si todo eso no me humillara lo suficiente, no me pusiera ya lo suficientemente cachonda”.

Quizás fue por lo intenso de sus pensamientos o por las contracciones orgásmicas que no podía ni quería contener, pero la afirmación del hombre que ejercía de dueño absoluto de su cuerpo y su vida la pilló por sorpresa.

  • La he traído a modo de calentamiento -dijo el Dueño sin dejar de magrear su culo, dirigiéndose al hombre con el que seguía conversando- Ahora vamos a una fiesta privada y quiero que recuerde lo que es servir al Dueño en público, ¿verdad zorra de mierda?

  • Sí Dueño -contestó por reflejo- Yo os agradezco que me refresquéis la lección.

El calor del último espasmo se mezcló con el dolor de las uñas del Dueño clavándose en la carne de la magnífica cacha del culo que apretaba, con el ardor de su rostro al recibir la rápida bofetada con la que  la otra mano del Dueño la atravesó el rostro y con la constatación instantánea de que había cometido un error.

Todo en un segundo, el único segundo que tardó en caer de rodillas a los pies del hombre del que era propiedad y esclava para pedirle perdón.

  • Lo siento Dueño y Señor. Esta zorra de mierda lo siente y os suplica perdón.

Era tarde para eso, lo sabía. El error estaba cometido y además en público. No valía rectificarlo, ni humillarse pidiendo perdón. Quizás en la intimidad en un momento en él estuviera completamente satisfecho después de haberla usado, domado o haber recibido cualquiera de sus servicios, eso hubiera sido suficiente o incluso lo hubiera dejado pasar. Pero no en público, no en un entorno en el que su dominio y el control y la obediencia absoluta de su posesión eran escrutados y valorados.

Daba igual que probablemente nadie más que el hombre al que ahora basaba los pies humillada una y otra vez conociera la naturaleza de su falta o la hubiera percibido. Las reglas del Dueño, la voluntad absoluta que regía su vida, habían sido rotas y eso exigía castigo inmediato como había sido el error, reparación pública como había sido la falta.

Pese a saber que eso no le liberaría del castigo, siguió besando los pies del hombre hasta que este levanto uno se lo puso encima de la cabeza. Ella no se resistió, ladeo el rostro y dejo que el píe descansara sobre su mejilla, la presionara, la hundiera contra el suelo. Siguió suplicando.

  • Esta zorra de mierda suplica vuestro perdón, Dueño y Señor -en situaciones como esta, los tratamientos y el lenguaje formal eran otra exigencia del hombre que la dominaba y esclavizaba- y pone a vuestra disposición todo lo que es pertenece para que la castiguéis como se merece.

Mientras hablaba, alzó el culo que hacía unos instantes había sido magreado y luego lacerado impunemente por su propietario para demostrar que su voluntad de aceptar el castigo era cierta. Las marcas de las uñas del hombre eran tres diminutas líneas sangrantes en su carne.

La presión del pie del hombre al que pertenecía como juguete esclavo de su verga se relajó su mejilla. Signo inequívoco de que había comprendió el mensaje que la hembra que se arrastraba a sus pies humillada después de haber dado placer a su verga esclavizada quería mandarle y que no nada que ver con lo que había dicho en alto para que todos lo oyeran.

Había entendido que el error cometido había sido un error de verdad. No había sido cometido adrede para forzar el castigo y con ello acceder, después del orgasmo vivido, al placer adicional que para ella era el castigo y  veces el dolor. No había nada que molestara más al Dueño que el hecho de que la hembra cuya voluntad le pertenecía intentara forzar sus reacciones en su propio provecho.

Por todo ello, por todo ese conocimiento secreto sobre su vida y su adiestramiento que solo ambos compartían, la excitación, la alegría y la anticipación del placer la invadieron de nuevo cuando el hombre retiró el pie de encima de su rostro y habló

  • Los instrumentos para recibir tu castigo están en el coche. Sabes lo que tienes que hacer, coño esclavo.

Ella no contestó. Se puso a cuatro patas y comenzó a gatear hacia la puerta del local. Brevemente atisbó el rostro del interlocutor del Dueño que seguí petrificado en una expresión de excitada incomprensión. No entendía como una hembra que había comido servilmente la polla de su propietario durante más de una hora, no había realizado la más mínima protesta a estar desnuda, expuesta y usada como un juguete de placer ante todos y no había hecho otra cosa que humillarse y aceptar el dominio que el hombre y su verga le imponían había podido cometer una falta.

  • “No lo sabes porque soy suya y no tuya, mamón” -pensó al tiempo que comenzaba su gatero humillado hacia la puerta contoneando las caderas como una perra en celo.

Sabía que el Dueño había perdonado su error y que todo esto lejos de ser un castigo era la segunda parte del premio a su mamada en público, a su humillación ante todos, a un servicio esclavo perfecto.

Por eso disfrutó de cada gateo, de sentir como las miradas de dueños y dominas volvían a clavarse en su cuerpo exhibido con deseo, como tiraban un poco de las correas de sus perras y sus esclavas, como clavaban un poco más fuerte sus afilados tacones en la carne de sus perros, como intentando demostrar que ellos también dominaban a sus posesiones pero envidiosos en el fondo del dominio que ese hombre que ahora había apartado la vista como si nada de lo que ella estaba haciendo tuviera que ver con el ejercía sobre ella.

Se hizo un pasillo de silencio, expectación y deseo contenido para que ella pasara. Y su excitación siguió creciendo. Su Dueño la ofrecía un desfila de la victoria, un “mirad una esclava perfecta, una hembra completamente sometida, la mejor perra adiestrada que se puede tener. Esa es mi zorra”.

Cruzó la mirada según avanzaba con varias esclavas, sumisas, perras o como las llamaran sus dueños. Esas miradas eran de admiración de envidia, de saber que ellas aún no eran ni de lejos la mitad de lo hembra esclava que ella era.

No pudo evitar torcer la sonrisa cuando justo al llegar a la puerta, mientras esperaba a que uno de los presentes se la abriera para poder seguir arrastrándose hacia el exterior, un dominante tiró salvajemente de la correa de su posesión, arrodillada ante él, y la obligó con un brusco gesto a clavarse su verga en la garganta.

“Una mamada no es ni de lejos una muestra de sometimiento y de dominio como esta -pensó ella dentro de su sonrisa- pero el pobre es lo único que tiene para demostrárselo a sí mismo”.

Era perfectamente consciente de que todos estarían mirando los monitores tras la barra que mostraban las imágenes de las cámaras de seguridad que jalonaban la escalera que daba acceso al sótano que era local. Por eso ni siquiera hizo ademan de dejar de gatear. Un pequeño dolor laceraba sus rodillas cada vez que avanzaba un peldaño pero no le importaba. Lo integraba, lo sumaba a la sensación de excitación que la situación lo producía, lo fundía en su mente y su piel con el placer.

El frío viento la golpeó en el rostro y la piel desnuda cuando por fin estuvo en la puerta de Lacalle. Siguió gateando por la dura acera de cemento mientras escuchaba a sus espalda los pasos de algunos de los clientes que habían decidido constituirse en jueces del sometimiento de la esclava a su dueño en la esperanza de que ella se alzara en cuanto tuviera oportunidad y luego poder cuchichear sobre su no completa sumisión y obediencia.

No lo hizo. Pr fortuna para la piel de sus rodillas. El coche estaba aparcado a escaso 50 metros del local. Solo cuando llegó a él se detuvo y arrodillada tras el maletero, sacó el teléfono móvil de entre sus turgentes y firmes pechos, únicos de los juguetes de placer del amo absoluto de su cuerpo que aún no estaban a la intemperie, y llamó por teléfono.

  • Este coño esclavo de vuestra propiedad, os suplica permiso para levantarse y poder recoger los instrumentos necesarios para su merecido castigo -cogió aire un instante- antes de que se le congele el culo, que solo sirve para vuestro placer, por su puesto.

Era un riesgo. No, se corrigió, no lo era. La única carcajada del hombre se lo demostró.

-Permiso concedido. Y no te preocupes por la temperatura de esa maravilla que sirve a mi placer, ya se encargará el Dueño de tu vida de elevarla en poco tiempo.

Bromas disfrazadas de desaires, requiebros disfrazados de insultos, promesas disfrazadas de amenazas. Amor vestido de dominio y sumisión.

Se alzó. Usó la aplicación del móvil para abrir el maletero y, en perfecta escuadra, con el culo expuesto a la intemperie y a la mirada de cualquiera –“esa maravilla, esa maravilla”, se repetía una y otra vez- comenzó a hurgar el maletero buscando los instrumentos requeridos.

Su postura fue demasiado para los dos hombres que la habían seguido. Uno de ellos se acercó masajeándose el paquete por fuera del pantalón y acarició la piel de una de sus nalgas.

  • Buen culo, esclava -dijo el hombre-.

  • No suya, señor -dijo con tono fingidamente respetuoso sin hacer además alguno de cambiar de posición ni oponerse a la caricia del hombre.

Ambos hombres eran de esos dominantes sin sumisa ni esclava que frecuentan ese tipo de locales en busca de encontrar alguna. De los que entienden “el juego” como una situación que solo tiene que ver con el sexo.

  • Dueño y Señor, hay aquí unos hombres que parecen interesados en usarme -dijo a través del teléfono cuya línea había mantenida abierta- ¿Quiere que este coño esclavo se los pase?

  • Por el altavoz -dijo el hombre divertido. Ella obedeció de inmediato-.

  • Caballeros, dice mi propiedad que están interesados en su uso y disfrute temporal, ¿no se equivoca? Se lo digo porque esa perra está siempre tan caliente que a veces imagina que todo macho del mundo se la quiere follar.

  • Esta perra acierta -dijo el hombre tras unos segunda de duda, intentando dar un tono en extremo dominante a su voz-.

  • No digo yo que, después de la falta cometida ante todos, no tenga que hacer a todos partícipes de su castigo

La excitación subía ya por sus muslos. No por la posibilidad de que dos hombres desconocidos la follaran y usaran en mitad de Lacalle. Sabía que eso no iba a ocurrir. El hombre que hablaba era Dueño absoluto y exclusivo, con énfasis en exclusivo, del cuerpo, la mente y la voluntad que ahora estaban exhibidas, desnudas en escuadra, en plena vía pública.

-Haremos una cosa. Ordenaré a esta hembra esclava que contribuya a su placer bajo unas estrictas condiciones que no vayan contra mis reglas de dominio sobre ella -a esas alturas el silencio había invadido el local, pendientes todos de escuchar al hombre y las respuestas que salían del altavoz de su teléfono situado encima de la barra. Lo inesperado siempre es una diversión. Lo sorprendente siempre es un placer. Incluso para aquellos que viven inmersos en lo que para todos los demás es inesperado y sorprendente.

  • ¿Cuáles son esas normas? -preguntó el hombre con una cierta desconfianza-.

  • ¡Perra mía, informa a estos caballeros!

  • Todos los orificios de esta perra esclava son propiedad del Dueño y solo él puede usarlos y gozarlos. La única verga que las manos de esta perra esclava tienen permitido tocar es la que es propietaria de este cuerpo que solo existe como juguete adiestrado de su placer.

Había aprendido a adornar así el lenguaje en multitud de sesiones con el Dueño. El siempre mantenía que la función de la boca de la esclava iba más allá de servir a la verga que era su propietaria. Una buena boca esclava debía saber excitar y mostrar sometimiento también con las palabras. Y la había adiestrado bien. También en eso la había adiestrado bien.

  • Ningún macho puede tocar a esta perra esclava sin el consentimiento y la presencia del Dueño que ha marcado esta piel como suya -completó la lista de normas pertinentes para la ocasión sin modificar su posición que ofrecía el culo a los dos hombres mientras lo contoneaba insinuante.

  • ¡Pues ya me dirás como puede este coño darnos placer si no puede tocarnos ni podemos tocarla! – se quejó amargamente el otro hombre.

  • Vaya, ¿hemos convertido el castigo en apuesta? ¡Perfecto! -múltiples risas acompañaron la exclamación del Dueño a través del teléfono- Hagamos una cosa. Si alguno de los dos es capaz de aguantar sin correrse mientras es atendido por mi perra con estas condiciones tendrá derecho a disfrutarla y usarla como quiera durante, digamos una semana.

El calor ya invadió por completo su entrepierna al tiempo que su interior se humedecía sin remisión. Otro regalo del Dueño, otra posibilidad de lucirse. Y además para beneficio de él, de ese hombre que ahora marcaba cada acto y cada momento de su vida. Porque estaba seguro de que él sacaría un beneficio de la situación.

  • ¡Hecho! -respondieron ambos hombres casi al unísono-.

Pero claro -dijo la voz por el teléfono- Mi apuesta exige una por su parte, ¿no les parece? Yo cero que lo más indicado es que si ustedes no consiguen superar esta prueba estén obligados a cederme para su adiestramiento y disfrute a sus futuras esclavas en cuanto las tengan.

Ahí estaba -sonrío la mujer para sus adentros con el rostro escondido cerca del maletero mientras no dejaba de bambolear el culo ante los ojos de los hombres- Ahí está la trampa. Ahí está el beneficio. Estos pringados pensarán que no pierden nada porque ahora no tienen esclava. Pero todo el mundo estará pendiente de la apuesta. En cuanto en el mundo virtual o en el real tengan una, avisarán al Dueño y el las reclamará públicamente. Y van a perder

No tardaron ni un segundo en aceptar.

  • Sea -dijo el Dueño a través del teléfono- Coño esclavo, espero que estés de vuelta para recibir tu castigo antes de que acaba mi copa. Sin esperar respuesta colgó.

La mujer no se movió de su posición. Podía sentir la tensión y la excitación de los dos hombres. El más alejado de ella sacó su teléfono para comenzar a grabar.

  • Como prueba -dijo casi para sí-.

-¿Podría el señor ser tan amable de acercarse al culo esta esclava le ofrece? -pregunto con total sumisión la mujer sin dejar de menear sus perfectas nalgas.

El hombre lo hizo y ella, sin mirarle siquiera, echó las manos hacia atrás hasta que estas tocaron las piernas del hombre. Comenzó a acariciar su entrepierna por encima de los pantalones. Luego, a tientas, busco el cinturón, lo desabrochó, al igual que el botón y bajó la cremallera de la bragueta.

Solo entonces giró la cabeza para enfrentar  al hombre cuya verga estaba absolutamente dura y palpitante dentro del calzoncillo y con una sonrisa de total deseo simuló una mueca de disgusto.

  • Lamentablemente no se me permite tocar su magnifica verga, señor. ¿podría hacerme usted el honor de sacarla y acercarla para que pueda servirla como se merece?

El hombre la hizo caso y bajó los pantalones mientras ella retiraba las manos y llevaba una a cada nalga para separarlas. Ambos orificios aparecieron ofrecidos a la penetración del miembro que ya estaba completamente al aire.

En un movimiento sinuoso acopló la verga entre sus nalgas y luego apretó ambas cachas para mantenerla sujeta. Así empezó a moverlas arriba y abajo y en círculos masajeando la verga del hombre. Cada vez que se movía arriba y abajo se aseguraba de que la punta del glande rozara los orificios que tenía vedados y cuyo propietario se moría por taladrar hasta el fondo. Sus humedades interiores servían de lubricante al servicio. Las nalgas cada vez más apretadas, el movimiento cada vez más rápido.

  • ¡Que buena eras, mala puta! -dijo el hombre contrayéndose para ralentizar la eyaculación. Ella sintió como la verga que resbalaba una y otra vez entre sus nalgas  también lo intentaba. Fue esa tensión lo que le hizo al hombre gemir y empujar acelerando el ritmo del masaje. El cuerpo exigía el placer y el hombre no estaba, como ella, acostumbrado a retener su placer.

Completamente arrebatado por el placer, el hombre perdió toda contención. Lo único que quería es que esas magníficas cachas siguieran masajeando su verga cada vez más rápido, que su glande recibiera el placer de frotarse una y otra ves contra los labios del coño que no podía penetrar.

Para lograrlo intento acelerar y acercarse y, por puro, instinto colocó ambas manos en las caderas de la hembra que le servía.

El frío viento sobre su glande le devolvió a la realidad más allá del placer. Habían pasado tres minutos.

-Lo siento mucho señor, pero ha incumplido la normas, esta humilde esclava no puede seguir sirviéndole, desgraciadamente. Y con un último movimiento se aparto de la verga que palpitaba en el aire a medio camino entre el placer y la desesperación -Si es tan amable de cambiar su posición con la de su compañero podré ofrecerle a él mis servicios esclavos.

Entre maldiciones y juramentos el hombre se metió la verga en el calzoncillo y se abrochó los pantalones, tomó el móvil de su compañero y siguió grabando.

  • Conmigo no te va a resultar tan fácil, puta de mierda -dijo el otro hombre mientras, con una humilde sonrisa se arrodillaba frente a él- ¿qué vas a hacer?, No puedes comérmela, mamapollas.

  • “Dime de qué presumes” – pensó ya arrodillada frente al hombre. Repitió el ritual verbal de suplicarle que se sacara la verga porque ella no podía tocarla mientras lamia su paquete y frotaba su rostro contra él y una vez fuera, sacó sus pechos de la ajustada camisa y los colocó alrededor de la tranca.

  • ¿Una cubana?, Puedo aguantar cinco minutos de cubana, mala puta

  • No lo dudo señor. Esta esclava solo quiere complacerle lo más posible dentro de las condiciones que le ha impuesto su Dueño. Esa es la función de la hembra, complacer al macho.

Empezó con un rápido frotamiento. La piel de los pechos la escocía pero no tenía tiempo para lubricaciones ni zarandajas. Tenía que hacer que esa polla soltara su contenido en cinco minutos. Su Dueño la había puesto a prueba y no le defraudaría. Había estado a punto de correrse de satisfacción cuando sintió las manos del hombre al que había derrotado sobre sus caderas. No por el placer sexual, sino por el placer del triunfo y por la anticipación del premio que obtendría del dueño por conseguirlo.

Pero faltaba uno. Como su compañero, el hombre hacía todo lo posible por contenerse. Ella se alzó y se colocó en cuclillas. Luego detuvo un instante el vaivén de sus pechos alrededor de la verga y aprovechó par posar su pezón duro e inhiesto por el frotamiento justo en el glande de la verga. El gemido del hombre le indicó que había acertado. Comenzó a presionar con el pezón y a girarlo para que acariciara el glande mientras con las manos seguía apretando los pechos contra el miembro y subía y bajaba todo el cuerpo, como haciendo sentadillas para continuar con el masaje de la polla a la que tenía que derrotar.

  • ¡Que lástima. Casi me dan ganas de fallar para poder disfrutar y ser usada por esta maravillosa verga durante toda una semana! -susurró con el rostro a un escaso milímetro de la polla y su pezón presionando al máximo contra el glande-.

Fue suficiente. Es muy posible que otra situación el hombre hubiera aguantado mucho más. Pudiendo dirigir él la situación a lo mejor la había mantenido, como hacía el Dueño, toda la noche despierta entre el placer y el dolor.

Pero no era él quien controlaba. Llevaba toda la noche excitado por ella y por la situación de otras muchas esclavas que había en el local. Excitado hasta casi el dolor imaginando que la polla que devoraban esas bocas de hembras sometidas era la suya, que los pies que besaban eran los suyos.

La sola mención de que había una perra esclava que ansiaba que así fuera, fue la guinda que le impidió contenerse.

Ella se apartó rápidamente para que el semen no la manchase. Solo el Dueño podía marcarla, regarla o alimentarla con su semen. Era otra norma.

No hubo palabras. Solo un silencio de aceptación mientras ella de nuevo en escuadra recogía una sola fusta del maletero. Miró a los dos hombres fijamente, exigiéndoles con la mirada que cumplieran su palabra. Ellos lo hicieron consternados, derrotados, en silencio. Enviaron la grabación por WhatsApp y juntos cabizbajos, arrastrando los pies como dos supervivientes de un ataque militar infructuoso, se alejaron en la noche en dirección contraria a la de la puerta del local.

Ella se colocó el brazo de la fusta entre los dientes, lo apretó con fuerza, volvió colocarse a cuatro patas y así recorrió el camino de vuelta hasta el Dueño para afrontar su premio y su castigo.

Cuando entró a cuatro patas en el salón de local. Un torrente vítores y aplausos la saludo. Sus hazañas estaban siendo proyectadas en la gran pantalla de la pared del fondo y el pasillo permanecía abierto para que pudiera realizar su humillado y servir retorno hasta el hombre cuya polla era Dueña de su cuerpo, cuya voluntad la había impuesto por pura diversión ese servicio y que su propietario.

Alguna dóminas, interpretando erróneamente que las reglas del Dueño solo incumbían a hombres, la acariciaban la espalda o le daban golpecitos en la cabeza, según pasaba, para felicitar a la perra por su buen comportamiento, su obediencia y la demostración de buen adiestramiento en el placer que le había ofrecido. Como el Dueño dejó pasar esos incumplimientos, ella los disfrutó agradecida. Era su momento y el Dueño no iba a estropeárselo.

Por fin llegó a sus pies y se frotó, como una mascota cariñosa, contra su pierna hasta que él le prestó atención. Aflojó la presa que mantenía con los dientes de la fusta cuando el hombre abrió la mano para recibirla y luego volvió a adoptar la postura de absoluto sometimiento con el rostro pegado al suelo al lado de sus pies y el culo bien alto y completamente ofrecido a sus deseos.

  • Este coño esclavo, está dispuesto a recibir el castigo que el Dueño desee propinarle por el error cometido. Su orgasmo interior era un mar desde que había finalizado el descenso de las escaleras gateando y había escuchado los aplausos.

El hombre que era su propietario, que conocía cada una de sus reacciones, de sus gestos, cada centímetro de la piel y de la carne del cuerpo que le pertenecía como juguete esclavo, lo sabía y lo aprobaba. Ella, humillada ante él, se concentraba en disfrutarlo.

  • Después de esta exhibición de obediencia y buen adiestramiento, ¿aún la vas a castigar, amigo? -dijo el interlocutor del Dueño, que seguía junto a él en la barra.

  • Las reglas son las reglas dijo él pasando la cabeza de la fusta por culo ofrecido en una caricia que anticipaba todo lo que estaba por llegar, por sufrir y por gozar.

  • ¿Y qué regla ha incumplido?

  • Díselo, zorra mamapollas, dile al caballero qué regla has incumplido.

Con el primer restallar de la fusta contra la chacha del culo castigado, volvieron los recuerdos.

Continuará