La Perra Cotidiana (4)

Así acabó la primera vez que se entregó a su Dueño. Asi empezó la perra a ser su juguete cotidiano

No había mayor placer para la esclava que saber que el Dueño estaba complacido. Eso también lo había aprendido el primer día. Eso también se lo había enseñado el propietario de su cuerpo, su mente y su existencia.

Allí estaba.  Prácticamente desnuda, ofrecida, caliente hasta más no poder, aún después de experimentar las intensas oleadas de su orgasmo y con el zapato del hombre que era su propietario sobre su rostro marcando su absoluto dominio sobre ella. Y así seguiría todo el tiempo que Él deseara. Había aprendido a esperar. No solo a servir y complacer, no solo a humillarse y a someterse. Sobre todo había aprendido a esperar.

Como al principio, recordó, como al principio.

  • Esa es mi puta. Desafiante siempre que puede -dijo él al tiempo que acrecentaba el ritmo del mansaje e introducía un dedo entre los labios del coño de la hembra que estaba arrodillada junto a él, obediente a todos sus caprichos.

“Ahora me follará y será espectacular” -pensaba ella, mientras su coño recibía las caricias, pellizcos y demás atenciones que él decidía  concederle.

Estaba al borde del orgasmo tras todo el numerito que él la había obligado a montar. Tras desnudarse para él, contonearse para él, ofrecerle cada parte de su cuerpo a su tranca y suplicarle prácticamente que la follara. Cada uno de los estadios que había recorrido la había llevado a un grado más de excitación, no solo por todo lo físico que él la había hecho y la estaba haciendo sino por descubrir lo sencillo que le había resultado llevarla hasta ese estado, por descubrir que él sabía lo que deseaba, con lo que fantaseaba, aunque ella nunca se lo hubiera comentado.

-Fóllame de una vez cabrón -gritó cuando el hombre volvió a sujetar su clítoris con los dedos que tenía metidos dentro de su vagina. Levantó el rostro, abrió los ojos que mantenía semicerrados por la excitación y enfrentó la cara del hombre que había convertido su coño en su juguete. La ceja arqueada de él la alertó- Por favor -añadió más sumisa- folla a tu puta, no puedo aguantar más.

  • Pues entonces habrá que dejarte descansar -dijo él con una carcajada.

Se levantó y la dejó allí arrodillada y la furia la invadió. La tenía como quería, como le había ordenado estar y ahora se atrevía a marcharse y dejarla a punto del orgasmo. Esto era demasiado. No se lo iba a consentir.

  • Se lo que estás pensando – la voz llegó desde el fondo del salón mezclada con el sordo sonido que hizo al abrirse de la puerta del frigorífico que se encontraba tras la encimera de la cocina americana de la casa- Esto es demasiado. Ahora mismo me levanto y me voy.

  • Te lo mercerías por cabrón -dijo ella. Pero se sorprendió de que seguía sin incorporarse, arrodillada, como si aceptara, pese al tono de su voz, el absoluto dominio que él exigía sobre ella, que él había puesto como condición sine cua non para su encuentro: “ofrecerme ese pequeño y maravilloso cuerpo tuyo para cumplir con él todas las  fantasías que se me ocurran”. Las palabras del mensaje de WhatsApp resonaban una y otra vez en su cabeza.

  • Puedes irte cuando lo desees -la voz volvió a acercarse y con ella el hombre, que acabó sentándose en el sofá frente al que ella permanecía arrodillada-.

Llevaba en una mano un vaso con tres o cuatro dedos de whisky, siempre le había gustado el whisky solo, con hielo. En la otra una copa de balón. Vodka con tónica. Las burbujas chisporroteaban enviando un mensaje de frescor que chocó abruptamente con sus encendidos y ardientes sentidos disparándole la sed. Él se había permitido elegir por ella, ¿Qué se creía? Su indignación murió al instante con una torcida sonrisa interior que no llevó a sus labios: “me tiene desnuda y arrodillada para que folle cuando quiera, ¿por qué no iba a elegirme la bebida?”, pensó entre resignada y excitada mientras él dejaba la copa en una mesita auxiliar junto al sofá, fuera de su alcance.  Sus ojos se posaron en la bebida. Sus labios estaban secos. Inconscientemente pasó la lengua entre ellos. De cualquier manera había acertado con la copa.

  • ¿Tienes sed? -Una sonrisa se dibujó en el rostro del hombre cuando ella alzó la cabeza y enfrentó su mirada. Había furia en la mirada, al menos en la superficie de la mirada, en el fondo de los ojos, allá donde se esconden las pasiones  y las fantasías, había otra cosa. Un brillo, una especie de alegría culpable, de excitación expectante.

  • ¿A ti que te parece? -la voz seguía siendo desafiante pero su posición, arrodillada ante el hombre que la trataba como un objeto, desnuda y postrada ante quién le había obligado a ofrecerle de palabra y de hecho todo su cuerpo para su placer, restaba fuerza a su rebelión. Un petición disfrazada de sarcasmo, una súplica vestida de ironía.

  • Está preciosa así, zorra -dijo el hombre, ignorando el dardo lanzado con las palabras y por tanto la súplica que escondía-.

  • ¿Así, cómo?, ¿desnuda?

La pregunta era obligada si quería mantener el falso desafío con el que él parecía disfrutar. Con el que ella disfrutada hasta el punto de que le resultaba imposible ignorar el ardor que la situación había desatado en sus entrañas y que el hombre se negaba a apagar follándola salvajemente como ella ansiaba y esperaba ser follada.

  • Eso ayuda -dijo él mientras se sentaba y clavaba sus ojos en ella- Pero no es solo eso. Tu maravillosa desnudez no es nada comparada con lo otro. Tu pelo alborotado, tu piel brillante por el sudor, tu rostro encendido por la excitación, tu mirada inflamada por el deseo. Así, a mis pies, como una perra en celo que solo desea ser montada.

“Maravillosa desnudez”. De nuevo lo había hecho. De nuevo una sola frase, un solo elogio, le había hecho aceptar toda la humillación a la que él la sometía, había acrecentado su excitación y su deseo mucho más de lo que todo lo demás debería haber aumentado su rabia.

El hombre dejó su vaso en la mesita y cogió la copa. Cuando se la acercó, ella intentó cogerla con las manos, pero él se las apartó suavemente. Quería darle de beber. Ella lo consintió como estaba consintiendo todo esa noche, pero al no estar acostumbrada parte del sorbo de la bebida resbaló por sus labios, su barbilla y su cuello.

El hombre la sujetó suavemente por el hombro con la mano libre y la acercó hacia él. Ella creyó por un momento que la iba a besar pero, en lugar de eso, él sacó la lengua e interceptó con ella el reguero de vodka con tónica que surcaba su pecho, justo entre os senos. Cuando hubo acabado besó uno de ellos y luego su lengua jugó con el pezón hasta que repentinamente lo mordió.

Ella quiso exhalar a la vez un grito de dolor y un gemido de placer, con lo que el sonido resultante fue algo más parecido a un bufido agudo que se mantuvo en el aire unos segundos.

  • Las perras deben saber beber -dijo él sonriendo mientras se incorporaba tras soltar la presa que sus dientes habían mantenido sobre el pezón que ahora estaba inhiesto y dolorido.

Ella no supo qué contestar. Se había quedado sin sarcasmos, sin ironías, sin desafíos. Su dolor y su excitación llenaban toda su menta. Solo quería una cosa. Ser follada. Sentir la verga de ese hombre en sus entrañas y disfrutar de un orgasmo infinito. Lo que tuviera que hacer para lograrlo no importaba, ya no. Ya nada importaba salvo eso.

  • ¿Hasta cuando va a durar esto? -preguntó y al hacerlo se dio cuenta de que su tono había cambiado. Inconscientemente, sin desearlo, había perdido esa fingida dureza que a él parecía excitarle y a ella la permitía mantener el control de la situación. Solo había dulzura, solo salió una voz dócil, dulce. Solo había suplica y deseo en ella.

  • Hasta cuando tú quieras -dijo el hombre dejando la copa de nuevo sobre la mesita , retrepándose después en el sofá y extendiendo los brazos sobre el respaldo- Me has dicho que me ofreces todo ese magnifico cuerpo para que lo use como quiera pero no he visto hacerlo, no te he visto intentar despertar mi deseo.

  • ¡Estoy desnuda y de rodillas ante ti, mamón!, ¡No te atrevas a decir que no me deseas!

El dolor llegó tan rápido como había llegado la furia. Tan repentino fue que su rostro ya ardía de escozor cuando su mente fue capaz de racionalizar lo ocurrido. Él la había dado una bofetada.

Nunca antes había hecho eso. Ella sí. Durante sus pocos encuentros sexuales le había dado algunas bofetadas a modo de juego, arañazos y algún que otro mordisco pero él no reaccionaba. Seguía a lo suyo ignorando esos ínfimos dolores y esas provocaciones.

Provocaciones. Mientras el ardor decrecía en su mejilla para instalarse en ella como un rumor sordo que tardaría varios minutos en desaparecer, ella comprendió que habían sido eso. Que ella siempre había intentado que el reaccionara durante el sexo así, con algún arranque de violencia que la motivara y excitara aún más. Y comprendió que  él lo sabía y que ahora, cuando estaba imponiendo las reglas, había respondido a ellas con un solo bofetón que la había hecho arder por dentro y por fuera, de rabia y de excitación, de deseo y de dolor.

  • No creo que ese sea el tono adecuado para ofrecerte -dijo el hombre somo si no hubiera pasado nada, como si la bofetada no hubiera existido, como si su ánimo no hubiera cambiado lo más mínimo por propinársela -Tienes que encontrar uno mejor

Ella quería frotarse la mejilla pero decidió no darle ese placer. Se le quedó mirando desafiante primero, hipnotizada por la intensidad de su mirada después. Finalmente bajó los ojos.

  • Ya lo he hecho, Ya te he ofrecido una por una todas las partes de mi cuerpo para que tu y tu polla hagáis con ellas lo que queráis -No sé qué más puedo hacer.

Le hombre se inclino de nuevo hacia ella que temió que de nuevo le cruzara la cara. En lugar de eso la sujetó por la barbilla y la atrajo hacia si.

  • Sí lo sabes -le dio un beso en su dolorida mejilla- Siempre lo has sabido, siempre lo has querido hacer.

  • De verdad no…

  • Te daré una pista. Me has dicho que ofrecías tu cuerpo a todas las fantasías que me la pusieran dura. Pero aún no lo has hecho. Decir no es hacer.

Y dicho esto volvió a recostarse en el sofá y abrió las piernas.

Ella supo lo que tenía que hacer. Ese conocimiento le llegó como un relámpago, como un estallido de luz en su mente por la que pasaron en apenas unos segundos todas las imágenes que la habían llevado a esa situación. Los comic leídos a escondidas de su hermano mayor con mucha sorpresa ante las viñetas y la excitación que le provocaban, esos baños con los ojos entrecerrados forzando fantasías mientras sus dedos o sus juguetes jugaban en el interior de su vagina hasta llevarla al orgasmo, las novelas románticas de hombre duros y secuestros de piratas en los mares, los moteros con los que se había enrollado en su juventud, la excitación extraña y apenas sofocada de bailar como gogó metida en una jaula. Todos sus deseos, todas sus fantasías. Todo aquello que había contenido y ahora clamaba por salir.

Supo lo que debía hacer, lo que podía hacer. Lo que quería hacer.

Se levantó y se colocó de pie entre las piernas del hombre que le acaba de pedir, no, de exigir que le ofreciera su cuerpo y comenzó a contonearse frente a él. El hombre respondió con una sola carcajada y un solo aplauso. Al ritmo de una música que solo escuchaba su mente, siguió moviéndose, acariciándose el cuerpo hasta que llegó a sus pechos.

Los sujetó fuerte y se adelantó colocando la rodilla en el pequeño hueco de sofá que quedaba entre las piernas del hombre y luego adelantó su torso. Sus pechos rozaron primero y luego se apoyaron descaradamente sobre su rostro.

  • Aquí las tienes -dijo mientras las mantenía sujetas con ambas manos sobre el rostro del hombro- Las  tetas de tu puta. Para sobarlas, para chuparlas, para estrujarlas, para morderlas si quieres hasta hacerlas sangrar. Un mordisco en el pezón la comunicó que la propuesta habías sido aceptada.

Siguió moviendo las caderas mientras deslizaba sus tetas por el pecho de él. El movimiento la dejó en cuclillas delante del sofá, entre las piernas del hombre. Así comenzó a frotarlas contra su entrepierna. Seguía un ritmo intento, el ritmo de esa música que solo ella escuchaba. Entrecerró los ojos con satisfacción cuando notó que el paquete del hombre comenzaba a tensarse.

  • Mírame -dijo el hombre suave pero firmemente- No dejes de mirar a aquel al que ofreces tu cuerpo.

  • También puedo sujetar tu magnifica polla entre ellas -dijo clavando la mirada en él, como le había sido ordenado- y hacerla gozar hasta que tu corrida salpique mi cara. Tu puta es muy  buena con las cubanas, lo sabes.

  • Lo sé -dijo él sonriendo al tiempo que bajaba un brazo del respaldo del sofá para poder agarrar uno de los pechos, redondos y turgentes, manosearlo un poco y luego estrujarlo fuertemente hasta el dolor. Un nuevo sonido entre quejido y gemido de placer se escapó de la garganta que le estaba ofreciendo sus maravillosas tetas para jugar con ellas de la forma que quisiera- ¿Eso es todo?

Ella se le quedó mirando un instante y sonrió

  • Ni mucho menos. Tu zorra tiene muchas más cosas que ofrecerte, ¿quieres mejor mi boca?

Mientras hablaba había seguido descendiendo hasta quedar arrodillada con la cara a la altura del paquete del hombre que, bajo el pantalón, ya daba evidentes síntomas de excitación.

  • La boca de tu puta te comerá la polla, te la podrás follar todo el tiempo que quieras- alternaba las palabras con besos y lametones al pantalón- ¿o quizás prefieres que mi lengua te lama los huevos antes de metérmelos en la boca?

  • Para que ocurra algo de eso tendrás que deshacerte del pantalón, ¿no te parece?

Con la cara pegada al paquete del hombre, sonrió. Había ganado. Él había consentido en sacar de su encierro su verga, ya no podría contenerse más. Sin alzar la cabeza Llevó las manos al cinturón para desabrocharlo y él la dejó hacer hasta que hubo desabrochado la hebilla. Luego la detuvo abruptamente sujetándole ambas muñecas con las manos.

  • Me has ofrecido tu boca, úsala.

Ella obedeció. Sujetó con los dientes el extremo del cinturón que tenía la hebilla y tiró con tuerza. El cinturón se deslizó siseando como una serpiente hasta que quedó colgado de sus dientes. Lo depositó despacio en el sofá junto al hombre y volvió su atención hacia el paquete de nuevo. Él ya había desabrochado el botón del pantalón y ella sujetó de nuevo con los dientes el tirador de la cremallera del pantalón.

Con otra carcajada solitaria y seca, el hombre la animó pero no se movió. Una vez que hubo bajado del todo la cremallera se detuvo.

  • Todas las mamadas que quieras, todo el tiempo que quieras, en el sitio en el que quieras. Esta boca de puta será tuya para que te corras en ella siempre que quieras -siguió diciendo mientras lamia y besaba alternativamente el paquete, ahora solo protegido por el calzoncillo-.

  • Ere muy buena mamapollas, de eso doy fe -dijo el hombre sin inmutarse-  pero no es suficiente.

Durante un instante la rabia volvió. Le ofrecía comerle la verga allí mismo y él se resistía. De nuevo la rabia desapareció, pero esta vez no por el deseo o la excitación, fue por otra cosa. Por el conocimiento y la comprensión de que esa rabia no llegaba porque él la humillara, sino porque le negaba lo que ella más deseaba en ese momento que era devorar esa verga.

Eso es lo que había conseguido con ese juego. Que ahora ella fuera la que se muriera de ganas por ser follada. Había jugado con su orgullo y con el rechazo de manera que ya no era él quien quería follarla. Era ella la que consideraba una victoria que el hombre y su polla tomaran posesión de ella a su capricho.

Se levantó despacio. Se giró y ofreció su culo a la vista del hombre que se había permitido el lujo de rechazar la posibilidad de follarse allí mismo su boca del modo que quisiera.

  • Hay mucho más, capullo- dijo. Y casi al tiempo sintió el lacerante estallido del cinturón restallando contra la piel de una de sus perfectas nalgas. Comprendió el mensaje de inmediato. Ese lenguaje ya no estaba permitido. Había pasado el tiempo del desafío. Volvió a la otra forma de hablar, la que había conseguido poner duro el paquete del hombre.

  • Tu zorra tiene mucho mas que ofrecerte a ti y a tu polla.

Mientras hablaba volvió a arrodillarse, pero esta vez de espaldas al hombre. Luego repto hacia atrás hasta que sus piernas se introdujeron debajo de las bajas patas de madera del sofá por entre las piernas del hombre.

Una vez así, pegó el rostro al suelo y alzó las caderas, echando el cuerpo hacia atrás de manera que u culo se alzó hasta quedar al alcance del hombre sentado en el sofá, completamente expuestos sus orificios. Su interior ardía por la excitación mientras hablaba con dificultad desde su posición

  • Aquí los tienes. El culo y el coño de tu zorra, listos para tu rabo -consiguió decir mientras hacía un esfuerzo adicional para mover el culo frente al hombre. Este no respondió y ella creyó que no le había escuchado. El repentino ardor de un nuevo azote la sacó de su error.

El hombre se echó hacia adelante y comenzó a acariciar y sobar ambas nalgas a la vez como el coleccionista que disfruta de tacto de la pieza más apreciada de su colección.

“Hala, como si fueran suyo -pensó ella con el rostro pegado al suelo. Se corrigió-. ¡Que coño, es que es suyo. Yo se lo acabo de regalar”.

Los dedos del hombre se enredaron entre las tiras laterales del tanga y tiraron de ellas a la vez. Esta vez no hubo bufido de dolor. Solo gemido de placer. El placer y el dolor ya eran lo mismo. Ya no los distinguía.

Otro relámpago de placer le siguió cuando varios dedos del hombre penetraron en su coño y comenzaron a jugar en su interior.

  • Antes de usar las cosas conviene prepararlas, ¿no te parece?

Ella no pudo responder. Su interior parecía hervir con el aumento del placer que provocaban las caricias y tirones de los dedos del hombre. En un momento dado los sacó sujetó fuertemente sus nalgas y se dobló hacia adelante. Cuando ella sintió su lengua jugando con los labios de su coño y saboreando su vagina supo que estaba en el límite del orgasmo.

Nadie se lo pidió, nadie se lo ordeno, pero se contuvo. Quería que esa sensación durara para siempre. Que esa situación no acabara nunca. Arrodillada, ofrecida y humillada suplicando por una polla, suplicando ser follada, mientras el hombre conseguía que el placer llegar y se fuera en oleadas, a veces por el dolor de los pellizcos en sus labios, a veces por las caricias en el interior de su coño.

No veía otra cosa que la puntera del zapato del macho que la había colocado en esa situación y que ahora jugaba controlando su placer . Tampoco se lo exigió nadie pero estiró todo lo que pudo el cuello y comenzó a besar la puntera negra y lustrosa de ese zapato.

  • Gracias… Por favor -susurraba cada vez que un descanso del hombre le permitía dejar de morderse el labio inferior para intentar contener el estallido de placer- Gracias…, por favor.

No hacía falta completar las frases. Ella no lo necesitaba porque sabía que él comprendía que le estaba dando las gracias por todo el placer recibido y le estaba suplicando que lo llevara hasta el final. Los besos en los pies de él eran las palabras con las que completaban esas frases.

  • Venga, zorra, te lo has ganado -dijo él por fin.

Le sonó a gloria y espero sentir como el hombre la sujetaba por las caderas  y la clavaba la verga en el coño, en el culo, le daba igual. En donde él quisiera. Pero no ocurrió.

  • Venga, antes de que cambie de opinión-

Comprendió que tenía que hacerlo ella. Que la verga era el premio y los premios hay que recogerlos, no se entregan ellos mismos. Intentó alzar las manos para buscar la verga pero en esa posición le resultaba imposible. La frustración afloró a sus ojos en forma de lágrimas “¿Cómo espera que me empale en su polla en esta posición?”

Entonces la sintió. El hombre había consentido en colocarla para que ella pudiera clavarse. En cuento sintió el glande en el centro de su vagina movió las caderas hacia atrás y se empaló. En ese mismo instante le llegó el primer orgasmo tanto tiempo contenido. Las oleadas se repetían cada vez que desde el suelo, a cuatro patas como una perra, se clavaba una y otra vez esa verga en sus entrañas.

El orgasmo pasó  pero ella siguió clavándose rítmicamente en la polla, dándole placer. Comprendía la situación y la excitaba. Ella siempre había sido el premio, la que consentía en follar. Ahora no. Ahora era al revés.

Así siguió durante un buen rato. Quince minutos, una hora. No lo sabía. El tiempo no importaba. O, para ser exacta, el tiempo lo marcaban los ritmos que la polla que la taladraba exigía. Cuando quería acelerarlo, el hombre la flagelaba las nalgas o la espalda hasta que alcanzaba la velocidad deseada. Cuando quería que ralentizara su ritmo a veces se inclinaba sobre ella desde el borde del sofá y sujetaba sus tetas, que se bamboleaban adelante y atrás y las apretaba fuertemente mientras las sobaba como para obligarla a frenar

“Dirigiéndome como a una yegua que cabalga” -pensó en una ocasión- “no me está follando, me está domando”

Era cierto, ella hacía todo el esfuerzo, sus caderas iban y venían sin descanso, sudaba y el pelo se le pegaba a la cara y él solamente disfrutaba, cómodamente sentado, mirando desde arriba a la hembra que trabajaba sin descanso para lograr que se produjera su corrida.

Perdió la cuenta de los orgasmos que le llegaron durante la noche. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni cuantas veces había ido y vuelto del placer. Solo sabía que había llegado el momento. Cuando él alargó el brazo, la sujetó por la melena  y tiró hacia atrás supo que había llegado el momento.

Se clavó del todo en la verga y se quedó así, moviendo las caderas en círculos para no dejar de dar placer a la carne dura y ardiente que la estaba taladrando. No tardó en sentir el templado calor de la corrida del hombre. No tardó en dejar de sentirlo cuando su propio ardor orgásmico la invadió por enésima vez.

Y así se quedó, arrodillada y ofrecida, sintiendo como parte del tibio semen resbalaba por su espalda después de que él sacara la tranca que había disfrutado de su esfuerzo y de su coño a su antojo. No necesitaba hablar. No necesitaba levantarse. No necesitaba nada que no fuera sentir los últimos latigazos de placer que los postreros espasmos de su último orgasmo distribuían por su cuerpo.

Y así estuvo lo que pudo ser un minuto o una hora. A los pies del hombre que acaba de obligarla a humillarse para lograr un polvo, de ofrecerse a su polla, de esforzarse para conseguir una corrida. Del hombre que le había dado todo lo que durante mucho tiempo, a veces sin saberlo, había deseado.

Su voz la sacó de su seminconsciencia placentera

  • Ahora te toca elegir, puta mía -sonaba satisfecho, tenso, complacido, expectante

  • ¿De verdad?, ¿puedo yo decidir algo? -ella había intentado de nuevo el sarcasmo y de nuevo había fallado. Su voz había sonado a otra cosa. A entrega, a sometimiento.

  • Todo. Puedes decidirlo todo -dijo él mientras su mano acariciaba la espalda de la hembra que estaba entre sus piernas con el culo ofrecido- Para empezar tienes que decidir si esto ha sido una partida de exhibición o será el principio de un juego.

Su mente le decía que había estado bien, que era un recuerdo al que volver una y otra vez y que eso debía ser todo. Una sesión sorprendente y placentera con un ex. Pero su cuerpo, su deseo y sus sentimientos le gritaban pidiendo más, exigiendo que no acabara nunca.

  • Todo juego tiene sus reglas -dijo tanteando-

  • Son sencillas -el hombre hablaba mientras se levantaba- Tú decides cuando empieza y cuando acaba. Pero todo lo demás lo decido yo.

Se colocó frente a ella mientras terminaba de abrocharse el pantalón. Ella se incorporó pero no tenía fuerzas para levantarse así que decidió sentarse sobre los talones, permaneciendo de rodillas ante él y mirándole desde abajo mientras se colocaba la camisa.

“Míralo, yo desnuda, agotada y humillada y él casi ni se ha despeinado. No ha tenido ni que bajarse del todo los pantalones, el cabrón” -pensó con una mezcla de sorpresa y admiración mientras buscaba una respuesta. No le hizo falta, Él volvió hablar.

  • Si el juego sigue yo decidiré como, cuando, donde… todo

Cerró los ojos, tomó aire, lo soltó en un suspiro y habló.

  • Sea, juguemos

El hombre no contestó, se giró, dio un paso hacia la puerta, luego se detuvo y se golpeó con la palma de la mano la pierna dos veces.

Ella se quedó anonadada. El gesto era inequívoco. Era e gesto que el dueño hace para que su perro le siga, se ponga a su lado y avance junto a él, ¿de verdad quería que ella gatease junto a su pierna como una mascota, como una…?

“Perra -la palabra llenó su mente en un solo estallido de consciencia- Su perra, eso es lo que llevo diciendo toda la noche que soy, ¿no?, Su perra”

En dos gateos llegó junto a la pierna del hombre y este reanudo su caminar lento hacia la puerta para permitirla acomodar su gateo a su paso.

  • ¿Ahora me pondrás una correa? -dijo ella bromeando-

  • Eso hay que ganárselo, zorra mía, hay que ganárselo

Al llegar a la puerta, él se detuvo de nuevo, se acuclillo junto a ella la acaricio la espalda como si fuera el lomo de un animal, la dio dos golpecitos en la cabeza como quien dice “buena perra, te has portado bien” y luego se aceró a su rostro y la besó con un beso profundo, largo. Un beso que solo el amor puede provocar por su tranquilidad y la pasión generar por su intensidad.

Luego se incorporó y abrió la puerta

  • No quiero que haya malentendidos, perra. No jugaremos. Este juego es mío, las reglas son mías y yo soy el único jugador.

  • ¿Y yo no soy jugadora?

  • No, zorrita. Tú eres el juguete.

La puerta se cerró a espaladas del hombre.

Continuará