La Perra Cotidiana (2)

Mientras sirve y complace al Dueño ante todos, recuerda como empezó su vida de hembra esclava

El Dueño había vuelto a deslizar el pie de debajo del coño que le pertenecía y ahora se limitaba a charlar con su amigo mientras ella sabía que debía seguir mamando la poya que gobernaba su vida y frotando su coño esclavo sobre ese zapato hasta que recibiera una orden distinta.

Se aclimató al ritmo exigido por la verga y todo comenzó a hacerse mecánico,cotidiano. La cadenciacon la que la lamía y succionaba el verga a la que pertenecía, el ir y venir de su coño sobre la cada vez más húmeda piel del zapato. ya no necesitaba la mente para servir ycomplacer. No hasta que el Dueño requiriera un nuevo servicio.

Así, pudo concentrarse en recordar.

¿Podemos hablar?

Se quedó mirando el teléfono. No sabía porque había enviado ese mensaje. Habían pasado casi dos años desde que se fuera de aquel bar enfadada y en ese momento había decidido no volver a llamar o a comunicarse con ese hombre. Pero ahora, sin venir a cuento, le había enviado un mensaje por WhatsApp.

Se quedó observando como los checks, esas diminutas uves, iban sumándose y luego poniéndose azules. Ya lo había visto. El mal ya estaba hecho.

No

La respuesta fue seca, cortante. Nada de lo que había esperado o imaginado. Un solo no que no daba espacio a la interpretación, ni siquiera a la insistencia. Pese a ello. Lo hizo. Pensó en contestarle con una puya sarcástica o con una invectiva. Con algo que le hiciera estallar o por lo menos reaccionar. Pero en lugar de eso insistió.

De verdad que no te apetece

hablar conmigo?

A menos que vayas a ofrecerme ese

pequeño y maravilloso cuerpo tuyo

para cumplir con él todas las

fantasías que se me ocurran, no

Bueno, eso se puede arreglar… 😜

Piensa en algo y ya me cuentas.

Ahí quedo la conversación. Nada más. Al principio la indignó, luego la excitó. Era diferente, distinto. De hecho radicalmente distinto a como había sido su relación, si lo que habían tenido podía llamarse una relación. Él siempre proponía, planificaba, intentaba sorprenderla y ella… ella siempre rechazaba, demoraba. Eso había reducido su relación a varias citas divertidas y entretenidas, algunos encontronazos sexuales y un viaje a Lisboa de cinco días.

Eso hasta aquella discusión en el bar. Hasta que ella, como hacía siempre cuando los argumentos, los reproches o las preguntas de él la acorralaba, se había levantado y se había marchado esperando que ella que él la siguiera, se disculpara. Esa vez no lo hizo.

  • Eso -había dicho mientras ella se levantaba y cogía su bolso- haz lo que haces siempre. Huye.

Ella había parado en la caja de la entrada del establecimiento para pagar y darle tiempo a salir. No lo había hecho. Había encendido y fumado un cigarrillo en la calle esperando que en cualquier momento él apareciera casi corriendo por la puerta. No lo había hecho

Y al final se había marchado con una sensación extraña recorriendo su cuerpo y atravesando su mente. Con una excitación sorda que le hacía imaginar la escena de ella dándose la vuelta, entrando de nuevo en la terraza cubierta del local, saltando sobre él y follándosele allí mismo delante de todos.

Era esa sensación casi lo único que recordaba de lo ocurrido entre ellos. Mirando la conversación en la pantalla del móvil ahora se daba cuenta de que era esa sensación, solo esa, la que había hecho que intentara recuperar el contacto con él.

  • Si hombre -masculló con el smartphone en la mano-, vas apañado.

Pero media hora después estaba conectada a Internet mirando casas rurales para el siguiente fin de semana. Era un fin de semana largo, con un día festivo el lunes. Más largo para ella que el martes tenía el día libre por los turnos de la empresa en la que trabajaba.

Pensó que no sabía si él podría ampliar su puente hasta el martes. Estuvo tentada de llamarle para preguntárselo pero no lo hizo. Sonrió al darse cuenta de que eso era lo que él quería. Que viviera lo que él había vivido. La incertidumbre y la ilusión al mismo tiempo de preparar una sorpresa mientras se imagina una y otra vez que va a salir como tú deseas que salga. Su sonrisa se amplió. Ella jugaba con ventaja. Sabía que él diría que sí.

Cuando todo estuvo preparado. Le mando el enlace de la casa en un mensaje de WhatsApp

De puente hasta el martes?

Esperó a que se completara todo el ritual de la aplicación… un check, los dos, el color azul, la espera, los puntos suspensivos intermitentes que anunciaban que él estaba escribiendo…

De acuerdo. Nos vemos allí a mediodía.

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El sábado a mediodía estaba ante el espejo del salón de la casa rural. Un adorno con un marco de madera clásico. Así era todo el mobiliario de la casa. A ella le gustaba. Era mediodía y él no había llegado. Él siempre era puntual. Siempre llegaba antes de la hora cuando quedaban. Se corrigió en su propio pensamiento. Eso era antes. Ahora él jugaba a ser ella. Y ella siempre llegaba tarde, no demasiado, pero tarde.

Se contempló. Se había puesto los pantalones ajustados color verde militar con rotos estratégicos en muslos y rodillas que sabía que a él le gustaban tanto. Los que marcaban y levantaban bien su culo, pequeño pero firme por la natación y las caminatas que hacía por el campo y la ciudad. La blusa negra semitransparente en los brazos y el escote con el push up. Uno de los conjuntos que él siempre había dicho que prefería.

Se giró abandonando su imagen en el espejo cuando escuchó el picaporte de la puerta de entrada. Era antiguo, de hierro forjado y chirriaba. Tras una tentativa la puerta se abrió y él apareció.

Estaba como siempre, como le recordaba. Quizás un poco más gordo -nunca había sido un adonis precisamente- y con la barba más poblada. Se detuvo a metro y medio de ella y la observó.

Ella vio lo que había cambiado. Un brillo distinto en la mirada. De picardía, de seguridad…

  • ¿Qué miras tanto? – saludo ella a modo de provocación alzando los brazos en cruz-, ¿te gusta lo que ves?

  • Desnúdate – Ella se congeló. No era un chiste, no era una broma. Era una orden directa y escueta. Una orden que él esperaba que cumpliera.

  • ¿Sin hablar antes ni nada? -ella siguió con el tono jocoso-

  • Hablaremos cuando hayas puesto tu cuerpo a mi disposición para cumplir todas mis fantasías -sonrió por primera vez con una sonrisa torcida muy suya pero que también era distinta- ¿no era ese el trato?

Ella se quedó paralizada. La excitación le subía por el interior de los muslos y parecía saltar de ahí a su rostro, que sentía cálido y palpitando al mismo ritmo que su corazón. Se llevó las manos a los botones de la blusa. Desabrochó el primero.

  • ¿Me ayudas? -dijo clavándole la mirada-.

Se vio sorprendida por la velocidad a la que él recorrió la distancia que los separaba. Un segundo después estaba a un centímetro de ella. Sus manos se engarfiaron en la blusa y tiraron de ella en direcciones opuestas. El repiqueteo de los botones de nácar chocando con el suelo se mezcló con el del fino tejido, rasgado en alguna parte oculta de la prenda.

“Ya está”, pensó. Ya había ganado. Ahora él la sujetaría por la cintura y la follaría. Eso es lo que a ella le gustaba. Sabía que por eso se hacía tanto de rogar, que por eso cuanto más le gustaba un hombre más problemas le ponía para quedar, para verse. Eso hacía que la excitación aumentara y cuando veían por fin la puerta abierta entraban a saco, la tomaban con toda su fuerza, la arrastraban a un sexo primitivo, sin palabras, sin arrumacos, casi sin besos. La follaban como si hacerlo fuera lo que más deseaban en el mundo, en su vida.

Pero no ocurrió. Casi perdió el equilibrio cuando él se apartó de golpe y recuperó la distancia.

  • ¿Contenta? -siguió hablando sin esperar respuesta- Desnúdate.

Ella lo hizo. Una nube de excitación la embargaba. La impedía pensar, replicar, resistirse. Se deshizo de los restos de la blusa dejándolos deslizarse por sus brazos. Cayeron al suelo como una piel mudada por otra nueva.

Llevó las manos a la espalda para desabrochar el sujetador. Tenía los dedos sudorosos y no paraba de darle vueltas a qué haría cuando la prenda se desabrochará. Tenía que mantener la espalda firme para que sus pechos siguieran turgentes perdido el soporte del sujetador. Estaba a punto de hacerlo cuando escucho la voz de él desde el otro extremo del salón.

  • Eso no. Todavía no. Los pantalones.

Obedeció. Cada orden la excitaba más, la alejaba más de la realidad. No era como él había sido siempre. No era como ella lo esperaba. Era como lo había soñado, como siempre lo había soñado. Pero curiosamente no con él. Con otros, pero no con él. Y la sorpresa de que fuera él la excitaba aún más. Se desabrochó el botón del pantalón y luego bajó la cremallera. Comenzó a bajárselos. Eran ajustados, muy ajustados y tenía que contonearse para que fueran bajando.

  • Así no -habló él y ella congeló su movimiento- Date la vuelta. Enséñame lo bueno.

“Lo bueno” -pensó ella mientras seguía un segundo paralizada. Con las manos en la cintura del pantalón. Él sabía que ella consideraba que su culo no era lo mejor de su anatomía. No estaba especialmente orgullosa de él y de ahí los suéteres largos que lo cubrían, los pantalones que buscaban reafírmalo, la natación… El orgullo y la vergüenza se mezclaban casi a partes iguales en su mente mientras se giraba despacio para mostrarlo y desnudarlo ante el hombre que con esa sola frase había conseguido sumirla en esa tormenta de pensamientos, en esa excitación porque alguien considerara “lo bueno” su culo, por tener que mostrar abiertamente una parte de su cuerpo de la que a veces se avergonzaba.

  • No es tan espectacular como para que valga por sí mismo -dijo él-, muévelo. Que yo lo vea moverse.

Ahora la rabia la encendió, junto con la excitación y el deseo. “¡Que no era tan espectacular!” ¡Ahora verá! Comenzó a mover rítmicamente las caderas mientras hacía descender el pantalón recordó sus experiencias juveniles como gogó para pagarse los estudios y las copas y lo agitó en círculos mientras hacía descender la prenda por sus piernas. Sonrío. Lo hizo al darse cuenta de que su rabia la había llevado a hacer por instinto, casi sin pesar, aquello que él quería. La conocía, sabía cómo motivarla, sabía cómo iban a ser sus reacciones. Ella había creído conocerle también pero, mientras sacaba alternativamente los pies por las perneras para volver a encajarlos en los altos zapatos de tacón, se preguntaba de donde había sacado ese control, esa seguridad, ese arrogante dominio que ahora creía poder ejercer sin reparos sobre ella, dónde lo había tenido escondido, por qué no lo había puesto en práctica si sabía que eso la excitaba.

Pero si la conocía sabía que pronto acabaría. El juego estaba bien. La había excitado sobremanera pero ya era hora de tomarla, de follarla, de desatar ese sexo furioso que a ella le gustaba y en el que recuperaba el control.

  • Quédate así -obedeció la orden sin rechistar. Sin pensarlo, sin dudar. Su excitación ya ocupaba toda su mente. No había espacio ni tiempo para nada más. Se quedó en escuadra, con el culo expuesto y tan solo cubierto en su raja central y su orificio por el minúsculo tanga. Le escuchó acercarse.

“Me va a follar así, sin más -pensó-. Me empalará por detrás aquí mismo y de pie, sin ni siquiera mirarme a la cara, sin ni siquiera haberme dicho buenos días. ¡Por favor, que lo haga! -afianzó sus manos a la altura de las pantorrillas para resistir el empeñón-. Ahora me arrancará las bragas y me follará sin ni siquiera pedir permiso…

Los pasos se detuvieron. El silencio se hizo espera, la espera se convirtió en deseo, el deseo se transformó en excitación.

  • Gírate y mírame -la excitación bordeo el desespero. Pero obedeció-.

Se irguió y se giro despacio. Él estaba de nuevo a escasos centímetros de ella. Contempló de arriba abajo su cuerpo tan solo cubierto por el push up negro y el tanga negro y elevado sobre los trece centímetros de sus tacones negros. Sonrió. Aún no la había tocado. Ni una caricia, ni un magro. Nada. De repente la cogió por la cintura, la pegó a su cuerpo y la besó. Ella no tuvo tiempo ni de devolverle el beso. Ni de buscar su lengua con la suya. Un segundo después los dientes de él se clavaban levemente en su labio.

Luego de nuevo la distancia.

  • De rodillas

“Ah, eso no! -el pensamiento estalló en su mente-. Me gusta que me arrastren, que me arrojen al sexo, que me arrebaten, pero no voy a consentir que me humillen-.

  • Ni de coña -contestó con la voz casi en un hilo. Luego lo repitió más alto- Ni de coña.

  • De acuerdo. Como quieras.

El se giró y se encaminó hacia la puerta de la casa. Ella se quedó anonadada. La tenía ahí desnuda, después de haber hecho un striptease tan solo para él, cachonda y caliente y se daba la vuelta y se marchaba sin más. El ardor de la rabia comenzaba a superar al de la excitación. Él seguía caminando despacio hacia la salida de la casa. Había dado cuatro o cinco pasos y estaba a punto de desaparecer por la puerta del salón que daba acceso al vestíbulo de entrada.

Y entonces el latigazo volvió. Retornó la sensación que tuviera en la puerta del local hacía un par de años cuando él no apareció. Algo que no sentía desde entonces, esa ansia irrefrenable, casi dolorosa de lanzarse a por el y follarle. Follarle sin que nada importara en el mundo más que eso.

  • ¡Espera! -otro paso- ¡Por favor, espera!

Él se detuvo y permaneció de espaldas como haría un robot que solo estuviera programado para responder a órdenes sencillas y directas.

  • ¿hasta cuándo durará este juego?

  • ¿Es un juego? -devolvió la pregunta con otra si dejar de darle la espalda

  • ¿Qué otra cosa puede ser? -ella también sabía jugar a eso-.

  • Una relación, una vida… tú decides

Ahora le daba el control. Le daba la capacidad de decidir. Ahora, después de haberla exigido arrodillarse ante él cuando podía haberla disfrutado y follado a su capricho, le decía que ella decidía. Odiaba cuando él hacia eso. Nunca lo había hecho en esas circunstancias, pero lo había hecho antes. Proyectaba una velada, un viaje, cualquier cosa hasta el más ínfimo detalle y luego le otorgaba a ella la capacidad de decidir, de cambiarlo, de negarse. Mientras estuvieron juntos ella había eludido esa responsabilidad. Esta vez no lo hizo. Sabía que si lo hacía todo habría acabado sin empezar

  • Sea un juego, pues -dijo ella y anticipando la respuesta comenzó a arrodillarse aunque él seguía de espaldas. Sonrió cuando las palabras de él confirmaron que había acertado

  • Si cuando me gire no estás arrodillada, no habrá juego. No se puede jugar si se incumplen las normas.

Se giró y la contempló arrodillada en el centro del salón. Su sonrisa se amplió, se modificó, se hizo triunfal, casi perversa. Se acercó y giró varias veces a su alrededor. Finalmente se detuvo frente a ella que, con el rostro a la altura de su entrepierna le desafiaba mirando hacia arriba y clavando su peculiar mirada ambarina en sus ojos.

Solo entonces la toco por primera vez. Su mano izquierda de se deslizó primero por su mejilla, luego por su cuello y finalmente se introdujo entre el sujetador y uno de sus pechos. Lo apretó y lo magreó lentamente. El tacto del hombre la ardía en la piel. Del calor de la rabia ya no quedaba nada. Todo era excitación.

Mientras repetía lentamente la misma operación en el otro pecho, agarró el pezón con dos dedos y lo retorció un poco. Ella gimió de forma casi inaudible

  • ¿Para qué has traído estas maravillosas  tetas aquí, magnífica perra? – le pregunto mientras volvía a magrear la última de la que se había enseñoreado su mano-.

La insultaba y la algaba al mismo tiempo. La conocía. Su mente su hubiera fijado en el sustantivo si hubiera estado solo, pero su ego y su ansía tan solo podían fijarse en el epíteto que lo acompañaba.

  • Magnífica”, “maravillosas”, “magnífica” se repetía su mente una y otra vez aumentando su excitación. El “perra” había dejado de existir. El mensaje de WhatsApp volvió a su mente de repente como una imagen extraña entre esas nubes de su excitación. Le estaba exigiendo repetirlo, decirlo en voz alta, reconocer lo que ambos sabían. El juego era eso. O al menos una parte. Hizo un breve ejercicio de memoria y habló

  • Para ponerlas a tu disposición y que hagas con ellas lo que quieras. Para que cumplas con ellas todas tus fantasías -su voz salía entrecortada, jalonada de exhalaciones de aire que casi eran disparos de su ardiente aliento. Sus ojos estaban cerrados-.

  • Chica lista, siempre lo has sido -su voz le sonó de repente más cercana. Abrió lo ojos y vio su rostro apenas a unos centímetros del suyo. Estaba serio, no sonreía, parecía concentrado. La mano abandonó el rítmico magreo de su pecho con un último pellizco en el pezón y comenzó a descender sobre su vientre. Ella lo contrajo por instinto para hacerlo lo más plano posible. La mano lo recorrió lentamente dejando una estela de calor en su piel hasta que la introdujo en el interior del mínimo tejido del tanga, abarcó su coño, ardiente y húmedo desde hacía muchos minutos, y comenzó a masajearlo circularmente, presionando ocasionalmente con más fuerza.

  • ¿Y para qué has traído hasta aquí este jugoso coño?

  • Para ponerlo a disposición de tu verga, pedazo de cabrón -volvió a cerrar los ojos ante las oleadas de calor que el masaje producía- Para que pueda hacer todo lo que quiera y follárselo de todas las maneras que tu pervertida imaginación se invente.

La risa de él sonó tan genuina que por un ínfimo instante la excitación dejó un mínimo espacio a la diversión. Con los ojos cerrados, sonrió.

  • Esa es mi puta. Desafiante siempre que puede -dijo él al tiempo que acrecentaba el ritmo del mansaje e introducía un dedo entre los labios del coño de la hembra que estaba arrodillada junto a él, obediente a todos sus caprichos.

continuará