La Perra Cotidiana (1)
Su vida y su pasado como hembra esclava
- Es una zorra bastante obediente, ¿verdad putita?
La frase la sacó de su ensimismamiento. Hasta ese momento la conversación apenas le había importado, a lo único que estaba atenta era a la mano del hombre que acariciaba y magreaba su culo por encima de la falda. Era a lo único que tenía que prestar atención, cualquier mínimo cambio en la presión, cualquier pellizco o cachete hubiera significado un deseo, una orden, algo que el hombre deseaba de ella y que ella, por supuesto, tenía que cumplir sin rechistar.
La mano descendió sin pudor hasta media pierna para volver a ascender por debajo de la falda mientras ella contestaba
- Mi único deseo en esta vida es serviros y obedeceros, Dueño y Señor. No existo para otra cosa -.
La mano del hombre, ya completamente metida bajo la falda, buscó su coño por entre las piernas. Ella abrió un poco las piernas para facilitar el acceso a aquella mano que se enseñoreaba de su sexo en mitad del bar en el que estaban. Sabía que el movimiento haría que la falda, estrecha y corta como le gustaban al hombre que las luciera, se levantara y dejara al menos parcialmente al aire sus nalgas, pequeñas, firmes y redondas, exponiéndolas ante todos los que estaban en aquel bar.
La mano penetró entre sus piernas y acarició dulcemente los labios de su vagina sin encontrar impedimento alguno. Hacía meses que no lo encontraban, que las manos, la verga o cualquier otra cosa que el hombre, que ahora tiraba suavemente con dos dedos de sus labios vaginales, deseara introducir entre sus piernas, no hallaban impedimento alguno para hacerlo. Desde que aquel hombre se había transformado en su Dueño y le había ordenado no llevar ropa interior inferior jamás a menos que él lo permitiera.
Aquellas caricias eran un premio a su acertada respuesta sin duda. Ladeada sobre la barra pudo sentir como varias miradas se fijaban en su parcialmente expuesto culo. No le importó. Ya no le importaba eso. Lo que sí importaba era lo que el Dueño estaba diciendo. A todo lo que el Dueño decía había que prestarle atención.
- Además está bastante bien entrenada -dijo el hombre sin dedicarla atención mientras pellizcaba un labio de su coño con fuerza sin mirarla siquiera y ella apretaba más su cuerpo contra él de él para soportar el punzante dolor. Pero el dolor tampoco importaba, lo único que importaba era la orden recibida en silencio de su Dueño a través del pellizco. Había que obedecerla.
Se arrodilló deprisa entre la barra y el cuerpo del hombre y mantuvo el rostro pegado a su bragueta. Él la frotó varias veces contra su cara. La cremallera le araño levemente la piel. En esa posición esperó, con las manos a la espalda como se le había enseñado. No tuvo que esperar mucho tiempo, apenas unos segundos para escuchar el chasquido de los dedos del hombre. Sabía que a esas alturas mucha gente de la que estaba en el bar estaría pendiente de ella pese al tumulto y el ruido. Daba igual, era su obligación obedecer.
Suplico al Dueño que me conceda el honor de servir con mi boca a su verga - pidió pegando todo lo posible el rostro al paquete del hombre al que estaba suplicando que le dejara hacerle una mamada.
No sé si eres una puta digna de ello -dijo el hombre mientras su pie se adelantaba y se apoyaba en el escabel de la barra justo entre las piernas de la hembra que estaba arrodillada y humillada a sus pies-.
Esta zorra no lo es, Dueño y Señor, pero pese a ello os lo imploro. Nada hará más feliz a esta guarra que sentir su magnífica verga en la garganta -dijo la mujer al tiempo que colocaba su coño sobre el pie del hombre que la sometía a esa humillación y comenzaba a frotarlo contra él.
Permiso concedido -dijo el hombre y no tuvo que decir más. El mundo desapareció para ella arrodillada y con el paquete al que servía como única referencia de su visión. Pegó de nuevo la cara a la cremallera y la sujetó con los dientes para bajarla, luego siguió con la cinta del calzoncillo hasta que la verga que había suplicado mamar le golpeó en el rostro dura, firme, gruesa, exigiendo el servicio que había ordenado.
La besó con adoración y luego la introdujo en su garganta y allí la dejó todo lo que pudo. EL hombre se meneó en su boca un par de veces salvajemente, como demostrando que era esa verga la que mandaba, la que imponía el ritmo de la mamada y luego aflojó, la extrajo un poco hasta que la hembra arrodillada ante la barra pudo respirar.
Sin parar de frotar su coño sobre el zapato de su Dueño, la mujer comenzó a mamar despacio. La conversación seguía, pero para ella era intrascendente. Lo único que importaba era la verga que estaba mamando, a la que servía. Siguió acompasando el ritmo de la mamada al de su cabalgar a pelo sobre el zapato del hombre que seguía charlando como si tal cosa.
Ella estaba así, expuesta, semidesnuda, arrodillada ante él y comiendo su miembro sin descanso en un lugar público y él ni siquiera se dignaba prestarla atención, continuaba hablando como si tal cosa con su interlocutor.
-Eres una buena mamona, pero no te relajes, perra esclava -escuchó decir a su Dueño-. Y eso fue un acicate para incrementar el ritmo de la mamada y empezar a usar la lengua que movía en círculos alrededor del glande al tiempo que mantenía la gruesa verga dentro de su boca. En ocasiones paraba para respirar un poco, un segundo, aprovechaba para respirar un poco mientras besaba el capullo o lamía la tranca antes de volver a introducirla en su boca.
Y así seguiría hasta que el Dueño de su vida y de su cuerpo diera una contraorden. SI se Dueño le otorgaba el honor de correrse en su boca tragaría el semen y seguiría mamando y lamiendo la verga para limpiarla hasta que él la arrancara de dentro de su boca.
Así era su vida, así tenía que ser. Así era desde que volvió y el hombre la convirtió en lo que era ahora. Mientras saboreaba y succionaba la verga que era la dueña absoluta de su existencia, recordó como había sido. Como empezó.
“Ese maldito WhatsApp, Ese bendito WhatsApp” – pensó un instante mientras tomaba aire para seguir succionando la verga que se alojaba en su garganta. No sabía si había sido el comienzo de su suplicio de su felicidad.
Ella, que había ignorado a ese hombre cuando era cortés y atento, ahora se encontraba sometida a cada uno de sus caprichos, atenta a cada uno de sus deseos, obediente a cada una de sus órdenes por humillantes que fueran. Y todo había ocurrido por ese WhatsApp, ese bendito o maldito WhatsApp.
No tuvo mucho tiempo para pensar más, el miembro de su Dueño fue arrancado de su boca. El hombre seguía hablando
- Está adiestrada para esto, querido amigo -comentaba su propietario a su interlocutor a quien ella no podía ver. Ella solamente podía ver el bálano, duro e inhiesto que estaba a pocos milímetros de su boca. Ese era todo su campo de visión, todo su mundo, toda su vida- Sabe que en todo momento tiene que está preparada para servirme y deseando hacerlo.
La mujer supo que lo había hecho bien.
En cuanto la verga había sido apartada de su boca ella la había perseguido, había estirado el cuello para poder volver a introducirla en ella y seguir succionándola y devorándola. El Dueño quería que siempre se mostrase ansiosa de ser usada como juguete sexual, como esclava.
La rodilla del hombre al que pertenecía se apoyó en su hombro y la impidió alcanzar el miembro que debía ser objeto de su adoración. Permaneció entonces quieta, con la boca abierta y la lengua fuera, en una muda súplica de volver a tener la poya de su Dueño y Señor ente los labios. El pie del hombre que regía su existencia seguía jugueteando debajo de su coño forzándola a frotarse como una perra en celo contra su zapato.
No dejó de sorprenderse de que, pese a que sabía que estaba en un local público, pese a que sabía que cualquiera podía verla, ya no le importaba. Solo el calor que sentía en su entrepierna y en su interior, solo el placer anticipado que sabría que no podía podría disfrutar si su Dueño no la daba permiso para hacerlo.
Aquel hombre había conseguido que nada la importara. Ella, que siempre había pensado en la imagen, en la opinión social, ahora solo tenía un pensamiento: servir y complacer al Dueño y a su miembro, ganarse el derecho a un poco de ese placer que el hombre que la dominaba y la sometía a sus deseos administraba a capricho. De momento ni siquiera pensó en solicitar permiso para poder correrse. Sabía que le sería negado. El Dueño estaba haciendo una demostración de su adiestramiento y no querría interrupciones.
Ya era buena mamona antes de que la domara por completo -comentó el hombre mientras distraídamente bajaba la mano y sujetaba por detrás la cabeza de la hembra que era su esclava y estaba arrodillada a sus pies con la boca abierta esperando su verga- ¿verdad, zorra mamapoyas?
Esta zorra mamapoyas siempre ha sabido que su función en la vida era adorar vuestra verga, Dueño y Señor -dijo la mujer al tiempo que intentaba alcanzar con la lengua el capullo para poder lamerlo.
No pudo hacerlo. Los dedos del hombre al que servía se engarfiaron en su pelo y tiraron de su cabeza para atrás. La cabeza golpeo contra la barra al tiempo que la puntera del zapato se clavaba en su vagina provocándole una oleada de dolor por el que ella se forzó a no emitir ni un quejido.
¿Qué había hecho mal? Se había referido a si misma por el humillante nombre que le había dado su Dueño, ese no era el fallo. Se había mostrado ansiosa y entregada, ¿Cuál había sido su fallo?
De nuevo la puntera del zapato la golpeó la vagina. Hubiera querido gritar, hubiera querido poder arrojarse a los pies de su propietario y besarlos y lamerlo suplicando perdón para que él viera que estaba arrepentida. Hubiera deseado poder arrastrarse hasta donde el hombre a cuyo bálano servía sin descanso tenía las herramientas de la doma para llevárselas y suplicarle que la castigara por su error y la enseñara a no cometerlo de nuevo, aunque no sabía cuál había sido ese error.
Pero no podía hacer nada de eso. La posición se lo impedía. Debía soportar el castigo hasta que el Dueño considerara que había sido suficiente.
Aún tiene un defecto que pulir – dijo el hombre mientras seguí golpeando el coño de que era dueño con la puntera del zapato – Antes de domarla estaba muy acostumbrada a mentir a los hombres para tenerles contentos y aún lo hace de vez en cuando. Cree que con las palabras puede engañarme.
No me mientas, mamapoyas -le dijo el hombre mirando por primera vez hacia abajo donde tenía arrodillada a la hembra a lo que humillaba y golpeando de nuevo su cabeza contra la barra- Dinos la verdad a mi amigo y a mí.
Esta zorra mamapoyas, antes no conocía su lugar, pero gracias al Dueño ha aprendido que su única misión en la vida es ser juguete de su poya, esclava de su dominio, y juguete de sus caprichos. EL Dueño ha enseñado a esta mamapoyas su verdadero lugar.
Iba a decir algo más pero no pudo. El Dueño debía estar complacido con su respuesta porque apenas tuvo tiempo para sacar la lengua antes de que su miembro se alejara completamente en su garganta y su mano empujara su cabeza hacia adelante para obligarla a devorar hasta los huevos la verga de la que era servidora y juguete.
- Buena chica -dijo mientras se meneaba en su boca primero a golpes duros y luego circularmente, como en un baile de caderas. Ella, complemente a torada por la tranca que seguía alojada en su boca no pudo decir nada. Solo pudo usar la punta de su lengua para lamer los huevos que estaban pegadas a sus labios.
Había sido buena esclava y el hombre que había convertido su cuerpo en su juguete y su voluntad en su esclava la premiaba follándole la boca. El pie volvió a frotarse contra su coño y ella se dejó ir consciente de que esa corrida también era un premio, aunque no hubiera suplicado por ella.
Luego lamería el zapato para limpiarlo, suplicaría perdón por correrse sin permiso si su Dueño y Señor así se lo exigía y aceptaría el castigo si llegaba, pero ahora no había nada en su mente más que el placer que llegaba a su cuerpo en oleadas mientras la verga que era absoluta dominadora de su vida se clavaba una y otra vez en su garganta.
Se corría mientras era humillada en público, se corría mientras era usada como un simple juguete, se corría mientras todos la veían sometida y casi desnuda devorando hasta la raíz la poya de un hombre que ignoraba todos sus esfuerzos acodado en la barra y follaba su boca sin piedad.
No supo si se corría pese a todo eso o por todo ello. Lo que sí supo es que se corría como una buena esclava debe hacerlo.
Hacía unos meses le hubiera parecido imposible pero ahora no solo le parecía lógico y normal, también la hacía feliz.
El Dueño suavizó la presa que mantenía sobre su cabello y dejó de empujar su cabeza hacia adelante pero no dejó de menearse follando la boca de la hembra que le servía como esclava.
Los espasmos del orgasmo iban y venían por todo su cuerpo y ella se contrajo, la mano del hombre acarició suavemente su cabello y ella supo que su placer estaba permitido, que era un premio por haberse portado como una buena perra y haber dejado al Dueño en buen lugar. El movimiento de la tranca en su garganta se hizo menos frenético, más lento y ella aprovechó para poder introducir de nuevo la lengua en su interior e intentar lamer el glande cada vez que podía.
Su Dueño le estaba follando la boca y ella tenía que agradecerlo como pudiera. Así era su vida, así había elegido que fuera en poder de aquel hombre que la exigía lo que ningún otro había hecho.
La verga se detuvo y ella comenzó a succionarla lentamente, con una cadencia constante mientras la lengua buscaba el glande una y otra vez dentro de su boca y lo acariciaba con movimientos circulares.
El Dueño había vuelto a deslizar el pie de debajo del coño que le pertenecía y ahora se limitaba a charlar con su amigo mientras ella sabía que debía seguir mamando la poya que gobernaba su vida y frotando su coño esclavo sobre ese zapato hasta que recibiera una orden distinta.
Continurá