La perra chochete (4)
Siguen las humillaciones
La perra chochete (4)
Me llevé una sorpresa al ver que mi destino era la casa de la Señora. Me mostró su piso, era amplio, muy elegante, con bonitos muebles. Quedé fascinada al ver su habitación con su vestidor y baño particular. La ayudé a quitarse la ropa. Le preparé el baño. Me permitió frotarle la espalda. Luego tuve que esperarla frente a la bañera, de rodillas, sujetando una toalla con mis manos. Se envolvió en ella. Todos sus movimientos emanaban una sensualidad desconocida para mí. Se sentó frente el tocador y me ordenó cepillarle el pelo.
Vestida ya con un camisón semitransparente me condujo a la cocina y en dos cuencos vertió lo que iba a ser mi cena. No era nada apetitosa pero la devoré rápidamente.
La Señora se había acomodado en el sofá de la sala y miraba la televisión.
Acudí a su llamada y me tuvo tumbada a sus pies, jugueteando con su perra, que si un dedo en mi boca y yo lo lamía, que si un pié en la tripa, su mano acariciando mi cabeza…hasta que se levantó el camisón dejando su coño enfrente de mis ojos y tirando de la correa hundió mi cara entre sus muslos. En ese instante yo ya tenía la lengua fuera y ansiaba por chupárselo, por juguetear con su clítoris, en definitiva, por darle todo el placer que fuese capaz. Me estaba convirtiendo en una buena comecoños porque pronto empezó a gemir mientras yo saboreaba sus cada vez más intensos fluidos y hasta que se corrió no paré de chupar y chupar.
“chochete, te has portado muy bien y te voy a premiar ”. El premio consistió en dormir en su habitación, en el suelo, pero con el chocho y el culo ocupados por sendos consoladores que no dejaron de vibrar en toda la noche, arrancándome no sé cuantos orgasmos. Creo que me dormí cuando los dos juguetes dejaron de funcionar.
Me despertó la Señora con “¿cómo ha pasado la noche la perra? Ufff, que mala cara que haces, que ojeras … ¿Qué has dormido poco, chochete?” Como si ella no supiera la respuesta tuve que decirle que había dormido poco. “Eso quiere decir que tus nuevos amiguitos se han portado bien contigo. Jajajajajaa. Prepárame el desayuno: zumo de naranja, café y dos tostadas con mantequilla y mermelada. Cuando termine de ducharme y vestirme lo quiero preparado en la mesita de la sala”.
Para cuando la Señora apareció en la Sala, estaba ya todo a punto, y yo de rodillas a la espera de nuevas órdenes. “chochete, en mi habitación encontrarás la ropa que debes ponerte, mueve ese culo de puta”.
Era una bata, a cuadritos pequeños rojos y blancos, abotonada por delante, manga corta, que me llegaba a la altura de medio muslo. Un delantal blanco anudado a la espalda por un lazo. Unos calcetines cortos de color blanco y unas zapatillas rojas. Una vez vestida me presenté ante la Señora. Andaba con cierta dificultad ya que aún tenía los agujeros ocupados y eso me valió una reprimenda a la vez que se reía de mí diciéndome que era una inútil y que no sabía ni andar como una criada. De nada iba a servir que le dijera que los “amiguitos” me molestaban al andar por lo que bajé aún más la cabeza muerta de vergüenza y terriblemente humillada. Inspeccionó mi atuendo. Me ordenó ponerme de rodillas para peinarme. Hoy me iba a librar de las coletas a cambio de unas ridículas trenzas que empezaban a la altura de la sien y al final de ellas colocó un lazo rojo. Y, por último, adornó la cabeza con una cofia roja y blanca, a modo de gorrito, y en su parte trasera un lazo bien grande. Sí cuando esta perra se vistió y vio a la típica empleada doméstica, ahora con esos adornos, volvía a ser la chacha ridícula que ya no iba a pasar desapercibida sino todo lo contrario.
La Señora se apiadó de esta perra y le sacó los “amiguitos”. Me los hizo limpiar con la lengua antes de guardarlos y me permitió hacer mis necesidades, indicándome el cubo para mear y el periódico en el suelo por si quería cagar. Ya sabía el ritual: en cuclillas mear en el cubo y menearlo para expulsar las últimas gotas –no podía usar papel- y encima del periódico cagar para después recogerlo y tirarlo a la basura, evidentemente tampoco podía limpiarlo.
La generosidad de la Señora permitió que pudiese desayunar comiéndome sus sobras. Estuve de suerte ya que mi Dueña casi no había probado bocado. Para chochete fue un festín.
De nuevo ante la Señora y de rodillas escuché cuales iban a ser mis tareas. Quería que el piso quedase inmaculado y a la vez comprobar si una perra como yo si se la vestía de chacha servía y era capaz de hacer las labores domésticas, advirtiéndome que si debía reprenderme sería castigada, ya que ella no era tan permisiva como mi Señor, que me iba a enderezar y para ello tenía que ser severa con este animal.
“Mueve ese culo de zorra y empieza a trabajar, chochete, empieza por mi habitación y luego el baño, sigues con la cocina y por último harás la sala y la entrada”. Me puse de pie y después de hacerle una reverencia me dirigí a buscar los utensilios de limpieza.
Aprovechando que la Señora estaba entretenida en la sala con el ordenador, observé detenidamente su habitación, estaba un poco revuelta y empecé a ordenarla, hice la cama, recogí la ropa sucia y la llevé al lavadero. Saqué el polvo. El baño estaba contiguo a la habitación y lo limpié concienzudamente, poniendo especial atención en la bañera y sanitario. Puse toallas limpias. Y, de vuelta a la habitación para coger el cubo y la bayeta, mis ojos se fueron directos al armario, titubeé, escuché como la Señora tecleaba su ordenador y, sin pensarlo dos veces, lo abrí y ante mí aparecieron los vestidos más maravillosos que jamás había visto. Si hubiese estado sola me habría probado alguno de ellos, por lo que me conformé poniéndome uno de ellos por encima y mirarme en el espejo.
Tan ensimismada estaba que no me di cuenta de la presencia de la Señora hasta que la oí “cerda asquerosa, se puede saber que haces tocando mi vestido? Quien te ha dado permiso para abrir el armario?” Arrebatándomelo y volviendo a guardarlo mientras yo me postraba de rodillas suplicando su perdón, balbuceando excusas sin sentido. Me extrañó que no me castigara de inmediato y que me ordenara continuar con mis tareas. Decidí no hacerla enfadar y me puse a fregar el suelo. Con la cocina terminé pronto ya que apenas había cacharros por fregar. En la sala empecé a sacar el polvo de los muebles, sintiendo la mirada de la Señora fija en mí. Por el rabillo del ojo pude ver que el trabajo de la Señora consistía en hacer el bock de esta perra, el fotógrafo ya le había enviado las fotos por mail y Ella estaba escogiendo, imagino que, las más sugerentes y las más ridículas. “chochete, no hace falta que friegues la sala, ve a limpiar la entrada y cuando termines vienes”.
Le hice una reverencia a la Señora para indicarle que ya había terminado. Ella se levantó con una libreta y un bolígrafo en sus manos y me ordenó seguirla. Empezó inspeccionando la habitación e hizo una anotación, en el baño otra anotación, la cocina sin anotación y la entrada una anotación.
“chacha inútil y torpe, has cometido varios fallos que debo corregir. El edredón ha quedado arrugado, las toallas del baño no están bien puestas y has olvidado limpiar el espejo de la entrada por no hablar del episodio de mi vestido. Estos fallos son porque no has puesto la debida atención y no puedo pasarlo por alto. Eres una puta criada descuidada. Trae la zapatilla”.
Al volver con la zapatilla ya sabía lo que me esperaba. Sobre sus rodillas y con el culo al aire empezó a azotarme. A cada azote debía decir “soy una puta criada descuidada ”. Cada vez eran más fuertes y dolorosos por lo que me costaba decir la frase. “chochete, si no pronuncias claramente lo que eres tendré que volver a empezar”. Ante semejante amenaza intenté pronunciarla lo más clara posible. Fueron muchos. Cuando terminó, el culo me ardía de forma insoportable, por lo que una vez de pie mis manos fueron directas a las nalgas, para frotarlas y aliviarme un poco, pero me lo prohibió diciéndome “Esta es la primera parte de tu castigo, chochete. No te restriegues las nalgas, que eso sólo lo hacen las cerdas, o a caso quieres ser una cerda?. Sí, ya veo que deseas ser una cerda por lo que voy a complacerte”. Me colocó encima de la nariz un hocico de goma de cerda, sujetar la zapatilla con la boca, mientras arreglaba el edredón, las toallas y limpiaba el espejo. Luego me colocó a los “amiguitos” mandándome durante un buen rato al rincón de cara a la pared. De tanto en tanto los accionaba y sabía cuando debía detenerlos para mantener a la cerda caliente y al límite. En esa situación es difícil no moverse, mantener la compostura y sabía que eso me llevaría problemas. “¿La cerda no sabe ni estarse quieta cuando la mandan al rincón? Responde”
Empecé a explicarme pero me cortó en seco. “¿Desde cuándo las cerdas hablan? gruñe para responder chochete. Un groink será un SI y dos groinks un NO”. Estuve un buen rato en el rincón respondiendo a sus preguntas para familiarizarme con mi nuevo vocabulario. Cuando se cansó me ordenó de nuevo sujetar la zapatilla con la boca.
Sonó el timbre de la puerta y tuve que ir a abrir. Era un Señor que se identificó como el conserje de la finca mientras me miraba de arriba abajo, riéndose de mi reverencia y de mi aspecto. “Vaya, vaya, ¿pero que tenemos aquí y que es lo que eres?” La zapatilla me impedía responderle pero no sonrojarme. Pellizcó mis pezones, que respondí con una pequeña genuflexión ya que no podía sonreír, ordenándome que lo llevara ante la Señora. Podía notar sus ojos clavados en mi culo de puta.
La Señora se dispuso a atenderlo. Supe que se llamaba Alfonso aunque para mí señor Alfonso. “¿Qué haces aquí parada?, estúpida de mierda, mueve ese culo pestilente y vuelve a tu rincón, cerda” , me ordenó la Señora, acompañando la frase con una fuerte palmada en mi trasero y agradeciéndoselo con la reverencia me fui hacia mi rincón. “Ay, Alfonso, tengo que tener una paciencia con ella, es mi nueva criada, se llama chochete, y aunque se esfuerza está un poco verde aún, espero que los castigos la ayuden a mejorar”. Siguieron hablando de sus cosas. El señor Alfonso le contaba los problemas que había en el edificio, las últimas chafarderías, etc… y ya no supe más porque la Señora me ordenó ir a la cocina a preparar la comida.