La perra chochete (2)

En manos de la Señora

La perra chochete (2)

Como ya les dije en la primera parte es mi Dueño quien decide lo que debo o no hacer. El es quien decide en todo. Decide cuando su animal de compañía, por ejemplo, debe higienizarse por completo. A veces me tiene toda una semana sin poder pasar por la ducha, cuando esto sucede sí me permite limpiarme el hocico, más que nada porque así no le ensucio a El cuando hace uso de ese agujero.

Ese día que me dejó al cargo de la Señora, se notaba que necesitaba un buen lavado. Ya se encargó de decirme lo sucia que era porque apestaba. Yo ya no lo notaba, ya me había acostumbrado a él.

El apartamento, al ser un ático, dispone de una terraza. Mientras la Señora preparaba los enseres para limpiarme, empecé a desnudarme. A su orden me metí dentro del barreño a cuatro patas, recibiendo un buen chorro de agua fría que me hizo gritar ganándome con ello un buen azote en el culo y el aviso de que no quería oírme. Al ser un animal, los productos del baño, son los propios que se utilizarían con un perro. Me enjabonó y restregó todo mi cuerpo, prestando especial atención a los agujeros delantero y trasero y de nuevo otro buen chorro de agua fría para aclararme. Literalmente me tendió al sol para secarme –de rodillas, los brazos en alto y las manos sujetando la cuerda que uso para tender la ropa- mientras ella iba a por la ropa con la que vestir a la que ahora era su perra. Mientras el sol secaba mi cuerpo mantenía la mirada hacia el suelo para evitar mirar si algún vecino de las terrazas colindantes contemplaba la situación. Ignoraba con que ropa vendría la Señora, ya que como dije era mi Señor quien se encargaba de comprarla y al mantener el armario cerrado con llave no tenía ni idea de su contenido. Mi Amo siempre ha tenido muy buen gusto en el vestir, es muy elegante, por lo que imaginé que los vestidos de la perra también serían  bonitos y elegantes, no podía ser de otra manera ya que no creía que la Señora, bonita y elegante, quisiera salir con un adefesio de perra . Que ilusa. Pronto iba a comprobar que eso no era cierto y que siempre quedaría constancia de quien es una dama y quien una perra sumisa.

No pude ver bien la ropa que traía la Señora.

Me sacó del tendedero y lo primero que hizo fue colocarme el collar de perra –estaba claro que saldría con él a la calle- es de color amarillo y delante lleva una chapita con mi nombre “chochete” y detrás el nombre de mi Amo y su teléfono, por si me pierdo puedan reintegrarme de nuevo a El. Empezó a peinarme. Mi pelo es castaño y lo llevo bastante largo, unos cinco dedos por debajo de los hombros. Lo recogió en dos coletas altas, a la altura de la sien, dándome un aspecto más ridículo que aniñada. Las adornó con dos lazos de color rosa bien grandes. Siguió con unas medias de color morado muy tupidas sujetas a un liguero. Dudé cuando me dio las bragas, eran blancas. Más que bragas eran unos bombachos. Riéndose me dijo que era una perra mucho más estúpida de lo que le habían dicho, añadiendo que a las cerdas como yo les estaba vetada la lencería. No tuve opción. De hecho nunca la tengo. Tapé mis agujeros de perra con la bombacha descubriendo que cada muslo quedaba sujetado por un lazo también de color rosa. Me puso el vestido – era de color morado y rosa, de manga corta y escote cuadrado, con varias capas, ceñido a la cintura y la falda con mucho vuelo, formando tres capas, las dos primeras de volantes de color rosa y la de arriba y más corta era la morada al igual que la parte de arriba del vestido. A cada lado de la falda había un lazo de color rosa, en el escote otro lazo rosa, y de la cintura salían dos tiras hacia la espalda que quedaban sujetas con un gran lazo también de color rosa. Los zapatos eran unas manoletinas de color negro. Pintó los labios de esta perra de color rojo intenso y unas pecas marrones a la altura de las mejillas. Lo dicho, más que darme un aire infantil, que también, consiguió que estuviese ridícula en grado superlativo.

Mientras esperaba a que la Señora se arreglase estuve delante de un espejo de cuerpo entero con la orden de no apartar la mirada de él, sujetando los lados de la falda mientras hacia una genuflexión a modo de reverencia. Era por mi bien, para que mirándome a mi misma me acostumbrase y asumiese mi ridiculez más absoluta.

Le supliqué que por favor no me sacara a la calle vestida de esa guisa, que me daba muchísima vergüenza, que se iban a reír de mí, que estaba ridícula, caí de rodillas a sus pies suplicándoselo. Fue inútil. Lo que conseguí fue que me bajara esa braga horrible hasta las rodillas y tendiéndome sobre sus rodillas me diera una buena tanda de azotes con una zapatilla, no paró hasta que el culo de esta perra estúpida, desagradecida y desconsiderada, no adquirió un tono bien colorado. El escozor era terrible, las lágrimas bajaban por mis mejillas. Como pude le di las gracias por el correctivo –siempre debo hacerlo- y vencida y humillada alcé la cabeza para que abrochara la correa al collar y salimos del apartamento.

Por suerte para mí no nos cruzamos con ningún vecino y el ascensor nos llevó directas al parking. Antes de sentarme alcé el vestido para que fuesen las bragas las que quedasen en contacto directo con el asiento. Evidentemente, las piernas estaban bien separadas una de la otra. Advertí que al sentarme de esa forma, la falda quedaba subida dejando ver los lazos de las bragas e inconscientemente hice una mueca de disgusto. La Señora que no se perdía ninguna de mis reacciones me conminó a vigilar en todo momento que los lazos estuviesen siempre en su sitio, que ni se me ocurriera ocultarlos ni deshacerlos y que por mi bien esperaba que me comportase debidamente y acorde a mi condición. Nunca debía olvidar lo que era ni para lo que servía tanto si vestía de una forma u de otra o iba simplemente desnuda.

Durante el trayecto debía mirar por la ventanilla del coche. No quería ni imaginar las caras que debían poner los conductores de camiones y autobuses, que al quedar a más altura , podían verme en todo mi esplendor, pero tampoco me salve de eso, ya que debía dedicarles una buena sonrisa.

Vi que nos dirigíamos al centro de la ciudad, a la zona comercial. El mejor sitio para exhibir a la perra. Una vez aparcado el coche en el parking salimos a la calle. La gente al verme se reía, murmuraba, había quien pasaba de largo pero con la cabeza girada y otros se paraban para no perder detalle. La Señora iba orgullosa tirando de la correa y yo humillada y avergonzada la seguía con la cabeza gacha y las manos a la espalda. Creo que nos paramos a ver todos los escaparates de la calle principal. Lo de menos era lo que mostraban esos establecimiento, la Señora lo hacía para exhibirme con toda tranquilidad, sin prisas, pronunciando mi nombre “chochete” para hacerlo público y preguntándome si me gustaba esto o aquello. Mis respuestas carecían de importancia pero mi coño estaba totalmente encharcado.

Entramos en una cafetería –llena a rebosar- y volví a ser el centro de todas las miradas. El camarero nos condujo hasta una mesa, la Señora se sentó y me ordenó hacer lo mismo. Nunca he sabido subir la parte trasera de la falda de forma disimulada. La Señora miró el reloj contrariada comentando el retraso por lo que deduje que no íbamos a estar solas. Pasados unos minutos llegó la amiga de la Señora, se saludaron efusivamente, yo me puse de pie de inmediato y cuando me miró le hice una buena reverencia y no me senté hasta que me lo ordenaron nuevamente.

Hablaron de sus cosas. Cuando llegó el turno de hablar de mi. La Señora le dio todo tipo de explicaciones de quien y que era yo y en ese instante supe que mi Amo se había cansado de tenerme tanto tiempo ociosa por lo que había decidido sacar rendimiento de su perra. Me estaban ofreciendo, detallando que tanto podía servir como chacha, como juguete para divertir en una fiesta de niños, o como puta. Durante toda la hora en que estuvimos en la cafetería permanecí en silencio, como un objeto más del mobiliario.

Ese día no llegué a saber cual iba a ser mi destino ya que la Señora me envió a los servicios indicándome que esperara allí y que fuese educada con las posibles usuarias. Eso significaba hacerles una reverencia y responder a todas y cada una de las preguntas que quisieran hacerme.

Quien vino a buscarme fue la amiga de la Señora e introduciéndome en uno de los baños me ordenó ponerme a trabajar como una buena comecoños lo que hice hasta conseguir que llegase al orgasmo.

Tirando de la correa me entregó a la Señora y se despidieron no sin antes alabar a esta perra comecoños por el trabajo bien hecho.

Salimos de nuevo a la calle …  pero el día era largo.