La Perra. Capítulo I.
Lo vi venir con un vago que momentos antes dormía en un banco, se sentaron a mi lado y me hizo poner al medio, -chúpalo- me ordenó
Al guatón Peñaloza no le quedaba bien, era el típico hombre que no estaba acostumbrado a llevar terno, no se veía cómodo, se movía como si esa chaqueta desgastada que llevaba puesta le apretase no sólo los hombros sino toda su humanidad, parecía ladearse en cada movimiento. Caminando a esas horas por la avenida Pedro Montt, tomada de su brazo, pasábamos por un padre e hija amorosos perdidos en el bullicio del mediodía de Valparaíso, pero Peñaloza no era mi padre, la primera vez que había usado mi cuerpo yo era una jovencita de veintiún años y el frisaba los sesenta y dos, el dolor de mi culo era lo que más recordaba de él y por sus comentarios y risas, claramente también lo recordaba.
Era extraño poder recorrer la ciudad con él, pero nuestra diferencia de edad burlaba cualquier sospecha, durante la tarde, entre mimos cómplices, pasamos por algunas tiendas, él elegía la ropa, yo creía saber lo que vendría, y pareció confirmarse cuando entramos al sex-shop, caía la noche y nos sentamos en Plaza Simón Bolívar, fumábamos y sentía subir mi excitación, ¿y? le dije, y sin dejar de mirarme tomó mi mano y la llevó a su verga - sigues sin valer nada - me dijo sobajeándose con mi mano sobre su pantalón, - hace tiempo que nos vas a la isla -, me dijo con un tono de reproche y balbucee algo que no alcancé a terminar, - tonta, te gustaría -, me dijo mientras se paraba pidiéndome que lo esperara.
Lo vi venir con un vago que momentos antes dormía en un banco, se sentaron a mi lado y me hizo poner al medio, - chúpalo - me ordenó, mi corazón saltó de la excitación pese a que mi cuerpo rechazaba ese olor nauseabundo de sus ropas al acercarme, lo besé hundiendo mi cara en su barba sucia mientras introducía mi lengua en su boca y con una de mis manos buscaba su verga que amasé sobre su pantalón, acomodándome para que el guatón pudiese jugar en mi cola, abrí su pantalón con desesperación y me abalance sobre su miembro sucio que metí totalmente en mi boca, lo chupaba lentamente desde sus huevos a la punta, sentí que no lo estaba chupando lo estaba limpiando, su hablar traposo me era inatendible, solo estaba ahí para esas manos que jugaban en mi culo, mientras yo estaba pegada a esa verga que cambiaba de dimensiones en mi propia boca, - bésalo - escuche, y me desprendí de su verga sin dejar de masturbarlo, ahora su lengua si se introducía en mi boca, chupaba mi lengua, me lengüeteaba salivando mi cara con sus babas, sus manos intentaban desnudar mis tetas, atrapar mi culo pero el guatón no lo dejaba, mi cuerpo era su territorio y en mi cuerpo el gobernaba, el vago tomo mi pelo y me llevó nuevamente a su pico masturbándose con mi boca, no era yo quien chupaba sino el quien usaba mi boca para darse placer, mientras el guatón no dejaba de jugar en mi conchita, el vago cargó mi cabeza contra su verga ahogándome con ella y se desahogó en mi boca, yo retuve toda su descarga agria y la tragué, liberándome, mirando agradecida al guatón en cuya cara no existía más que lujuria, - te gusta la pichula hedionda maraca - me dijo mientras hacía un ademan que indicó que nos íbamos por lo que arreglé como pude el desastre de mi cara y ropas y caminamos nuevamente tomados del brazo.
- Ya abrieron -, y lo arrastre por aquella escalera angosta que bajó con dificultad, El Pan de Azúcar, brillaba con sus luces de colores, sus caños en fila me invitaban a bailar para un público que aún no existía, el pidió cervezas, yo una botella de tequila, me tomé un corto al seco y fui al baño, me desnudé, me puse la blusa que había comprado para mí, dos tiras que afirmadas a mi cuello sujetaban mis tetas anudándose a mi espalda, la falda tableada le corté sus laterales hasta la pretina de modo que una tabla cubría mi conchita y otra en parte mi culo dejando los lados desnudos desde mi cintura, podían meterme mano con facilidad, me hizo detenerme al verme y me sacó una foto, - para los cabros - me dijo, otro tequila al seco, cuando estoy caliente me gusta ponerme ebria, abrió mis piernas, sentada a su lado las que acariciaba alternadamente con mis tetas, me sirvió otro corto, me abrazó - sé que te gusta que te culeen entre varios, eres una pervertida desde pequeña, sé que te gustará, porque no vamos, haré que te usen bien cerdo - me decía mientras me daba de beber, y el local comenzaba a alegrarse y mi entrepierna chorreaba sus jugos que él recogía con sus dedos y daba a mi boca, - me encanta lo sucia que eres -, yo me movía soportando el placer que provocaba su mano en mi concha, trataba de juntar mis piernas, no podía negarme que lo había pensado, no era sólo él quien tenía esos deseos, muchos me lo habían pedido, mi mente no dejaba de gritarme quién era yo para negarme, acaso mi mayor felicidad no era entregarme a los bajos deseos de otros, él desató mi blusa y movió lo suficiente esa tiras para que mis tetas quedaran a la vista de los pocos clientes que habían entrado, - te gusta, te gusta ser humillada, eres una puta inútil, zorra estúpida -, decía a mi oído sin dejar de apretar mis tetas, obligándome a mantener abiertas mis piernas, mostrando a todos que podía hacer lo que quisiese conmigo, demostrándome a mí misma que podía hacer cualquier cosa conmigo, la humedad de mi conchita, el calor de mi culo, el ardor de mis tetas me decía que él tenía razón, yo sólo soy para cumplir las oscuras y morbosas fantasías de otros, nací para el placer ajeno de cualquiera que venga por mí, amo ser una perra, sólo eso una perra, lo miré apreté su verga que endurecida parecía querer reventar su pantalón, bebí otro vaso de tequila, me acerque a su oído, temblando por lo que iba a hacer le dije: - vamos, quiero ser tu perra -.
La ebriedad me impidió manejar, sentada al lado de Peñaloza veía pasar las calles del puerto hasta llegar a la Isla, ese sector abandonado y marginal de la ciudad, donde la covacha de él era una más de aquellas que apenas se sostenía, entramos y sin preámbulos llevó mi mano a su miembro haciéndome masturbarlo mientras las suyas recorrían mi cuerpo, apretando y abriendo mis nalgas, a veces su mano tomaba la mía para marcar el ritmo de su masturbación, arrancó a tirones los restos de mi blusa liberando mis tetas que inmediatamente engulló, arrastrándome al sillón dejándose caer, dejándome sobre él, me tomo de las caderas frotando mi conchita en su pierna, un intento de hablar salió de mi garganta, pero me hizo callar, sin embargo, nada podía impedir los gemidos que brotaban de mi pecho, acomodé mis piernas abriéndolas por fuera de las suyas e introduje su miembro en mi concha, moviéndome adelante y atrás, frotando mis nalgas en sus piernas, saltando sobre su mástil buscando sus golpes en mi útero, sintiendo una mano apretar una de mis tetas como si quisiese reventarla a presión y la otra en mi cara que parecía romper mis mejillas con sus dedos al apretar mi mandíbula, me di cuenta que por primera vez buscaba mi propio placer, me tomó de la nuca y me llevó a él - querí acabar cerda- dijo a mi oído, y mi respuesta fue levantar aún más mi culo para dejarlo caer con fuerza buscando enterrarme su daga hasta el estómago, tomó mis tetas y me obligó a separarme de él, sacó su verga de mi concha y me hizo levantar, me llevó a una mesa y me arrojó encima dejando mi culo a su disposición, sentí su dedo en mi ano, estaba por explotar, ensalive mis dedos, traté de separarlo de mi cuerpo y los enterré en mi culo, él retiró mi mano de golpe, acomodó la punta de su miembro entre mis nalgas y de un solo golpe de sus caderas atravesó cualquier resistencia de mi esfínter alojando totalmente su verga en mi recto arrancándome un suspiro ahogado, lo sentí con todo el peso de su cuerpo en mi espalda, aferrándose a mi pelo y a mis tetas, mientras sus movimientos furiosos taladraban mi recto, yo apretaba mis nalgas para atrapar su verga, hasta estallar en un orgasmo que hizo temblar mis piernas, él seguía perforándome, acabado el placer el dolor se hizo presente, mis quejidos denotaban el sufrimiento, mis movimientos intentaban cesar el intenso dolor de mi culo - ¿así que le prestai el poto a cualquiera? - dijo a mi oído, mientras una de sus manos aplastaba mi cabeza a la mesa y sus caderas no paraban de barrenarme, de mi boca solo salían manifestaciones de dolor y me era imposible evitar el llanto - vai a ser una perra de verdad - alcanzó a decir mientras se vaciaba en mi recto, lubricándolo y saliendo de mi cuerpo, prácticamente resbale de la mesa al piso.
Me levantó del pelo y me llevó a la pieza tirándome sobre un colchón, nada recuerdo hasta despertar bien entrado el mediodía siguiente sola en la casa, desnuda, mire por la ventana y el auto no estaba, sólo me quedaba esperar.