La perla

Para uno de los matrimonios es su primera esperiencia en el cambio de pareja, y él se queda sorprendido con la mamada que recibe.

LA PERLA

En los dos días siguientes no logré descubrir por parte alguna a Elena y Santiago; era como si no hubieran existido y todo aquel montaje del número fuera producto de una imaginación efervescente. Sin embargo, la habitación con el nº 822 existía, eso era una realidad. Al tercer día los descubrí en la cafetería tomando cerveza. En un principio no me atreví a da un paso hacia ellos, pero fue Santiago el que me vio e hizo una seña para que me acercara. Elena estaba allí, guapa, radiante, excitante como cuando la vi por vez primera. Ahora mostraba sin el menor rubor sus pechos desnudos a todos el que quisiera mirar pues aun estando en la cafetería estaba permitido hacer top-less.

-- ¿Te gustó el otro día? - quiso saber Santiago.

-- Naturalmente que si - contesté.

-- Cuando quieras hacemos otra reunión e invitamos a tu mujer.

-- Me gustaría mucho, aunque no se si aceptará. Le relaté a Ana lo sucedido el otro día y ella un poco incrédula se resistió a creerlo; pero como lo narraba con tanta veracidad terminó poniéndose cachonda y echamos un polvo de los que hacen época, ya sabes, de esos que tu pareja está dispuesta a todo, sin limites. Ahora ha sido ella la que me ha rogado que os buscara. Ya tenía perdida las esperanzas de encontraros.

-- Este complejo de hoteles es muy grande, además, hemos estado un día fuera visitando los alrededores. ¿Te apetecería repetir la experiencia?.

-- Pues claro. Nosotros también somos liberales.

-- Entonces hoy a mediodía nos juntamos en nuestra habitación.

Puse al corriente a mi mujer y, después de comer dejamos al niño con los monitores de animación, subimos a la habitación y allí nos esperaban Elena y Santiago. No había mucho que pensar. Todo estaba decidido de antemano y ellos nos esperaban desnudos y nosotros no tardamos en imitarles. Ana cogió a Elena, Santiago y yo quedamos un poco a la espera de lo que pasara. Aquellos fue como si ellas dos se hubieran estado deseando, comenzó con un beso tan apasionado y una fricción de tetas que me erizó el cabello, me parecía imposible que fuera capad de hacer aquellos mi mujer; era como si su parte de bisexualidad (la que tienen todas las mujeres) se hubiera despertado. Lentamente fue besando sus aureola, sus pezones rojos y rectos para bajar lentamente por su estomago, siguió con el ombligo hasta detenerse en el monte de Venus. La otra se retorcía en la cama y suspiraba de placer. Santiago estaba en forma, ambas erecciones habían comenzado al unísono, pues ninguno de los dos esperaba un espectáculo semejante. Ana con los dedos abrió aquellos labios parecido a los pétalos de las rosas y depositó un beso como si su vida dependiera de ello, Elena dejó escapar un suspiro tan elocuente que la sangre circulo por mis venas a más velocidad. Seguidamente sacó la lengua y como si escribiera con ella fue dibujando círculos, líneas rectas, circunferencias, rayas y puntos en rededor de aquellos labios rojos y carnosos que por momentos adquiría una hinchazón desmesurada. Los gemidos de placer de Elena inundaban la habitación y nuestros ojos y oídos se llenaron de un éxtasis arrebatador. Era seguro que las dos disfrutaban con lo que estaban haciendo.

Santiago posó su mano en la espalda de mi mujer y comenzó acariciarla al tiempo que la restregaba su verga por los glúteos. Yo me coloque tumbado de lado para que la esposa de Santiago pudiera acariciarme al tiempo que yo la pasaba la yema de los dedos por los labios, ella abrió la boca y se los introdujo como si fueran pequeños penes mojándolos de saliva.

En un momento dejó Santiago lo que estaba haciendo, se acercó a la mesa de noche y cogiendo un frasco de aceite para la piel vertió un poco en el culo de Ana. Vi como el aceite resbalaba por el canal entre los glúteos y se detenía en el agujero. Con sus manos y tan suave como pudo extendió el aceite por el trasero sin olvidarse de meter un poco en aquel túnel del amor. Mi mujer se abrió de piernas para facilitar la labor, pero sin dar tregua a la vagina de Elena que seguía recibiendo la masturbación con la lengua, yo sabía que era la primera vez que se comía un coño, pero lo hacía con tanta dedicación, con tanto esmero como si siempre lo hubiera deseado.

La boca de Elena se abrió y succionó mi polla hasta la mitad, entonces sentí algo tan fantástico como inverosímil. Aquella lengua era superlativa. Lo que hacía con mi verga es difícil de describir; pues desde la mitad hasta el glande corría una pequeña uña, arañando lentamente que provocaba en mí escalofríos desde la cabeza hasta la punta de los pies. ¿Que diablos era aquello?.

Santiago acabó la tarea de dar aceite al cuerpo de Ana, se embadurno el capullo y con las manos abrió los glúteos de mi mujer. Al ver aquel cuerpo brillante y chorreando el líquido graso la sangre se me agolpó en las sienes y estuve a punto de sufrir un desvanecimiento.

-- ¿Estas dispuesta? - preguntó Santiago a mi esposa.

-- Cuando desees. Métela poco a poco quiero sentir como cada centímetro entra en mi culo y después el golpe de tus testículos contra mis carnes.

Y Santiago obediente apoyó su excitado glande en el esfínter que parecía estar pidiéndolo y lentamente, como ella le había indicado, fue introduciendo su potente verga. Ana notó aquel instrumento que se colaba sin querer y sus ojos se abrieron de espanto y de dolor, soportó todo porque también le gustaba que un hermoso miembro tuviera cabida en su ano y la penetrara hasta la misma raíz.

La verga de Santiago estaba a medio camino de colarse en el culo de Ana, en cuanto a Elena cada vez eran más rápidos sus movimientos presintiendo el momento cumbre. A partir de entonces los cuerpos empezaron a sudar. Mi verga se coló en la boca de Elena y entonces aquella uña se clavó un poco en la base de mi miembro haciéndome brincar de excitación, Santiago, en su afán de meterla toda abrió un poco más los glúteos de Ana y siguió con su arremetidas hasta que su pubis chocó en los carrillos del trasero de Ana.

-- ¡Oh! - se quejó mi esposa. Las venas de su frente estaba a punto de explotar - Como me duele ¡Oh, Oh...! Con suavidad Santiago, suave pero hasta el fondo, quiero sentir el golpear de tus huevos.

Y Santiago como si aquello fuera un mandato siguió en su mete y saca. Elena se había tragado toda mi parte masculina y con su vivaz lengua y aquello que no acababa de comprender me iba transportando a un mundo lleno de nuevas sensaciones. Todo era nuevo para mi; la enculada a mi mujer, el número lebisco que practicaba con Elena y la desaparición de mi verga en la garganta de la mujer de Santiago, todos a un mismo tiempo jadeábamos y gemíamos como bestias herida en una noche de helado frío y los dos a un mismo tiempo empezamos a expulsar nuestro semen al interior de los cuerpos de las chicas.

Santiago aceleró su bombeo sobre Ana y ésta giró y giró su lengua sobre el coño de Elena y Elena moviendo la lengua en círculos sobre de mi glande me llevó a la cima del placer más absoluto vertiendo mis jugos seminales en lo más profundo de su garganta. Fue como si aquello lo hiciera todos los días, lo tragó sin el menos escrúpulo, parecía estar esperándolo. Mi grito escapó de la garganta sin querer llenando la habitación de pequeños ecos y aquello, digo yo, debió de ser la señal; pues Elena atragantada por mi gran corrida gemía, se retorcía y sollozaba a un mismo tiempo. Santiago que con su espada de carne taladraba el cuerpo de mi mujer, sufrió una sacudida diferente y enterró aquellos 19 centímetros de en el culo de Ana, siguió con unos temblores intermitentes hasta sufrir la total eyaculación que dejó en el interior.

Al sacarla larga y brillante de su propio semen tuve la tentación de lamer aquel miembro que tanto placer había dado a Ana y beberme aquellos jugos que habían servido para lubricar la gruta estrecha. Mi esposa estaba a punto de explotar se masturbaba con frenéis con la yema de los dedos sobre el clítoris y viéndola con aquel desequilibrio, pues todos habíamos recibido nuestro orgasmo, Santiago sintió compasión y lamió su coño y Elena, aun con restos de semen en sus labios metía y sacar la lengua en la boca de Ana. Tras varios minutos de aquellas caricias el grito que lanzó Ana fue de escándalo, escalofriante, rebotó contra la pared y salió por el balcón perdiéndose en la lejanía del espacio.

Y en el momento de más calma, cuando el sol del atardecer atravesaba los visillos de la ventana y los cuerpos aun sudorosos reposaban, pregunté a Elena:

-- ¿Qué tienes en la boca? He sentido algo que me arañaba y al mismo tiempo me acariciaba para al final proporcionarme un inmenso placer.

Elena abrió la boca, mostró la lengua a todos y en su centro descubrimos una pequeña perla del tamaño de una lenteja.

  • Con esto, el amor oral es más placentero.