La pérfida institución (ii)
Continuación de las peripecias de nuestra protagonista en ese Internado tan especial...
Capítulo 4
Vanessa Begaglia esperó a que las luces de la habitación se apagaran por completo. En la soledad compartida de la noche, podría, si era un poco discreta, acariciarse el clítoris. La tensión del post-encierro estaba siendo demasiada. La empleada de servicio que normalmente inspeccionaba la habitación colectiva, una vieja enjuta y de aspecto nada amable, hizo el recorrido de rigor y se marchó. Las luces se apagaron. En unos minutos todo el mundo dormiría. Alba, su “mejor amiga”, le asaltaría con algunos susurros durante unos momentos, a los que Vanessa contestaría con monosílabos. Cuando todo fuera silencio, ella se acariciaría.
La fuerza de la Señorita Michavila, implacable y severa, pero refinada y elegante, la fuerza bruta de Mari Nieves...creaban una especie de inquietud hasta hace poco desconocida en Vanessa.
El dolor de los castigos en realidad se quedaba ahogado con el tiempo. Pero el poso de morbo, casi se diría que placer...eso revolucionaba a Vanessa.
Ella, Vanessa Begaglia, siempre había sido una niña rebelde, con una relación tormentosa con sus padres. Recordaba los zapatillazos de su madre, como primera experiencia notablemente dolorosa. La cara de crispación de su madre ante sus alardes de desobediencia, solía preceder al movimiento casi ritual de sacar la zapatilla. Recordaba con detalle cómo aquella esbelta señora con hermoso pelo negro recogido en moño y bata rosa levantaba su pié quedando momentáneamente a la pata coja, momento en el que cojía su zapatilla de cuadros grises y azules, para azotarla. La mostraba y la blandía de manera ostentosa, antes de que los golpes cayeran a discreción. Eran momentos terribles, pero ahora en la distancia aquel recuerdo le subscitaba otros sentimientos.
Se masturbó conteniendo los gemidos, recordando la mirada malévola de Mari Nieves, su fuerza, la severidad en la voz de la señorita Michavila, los zapatillazos de mamá...un conglomerado de sensaciones que luego se repitieron en sueños.
La mañana irrumpió con su claridad hiriente, era un día soleado y frío. Había un frenesí general en las empleadas de servicio, sólo contenido por la disciplina férrea impuesta por Lourdes Ferreira, la implacable jefa. Había la conciencia general de que aquél no iba a ser un día normal. A las doce, se presentaría el señor Presidente, sería recibido por la directora del centro, inspeccionaría las instalaciones...a las dos presidiría el almuerzo en el comedor, a las cinco habría los correspondientes discursos del señor Presidente y la señora Directora, una actuación del coro de la escuela y una misa solemne. Un apretado programa de actos, que mantendría al colegio en estado de excepción durante unas horas. Había preocupación porque todo saliese según el guión. No se esperaban grandes problemas de orden o de disciplina, quizá el mayor problema estaría en que todo el protocolo funcionase como debería funcionar, que el coro estuviese a la altura de la ocasión en su breve actuación, que la limpieza exhaustiva que se había organizado del edificio desde dos días antes consiguiera dar una magnífica impresión del centro...pero había una cuestión en materia disciplinaria que preocupaba a un nivel particular...un problema llamado Vanessa Begaglia.
Después de arengar y dar instrucciones a sus subordinadas, Lourdes Ferreira llamó en un aparte a Mari Nieves, su empleada de confianza. Mari Nieves tenía un aspecto impecable aquél día, casi se diría que majestuoso. Con su caracoleado cabello atado en coleta, su uniforme blanco y gris limpio y bien planchado, aquellos ojos claros que penetraban como nunca, sus firmes y enormes pechos, ancha y alta, aquella visión casi sobresaltaba el ánimo de doña Lourdes, que siempre había admirado la belleza y energía de aquella potente zagala, por la que sentía además predilección como subordinada y pupila. Era temida por las niñas, de una manera especial. Sus periplos por los contornos del patio eran como los de un animal de presa que está seleccionando a su víctima. A Lourdes Ferreira le gustaba contemplarla, desde su despacho del ala Este, en acción. Su mirada lobezna, sus movimientos discretos, sus formas altaneras. Mari Nieves era algo más que una digna sucesora para cuando ella se jubilase.
-Mari Nieves, hay algo de lo que quiero hablarte...una tarea que te quiero confiar en exclusiva
-Soy todo oídos, señora- dijo ella en tono enérgico
-Supongo que ya te habrás dado cuenta del comportamiento extraño – remarcó lo de extraño deletreándolo algo más lentamente – de Vanessa Begaglia. – cuando oyó pronunciar el nombre, Mari nieves sonrió maliciosamente – desde su intento de fuga, no ha vuelto a ser la misma
-Sabe que la observo- dijo Mari Nieves – no creo que precisamente hoy se le ocurra hacer nada. Además ha probado ya nuestros métodos- se le amplió la sonrisa al pronunciar esta última frase.
-No quiero que le quites ojo. Me da que trama algo. No habla con nadie, no juega...tiene algo en la cabeza. Y ese algo...no es bueno.
Mari Nieves volvió a ampliar su sonrisa. Aquella orden legitimaría más su marcaje sobre Vanessa. Aquella niña de largas y lacias melenas rubias, ojos azules, suaves y pequeños pechitos y apetitosas piernas, podría ser su presa en la soledad de un rincón perdido de las pertenencias de la fundación en cualquier descuido. La arrinconaría y la poseería, saborearía aquél fino y fresco manjar...
Durante la clase de matemáticas, que impartía la Hermana Felisa, una monja gorda y bonachona, la mente de Vanessa solía volar a otras latitudes. Ahora retumbaban en su cabeza los susurros de su vecina de cama: Alba, una niña de su edad, mucho más dócil de carácter y nada amiga de rebelarse a las normas. “Vanessa, olvídate de escapar. Es imposible, te vigilan. Ahora nunca lo conseguirías. Y si lo consiguieras, qué harías? A dónde irías? Y cuánto tiempo crees que pasaría sin que te cogieran? Y cómo sobrevivirías mientras tanto?”
La primera fuga, la había propiciado un castigo injusto. Un fin de semana sin excursión, por una pelea, algo que instintivamente provocó la fuga de Vanessa como muestra de ira, y no como pretensión de llegar a ninguna parte. Pero ahora la fuga era una idea con mucha más forma. Había que escapar de aquél ambiente violento, opresivo. Un ambiente donde era la seguridad del castigo el único estímulo a seguir el camino presuntamente recto. Una moral rígida, impartida por unos seres que tenían poder absoluto sobre las existencias de aquellas niñas y adolescentes, pero en los que se adivinaba algo perverso, transparecido por su manera caprichosa de administrar justicia. Había que marcharse, aún con las incertezas que prometería el camino de fuga. Emprender el camino a casa, aunque en casa no era seguro que fuera bien recibida. Al menos serviría como acto de rebeldía a su reclusión.
Porqué papá, después del fallecimiento de mamá, había optado por internarla en aquél lugar? Sentía un profundo rencor hacia su padre, por aquella decisión. Era un hombre bueno, que de repente se había vuelto sombrío y que había renunciado a su princesita, aquella de la que otrora parecía que nunca se querría separar. Tenía que llamar su atención. Por lo menos, para saber si aún podía contar con él. Porque podía ser que él no supiera qué era lo que realmente había dentro de aquella institución. O quizá sí lo sabía. Si lo sabía, o bien ella no entendía muy bien la forma de razonar de los adultos, o bien papá no era como siempre ella había pensado.
Capítulo 5
A las siete de la tarde, la jornada había practicamente terminado, sin que se produjera incidente alguno. Faltaban dos horas para la cena, y las alumnas se dirigían bien a la sala de estudio, bien a los cuartos...Vanessa Begaglia, la bella y gracil, pero a la vez rebelde niña de clase media-alta, se dirigía a su cuarto; todo había acabado, el almuerzo con el Presidente de la Fundación, el discurso, la misa, la actuación del coro y toda la tensión de saberse controlada por Mari Nieves. Había estado marcándola muy de cerca todo el día, de la manera que a la fornida empleada de servicio le gustaba; discreta pero a la vez haciéndose notar a los ojos de su potencial presa.
A Vanessa Begaglia le fastidiaba esa situación. Le ponía explosivamente nerviosa. Porque despertaba sensaciones contradictorias en ella. Admiraba la belleza de Mari Nieves, cada día lo tenía más asumido. A pesar de ser una mujer siniestra y odiosa, la mamporrera número uno de doña Lourdes. Pero cada vez era más frecuente en su imaginación la fantasía de abandonarse a la fuerza de Mari Nieves...sentirse agarrada, llevada a un rincón, y...
Esos pensamientos se mezclaban con los de la necesidad de la fuga. No importaba mucho cuánto podría durar la aventura. Calculaba que si ganaba la carretera general, facilmente podría llegar hasta la capital, donde residía su padre. Pero no era fácil. Tendría que ganarla monte através, para no ser vista e interceptada por la Policia Rural o alguien de las poblaciones cercanas. En la carretera general, siempre podría convencer a alguien de que la recogiese hasta la capital...aunque, quizá resultaría extraño ver a una cría tan pequeña vagando sola por la carretera general.! Quizá quien la recogiese, prometiéndole llevarla a donde ella pretendía, a donde realmente la llevaría sería a alguna dependencia cercana de la Policía Rural...y, una vez devuelta al colegio...el castigo sería terrible. Primer escollo. Aunque no era lo principal, llegar a su casa. Lo principal era rebelarse. Sentía una extraña llamada a rebelarse.
La hermosa Vanessa se encaraba a la escalera que conducía a las habitaciones, y Mari Nieves pensó que esta era una oportunidad para acercarse más a ella. La seguiría y cuando llegase a la altura del pequeño pasillo que llevaba a un minúsculo trastero que allií había...la capturaría y la saborearía. Dulce, virginal, fresca, tierna, deliciosa. En centésimas de segundo configuró su plan de ataque....
Vanessa sintió que la agarraban por la chaqueta. Cuando iba a preguntarse qué pasaba, fue succionada por una fuerza implacable hacia el pasillo del trastero. Fue puesta de espaldas a la pared y una mano tapó su boca. Una mirada fulminante y una sonrisa juvenil blanca y hermosa se dibujaron en la penumbra.
-Ssssssh! No montes escándalo, eh? Sé una niña buena. Sabes que te queda muy bien el uniforme? Adónde ibas con tanta prisa? No sabes que no se puede correr por los pasillos? – Vanessa intentó protestar – Sssssh! No me rechistes, mi vida. No va a pasar nada. Nos lo vamos a pasar muy bien tú y yo. Tú te vienes conmigo a jugar un ratito, y así no te llevo al despacho de la directora. Vamos a entrar ahí y te enseño un par de jueguecitos divertidos – las lágrimas asomaban en los ojos de Vanessa, asustada e impotente – ooooh! – Mari Nieves puso cara de compasión imitando un puchero. Chocó varias veces su lengua contra los dientes – no me llores anda...ven , que vamos a jugar...
la llevó del brazo, casi arrastras, hacia el trastero, que en realidad era una habitación abandonada hace años y que otrora había tenido alguna función más concreta, pero que la falta de uso la fue relegando a ser un simple almacén de objetos también olvidados o deshechados. Los sollozos de Vanessa eran aplacados con constantes “ssssssh” de reprobación. Cerró la puerta por dentro y se desabrochó la camisa.
-Ves mis tetas, qué grandes? También son duras y suaves...me las vas a lamer...y te gustará!
Vanessa estaba tan agarrotada, que ni siquiera era capaz de resistirse. Ella misma no entendía cómo no estaba en aquél momento dando patadas y chillando. Las tetas grandes y generosas de Mari Nieves se le acercaban a la cara. La mano firme de la empleada de servicio, asió sus pelos y condujo su cabeza hacia los pechos de Mari Nieves
-Lame!- Y Vanessa comenzó a lamer y chupar aquellos pezones, también la base y la cara de los senos, dirigida por la propia Mari Nieves, que con una mano se manejaba cada pecho y con la otra, asía los pelos de su presa.
A Mari Nieves le enchía de placer eléctrico el corretear de aquella lengua casi infantil por sus tetas, era un placer que le estaba llevando a la locura. Cogió a Vanessa por el cuello y la obligó a acostarse sobre una mesa. Fue un lance tan violento, que reavivó los sollozos de la colegiala. En segundos, abrió la camisa blanca del uniforme de Vanessa y su falda plisada escocesa y se bajó ella los pantalones. Le saboreó las tetas pequeñitas y duras y la cabalgó como cúlmen del festín.
Los sabores, los olores y la combinación de placer y dolor sentidos en aquél lance asaltaron a Vanessa en aquella noche. Estaba humillada y rabiosa, pero algo le alteraba la mente y el cuerpo más aún. El recuerdo del tacto de Mari Nieves, su voz autoritaria, sus gemidos de placer, a veces acompañados por los de ella misma. Curioso que sintiera necesidad de repetir toda aquella revolución de instintos y pulsiones con alguien a quien odiaba tanto. Esa idea luchaba a muerte con su plan de escapar. De escapar a la injusticia sin límites de aquél lugar.
Sucumbió de madrugada a la necesidad de masturbarse. Lo hizo una, y otra, y otra vez....con el rostro de Mari Nieves presidiéndole el pensamiento.
CONTINUARÁ...