La pérfida institución (i)

Relato que cuenta la vida de una chica en una Institución educativa muy habitual el pasado siglo, y que sufre todo tipo de castigos físicos y sexuales, pero acaba disfrutando con ellos. Relato que me manda una amiga y que me dice que es mas o menos autobiográfico.

.La pérfida institución

Capítulo 1

Era una mañana de Noviembre, fría y clara. El bosque y los campos aparecían revestidos de una gruesa helada. Las pistas que conducían a la gran mansión, otrora propiedad del Marqués de Villadóniga y Santo Cristo, habían amanecido heladas y ahora permanecían húmedas, a pesar de un sol que parecía querer redimir a la naturaleza del yugo riguroso del invierno. Su escaso calor era inútil, una brisa gélida bañaba los rostros de las empleadas de servicio, movilizadas por la gobernanta, a la voz de alarma de un intento de fuga. La directora del colegio, enfundada en un elegante abrigo, no perdía detalle de las operaciones de búsqueda. La gobernanta le daba explicaciones de todos los detalles.

-No puede haber ido muy lejos, más allá de este bosque, en el que es fácil perderse, está la sierra que separa a esta comarca de la ciudad más cercana.. La niña lleva su uniforme y en cualquier lugar sería reconocida como una interna de este centro. Si se acerca a una aldea cercana, se arriesga a que la retengan y la devuelvan al colegio. Ella tiene que saberlo. Lo más probable es que se encuentre, a estas horas, perdida y asustada en cualquier punto de esta espesa selva. Estará aterrorizada y paralizada. En el fondo, estará deseando que la encontremos.

-Más vale que la encontremos viva y sin daño...he avisado a la policía rural y a los alguaciles de todos los pueblos de la comarca. Eso, por si la encuentran en alguno de estos caminos o por si comete el error de bajar a alguna población de la zona. – decía esto la señorita Michavila, con una calma y una seguridad de la que no era capaz ni de lejos la enérgica gobernanta.También ella , Lourdes Ferreira, Doña Lourdes para las alumnas y para sus subordinadas, era una mujer de una extraordinaria autoridad, pero mucho más nerviosa. Estaba tensa y deseosa de acabar con esta situación cuanto antes. Y transmitía ese estado de ánimo a sus subordinadas, que la temían cuando estaba alterada, por su facilidad para alcanzar la cólera.

Directora y gobernanta temían el escándalo que podría subscitar el hecho de que trascendiese una fuga en el Colegio Femenino de la Fundación Augusto Meola, ya que  a la noticia de esa fuga, le seguiría sin duda una investigación sobre el trato severo que las internas padecerían, que algunos flojos liberales no dudarían en tildar de malos tratos. La señorita Michavila tenía una muy particular manera de entender la pedagogía y actuaba siempre  en consonancia con ella. Pero sabía que ni siquiera entre sus superiores había garantías de que sus métodos fueran entendidos. Ella, Mercedes Michavila, una mujer católica, recta, de sólidos principios, pertenecía a un tiempo que se desvanecía ante la decadencia y la mediocridad de unos dias modernos, que sin duda romperían en algún momento por completo su universo, si no lo habían hecho ya. Pero en el Colegio Femenino, el tiempo corría de otra manera, gracias a su labor como gestora y docente.

-Tenemos que encontrarla en las próximas horas – añadió – de momento, he conseguido que las fuerzas de seguridad no aireen esto...pero si este incidente llega a mañana, se hará público irremediablemente.

-Puede estar usted tranquila, Señorita Michavila. Como ya le he dicho, la cría estará cerca de aquí.

-Vanessa? Vanessa! Vanessa! Vanessa! Vanessa? Dónde te has metido? Es inútil que te escondas...más vale que te encuentre yo ahora!!!

Las empleadas llamaban a Vanessa en todos los tonos, combinando las promesas (falsas, naturalmente) de benevolencia, si la escapada deponía su actitud, con las amenazas.

-Vanessa! La has hecho buena...más vale que te vengas de grado, porque a la fuerza será peor!!!

Vanessa escuchaba esto escondida tras una piedra situada cerca de la ribera del río. Conocía perfectamente cuál sería su destino, y la verdad, sabiendo cómo funcionaban las cosas en el Colegio Meola, lo mismo daría si se entregaba que si era cogida tras ser sorprendida en cualquier escondite o tras una persecución. Estaba aterrorizada, tras una noche en el bosque y más ahora, sabedora de que las pupilas de Doña Lourdes andaban cerca de su paradero y la capturarían de un momento a otro. Sucia, sin un zapato, con el uniforme rasgado y aterida de frío, una parte de sí misma, deseaba ser cogida para acabar con aquella situación de una vez. El dormitorio del Colegio era más limpio, confortable y caliente que el bosque en pleno invierno. Pero otra parte pensaba en los castigos corporales que en amplia gama se solían aplicar en el Colegio Meola, además de otro tipo de puniciones que probablemente le esperarían, tales como un mes limpiando los retretes y varios fines de semana sin poder irse de excursión con las compañeras, ni recibir visitas, ni tener derecho a llamadas telefónicas, ni a que se le entregase la correspondencia. Cualquiera de esas sanciones podría ser demasiado dura, aplicada en solitario por una simple fuga del Colegio, sin embargo estos castigos solían venir combinados y no eran nada comparados con los azotes con vara que solía administrar la propia directora, o la Señorita Perrault.

Capítulo 2

En los altos del edificio, se hallaba un lugar llamado La Picota. Cuando alguien cometía una falta grave, era aislada en aquel cuartucho. Sólo disponía de un tragaluz y de un camastro. No había luz eléctrica en aquella dependencia. La luz natural del dia marcaba las horas. Normalmente, quien fuera enviado allí, no saldría en un mínimo de cinco dias.

No era plato del gusto de nadie permanecer encerrada e incomunicada en aquel lugar, con la sola visita de las empleadas de servicio, que una vez al dia traían un plato de sopa y que a las seis de la mañana, antes de que todas las chicas despertasen, bajaban a la castigada a las duchas para que se asease y se mudase. Pero en aquel trance, La Picota era un cascarón donde llorar las amarguras en tranquilidad e intimidad y pensar.

Vanessa estaba al fin sola, y allí dio rienda suelta a sus sollozos. Atrás quedó el momento fatal de la captura. La sonrisa maligna de Mari Nieves, la oronda empleada de servicio, quien celebró con una breve y ruidosa carcajada el hallazgo de la pobre Vanessa, que balbuceaba y sollozaba implorando piedad. Mari Nieves la agarró del pelo, justo cuando Vanessa se vió sorprendida acuclillada tras aquella piedra, cuando dio un salto y se disponía a emprender la huida.

-Vente para acá, muchachita! Sssssh! Silencio! Y no te revuelvas que es peor!

La  conducía agarrada fuertemente de un brazo, acallándole cada protesta, implementando tirones de pelo cuando, más por no poder soportar la presión en el brazo que por resistencia a ir con su captora, la niña se retorcía o se negaba a caminar, o simplemente tropezaba

-Camina! Que verás qué fiesta te hace la Señorita Michavila...

Esta frase fué festejada con numerosas carcajadas por parte de las compañeras de Mari Nieves, una Mari Nieves pletórica, que sabía que iba a recibir una buena gratificación por su captura de parte de la gobernanta. Esta reconvención fue también seguida de una nueva protesta y de un amargo llanto a voz en grito, que no sofocaron las numerosas increpaciones de las empleadas ante el espectáculo, diciéndole que caminara calladita o llegaría caliente antes de tiempo. La cuadrilla de empleadas, parecía una manada de chimpancés excitados tras capturar a algún mono menor para comérselo. Chillaban y gritaban como verdaderos chacales.

La comitiva de empleadas salió a la carretera con el trofeo portado por Mari Nieves. A la vista de la captura, la Señorita Michavila esbozó una tímida sonrisa y dijo:

-Buen trabajo, chicas...bañadla y mudadla. Y luego, la quiero en mi despacho.

Tras la puerta del despacho de la directora, amplio y con un elegante mobiliario, esperaba la Señorita Michavila que le sirvieran la presa. Estaba contenta, mucho. Satisfecha de que el dispositivo de captura para la rebelde que se había escapado hubiera funcionado tan eficazmente. Y aliviada de que la fuga de esa condenada niña no se convirtiera  en un escándalo, como amenazaba convertirse. Sentada en uno de los sofás para visitas, con las esbeltas piernas cuzadas, balanceaba elegantemente la que quedaba colgando, mientras leía una revista francesa sobre moda. Cuando la puerta sonó, la Srta Michavila sacó los ojos por encima de sus diminutas gafas redondas y dijo: “Adelante...” Se abrió la puerta, y entró Vanessa forcejeando con tres empleadas de servicio, que tiraban de ella arrastrándola o bien la levantaban en volandas por pequeños tramos. Avanzaron por el amplio despacho hasta el centro, la Srta Michavila se había levantado para encontrarse frente a frente con la frustrada fugitiva.

-Así que pretendías marcharte...mírame a los ojos!- a la orden le siguió la acción de agarrarle el mentón por parte de una empleada, para orientarle la mirada hacia la cara con expresión severa de la directora – a dónde pretendías ir? Maldita infeliz...crees que puedes montar escándalos como este impunemente? Pagarás muy cara tu osadía. Tú aprenderás a no ser tan soberbia, y tus compañeras quedarán bien disuadidas de intentar algo parecido...

La Srta Michavila se dirijió a su escritorio, de donde sacó una fina vara de fresno. A la vista del fatal instrumento, Vanessa acentuó más sus forcejeos y sus sollozos. La directora, una mujer que frisaba los cincuenta años y que aún así conservaba una extraordinaria belleza, con sus largos y recogidos en cola cabellos morenos y ondulados, casi sin canas, sus esbeltas y bien formadas piernas, su alta y delgada figura, se dirigió acto seguido a una silla de madera donde se sentó juntando las piernas y con el torso erguido. “Traédmela”, dijo la Srta Michavila, y las empleadas la condujeron hacia ella, colocándola boca abajo sobre el regazo de la directora. Necesitaron casi dos minutos de forcejeos y amenazas para conseguir recostarla y cuando Vanessa se rindió a las fuerzas de las empleadas, que no dejaron de sujetarla en ningún momento, una por los brazos, otra por los pelos y otra por las piernas, empezó a recibir las vareadas, fuertes y espaciadas, de la directora.

-Por más que chilles, no te librarás...llora menos y reflexiona más...quieta, que todavía no hemos terminado...

Los azotes y reconvenciones de la Srta Michavila eran tremendos, pero entre azote y azote, y en medio del tormento de aquella situación, a Vanessa algo de todo aquello le parecia excitante. Aquellas piernas firmes y esbeltas de la directora, su voz, algo agravada por el humo del tabaco...sentía un aquel de excitación, que en La Picota pudo convertir fugazmente en placer. Un dedo redentor fue a jugar con su clítoris en la soledad de aquella celda, mientras lloraba su desgracia.

Capítulo 3

-Señora Ferreira, espero que usted alcance a comprender la importancia de lo que le estoy encomendando. Quiero que extreme la vigilancia sobre  todo el alumnado. El Presidente de la Fundación va a venir dentro de tres días. Normalmente se avisa de estas cosas con más antelación, pero por alguna razón han estimado conveniente esta visita. Ya es raro que el Presidente venga en persona a hacer una inspección, normalmente sólo viene cuando hay alguna celebración o conmemoración. Hay que curarse en salud y no dar ni una sola razón para la queja. Quiero todo en perfecto estado de revista. No quiero ni una mota de polvo en el más escondido rincón de esta finca. Me ha entendido usted?

-No se preocupe, Srta Michavila. Todo estará en orden  para la visita del Señor Presidente, me hago cargo de que su presencia aquí es algo muy importante. Mis subordinadas son un grupo muy eficiente. Por lo que a nosotras respecta, no habrá el más mínimo problema, todo funcionará a la perfección. Y si alguna chiquilla pretende alborotar – dijo marcando bien las palabras – seremos implacables – y esbozó una media sonrisa.

Mercedes Michavila se quedó mirando por unos segundos a Lourdes Ferreira, conteniendo las ganas de insultarla. No le había gustado nada el tono empleado por la jefa de servicio. La directora era muy sensible a los excesos de confianza. Tenía un concepto muy rígido de las clases y las jerarquías, y Ferreira le parecía una mujer de una extraordinaria inteligencia natural, para ser de orígenes sociales humildes y tener una escasa cultura. Pero esa supuesta virtud se convertía muy facilmente en un inconveniente. Porque Lourdes Ferreira se sabía perfectamente en esas circunstancias y eso le hacía olvidarse muy amenudo de su posición de subordinada respecto a la directora. Esas gesticulaciones cómplices resultaban repugnantes a los ojos de Mercedes Muchavila, quien no concebía que una jefa de servicio le pudiese hablar como si fuera una compañera. Enfin, no merecía la pena ni perder el tiempo reconviniéndole. Una mirada de entre desaprobación y desprecio bastó para frenar en seco lo que iba a ser una risita de Lourdes Ferreira. Michavila tomó la palabra de inmediato.

-Muy bien, si sabe lo que tiene que hacer, no perdamos ni un minuto más en esta conversación; póngase a trabajar. Ah! Y por cierto...cuando el Señor Presidente esté aquí...no habrá horas de descanso, me ha oído? No quiero ver a ni una sola empleada ociosa. No quero ver a nadie fumando en la escalera de servicio, ni nada parecido.

-De acuerdo, Srta. Michavila- dijo Lourdes Ferreira en tono casi marcial. Una frase ahogada por un enérgico y nervioso “buenos días” de Michavila, que era una despedida apremiante.

En la soledad del despacho, Mercedes Michavila le dio vueltas a los posibles motivos de la visita “casi-sorpresa” del presidente de la fundación Augusto Meola. Era un hombre recto y de orden. Pero influenciado por ciertos seguidores de algunas corrientes pedagógicas poco recomendables. Unas corrientes pedagógicas que harían estragos en una sociedad que ya iba en plena decadencia desde hacía décadas. Cuánto añoraba Mercedes Michavila los tiempos del orden. Las viejas costumbres y las maneras tradicionales de hacer las cosas. Hasta el más burdo campesino sabía que en la educación el dolor era una herramienta pedagógica básica. El dolor es la base de la fuerza, de la jerarquía. Infundía temor y respeto.  Pero ese conocimiento que ella siempre creyó perenne, hoy se cuestionaba. Qué demonios pretendían construir estos liberales sobre esas nuevas filosofías? Estaban sentando las bases del caos. La clase, las jerarquías, las tradiciones, no estaban por capricho marcando pauta en la sociedad....a dónde iría esta si todo eso no existiese?

En el patio, el bullicio habitual de las niñas chillando y riendo. Las canciones, los juegos. La vitalidad de las mujeres del futuro, que ella debía moldear, y Michavila sabía cómo hacerlo...se había dedicado a ello con entrega durante muchos años. Pero por primera vez sentía cierta inquietud por la llegada del presidente.

En el patio, Vanessa Begaglia disfrutaba, en una esquina, de su primer recreo en libertad, después de varios dias de reclusión en la picota. Sólo Alba Mestre, su vecina de cama, se había acercado a hablarle.

-No juegas?- Vanessa negó con la cabeza- Porqué estás así?

-Déjame en paz- protestó Vanessa

-No vas a arreglar nada poniéndote de esa manera- Vanessa apartó la vista de su interlocutora, en señal de no querer seguir hablando

-Vanessa, hazme caso. Nunca nadie consiguió fugarse de aquí. Pronto llegarán las nieves. Deja de pensar en escaparte, no lo vas a conseguir.

-Yo no te pido que me ayudes. Pero déjame en paz.

Mari Nieves observaba los juegos de las niñas desde un extremo del patio. A veces Vanessa le dirigía una mirada rencorosa y desafiante. Mari Nieves le devolvía una sonrisa retorcida. Una advertencia de que no tuviera la osadía de retarle.

En el salón de actos y a la vez capilla del Colegio Meola, se habían congregado todas las alumnas, profesoras y personal no docente del centro. Se respiraba cierta inquietud y tensión. Todo el mundo esperaba alguna noticia, probablemente no muy agradable. Casi nunca pasaban cosas agradables en el colegio, y las razones que llevaban a reunir a todo el mundo en el salón de actos era o la celebración de una misa, o alguna reprimenda colectiva por algún asunto que las profesoras considerasen grave.

Las misas las solía dar el arrugado y tieso capellán, un hombre que todas las niñas del colegio consideraban siniestro. Pero no estaba allí. Quien se iba a dirigir a todas las presentes era la directora, la Señorita Michavila. Tenía una expresión severa, de mucha gravedad.

-Alumnas y personal no docente de este centro. Os he querido reunir a todas aquí para daros personalmente una noticia. Tendremos el honor dentro de tres dias de recibir la visita del señor Presidente de la Fundación Augusto Meola. Esto quiere decir, que inevitablemente la vida normal del centro se verá alterada. Pero vamos a intentar que esto sea sólo en la menor de las medidas que fuere posible. Las clases se mantendrán y sólo al final de la visita habrá un pequeño acto aquí, en el que el capellán pronunciará una misa por nuestro fundador, Augusto Meola y nuestro presidente dará un discurso. Quiero un comportamiento impecable, y ni que decir tiene que si alguien comete algún pequeño error...habrá consecuencias.

No hacía falta hablar de las consecuencias que podría haber. Todas conocían las medidas que la Señorita Michavila tomaría si algo salía mal. Si alguien cometía el estúpido error de hacer una fechoría a destiempo. El sólo recuerdo de la vara de fresno estallando en la carne tras hacer gemir al aire, era un terrorífico disuasivo contra la tentación de salirse de la raya. Pero la promesa por parte de la señorita Michavila de ocuparse personalmente del castigo de las desdichadas que osasen quebrantar las normas, añadía más truculencia a la ya permanente y constante amenaza del castigo.

Un silencio se hizo en el salón, hasta que la Srta Michavila dio permiso para que las alumnas se retiraran. Cuando la directora disolvió la reunión, aquella dependencia del colegio se vió envuelta en murmullos que fueron derivando en tonos de voz más altos, sin llegar al grito, ya que las humoradas se pagaban caras en alquel lugar. La vocecilla de la profesora de música se coló tímidamente en aquel trajín de retirada, para anunciar algo relativo a los ensayos del coro, que no se sabe si alguien escuchó en realidad.

La menuda y rubia Vanessa Begaglia había asistido a la reunión con un ojo puesto siempre en Mari Nieves. La fornida empleada de servicio había estado observándola. Algún sádico propósito tendría aquella especie de gorila con respecto a ella. No le quitaba ojo desde el intento de fuga. En el patio, o en los pasillos, era raro no cruzarse con su mirada, su mirada clara, penetrante; su sonrisa torcida, casi masculina; su manera de observar, desafiante y prepotente...

María de las Nieves Solana, aquella mujer recia del sur, era más alta y ancha de lo normal, y sin embargo sus facciones faciales eran suaves y hasta agradables. Su voz era algo hombruna y su comportamiento se diría que también. Su nariz, sus pómulos, su frente eran suaves y agradables, pero sus brazos y sus manos eran recios como los de un herrero. Era una mujer aldeana, fuerte de carácter. Tenía un hermoso pelo moreno, ondulado. Si la menuda y hermosa niña Vanessa Begaglia pudiera describir sus sentimientos hacia ella, podría describir algo más allá del odio. Mari Nieves tenía aquel morbo erótico de los depredadores. Como un lobo, o un águila real. Vanessa odiaba aquella sensación, que le asaltaba cuando veía la sonrisa torcida de Mari Nieves.

Continuará...