La pensión

Un joven llega a hospedarse en una pensión y conoce a otro huésped, quien despierta su interés.

PENSIÓN

Al cumplir los 18 años, me independicé de mis padres y decidí venir a probar suerte a la capital. Así que hube de buscar un lugar donde alojarme. Me dirigí a una pensión, donde me dijeron que aceptaban huéspedes y además era comedor. Pregunté por la patrona. Era la señora rolliza que estaba cocinando, al tiempo que charlaba con un muchacho, de unos 22 ó 23 años, cuyo aspecto delataba claramente, que era homosexual.

Después de arreglarme con la mujer en condiciones y precio, renté una habitación y, el muchacho, ofreciéndome su amistad, me dijo llamarse Mariano y se dispuso a ayudarme a instalarme. En realidad no tenía muchas pertenencias, por lo que no tomó mucho tiempo. Conversamos mientras yo guardaba mis cosas en un armario y sentí una corriente eléctrica que me atraía hacia él.

Ya había tenido algunos contactos homosexuales en la escuela, pero nunca había estado realmente con una persona de mi propio sexo, por lo cual la amistad con aquel joven, me turbaba, a la vez que me excitaba y hacía volar mi imaginación.

Al terminar de instalarme, Mariano salió diciendo que me vería en el comedor a la hora de la cena y pude escuchar unos instantes después, cómo la patrona le preguntaba:

  • ¿No va a ir a trabajar hoy?

  • ¿Y dejar a ese manjar? ¡Ni loca!

La mujer se encogió de hombros y se retiró al tiempo que decía:

  • Bien, ¡buena suerte!

Al terminar de dejar mis cosas, fui al comedor y vi a Mariano, esperándome, sentado a una mesa, con dos vasos y una botellita de licor. Al ver mi mirada de interrogación, me dijo:

  • Para celebrar tu llegada y... ¡para celebrar que nos conocimos!

Lo miré con gesto divertido y me senté con él en la mesa. Se había arreglado, cambiado de ropa y perfumado. Entre copa y copa fuimos conversando, y me contó que ofrecía sus servicios sexuales en el Centro de la ciudad y, sin esperar mi reacción, me dijo:

  • Cobro por ello, pero para ti, ¡será gratis!

Al ver mi expresión de asombro, rió de buena gana y entonces sentí su pie descalzo en mi entrepierna, buscando acariciar directamente mi pene. Me sobó en forma experta y con voz sensual me preguntó:

  • ¿Vas a rechazar mi oferta?

Lo miré fijamente, mientras su pie seguía acariciándome con maestría y, debo decirlo, provocándome una ya patente erección.

  • Bien -dijo-, ¿qué me respondes?

  • Bueno, yo... -dije sin saber qué responder.

Me miró fijamente, con una mirada lujuriosa, cálida, pesada, sensual y, bajo el impulso del alcohol, me saqué el pene de la bragueta. Con una amplia sonrisa, él lo tomó con su pie, sujetándolo entre su dedo gordo y el segundo.

  • ¡Qué hermoso! -me dijo

Me comía con los ojos, al tiempo que noté que había un bulto también muy apreciable en sus pantalones.

Se acercó a mí, metió su mano por la abertura de mi camisa y con sus dedos fríos, me tocó la tetilla. Al sentir la temperatura helada, di un brinco y un súbito latigazo de deseo golpeó mis carnes. Tímidamente acepté recibir el beso en los labios que él me ofrecía. Avancé mi mano y le toqué el pene por encima de la ropa. El me sonrió, en tanto yo lo seguí tocando, hasta que metió su mano en su bragueta y se sacó la verga. Quedé como fascinado, contemplándola.

  • ¿Te gusta? -preguntó.

  • Es preciosa -respondí con la respiración agitada y en sus ojos pude ver que le gustaba mi deseo.

  • Date gusto, mi niño -dijo.

Ni lerdo ni perezoso, le agarré el pene y comencé a masturbarlo.

  • ¡Que rico, que rico! -me dijo suspirando con los ojos cerrados, mientras tanto, hacía lo propio y comenzaba a masajearme la enorme erección que yo tenía ya entre las piernas.

Entonces vi algo que se movía en un extremo del comedor y pude darme cuenta de que la patrona estaba allí, observándonos. Me turbé y rápidamente, me guardé el pene y me cerré la cremallera.

Él, guardando la calma, se acomodó su falo y, poniéndose de pie me tomó de la mano y me llevó con él hasta mi habitación, al tiempo que me decía:

  • ¡Ven! Estaremos más cómodos.

Apenas hubimos entrado, me abrió el pantalón y en un segundo ya me tenía el pene de fuera y comenzó a acariciarlo con deleite. Poco a poco se fue agachando y al llegar con la cara frente a aquel príapo corcoveante, no pudo contener el deseo de meterlo dentro de su boca. Comenzó a mamarlo con dedicación y en un par de minutos me tuvo al borde de la teminación.

Pero no lo dejé darme la mamada final. Lo arrastré hasta la cama y lo tendí boca abajo, al tiempo que luchaba por quitarle la ropa. Le desgarré los calzones y le abrí las piernas. Nunca en mi vida había deseado a un culo, de una manera tan urgente. Me agaché y metiendo mi cara entre sus nalgas, le chupé el ano de una manera tan rica que, casi de inmediato, tuvo un orgasmo, que manchó la sábana.

Lo despojé rápidamente de sus pantalones y de los restos de su calzón y, fue él quien, con su mano, guió la cabeza de mi pene hasta ponerla enfrente de la abertura de su ano. Entonces, empujé, hasta clavarla. Mi hierro candente entró en su túnel, hasta que mis testículos golpearon contra sus nalgas.

Ambos comenzamos a movernos rítmica y furiosamente, y yo no tardé en llegar a un orgasmo que me sacudió por completo, bañando con mi esperma, las paredes interiores de su recto. Entonces, sentí en mi pene la contracción de su ano, con un nuevo orgasmo.

  • ¡Ooohhhhhh! ¡Divino niño! -dijo con la respiración entrecortada-. ¡Cómo me has hecho de feliz!

Nos quedamos abrazados, desnudos, reposando durante largo rato. Luego, se levantó y fue al retrete. Al regresar, ya estaba yo esperándolo con una nueva erección. Y empujándolo contra la pared, sin ninguna consideración, lo ensarté por detrás, de nuevo.

  • ¡Aahhhhh! -exclamó-. ¡Necesitaba esto!

Ambos estábamos tan excitados, que no hubo problemas para que mi pene llegara hasta el fondo de su recto, con una sensación de deleite innenarrable. Así como estábamos, de pie, comenzamos a movernos rítmicamente, con furia, y nuestras bocas se unían de refilón en un beso febril, devorándonos nuestras lenguas, hasta que mi chorro ardiente se estrelló de nuevo contra el fondo de su intestino.

Pero no me detuve. Seguí firme y erecto, haciéndolo gozar, hasta que prorrumpió en un grito salvaje que anunciaba su orgasmo. ¡Que rico! ¡Francamente, que rico! ¡Nunca había gozado tanto!

Fuimos a tumbarnos en la cama. Descansamos un rato, platicando, desnudos y luego él mostró signos de querer volver a la acción. Por lo cual decidió darme otra buena mamada, que en poco tiempo me tuvo vibrando de placer.

De pronto, lo interrumpí y poniéndolo en cuatro patas, coloqué la punta de mi pene frente a la entrada de su ano. Empujé suavemente, con lentitud, y fui entrando con suavidad.

Comenzamos a movernos en forma circular hasta que todo mi pene estuvo completamente en su interior. Fuimos moviéndonos rítmicamente, al tiempo que tanto él como yo, nos decíamos dulces palabras de amor y de pasión. La verdad es que nunca me había sentido tan bien, como con aquel muchacho y ambos la estábamos pasando de lo lindo.

El calor y la excitación fueron creciendo en mí con rapidez, al grado que unos momentos más tarde no me pude contener y sentí el arribo del orgasmo arrollador. Él gritó y llegó también a su culminación. Mi verga se hinchó y espasmódicamente comenzó a largar gruesos borbotones de semen. Fue algo realmente delicioso.

Para concluir debo decirles que me he mudado a su habitación y le doy de 2 a 3 polvos diarios y, es curioso, nuestros cuerpos constantemente desean tener sexo y más sexo.

Autor: Amadeo.

amadeo727@hotmail.com