La peluquera listilla

Ana era soberbia, pero realmente estaba reprimida. Se sentía guapa y muy femenina. Ella sentía que valía mucho más, y su coño también. Su coño estaba reprimido. Su ex-marido nunca supo follar bien y su novio actual no lo hacía mucho mejor... Hasta que un día Ana se topó conmigo en una cafetería.

Me pongo en situación. Acababa de entrar el año 2013 y venía de un 2012 muy, muy, muy movidito sexualmente hablando. Tras dejar a mi última novia me había propuesto dar de comer más a menudo hembras nuevas a mi polla, y no me corté un pelo a la hora de probar mujeres de todo tipo.

Mi personalidad en la cama ya había cambiado completamente. De ser un proto-macho que empezaba a torear, a ser un puto macho dominante que solo pensaba en su propio placer y en el de la mujer que es penetrada hasta ganarse su orgasmo. De esta forma, me empezaba a sentir como un cazador en busca de presas para mi rabo. Ya no me cortaba un pelo a la hora de tirarle el viaje a quien me entraba por el ojo. Mi vergüenza se había convertido en seguridad, y fue así como me acabé tropezando con una peluquera cualquiera. Ella se llamaba Ana.

El cómo me tropecé con Ana resulta de lo más variopinto. Por aquella época yo estaba realizando un curso de formación de unos pocos meses de duración en mi ciudad. A media mañana, en el descanso, tenía costumbre de acercarme a una cafetería de la zona para llenar un poco el estómago y no fenecer (exageradamente hablando).

Fue un día, estando tan tranquilo leyendo el periódico, cuando me fije que alguien de la barra de la cafetería lanzaba miradas furtivas hacia mi mesa. Hacia mi.

Supuse que le llamaría la atención mi aspecto de motero rudo con chupa de cuero negra, pantalones vaqueros rasgados y botas camperas con tacón, leyendo la sección de cultura del diario local. Un contraste muy grande comparado con el viejo verde de la otra punta del local, o del camarero desaliñado ex-presidiario que no sabías si te iba a servir un cruasán o a sacar una navaja de un momento a otro.

Pillé a esta chica en dos ocasiones. A la tercera le mantuve la mirada y sonreí. Ella se puso roja como un tomate ante mi descaro volviendo rápidamente su mirada hacia el café que se tomaba en un arrebato a lo “tierra trágame” pero sin dejar de guardar la sonrisa. Me acerqué a la barra para pagar mi consumición y convidar la de ella:

  • Y cóbrame también el café de la chica guapa de la esquina.- dije en alto.

Ella lo oyó, volvió su mirada otra vez hacia mí y me sonrió con mirada pícara. Y con las mismas me fui de allí. Para chulo y descarado ya estaba yo.

Al día siguiente y a la misma hora, volví a la cafetería donde habían pasado los anteriores hechos, pero con la peculiaridad de que justo entrando por la puerta me topé con iguales intenciones a la chica de marras. Le dejé pasar mientras me suelta:

  • Hoy me toca invitarte.- con voz de superioridad pero sin perder la sonrisa.

  • No hace falta, jeje.

Insistió y al final accedí. Nos sentamos juntos en la misma mesa y comenzamos a charlar. Me contó que se llamaba Ana, que era una de las peluqueras de un negocio situado dos calles más atrás. Evidentemente mi forma de vestir y mi actitud le habían llamado la atención y por eso no dejaba de mirarme. Todo en un tono muy cordial y divertido, casi en confianza, y que no era por otra cosa. A mí me hizo un poco de gracia y luego comprendí que al ser de un pueblo profundo de la provincia, no le resultaba tan familiar alguien como yo y por eso no podía evitar el haberme mirado tan descaradamente el día anterior. No obstante, su actitud provinciana le desvelaba de vez en cuando una forma de listilla que mezclada con su ignorancia llegaba a veces a descubrirla como soberbia y resabidilla.

Mantuvimos una charla agradable. Sin más. Nos contamos qué estábamos haciendo cada uno por esa zona, un poco nuestra vida, etc... Nos habíamos caído bien. Al final, como cada uno tenía que volver a su trabajo, nos intercambiamos los números y acordamos escribirnos a la tarde.

Después de salir del trabajo fui a comer a casa y al terminar se me ocurrió escribir a Ana. Al rato me respondió y me dijo que ella salía un poco más tarde y solía coger el tren para volver a casa, pero le convencí para que no lo hiciese y quedase conmigo. Si eso, ya le acercaba luego yo hasta el pueblo donde vivía. Le pareció buena idea, y a las cinco de la tarde me acerqué a la peluquería donde trabajaba; salió de ella y se subió en mi coche. Nos dimos dos besos para saludarnos y arranqué.

Para que luego a la hora de regresar no estuviéramos muy lejos de donde ella vivía, acordamos ir a una cafetería dos pueblos más allá de casa. Entramos, pedimos unos cafés, buscamos una mesa libre e íntima y nos sentamos.

Le pregunté por su vida. Por la mañana no me había podido contar mucho más allá de que le había gustado y ella a mí también.

Ana había dejado su atuendo de peluquera en el trabajo y había aparecido ante mí con unos legings de tela negros, unos pequeños tacones y una camisa un poco abierta. Tenía una buena altura, y también era algo rellenita, un pecho normal pero con un culo grande, redondo y bonito. Se la suponía unos treinta y muchos años. Luego me dijo que, además, era madre de una niña pequeña, que hacía dos años se había divorciado de su marido (el que fuese amante de ella toda su vida), un hombre grande, fornido… gordo y fuerte con el que llevaba desde la época del instituto, y con el que paso toda su juventud y flor de la vida. Resultó que un día le pilló tonteando con una camarera de un bar que frecuentaba entre semana, mandándose mensajes de whatsapp, y enrabietada de celos se separó de él.

Ana realmente estaba reprimida. Se sentía guapa y muy femenina. Pese a que su educación y costumbres siempre habían estado rodeadas a la eterna cultura de “cásate y ten hijos” ella sentía que valía mucho más, y su coño también. Su coño estaba reprimido. Durante casi dos décadas solo había follado con la misma polla aburrida de siempre, y Ana, ya cerca de los cuarenta que de los treinta, necesitaba marcha. Aquello había sido para ella una liberación.

Cuando por fin pudo divorciarse, encontró a otro hombre más joven con el que compartía su vida y ya llevaban cerca de un año viviendo juntos. Esa relación fue muy extraña. Empezaron como amigos, luego como pareja que nunca terminaba por consensuarse, y luego finalmente, hacia unos días habían acordado el poderse ver con otras personas, cosa sobre lo que a ella en principio le pareció bien a regañadientas. Una relación liberal en toda regla.

La actitud de Ana cuando hablaba era muchas veces de “mujer de armas tomar”, de la típica que se las sabia todas, aunque a mí no me dejaba de parecer una pose de persona ignorante sobre lo que había más allá de su alrededor; de su mundo.

Cuanto más pasaban las horas de aquella tarde, se me descubrió a una Ana que parecía más bien una "choni" venida a menos; reformada. La típica que de joven estuvo muy, muy buena, y por la cual todos los matones del barrio perdían el culo. Y estas "chonis" que van de dignas, al final lo que buscan es un pito al que agarrarse cuando el anterior les falla.

Yo poco más le contaba sobre mi vida. Que era feliz, me iba bien y que hacía lo que me daba la gana. Ella me empezó a mirar con una mezcla de envidia y deseo.

Tras tomarnos el café, me propuso el ir a otro sitio:

  • ¿A dónde vamos? Vamos al pueblo de la playa, y nos tomamos algo en el PUB que hay allí.- me contestó ella.

  • Ok, me parece bien. Vamos para allá.

Cuando por fin llegamos di un par de vueltas hasta que por fin encontré aparcamiento. Nos bajamos del coche y nos metimos dentro del PUB. Nos pedimos unas cervezas y nos fuimos a un lugar tranquilo al fondo del local, en la esquina de la barra.

Allí tranquilos consideré cambiar los temas de conversación. Ya sabía algo sobre su vida y su extraña relación, y le pregunté sobre qué tal sobrevivía haciendo de peluquera.

Ella me confesó que no estaba muy contenta donde trabajaba, pero que no había otra cosa. El sueldo no era muy allá y por eso se buscaba otras cosas con las que ir tirando, entre ellas haciendo de comercial los fines de semana con los tuppersex.

En los tuppersex ella se reunía en casa con sus amigas y conocidas y les hacía una presentación de juguetes sexuales y su funcionamiento para ver si conseguía vender algo y sacarse un extra. De esta forma fue como empezamos a entrar en el terreno del sexo, y yo, ignorante de todo aquello no hacía más que preguntarle cosas sobre el asunto.

La conversación empezó a subirse de tono. En un arrebato de sinceridad y tras varias cervezas, el ambiente estaba caldeado y me confesó que tenía varios consoladores que nunca había conseguido vender, pero con los que jugaba de vez en cuando y que su favorito era uno de varios centímetros de largo pero muy grueso.

Yo ya estaba que me subía por las paredes con este tema, imaginándome como se debía de dar placer semejante hembra, y mi polla estaba ya muy dura, como una piedra.

  • ¿Cómo de gorda?.- le pregunte. Y con mucha cara le agarre la mano y se la llevé a mi paquete.- ¿Cómo está?- mientras Ana palpaba por encima del pantalón.

Su cara era un poema. Se puso roja como un tomate. Yo le solté la mano y ella comenzó a recorrerme la polla para comprobar que aquello no era falso.

  • Joder… si, algo así. Jajaja, que cabrón eres.

  • No te gusta nada, eh

  • Hostia, no me la imaginaba tan gorda. Algo se te marca… pero es un poco exagerado esto.

  • ¡Ah! Así que me la habías mirado alguna vez, eh, pillina…

  • Jajajaja, sí, claro que sí. Es que a veces se te abultaba.

Ya con total seguridad, sabía que Ana quería guerra. Se le habían despejado todas las dudas. Me acerque a su cara y nos fundimos en un morreo muy morboso.

En la oscuridad de aquel PUB nadie veía realmente nada más que nosotros, alejados de todo en ese rincón íntimo. Mis manos enseguida empezaron a acariciar sus pechos por encima de la camisa que llevaba. Ella volvió a bajar su mano para comprobar una vez más lo que llevaba prisionero dentro del pantalón.

  • Esta va a ser para ti hoy.

Ella solo acertó a meter su lengua un poco más dentro de mi boca. Al separarnos le agarré de la mano y nos fuimos hacia la camarera para pagar las varias consumiciones que llevábamos.

Hecho esto, ella fue a la máquina de tabaco y yo le esperé fuera, dentro del coche. Cuando vino, se subió, nos volvimos a morrear y arranqué el motor.

El sitio elegido para hacer nuestras guarradas en la intimidad fue un bosque que había cerca de esta misma playa. Un lugar poco concurrido en primavera que lo hacía ideal al tener poca luz.

Durante el trayecto Ana había acertado a sacarme el rabo fuera del pantalón para poder ver que aquello no era ninguna broma. Cuando la vio lo único que pudo hacer fue empezar a suspirar y acariciármela.

Se llevó su mano izquierda a la boca, escupió y me la empezó a ensalivar. De esta forma, la paja que empezó a hacerme lentamente se convirtió en una sensación muy agradable gracias a la lubricación que había conseguido crear.

  • Cabrona, me la estas poniendo demasiado gorda.

  • Estate al tanto de la carretera. No vayamos a tener un accidente.- mientras ella no paraba de pajearme.

  • No lo haces nada mal.

  • ¿Sabes? Mi amigo, novio, o lo que sea… porque ya no se ni lo que es, hoy había quedado con una tía que conoció el otro día en un chat por internet.

  • Anda ¿no me digas?

  • Pues sí, llevaban días hablando y se le ha antojado conocerla… y a ver qué pasa.

  • Y por lo que veo, tú no has perdido la ocasión de ocupar ese tiempo.

  • Pues sí, pero que conste que esto no lo tenía ni mucho menos previsto.

  • Supongo que ha sido cosa de los dos el que ahora estés aquí cogida de mi polla. Te recuerdo que fui yo quien te mantuvo la mirada y se lanzó.

  • Sí, eso es cierto. Y voy a hacer lo que me salga del coño.

  • Esa es la actitud, Ana. Esa es la actitud.

Cuando llegamos a ese bosque, conseguí aparcar en un lugar apartado de la carretera. Apagué el motor y me lance donde Ana a comerle los labios. Ella en ningún momento había parado de tocarme el rabo.

Allí, dentro del coche, le agarré del cuello con firmeza y le dije con voz firme:

  • Vamos chupa, cabrona.

  • Joder, que ganas tengo. No me va a entrar en la boca, veras.

Ana engulló mi rabo hasta casi la mitad. Se esforzó por cumplir algo más pero no podía. La muy mamona no paraba de atragantarse con el trozo de carne de entre mis piernas, haciendo ruidos guturales que llegaban casi al ahora.

Cuando necesitó respirar, rápidamente se la saco de la boca dejando restos de hilos de baba por su comisura y parte de mi rabo.

  • Serás cerda, mira cómo te estas poniendo, glotona.

  • Que cabrón eres.

  • Vamos, sigue comiendo rabo del bueno.- mientras volví a sujetarla del cuello y la obligaba a bajar al quite.

Ana continuaba con su trabajo mamario mientras mis manos se metieron por dentro de sus legings. Primero acerté a pasar mis dedos por su ano, y siguiendo el camino termino palpando su coño, que estaba produciendo flujos de una manera bestial. Ana estaba empapada y cuando notó uno de mis dedos intentar introducirse dentro de su coño, la reacción inmediata fue apretar con los dientes levemente sobre el tronco de mi rabo.

  • Quítate la camisa. Quiero ver tus pechos.- le dije.

Ana se sacó mi polla de la boca, se irguió y obedeció mientras me miraba con cara de pícara y se relamía los labios limpiándose un poco tras el duro trabajo que acababa de hacer. Poco a poco se fue desabrochando esta y una vez terminado continuó con el sujetador. Sus pechos aparecieron en todo su esplendor, con un tamaño medio, unos pezones de color rosa y chiquitines; muy graciosos.

Me animé a comérselos poco a poco pasando mientras enseguida comenzó a jadear. Sin embargo, su mano volvió a buscarme la polla, hasta que consiguió agarrármela y continuar masturbándome. Mientras tanto, con su otra mano comenzó a tocarse el coño:

  • Joder Romeo, tengo el coño empapado.

  • Ahora enseguida te abro en dos, tranquila.- mientras expulsaba uno de sus pezones de mi boca.

  • Que cabrón eres. Como me has hecho perder los papeles.

Dejó de tocarse, soltó mi rabo, y comenzó a desabrocharse los pantalones poco a poco. Se los fue bajando, descalzándose y tirando todo al asiento de atrás. Con sus manos me apartó a un lado me hizo reclinar el asiento y a continuación ella misma se subió encima de mi.

Agarró mi falo, que ya de por si estaba que explotaba, y comenzó a pasárselo por la entrada de su coño. Ana empezó a suspirar y en un momento dado, en total silencio. Apoyó mi rabo en la entrada y poco a poco fue bajando lentamente, notando como centímetro a centímetro se habría paso en su interior todo mi grosor.

Sorprendentemente, entró sin mayor dificultad, perdiéndose en su interior. Pero lo mejor de todo fue cuando a Ana le empezaron a temblar las piernas, los pezones se le pusieron como piedras, y de su coño empezó a emanar fluido como si se estuviera meando de gusto. Era la primera vez que veía a una mujer corriéndose de esa manera y se lo hice saber:

  • Joder, como te has corrido. Me has empapado entero. Mira como tengo la tripa llena de tus flujos.

  • Dios, pero que ganas tenía. Menuda corrida, joder.- sin hacerme mucho caso.

Sus piernas dejaron de temblar y automáticamente Ana comenzó a cabalgarme. Su vaivén era un no parar constante mientras sus gemidos inundaban todo el habitáculo.

  • Vamos, muévete así cerda ¡Acelera el ritmo!.- mientras mis manos palmeaban violentamente sus pechos.

Oído esto, se puso de cuclillas encima de mí y comenzó otra vez a sacarla y metérsela poco a poco al principio y luego un poco más violentamente mientras me sonreía y me miraba a los ojos.

Nos sobresalta el sonido de su móvil. Alguien llama. Pero Ana pasa de cogerlo. Está ahora ocupada con un trabajo.

Mis manos ayudaban sujetando su culo, y al momento comencé a pasar uno de mis dedos por su ano, introduciéndoselo poco a poco. Volví a llevar este mismo dedo a su boca y la dije:

  • Chúpalo, que te lo quiero meter hasta dentro.

Ana sin problema alguno de lo introdujo en la boca, lo lamio y lo embadurnó bien de su saliva. Hecho esto, volví a llevar mi dedo a la entrada de su culo y poco a poco se lo fui metiendo en uno de sus vaivenes mientras otra vez le empezaron a temblar un poco las piernas.

  • ¿Qué tal tienes el culo? ¿está entrenado? Mi dedo ha entrado bastante bien.- le dije

  • Mi culo está bien. Juego mucho con mis juguetes.

  • Bien, porque ahora te vas a sacar mi rabo de ese chocho de golfa que tienes y te lo vas a meter tu solita.

  • ¿Sí? ¿eso quieres? ¿me la meto entera?

  • Si puedes… a ver si lo consigues.

  • Veamos a ver.

Ana levanto su culo lo suficiente para expulsar mi rabo y mi dedo del interior de sus orificios. Luego con su mano derecha busco mi polla, y cuando la alcanzo, se la coloco a la entra de su ano y poco a poco se la fue introduciendo exactamente igual que hizo cuando se la metió en el coño: mirándome a los ojos y bajando lentamente.

Si sorprendente fue lo bien que entro en su coño, más aun lo fue lo bien que también entró en su culo, amoldándose poco a poco a todo el ancho de mi pene, que invadía su interior sin mucho problema, en parte gracias a los flujos que habían lubricado.

La muy cabrona consiguió metérsela hasta dentro mientras me sonreía, y ahora otro vez, comenzó un vaivén similar al que hizo antes pero ahora con todo mi rabo partiéndole el culo en dos.

  • Pero serás hija de puta. Te la has metido hasta dentro sin rechistar. Tú no tienes un culo, tú tienes una boca del metro.

  • Ya te he dicho que juego con mis juguetes, animal.

  • Ya veo. Menudo vicio tienes.

  • Puf… y eso que a mi ex-marido le daba miedo darme por detrás por si me hacía daño.

  • Menudo gañán. Ese no sabía la pedazo puta que tenía por esposa.

  • Siempre fue muy mal amante.- me dijo ella con desconsuelo.

  • Hay mucho inútil por ahí.

Continuo cabalgándome con su enorme culo a gusto, mientras le acariciaba los pechos y nos mirábamos con deseo.

  • Esta mañana no te imaginabas que ibas a terminar con mi rabo metido hasta el fondo de tu culo mientras te tomabas el café conmigo ¿eh, cacho guarra?

  • ¡Dios, nooooo!

De repente suena otra vez el móvil de Ana.

  • ¡Joder!.- soltó Ana indignada mientras subía y bajaba sobre mi polla totalmente ensartada.

La sujete el trasero y empecé a bombearle violentamente y sin descanso. Ana tornó los ojos en blanco y en un momento dado le vino otro orgasmo que hizo que se dejase caer encima de mi rabo metiéndoselo hasta el fondo y vuelta a temblarle las piernas volvió a regarme toda la tripa con sus flujos mientras escapaba un pequeño chillido.

  • ¡Ah, joder!… ¡Que polvazo! Como echaba en falta esto.

  • Te habrás quedado a gusto, eh. Te he dejado el culo como nuevo, golfa.

  • Veras tu luego. No sé si podré sentarme. Me lo has machacado bien.

  • Ya lo creo. Y todavía no me he corrido.

  • Ya, ya lo sé. Déjame reponerme un poco y te la termino.

Cogí una pequeña toalla que tenía en los asientos traseros y comencé a limpiarnos un poco. Una vez más, sonó su móvil. La llamada parece insistente:

  • Deja, no le cojas.

  • Si, le voy a coger. A ver quién es. Lo mismo es este.

Ana consigue desacoplarse de mi rabo y se acerca al otro asiento del coche, donde acierta a sentarse para buscar más cómodamente el móvil en su bolso. Este no deja de llamar, pero justo cuando lo tiene en su mano, cuelgan.

  • Hostia. Qué sí que es el. Y la llamada de antes también. Me ha escrito varios whassap a lo largo de la noche.

  • Y tu entretenida. Hay que ver, jajaja.- le dije con sorna.- ¿Qué te dice?

Ana guardo un momento de silencio mientras lo leía. Su cara empezó a cambiar de expresión. Primero puso cara de preocupación… pero al instante se le dibujo una sonrisa maléfica en la cara, como de triunfo.

  • Pufff… pues a ver. Hace dos horas me ha escrito un mensaje diciendo que la tía con la que había quedado, que nada. Que no le molaba en persona o algo así, y que no ha pasado nada. Que parece que se lo pensó mejor y abortó “la operación”. Que se va para casa… Que ya ha llegado… Que donde estoy…-su dedo no dejaba de deslizar hacia arriba por la pantalla del teléfono táctil.

  • Anda no jodas, jajaja. Y tú aquí follando conmigo.

  • Si, si… Que se va a poner a hacer una pizza. Que si voy a tardar mucho. Y luego… que nada, que la pizza ya estaba. Ha debido de ser cuando hizo la primera llamada.

  • Menuda película, jajaja.

  • Y que como no contesto que se pone a cenar el solo. Pobre. Le voy a llamar, eh.

Mientras Ana intentaba llamar a su novio, yo aproveche para pasarme al asiento del copiloto y situarme encima de ella. Baje mi cabeza hasta llegar a la entra de su coño:

  • Hola ¿Qué haces?... ¿cenando ya?

Mi lengua encontró su clítoris y comencé a lamer.

  • Si, estoy con alguien… Si, he quedado con alguien…

Continué comiéndome ese manjar mientras mi rabo empezó a ponerse otra vez duro.

  • Bueno, es lo que habíamos hablado ¿no?

Subí y me coloqué otra vez encima de ella, pero esta vez comencé a introducir mi miembro otra vez en su jugoso chochito. Hasta dentro de un golpe.

  • Puf… Espera… Ahora en un rato voy. No te preocupes tanto, anda.

Le cogí el móvil, colgué la llamada ante su sorpresa, lo tire por ahí, y comencé a bombearle el coño como si fuese un toro desbocado.

Ana simplemente se dejó hacer, y solo se oían nuestros jadeos.

  • Tú esta noche eres mía, y al cornudo ese que le den por el culo por pringado.

  • Joder, le has colgado mientras me la metías.

  • Si, que aprenda a respetar a una buena hembra.

Y seguí dándole caña son insistencia. Ella ya había perdido el sentido del tiempo y parecía que le daba todo igual. Notaba como mis huevos se empezaban a hinchar y a llenarse de leche.

  • Hostia Ana, me voy a correr. Te voy a llenar el coño de leche.

Ana ni contesto, simplemente abrió más las piernas para dejarme meter mi rabo más dentro suyo, hasta que no aguanté más y una buena corrida de lefa empezó a inundar su coño. Como un animal.

Cuando por fin me vacié todo lo que pude, me desacople y me puse otra vez en el asiento del conductor, tal y como estábamos cuando llegamos a nuestro paraje íntimo. Ana, una vez repuesta del polvo que le acababa de echar, acertó a decir:

  • ¿Te has corrido dentro?

  • Sí.- un si con chulería y desprecio a partes iguales

  • Estamos locos.

Ana se quedó pensativa. No estaba preocupada, dado que tomaba la píldora. Más bien era como si se cuestionase el cómo era posible que fuese tan puta como para dejarse llenar el coño de leche por un desconocido mientras su novio le esperaba desesperado en casa sabiendo de sobra que “estaban dando polla a su chica”.

Me agaché hasta alcanzar su tanga y se lo puse con un poco de dificultad. Tenía el coño chorreando leche, y con la prenda conseguí que ahí se quedase.

  • Cuando entres por la puerta de casa, dile al cornudo que te limpie el coño a lengüetazos.

  • ¡Si hombre! No seas tan hijo de puta.

  • Tú hazlo y luego me lo cuentas.

  • Que retorcido eres, cabrón. No voy a hacer eso.

  • Bueno, tú cuéntame lo que pase.

  • Pues pasará que se me pondrá a lloriquear por que se ha dado cuenta de que la ha cagado. Ha querido ir de liberal y no se ha acordado de que yo también puedo irme a follar con quien quiera. Ya verás.

  • Anda que menuda historia os traéis. Cuando quieras repetimos, pero en una cama, no dentro del coche.

  • Ya veremos a ver. Mientras me guiñaba un ojo.

En el camino a casa iba conduciendo con total tranquilidad. Ya eran la 1:00 AM y el sueño hacia presencia. A penas conversamos nada. Cuando llegamos a su urbanización, aparqué en unas naves industriales que había cerca.

  • Bueno, ya hemos llegado, nena  ¿Todo bien?

  • Sí, todo muy bien. Ha estado muy, muy, bien.

  • Te vas contenta, eh.

  • Pues sí. Hemos echado un buen polvazo.

  • Sin duda.

Juntamos nuestros labios y nos fundimos en un beso donde entrelazábamos las lenguas. Aproveché para volverle a tocar los pechitos y al rato ya tenía otra vez la polla fuera, dura como una piedra.

  • Ven, cómemela.- mientras la agarraba del pelo.

  • ¿Otra vez? ¿no te cansas?

  • Cállate puta, y come.

Ana sin rechistar se metió mi rabo en la boca y se recreó lamiendo, chupando y pasando la lengua por todo el tronco mientras le sujetaba la cabeza y le recordaba al oído que esta noche había sido muy guarra.

  • Eso es. Despídete bien de ella. Creo que se lo merece. Demuestra lo cerda que eres.

A Ana esto parecía que le encendía. Su sumisión le ponía extremadamente cachonda, y mi trato tan violento y despreciable hacia ella, le hacía despertar un volcán en su ser. Prueba de ello es como se metía mi polla hasta la garganta y aumentaba el ritmo, animada, como si no hubiese mañana.

Mi segunda corrida no se hizo esperar, y al poco mi leche salió disparada llenándole su boca de todo un manjar blanco y cremoso recién horneado en lo más profundo de mis pelotas. Terminada mi eyaculación, se molestó en limpiármela muy bien, sin dejar nada de lefa.

  • Eh, te dejas un poco aquí.- indicándole el pubis afeitado.

Ana lo recogió con los labios y lo absorbió. Volvió a darme un último repaso a mi pene hasta dejármelo limpio y brillante, y con las mismas me la guardó en el pantalón.

  • Así me gusta. Como tiene que ser. Y ahora ya sabes: cuando entres en casa lo primero que vas a hacer es darle un morreo al cornudo y haz que te coma el coño. Que pruebe la leche de macho. El macho que se ha tirado a la puta de su novia.

Ana se reía. Todo aquello le debía de parecer demasiado surrealista, pero sin embargo le ponía a cien.

  • No seas cabrón. No lo voy a hacer.

  • Venga, anda. Hazlo.

  • Anda, déjame en paz. Y ya hablamos ¿vale? A ver ahora que papelón me encuentro en casa. Este debe de estar muy rayado.

  • Que le den. Él se lo busco ¿no quería esto? Pues que tome dos tazas. Ya me contarás.

  • Si, ya te contaré.

Ana se acercó y me dio un pico. Olía a sexo, a semen, a saliva… iba hecha una auténtica traza para casa. Una cerda marcada.

Arranqué el coche y me largue de allí. Había sido una buena experiencia.

EPILOGO

A la mañana siguiente ya era sábado y hablé con Ana por whassap. Le pregunté sobre el episodio sucedido una vez llegada a casa.

Me comentó que su novio estaba en el sofá tirado viendo la tele, y vio trozos de pizza tirados en un plato cerca del televisor. Simplemente al entrar en casa saludo con un “hola” e inmediatamente se fue a la ducha.

Cuando salió de ella, su novio llego al dormitorio y se derrumbó. Le confesó que aquello había sido una mala idea y que no estaba dispuesto a que volviese a suceder algo así. Ella le confeso que venía recién follada y bien follada, y que ya se olía que algo así iba a acabar pasando.

Hablaron sobre cómo deberían realmente llevar la relación si querían estar juntos como una pareja normal a partir de ese momento. No hubo reproches. Cada uno había sido consciente de lo sucedido.

Celebraron el nuevo acuerdo de pareja yéndose a follar, aunque tuvo mucho que ver la insistencia de él porque le contase que es lo que había pasado y que le habían hecho yo. Al parecer, el saber que venía de follar con un tío con pintas de chulo que se encontró en una cafetería esa misma mañana le puso muy cachondo y al final se tiraron toda la noche follando.

Ana me dejó claro que no volvería a pasar nada más entre nosotros. Que había estado muy bien, pero que había sido una locura fruta de un momento complicado de su vida.

No le insistí en ningún momento en volver a vernos. Después de todo, yo seguía siendo un mujeriego empedernido y para mi ella había sido otra más de las tantas que habían pasado y que pasarían por mis intimidades.

Acordamos amistad y adiós.