¡ La Pecadora !
Elvira necesita nuevamente apagar el fuego que arde en el interior de su cuerpo. El lugar, con quien, donde, todo es importante para calmar su sed.
¡La PECADORA!
Elvira entro en la iglesia con paso firme y decidida. Eran altas horas de la noche y no había ni una sola alma en aquella ermita separada del pueblo que se ubicaba en lo alto de una colina. El ruido de sus tacones la acompaño por el largo pasillo hasta el confesionario, donde echando a un lado la cortina se oculto tras esta, en espera del párroco para confesar sus pecados.
El padre Ambrosio la vio desde la sacristía nada más entrar. Era una hora intempestiva para una visita al Creador, pero su trabajo no tenía horarios y la puerta del templo estaba abierta. La siguió con la mirada hasta el confesionario, una mujer de unos cuarenta y cinco años mas o menos, media melena, morena de pelo, estatura media, caderas sugerentes y unos pechos muy bien torneados. Vestía falda negra ajustada, y una blusa blanca, lo que más le llamo la atención fueron sus zapatos de tacón alto, que dejaban una huella audible por allí por donde caminase. Aguardo unos minutos antes de acudir al confesionario terminando de preparar el cometido que ahora ocupaba su tiempo.
-Ave María Purísima hija. ¿Qué te trae por aquí?- dijo el padre Ambrosio una vez ubicado al otro lado del confesionario, y tras haber descorrido la cortina que la separaba de su feligresa.
-Padre, necesito confesión. – escucho desde el otro lado. Una voz dulce y compungida que necesitaba consuelo, alguien que escuchase sus penas.
-Tu dirás hija. Te escucho.
-Hace ya mas de un año que enviude, y desde entonces…. – Elvira hizo una pausa.
-Lo siento hija. Eres muy joven aun para tener que pasar ya por ese trance. Pero dime, que te aflige, quizás pueda aconsejarte, darte consuelo. – la invito el padre Ambrosio a que continuase.
-Nuestra relación era muy especial, y si, soy joven aun, y quizás es por eso que el cuerpo me pide ciertas cosas que a otra edad quizás no, pero por más que busco en ningún otro hombre hallo lo que busco.
-El amor por tu marido probablemente sea difícil de sustituir hija, hay personas especiales que nos marcan de por vida. No busques comparaciones, no seas exigente con tus pretendientes, y no cierres tu corazón. Dales una oportunidad. – contesto el padre Ambrosio.
-A veces padre pienso que soy una pervertida, y que mis gustos no son los de la mayoría.
-¿Por qué dices eso…?. Aun no me has dicho como te llamas. O si lo prefieres te puedo seguir llamando hija, no me importa la verdad.
-Elvira padre. Me llamo Elvira.
-¿Por qué dices que eres una pervertida Elvira?. – pregunto el padre Ambrosio sabiendo ya que se introducía en aguas fanganosas.
-Mi marido, Manolo. Así se llamaba. De vez en cuando le contrariaba, le picaba, le sacaba de sus casillas a propósito, hasta que el reaccionaba y me daba una lección como si fuera una colegiala, una malcriada. Luego hacíamos el amor y al final era como si no hubiera pasado nada. – confeso Elvira con el rubor subido a sus mejillas.
-Eso no es ser una pervertida Elvira. En todo caso yo lo llamaría un fetiche, un acuerdo entre ambos, un juego con el cual afianzar vuestra relación. – contesto el padre.
-Es difícil encontrar esa compenetración con alguien al que no conoces padre, y al que probablemente incluso con el paso del tiempo descubras que no le gusta. ¿Cómo hacer?. ¿Cómo saber para….? – Elvira dejo la frase a medias.
-¿Pero que buscas exactamente hija?. ¿Alguien con quien compartir tu lecho, tu vida?, o ¿alguien que te castigue?.- pregunto el padre Ambrosio.
-Todo padre, lo busco todo, y ya no se que hacer para encontrarlo. Mi alma se encoge, siento una angustia inmensa, y por mas que intento autosatisfacerme, no puedo. ¿Me entiende padre? – La dijo Elvira con un claro tono de aflicción en su voz.
-La verdad es que no hija, no te entiendo. Pero eso no significa que este mal lo que sientes. Yo de pequeño era uno de los sacristanes de una pequeña parroquia, y cuando cometíamos alguna fechoría, cuando cometíamos algún desliz y el párroco nos pillaba, nos llevaba de un tirón de orejas hasta la sacristía y allí con los pantalones bajados nos daba un muy buen repaso con la calienta culos.
-¿La calienta culos, padre? – pregunto Elvira.
-Si, era como un cinto ancho pero acabado en un mango por donde sujetarlo. Y cuando me tocaba probarla tan solo recuerdo que sacaba el culo para afuera como me ordenaba, cerraba los ojos con fuerza y apretaba los dientes para no gritar. Y le pedía al señor que no llegara a oídos de mi madre, o de mi padre y todo se quedara allí, o me tocaría cobrar por segunda vez. – la connfeso ahora el padre Ambrosio a Elvira.
-Y, ¿nunca busco una de esas azotainas a propósito padre?. – le pregunto la pecadora que buscaba confesión.
-Nunca hija. Aquella arma del diablo escocía, picaba y dolía como mil demonios.
-Quizás usted padre podría reconducirme por el buen camino. No se algo entre usted y yo. – le pregunto Elvira con voz tímida y entrecortada, como si aquella petición fuese algo desmesurado, algo imposible y fuera de lugar.
-¡Alabado sea el señor!. Pero que dices pecadora. – exclamo el padre Ambrosio elevando la voz.
-Perdón padre, perdón. Ya no se ni lo que digo. ¡Que vergüenza!. Que pensara usted de mí. – Elvira se persigno como arrepintiéndose de lo que acababa de sugerir.
-No pasa nada hija, tranquila. Encontraremos el remedio al mal que aflige tu alma. En el seminario antes de ordenarme sacerdote también recibí lo mío cuando nos saltábamos alguna misa. Maitines, casi siempre. – confeso el padre Ambrosio con una medio sonrisa en sus labios.
-Creo que será mejor que me vaya padre, esta claro que aquí no encontrare consuelo, ni nada de lo que busco. Quizás me haga atea, confieso que tenía fe y esperanza en encontrar aquí al menos la mitad de lo que necesito. – inquirió Elvira haciendo acopio de levantarse y abandonar aquel sagrado lugar.
-No blasfemes, por caridad de Dios. Con que era eso desde el principio lo que buscabas, ¿no?. Te has estado riendo de mi desde el principio. – replico el padre Ambrosio alzando de nuevo la voz y con tono bastante enfadado. – Pues mira tú por dónde vas a encontrar la mitad de lo que buscabas hija.
Y al mismo tiempo que terminaba el cometario, salió del el confesionario, para descorriendo la cortina del otro lado, agarrar a Elvira de una oreja y tirando de esta llevarla hasta la sacristía al tiempo que no dejaba de hacerla reproches, enfadado, airado, sintiéndose engañado y burlado.
-Habrase visto tal desfachatez. Seguro que todo es un embuste pecadora, pero tranquila que esta broma de mal gusto te va a salir cara. No se si alguna vez habrás catado una calienta culos, pero te aseguro que cuando abandones este lugar tu trasero ya la habrá catado y en abundancia.
Elvira sintió como su cuerpo se elevaba del reclinatorio del confesionario y volaba literalmente tras los pasos del párroco Ambrosio. El tono de su voz no sugería nada bueno, y con paso ligero hizo malabares para no caerse tras él, tras la dificultad de mantener el equilibrio sobre sus tacones. Entraron en una salita tras el altar y se pararon delante de una puerta, que debía de conducir directa a la sacristía.
-Abre la puerta desvergonzada, y sube la escalera. Ahora te daré tu merecido. – la ordeno el padre Ambrosio.
Elvira abrió la puerta y comenzó a subir por una estrecha escalera de no más de quince peldaños. Tras una cortina de color rojo purpura se encontró en una sala de estar confortable y acogedora de dimensiones mas bien pequeñas. Nuevamente sintió las manos del párroco tirándola de la oreja hasta dejarla en un esquina mirando cara a la pared.
-Espéreme aquí, si le queda un mínimo de vergüenza. Ponga sus manos sobre la cabeza mientras busco una calienta traseros para darla su bien ganado merecido.
Elvira quedo de espaldas al párroco, que comenzó a trastear por la sala abriendo y cerrando cajones. Sus sentidos se habían despertado tanto que podía oír incluso el ruido de su sotana resbalando por el suelo. El pulso se la había acelerado, y los latidos de su corazón multiplicado. Al cabo de unos minutos que se la hicieron eternos escucho de nuevo la voz del sacerdote.
-Dese la vuelta y sitúese en el centro de la sala.
Elvira se giro y vio al padre Ambrosio de pie, a escasos dos metros de ella esperándola en el centro de aquella sala con una especia de correa ancha, sujeta a un mango de madera. El ruido que hacia al hacerla entrechocar contra su sotana ya infligía temor y respeto.
Elvira avanzo hasta situarse casi al lado del padre Ambrosio con las manos aun puestas sobre su cabeza, la mirada baja, compungida, asustada, arrepentida, sabiendo que ha llegado el momento de pagar por sus faltas.
-Se sube la falda, se baja las bragas hasta la altura de las rodillas, con las piernas separadas, se inclina hacia delante hasta sujetarse los tobillos con las manos, cuenta los azotes que la de, y me da las gracias añadiendo a cada uno “ por desvergonzada”.
Elvira trago saliva alzando un poco la cabeza para mantenerle la mirada al padre Ambrosio. Se le veía enfadado, serio, firme en sus ordenes. Aquello no iba a ser placentero. Lentamente giro su cuerpo cuarenta y cinco grados a su derecha y se inclino hacia adelante, para acto seguido subirse la falda, y bajarse las bragas al tiempo que abría las piernas lo suficiente para que estas quedaran estiradas a la altura de sus rodillas sin llegar a tocar el suelo. Una vez conseguido tal fin, estiro sus manos y se sujeto los tobillos, clavando su mirada en los zapatos negros de tacón alto que llevaba puestos, en espera del comienzo.
El padre Ambrosio estiro su brazo derecho e hizo entrechocar la correa del cinto sobre el blanco culo de su feligresa, dos, tres veces, como acariciándolo, como presentándose antes de comenzar a fustigarlo de verdad. A la cuarta fue la vencida y la mano del padre Ambrosio describió un arco de noventa grados, para descargar sobre el trasero de Elvira el primero de los azotes que pensaba regalarla por todas sus faltas de consideración y desvergüenza. Elvira aulló y dijo.
-Uno, gracias padre por desvergonzada.
Al padre Ambrosio no le tembló la mano y acto seguido descargo un segundo correazo sobre las nalgas de Elvira, que dejaron una nueva marca horizontal sobre aquella delicada piel.
-Dos, gracias padre por desvergonzada. – aulló de nuevo Elvira resistiendo para no llevarse las manos al trasero para consolárselo y protegérselo al mismo tiempo.
Nuevamente se repitió el mismo proceder, y así fueron cayendo uno tras otro los azotes en el culo de Elvira, repitiendo tras cada uno el número de este y añadiendo el “gracias padre, por desvergonzada”. Al sexto ya no pudo contener alguna lágrima, al tiempo que se llevaba las manos al trasero poniéndose de pie y frotándoselo con ganas.
-Sino quiere que empecemos de nuevo pecadora, inclínese de nuevo y aguante hasta el final. Llevamos la mitad, yo creo que con doce correazos de esta calienta traseros aprenderá la lección.
Elvira le miraba a los ojos como haciendo un pucherito con sus labios, al tiempo que una lagrima caía por su mejilla. El culo la ardía de verdad, la dolía, se sentía muy excitada, aquello era lo que tanto había buscado tras la pérdida de su Manolo, por mucho que el padre Ambrosio no la hubiera creído. Nuevamente adopto la posición de castigo en espera de recibir la mitad del castigo prometido. Se auto convenció de que solo quedaban seis correazos mas.
La mirada del padre Ambrosio era dura, estaba disciplinando a una sierva pecadora, y se vio reflejado en el papel del párroco que le castigaba a el de pequeño. El reflejo de un espejo le devolvía su imagen enfundado con aquella sotana negra que la llegaba hasta los pies. Se sentía poderoso, fuerte, el amo del mundo. Dejo que la correa acariciara nuevamente las nalgas de Elvira, antes de descargar sobre ellas el séptimo azote. En verdad que aquella mujer tenia un culo impresionante.
-Siete, gracias padre por desvergonzada.
La voz de Elvira fue contando y agradeciendo cada uno de los correazos recibidos hasta terminar el castigo con el decimo segundo. Al finalizar este el padre Ambrosio te tomo la licencia de acercarse a Elvira para acariciar con su propia mano aquel trasero y tomar así la temperatura que este hubiera alcanzado tras aquel severo castigo. Su mano acaricio la nalga derecha, luego la izquierda. Era suave al tacto, estaba muy caliente. ¿Qué tenía aquella mujer que despertaba en el otros instintos? Al cabo de unos minutos reacciono.
-Vuelva al rincón y recapacite del porque la he castigado. Quiero ver en todo momento ese culo rojo.
Elvira se dirigió al rincón y se recogió la falda metiendo la parte de abajo por la cintura, de modo que su trasero quedara bien expuesto ante los ojos del párroco. Coloco sus manos sobre su cabeza y espero. Ahora era ella la que se sentía poderosa, sabía que por mucho que dijese el sacerdote, ahora mismo estaba hipnotizado mirándola el culo.
El padre Ambrosio cogió un libro y se sentó en un sillón cómodamente. Su intención era leer mientras pasaba el tiempo de reflexión, pero sus ojos se iban una y otra vez hacia aquel descomunal culo que acababa de castigar. Si, se lo merecía, pero ¿Por qué?. Porque aquella mujer de nombre Elvira despertaba en el esa excitación. Notaba su miembro viril erecto bajo su sotana, lo sentía acariciándola, dejándose notar elevándola allí por donde hacían contacto. ¿Era una prueba del señor?, o simplemente tenía que actuar como un hombre normal y corriente, y darle a aquella mujer lo que tanto buscaba y anhelaba tras la perdida de su marido. Quizás su historia fuese verdad, había aguantado todo el castigo sin decir nada, sin queja alguna. Podría haberse resistido, podría haber salido huyendo. ¿Qué hacer ahora?
Al cabo de diez minutos el padre Ambrosio cerro el libro y lo dejo sobre la mesa de al lado. Diez minutos de reflexión, ¿para Elvira?, o ¿para el?. Tomo una decisión.
-Elvira, ¡acércate!.
Elvira giro sobre si misma con el culo aun caliente, y permitiéndose la licencia de acariciárselo, se acerco con la mirada baja hacia el sacerdote.
-Si, padre. – respondió a su llamada ya ante el.
-Vamos a descubrir si tu historia es real, o ¿no?.
El padre Ambrosio se levanto la sotana sin levantarse del sillón, descubriendo ante Elvira su miembro erecto, duro como una piedra, dispuesto a dar placer a aquella pecadora feligresa.
-De rodillas, ¿te explico lo que hacer?, o……
Los ojos de Elvira se iluminaron como una farola en la noche. No hizo falta explicación alguna, ella sola se arrodillo ante el párroco, se hizo hueco entre la sotana, y tomándolo entre sus manos , comenzó a lamer, chupar, saborear aquel increíble y majestuoso falo. Tres lamidas fueron suficientes para que el padre Ambrosio soltara su primer gemido de placer.
-Siento haber sido tan severo contigo Elvira por no creerte, ahora déjame darte placer como recompensa a tus plegarias.
Elvira continuaba lamiendo y chupando, mirando con ojos libidinosos al sacerdote. Aquello la ponía cachonda, muy cachonda, y no veía el momento en el que aquel cura se la follara. Estaba en celo, como una perra caliente.
-Déjese de monsergas ya padre, y clávemela de una puta vez. Tengo el coño tan mojado que gotea solo.
El padre Ambrosio se levanto al mismo tiempo que tiraba de Elvira hacia arriba. Intercambiaron sus posiciones dejando a ella frente a la mesa donde instantes antes había dejado su libro de lectura. Apoyada sobre esta, Elvira ofreció su culo para que este fuera penetrado, ultrajado, follado, todo lo que quisiera el cura hacer con el. El padre Ambrosio se inclino sobre si mismo y hundió su lengua en aquel jugoso manjar. Quería probar aquel coñito húmedo y caliente, saborearlo, hacerlo gozar antes de poseerlo. Elvira gozaba y gemía de placer al tiempo que no paraba de soltar imprecaciones.
-Si padre, si. Cómase mi coñito, Ummm, si, mi dulce coñito, vamos no pare, no pare de comérmelo, esta rico ¿verdad?. ¿Quién es ahora el pervertido?.
El padre Ambrosio se deleito durante varios minutos con aquel manjar, luego se puso en pie y alzándose la sotana condujo su miembro viril hasta la entrada de aquella cueva. E introduciéndolo en ella, sintió como se abría paso por aquel coño que evidenciaba tiempo sin haber sido visitado. Primero lo hizo despacio, como no queriendo herirlo,, luego acelero el ritmo de sus envestidas, al tiempo que los gemidos de Elvira iban acrecentándose, tanto en duración como en potencia. Aquel cura estaba dándole lo suyo a la pecadora feligresa.
-¿Te gusta hija?, ¿es esto lo que tanto echabas de menos de tu Manolo?
-Si padre, deme mas fuerte, no pare. Esto es lo que quería, lo que buscaba. Folleme duro – dijo Elvira entre gemidos entrecortados alzando la voz.
Las manos de Elvira se soltaron de la mesa para poco a poco desabrocharse la blusa blanca que llevaba puesta, y deshaciéndose después de su sujetador poder acariciar y hasta lamer sus propios pezones. Los tenia duros, erectos, sus aureolas sonrosadas quedaban bien marcadas y húmedas tras cada lengüetazo de su lengua.
El padre Ambrosio quería también, estiro su mano y logro acariciar unos de sus pechos, sin dejar de acometer con su miembro viril sobre aquel conejito caliente. Le sintió suave, blandito al tacto, manejable, un juguete de placer. Pero también quería comer de aquella fruta prohibida. Como poseído por el diablo saco su miembro viril del interior de Elvira, y tirando de ella la llevo hasta una silla que situó en el centro de la sala. Una vez sentado en ella, incito a Elvira a que cabalgase sobre el. Sin rehuirle la mirada, se bajo la cremallera de la falda negra dejándola caer sobre el suelo. Era la única prenda que la quedaba para quedarse desnuda ante los libidinosos ojos de aquel cura. Luego hizo ademan como si fuera a montar en una bicicleta, siendo el sillín de esta el inmenso falo del padre Ambrosio, que se metió en el coño con una facilidad increíble. Comenzó a cabalgar sobre aquella polla como si estuviese poseída, dejando a la altura de la cara sus sugerentes tetas. Agarrándose una de ellas se la acerco al párroco diciéndole.
-Venga padre. Déjeme que le de un poquito el pecho. ¿No quiere comérmelas?
Sin dejar de cabalgar sobre la montura del padre Ambrosio, Elvira ofreció su pecho derecho al sacerdote, que comenzó a comérselo, a saborearlo como si nunca antes hubiera probado algo tan apetitoso. La lengua del padre comenzó a alternar uno y otro pecho, uno y otro pezón, los lamia, los mordía, los saboreaba. Elvira hecho la cabeza para atrás, dejando caer su negra melena por su espalda sin dejar de gemir.
Fueron momentos intensos, donde el fuego del infierno se alzaba sobre el cielo celestial. Juntos llegaron al mayor de los orgasmos vividos por ambos, entre gemidos, alaridos, caricias y palabras malsonantes. Cuando ambos terminaron de descargar sobre el otro toda su pasión, Elvira se bajo de la montura y comenzó a vestirse. Sus palabras fueron sinceras.
-Manolo, tenias razón, esta fantasía ha sido maravillosa. Ha sido el mejor polvo de mi vida.
-Te lo dije corazón. He disfrutado como un enano. Mereció la pena jugársela para conseguir la llave de la ermita, ¿Eh?. – La dijo Manolo a Elvira.
-Si, mereció la pena, pero yo te espero en el coche, ¿vale?. Tengo la sensación de que el verdadero padre Ambrosio va a aparecer en cualquier momento, y nos va a dar una buena con la calienta traseros.
Manolo se echo a reír mientras su mujer bajaba las escaleras en dirección al altar, para recorrer el pasillo central de la ermita en dirección al coche que estaba aparcado a las puertas de esta. Antes de salir de la iglesia Manolo la oyó decir.
-Deja la sotana en su sitio, bien estirada y sin arrugas cariño, pero la caliente traseros tráetela, mi culo quiere probarla en el futuro más veces.
Manolo cerró los ojos y se sintió bien. Poco a poco dejo de oír el repiqueteo de los tacones de su mujer saliendo de la iglesia en la tranquilidad de la noche. Si, le había gustado ponerse en la piel de padre Ambrosio, aquel que tantas veces le había castigado con la caliente traseros. Ahora él, la iba a dar otro uso más placentero, tanto para él, como para su mujer Elvira.