La Patricia y el gladiador
Situaciones insólitas de la Antigua Roma
La Patricia y el gladiador
Desde el momento en que lo vi en la arena del Coliseo, el corazón me dio un vuelco. Era alto, fuerte, valiente, viril y un gran atleta. Lo que siempre había soñado para mí.
Para mi desgracia mi marido era un senador, rico, poderoso, dialécticamente muy hábil y culto pero viejo y débil.
Mi nombre es Helena, tengo 20 años y un físico que no pasa desapercibido a los hombres. Debido a mi origen noble, desde pequeña vivo rodeada de todos los lujos imaginables y estoy acostumbrada a obtener siempre lo que quiero y por tanto estaba decidida a conseguir a aquel Adonis, costara lo que costara.
Así que discretamente empecé a hacer algunas indagaciones sobre aquel fornido gladiador.
Enseguida averigüé que su nombre era Marcus y aunque tenía la ciudadanía romana, era originario del norte de África.
Mi marido, siempre había consentido todos mis caprichos aunque estaba segura de que no accedería a éste.
Por la noche, yo cerraba los ojos y soñaba con sentirme poseída por aquellos fornidos brazos que me inmovilizaran completamente y sentía un placer indescriptible, solo con imaginarlo.
Los días pasaban y yo cada vez estaba más excitada e impaciente, por eso le encargué a mi esclava de confianza Livia que buscara la manera de contactar con Marcus y a tal efecto le entregué una generosa cantidad de denarios.
Por fin mis esfuerzos surgieron efecto, Livia me dijo que había conseguido contactar con la esclava de una patricia que conocía a la esclava de Marcus.
Aquella noticia alegró a mi corazón y humedeció mis partes más íntimas y le dije que sin premura contactara con ella y me trajera noticias lo antes posible.
Era notorio y sabido que muchas patricias romanas disfrutaban de los placeres de la carne con gladiadores, incluso pagaban por ello y yo deseaba con toda mi alma deleitarme también.
Pasados dos días, Livia me confió que todo estaba arreglado pero que el gladiador exigía una cantidad desorbitada por sus favores.
Yo disponía de una importante suma, producto de mi herencia y le dije que eso no representaría ningún inconveniente.
Acordada la cantidad, por fin llegó el día de nuestro encuentro. Fue en una apartada finca, en el campo, propiedad de mi familia.
Le dije a mi marido que tenía que salir por unos días por asuntos familiares y ocupado como estaba siempre en sus asuntos, no me puso ningún inconveniente.
Llegué a las dependencias solamente acompañada por Flavia y una vez acomodada, le dije que se deshiciera del servicio habitual.
Esperaba que Marcus acudiera a la cita al día siguiente pero yo estaba tan inquieta y excitada que le pedí a mi esclava que me ayudara a tranquilizarme.
Ella siempre tan solícita me dio un baño, ungió mi cuerpo con perfumes y luego un masaje que resultó de lo más placentero.
Empezó por masajear mi cabeza, mi cuello, mi espalda, sus ágiles y hábiles manos se deslizaron hasta mis glúteos y bajaron por mis piernas hasta mis pies.
Volvieron a subir lentamente acariciando la parte interior de mis muslos, con delicadeza alcanzó mis glúteos nuevamente y noté como sus dedos rozaban la entrada de mi culito, muy suavemente, lo que me estremeció.
Entonces ella aproximó su boca y sentí su lengua muy salivada, jugando con la entrada de mi agujerito lo que me arrancó un tenue gemido de placer.
Indiferente siguió y sentí su lengua moviéndose en el interior de mi culito, la sensación fue maravillosa y mi culito respondió con unos fuertes espasmos, entonces introdujo uno de sus deditos, luego dos y hasta tres, moviéndolos rítmicamente adentro y afuera, yo le pedí que no parara, hasta que no pude contenerme más y me corrí.
Seguidamente me di la vuelta, de modo que quedé boca arriba y ella imperturbable comenzó acariciando mis grandes y turgentes pechos, provocando que mis pezones se erizaran.
Ella siguió masajeando mis grandes tetas y apretando mis duros pezones como si quisiera aplastarlos, en aquel momento yo ya sentía más que humedad una verdadera inundación en mi entrepierna.
Livia, bajó su cabeza y empezó a lamer y morder mis pezones y mis tetas y yo a aquellas alturas ya estaba desatada.
Entonces fue bajando muy poco a poco, desde mis senos hacia mi abdomen jugando con su lengua con mi ombligo……….Y siguió deslizándola hasta mi pubis.
Con mucha calma, lamió los alrededores de mi conchita, yo ya estaba a mil. Cerré los ojos y la dejé hacer.
Primero pasó su lengua por el exterior de mi vagina, después separó con mucho cuidado, los labios y dejó al descubierto mi clítoris y mi deseo.
Con su lengua rozó levemente, mi ardiente clítoris y acarició el contorno de mi vagina, esta maniobra me enloqueció y hundí su cabeza sobre mi encharcado pubis, sintiendo como su lengua entraba en mi vagina hasta mi punto G que lamió con fruición, mientras sus deditos jugaban con mi punto sensible y sentí una catarata de orgasmos indescriptibles.
Aquel episodio me dejó exhausta y más relajada, preparada para el gran encuentro.
Dormí plácidamente, me levanté feliz e inquieta a la vez, tanto que casi no desayuné. No sabía exactamente cuándo llegaría mi Apolo soñado.
El día era espléndido y transcurría sin sobresaltos.
De repente oí los cascos de unos caballos repicar sobre el mosaico del atrio y unas voces muy recias.
Se abrió la puerta y apareció el gigante, de cerca era aún más impresionante y me quedé muda.
Sin mediar palabra se acercó a mí, me agarró con sus fuertes brazos y desgarró mi vestido, dejando mis turgentes pechos y mi pubis al descubierto.
Me sentí temerosa de su brutalidad pero estaba tan aterrorizada que me dejé hacer. Me levantó en volandas y me puso contra la pared.
Noté la presión de su cuerpo contra el mío, sus músculos y un pene que intuí enorme. Con su ruda mano me separó las piernas y sentí su poderosa verga deslizándose por mi entrepierna, arriba y abajo hasta que de pronto, empezó a entrar sin contemplaciones, hasta el fondo y me sentí llena como nunca antes, tanto que creí que la vagina iba a estallar.
Me empezó a bombear sin compasión, lo que me produjo una sensación mezcla de dolor y placer tan morbosa que deseé que no acabara nunca.
Era incansable y mis orgasmos se sucedieron uno tras otro, cada vez más fuertes, hasta que por fin acabó dentro de lo más profundo, inundando mi útero con una cascada de semen.
Salió y me volteó, yo me sentía como una marioneta en sus manos, sin voluntad alguna, el se tendió sobre la cama, yaciendo de espaldas, me levantó sin esfuerzo y dejándome caer sobre él, volvió a ensartarme con su maravillosa polla y yo hipnotizada por el placer que me producía cabalgué sobre la misma como una posesa.
No puedo explicar lo que sentía porque las sensaciones eran tan fuertes que mi mente voló hacía un océano hedonista y no era muy consciente de lo que estaba sucediendo en aquella estancia.
Sin embargo, sentí una humedad inquietante en mi culito pero sin tiempo de reaccionar otro pene, enorme, duro y cálido invadió mis entrañas, con tal fuerza que creí me desgarraría el ano, lo que hizo gritar de dolor.
Pero sin atender a mis gritos, aquella verga siguió abriéndose camino a través de mi angosto agujerito, hasta llegar al fondo, muy al fondo de mis entrañas.
Sentía las dos pollas en mi interior y un placer inexplicable, vi unas grandes manos, negras, agarrando y estrujando mis generosas tetas y yo creí perder el sentido.
No sé durante cuanto tiempo me estuvieron follando porque perdí la noción del tiempo pero fue mucho hasta que ambos se corrieron dentro mío.
Yo ya era un pelele en manos de aquellos dioses, me arrodillaron y limpiaron sus fantásticos penes en mi boca, secándolos con mis largos y dorados cabellos.
Llamé a Livia y le ordené que nos trajera algo de comida para reponer fuerzas.
Pasado un tiempo me pusieron entre ambos y me levantaron en vilo, penetrándome el negro por mi vagina y Marcus por mi culito, penetrándome profundamente y sin que pudiera evitarlo pues sus vergas se me clavaban con el simple peso de la gravedad.
Estuvieron subiéndome y bajándome a su capricho, sin que yo pudiera oponer resistencia alguna, hasta que por fin ambos explotaron de nuevo en mi interior.
Me dejaron con bastante rudeza sobre la cama y sentí como su semen salía de mis agujeros. Embargada aún por el placer reciente lo tomé en mi mano y ávidamente lo llevé a mi boca y me lo tragué.
Mientras los dos hombres dormían profundamente, yo salí como pude de la habitación y contemplé una escena que me dejó atónita, era Livia jugando con el pene de los caballos, los estaba pajeando y chupándolos con pasión, yo me mantuve escondida para ver como se desarrollaba la escena.
De repente se tumbó sobre una banqueta y se introdujo uno de los penes en su coñito mientras continuaba chupando el otro y los animales parecía no desagradarles la situación hasta tal punto que ambos se vinieron inundándola de semen.
Pero las sorpresas no acabarían ahí.
Cuando despertaron, los dos hombres montaron sus caballos y desaparecieron rápidamente por el horizonte.
La sorpresa fue mayúscula, cuando vi en el comedor de la casa a mi marido senil, quién me contó que había estado todo el tiempo en la finca escuchando todo lo que pasó entre yo y los gladiadores y que había estado masturbándose por la gran excitación que le habían producido mis gemidos y gritos e imaginando la escena.
Por fin volvimos a Roma, satisfechos y felices y con la convicción de que aparte del recuerdo de aquella maravillosa experiencia, yo sentí que me llevaba algo más……….la única duda es si sería blanco o negro …………