La pastelera.
Por qué comprar dulces cuando tú puedes convertirte en él.
Siempre había escuchado que la convivencia terminaba por matar a la pareja, pero yo era de esos imbéciles a los que les gustaba pensar que era diferente al resto.
La convivencia no es que mate la pareja, directamente la destruye. La rutina del día a día va matando el erotismo, la magia y todo aquello que un día tuviste con tu novia; pero que a día de hoy solo quedan vagos recuerdos de aquellos maravillosos momentos.
Julia y yo habíamos pasado de follar todos los días en el asiento trasero de mi Opel corsa, a graduarnos en la universidad, encontrar trabajo, comprarnos una casa y hasta casarnos. Los primeros meses incluso años eran la hostia, hacíamos lo que queríamos y cuando queríamos, todo el dinero que ganábamos era para nosotros y no teníamos que darle explicaciones a nadie.
Sin embargo las cosas empezaron a cambiar cuando a Julia le sonó el reloj del instinto maternal. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba con 35 años, un par de entradas que cada vez se dejaban más de notar y dos niños que consumían por completo mi tiempo. Poco a poco Julia y yo nos fuimos adentrando en ese modelo de casa a los que todos o mejor dicho, a nivel social se le conoce como familia convencional.
Con todo esto que estoy escribiendo parece que no sea feliz, sí que lo soy, el único problema es que aparte de pensar que todo le sucedía a los demás, también creía en que la juventud duraba para toda la vida.
Julia y yo cada vez follábamos menos por lo que yo me masturbaba más. Los niños eran pequeños y si no estaban llorando, estaban resfriados o cualquier otra cosa; por lo que debíamos estar siempre pendientes de ellos. El único momento que teníamos para nosotros lo usábamos para dormir, o sea que imaginaros hasta qué punto habíamos llegado.
Los domingos ya no eran de sofá, manta y peli como excusa para terminar follando, no. Ahora el último día de la semana se había convertido en las constantes visitas a casa de mi suegra para comer. Reconozco que la mujer siempre había puesto de su interés por que nos lleváramos bien, pero el hecho de que un día folláramos sin aún saber que éramos familia política ponía las cosas un tanto más difíciles, pero eso es otra historia que ya os contaré.
Cuando llegué el jueves a casa de trabajar, Julia me recordó que el domingo comíamos en casa de sus padres para celebrar el cumpleaños de mi suegro. Así que me sugirió que ese día me levantase pronto para darle un agua al coche y dejarlo limpio y ya de paso recoger la tarta de cumpleaños en la pastelería. Así que una vez llegado el domingo, realicé a pies juntillas las órdenes de mi mujer como un buen marido que soy, nótese la ironía.
Lavar el coche fue tarea fácil, cerca de casa había una gasolinera que por cinco euros te dejaba enjabonar, aclarar y encerar el coche. Es triste, pero decidir dónde lavar el coche y cómo hacerlo se había convertido en uno de mis pocos caprichos. Lo bueno y malo de vivir en la capital es que tienes y encuentras todo lo que quieres, sin embargo, nadie te libra de chuparte un atasco de menos de una hora para llegar a tu destino. Así que después de saltarme un par de semáforos en rojo, tener alguna que otra pelea con un taxista, logré aparcar en doble fila y llegar a la pastelería.
-Quién es el último pregunté tras entrar y cerrar la puerta.
-Soy yo contestó una anciana que se encontraba sentada a mi espalda.
La cola era inmensa, debería haber por lo menos quince personas delante de mí. La cola podría haber avanzado más deprisa aquel día, pero parece que la dueña no estaba y solo había una dependienta. Nunca antes la había visto, suelo venir frecuentemente a esta tienda, pero no me sonaba para nada, lo más posible es que la contratasen hace poco.
En ocasiones me daba hasta cierta ternura, a la pobre se le notaba que era nueva, tardaba como unos diez minutos en envolver dos simples pasteles y en hacer la cuenta. Eso me llevó a recordar los días en los que empecé a trabajar en la pizzería de mi barrio. El primer día se me quemaron todas las pizzas, rompí doce platos; el dueño no me echó porque era amigo de mi padre que si no…
Debo de reconocer que la chica, aparte de ser una novata era muy pero que muy guapa. Su piel morena combinada con su pelo rizado recogido por una goma del pelo, hacía que te concentrases en el verde de sus ojos; cayendo así por completo en el embrujo de su mirada. Su boca tampoco parecía ser de este mundo, el blanco de sus dientes sumado al grosor de sus labios; hacían que cada vez que estos se combinasen, formasen lo que los humanos llaman comúnmente sonrisa, aunque en ella fuese algo más, hasta tal punto de detener los latidos del corazón si se lo propusiese.
Sin poder dejar de mirarla, un calor fue creciendo lentamente en mi interior. La chica llevaba una camiseta blanca ajustada la cual le combinaba perfectamente con el delantal negro que estaba usando. De manera tímida pero totalmente perceptible al ojo humano, la unión de sus tetas creaba un sutil pero increíble canalillo. Estoy seguro de que cualquiera de los clientes que estaban allí, hubiera preguntado por el precio de tremendo manjar. Cuando se ponía de perfil sus pechos eran el doble de grandes, hasta tal punto de parecer librarse de aquel delantal y aquella camiseta que no les dejaban ser libres.
Tal fue mi estado de inconsciencia que para cuando me quise dar cuenta era mi turno.
-Perdone…perdone hacía la novata al mismo tiempo que chasqueaba sus dedos intentando llamar mi atención. ¿Está bien señor?
-¿Señor? Cómo que señor se me pasó por la mente. Si tengo tan solo 35 años. Ah sí perdona dije tras recuperar la compostura. Ponme dos pasteles de nata y uno de dulce de leche cuando puedas.
-Me va a tener que disculpar, pero al dulce de leche le quedan veinte minutos.
Otro hubiera comprado los pasteles de nata y se habría marchado, pero teniendo en cuenta que el dulce de leche es el preferido de mi suegro no me podría ir sin ellos; Julia me mataría.
-De acuerdo, esperaré fue mi respuesta.
Los clientes fueron pasando hasta que ambos quedamos solos en aquella pastelería.
-Voy a cerrar para que nadie más entre y en cuanto estén los dulces se los daré. Le pondré alguno más de regalo por la espera dijo ella pasando por delante de mí al mismo tiempo que se dirigía hacia la puerta.
Su presencia dejó ante mí un aroma a canela que se clavó en lo más profundo de mis fosas nasales; impregnando por completo todas y cada una de las partes de mi alma. De reojo pude ver aquello que reflejaba el trozo de plástico que colgaba de la solapa de su camiseta. En él se podía leer “África”…El nombre representaba por completo su ser; su piel, su pelo castaño rizado, sus ojos, su culo...TODO. Era como si el mismísimo Dios hubiera esculpido el propio continente y lo hubiese hecho persona.
África se marchó a la cocina dejándome solo en el mostrador tras colgar el cartel de cerrado frente a la puerta.
Pasaron unos minutos cuando se escuchó un ruido seguido de un pequeño grito.
-¿Qué ha pasado? Pregunté sorprendido por el estruendo. Así que tras no recibir respuesta alguna me dirigí hacia la cocina.
Cuando llegué vi como litros de leche corrían y se desparramaban a sus anchas por el suelo de aquella habitación. África se encontraba en un rincón sollozando en intentando poner remedio a todo aquel desastre.
-¿Pero qué ha pasado? Volví a preguntar esperando ahora respuesta alguna.
-He intentado coger unas botellas de leche de la estantería para hacer más dulce para mañana pero he resbalado y las he tirado todas al suelo respondió ella entre llantos.
-No pasa nada, no te preocupes, ahora mismo te ayudo a limpiarlo y verás cómo en cinco minutos está todo esto solucionado.
Empezamos a limpiar, hasta que África decidió quitarse el delantal para estar más cómoda. La leche que había caído sobre ella le había mojado por completo la camisa, hasta tal punto de dejar a la vista que no llevaba sostén. Sus pechos desnudos junto con sus pezones luchaban ahora contra una tela mojada que parecía intentar ahogarlos. Aquellos puntos de carne gruesa parecían querer rajar la camiseta por momentos y poder conseguir ese aire que tanta falta les hacía. Mis ojos parecían querer ayudarlos desde la distancia, hasta tal punto de imaginar junto con mis manos cómo conseguirían romper aquella tela y hacerlos libres de una vez por todas.
Mi entrepierna fue creciendo por momentos, hasta tal punto de ser perceptible a los ojos de África. Mis manos cubrieron mi erecto miembro como forma de respuesta ante tal situación, sin embargo, no sirvió para nada, cuando me quise dar cuenta África estaba restregando suave pero fuertemente la parte inferior de su pantalón con sus dedos. Nos fuimos acercando lentamente, en silencio, sin decir nada, como si una extraña fuerza se hubiera apoderado de nuestro ser.
Permanecimos parados el uno frente al otro, hasta que sin saber cómo; comenzamos a besarnos frenéticamente dejando que nuestros cuerpos hablasen por sí solos. Nuestras manos y piernas comenzaron a enredarse con las del otro, creando así un perfecto patio de cárcel dedicado al sexo y al deseo. Nuestros labios se besaban y se susurraban a la vez que sentían sobre ellos la furia de nuestros dientes al clavarse sobre sus carnes.
El cuerpo de África pareció tomar la iniciativa, hasta tal punto de comenzar a desvestirme. Primero fue mi camiseta y acto seguido mis pantalones. Una vez que me los había bajado, los calzoncillos no fueron un problema para ella, los cuales rajó de arriba abajo con el filo de sus uñas. Mi sexo medio erecto lucía frente a su ser, incitándola a la perversión y al peor de los pecados…la lujuria. Sin dudarlo un momento África empezó a felarme el miembro, hasta que pasado unos segundos dijo;
-A esto le falta un poco de dulce.
Tras alargar la mano con gran seguridad hacia uno de sus lados, cogió un donut del estante y sin dejar de mirarme fue introduciendo mi polla lentamente por el agujero de aquel dulce dejando que el azúcar hiciera su trabajo. África lamía ahora con más ferocidad que antes, su lengua hacía que con cada una de sus embestidas sobre mi sexo entrasen algunas partículas de azúcar por mi uretra, provocándome una mezcla entre escozor y placer. Comenzó a devorar aquella masa de abajo hacia arriba, haciendo que la última parte quedase sobre de mi sexo y así poder disfrutar los dos sabores al mismo tiempo. Los mordiscos que asestaba África por intentar comerse aquel donut dejaban ver lo mucho que le gustaban los dulces y sobre todo si tenían una polla de por medio. Así que una vez que ya estaba por terminar aquel postre, fue introduciéndose mi polla lentamente en su boca y acto seguido el último trozo de donut que faltaba.
Como un niño al que le sale bien su fechoría, África comenzó a relamerse los labios al mismo tiempo que pasaba su dedo índice por la comisura de los mismos estando segura de que no se dejaba nada de azúcar por probar.
Intentando no desfallecer frente aquella mujer y sus armas de seducción; quise demostrarle que incluso a los 35 años uno sigue en forma y folla bien. Así que una vez que África había terminado de comer, aproveché antes de que empezara a hacerle la digestión para pasar mis manos por debajo de sus brazos y subirla de un golpe sobre la mesa, dejando así por completo la comida servida. Comencé a devorar su cuerpo hasta que de reojo pude atisbar lo que parecía una manga pastelera, y sin ninguna intención de quedarme atrás en comparación con la imaginación de África para combinar dulces con sexo, comencé a dibujar un mapa con la vainilla que se encontraba en dicho recipiente.
La casilla de salida la marqué en su boca, pasando por su cuello, sus pechos, y abdomen hasta llegar a su coño. Como premio a mi hazaña coloqué un cupcake sobre su coño. Cuando empecé a seguir los pasos de aquel mapa improvisado, para mi sorpresa descubrí que África ya hacía rato que había devorado la vainilla de sus labios pero aun así ella movía su lengua viperina, llamándome para que fuese hacia ella.
Mi boca no se demoró en juntarse con la suya, pero tiempo después sabía que debía continuar con su viaje y no perder más el tiempo; así que dejándola sola con los gemidos ahogados que salían de ella, proseguí con su cuello.
La vainilla parecía derretirse antes de que mi boca la tocase, el calor de nuestros cuerpos eran los culpables. El sudor salado que emanaba de sus pechos y sus pezones junto al dulce creaban una capa que no era para nada desagradable a mi lengua, era incluso adictivo me atrevería a decir. Sin creérmelo, y ante la estupefacción de mis ojos, había conseguido llegar al tesoro que escondía aquel cuerpo.
Quise ser sutil y delicado a la hora de comer y sobre todo masticar, como tantas veces mi madre me había enseñado durante mi infancia, pero las ansias me pudieron y rodeando sus muslos con mis brazos comencé a engullir aquel manjar. El chocolate se desbordaba por entre mis labios y aquellos muslos, impregnando cada parte de su piel y de mi cara con el color de aquel dulce, haciendo así más visible la marca del placer y del vicio. Los trozos que no llegaba a masticar, vacilaban al mismo tiempo que se movían y parecían bailar con mi boca entrando y saliendo de aquel coño, añadiendo por si fuera poco el sabor del líquido vaginal el cual parecía amargo a mi paladar. Los gritos de África se fundían con el ambiente como lo hacía la vainilla sobre su cuerpo o el chocolate sobre mis mejillas, hasta tal punto de restregar parte de mis manos sobre su cuerpo y metérselas en la boca para hacerla callar.
El sexo me pudo y antes de que África se corriera quería que probase hacia sus adentros el verdadero sabor de mi dulce de leche; así que dándole la vuelta la puse de espaldas a mí. Parece que en el fervor de la batalla África se había sentado sobre un pastel de arándanos por lo que llevaba todo el culo manchado de rojo. Mis manos intentaron quitar un poco de aquel pastel, pero para mi sorpresa me había manchado las manos de harina y solo conseguí empeorar la situación. Sin embargo, esas manos de harina no dudaron en empezar a azotar por completo su cuerpo, clavando y dejando todas y cada una de mis huellas sobre el cuerpo del delito.
Una vez que mi polla se encontraba en el punto exacto, África empujó lo suficiente como para que su coño engullera mi sexo y ambos comenzáramos a disfrutar el uno del otro. La leche que había en el suelo ahora estaba más fría que antes, haciendo que el contraste de temperatura entre nuestros pies y aquel suelo helado nos incitase más aún a corrernos.
Dos personas eran las que habían entrado hace unos minutos en aquella cocina, sin embargo, ahora desconocíamos que éramos, nuestros cuerpos desnudos se movían impregnado por cualquier sustancia que había en aquella cocina haciendo de nosotros el pastel perfecto para el goce y disfrute de cualquier enfermo sexual o pervertido que se le antojase probar a que sabía el adulterio y la perversión. Mi mano comenzó a apretar el cuello de África al mismo tiempo que esta seguía ejerciendo presión con su culo sobre mi abdomen para que mi polla entrase más fuerte. Fueron nuestros gritos ahogados de placer lo que nos indicó que los dos nos habíamos corrido. Ahora era mi leche la que salía de su coño la que manchaba el suelo…
Antes de salir por la puerta de aquel almacén, África mencionó mi nombre.
-Roberto espera, toma; dijome tras darme un pastel aun estando ella desnuda. Es para tu mujer, es de manzana añadió a la vez que dibujaba una sonrisa de perversión.
Acto seguido me marché.