La pasión según Ángel (II)

Segunda parte. Relato con sexo guarro.

Después de correrse, mantuvo su polla en mi culo durante un minuto más o menos, sin moverse. Yo no quería hacer ningún movimiento, solo deseaba que él me ordenara y yo obedecerle en todo. Fuera un ángel o un demonio, lo había convertido en mi dios, al cual procesaría una ciega fe. Sacó la polla de mi culo lentamente, muy lentamente, haciendo que ese momento pareciera eterno.

Al fin liberó su miembro del altar en el que se había convertido mi culo.

—Déjala completamente limpia.

Oí su orden y miré su polla. Había salido de mi ojete completamente sucia, llena de restos de mis entrañas.

—¿Acaso te lo estás pensando? —me dijo. Yo no contesté. —Quiero ver como chupas mi polla llena de tu mierda, quiere verte disfrutar y gemir mientras lo haces. Y no quiero repetírtelo otra vez.

Me cogió de la cabeza y me acercó ese apestoso rabo. Abrí la boca y empecé a chupar. Creo que lo que sentí fue algo parecido a un éxtasis místico, más que por comerme la polla en sí por saber que estaba obedeciendo las órdenes de mi dios. Me había vuelto falocéntrico y debía rendirme ante él.

La chupaba con ganas, notando ese sabor amargo, acre, repulsivo de mi mierda en su polla, pero que me excitaba tanto. Limpiaba con ansias el tronco, frotaba con mis labios y mi lengua bien para eliminar todos los restos. Tragaba sin desperdiciar absolutamente nada. Él simplemente me miraba sin decir nada.

—Ya está —dije cuando terminé.

Me levantó, me puso a su altura y me beso. No era un beso cariñoso. Era un beso lascivo, lleno de babas, con furia y ansia. Su lengua buscaba en mi boca restos que no hubiera tragado para quedárselos él. Que fuera tan cerdo me ponía a cien, y mi polla se puso dura al instante.

—Veo que quieres que te siga dando caña. Coge mi bolsa y vamos a tu habitación.

Me apresuré a obedecerle y le guie a mi cuarto. Tengo una casa de un tamaño normal, pero mi habitación es más grande de lo habitual ya que hice obras y le añadí otra habitación. Estaba nervioso antes de abrir la puerta, había preparado algunas cosas que mi dios no me había pedido y esperaba que le gustasen.

—¡Vaya, buena habitación! —dijo al entrar. —¿Y qué tenemos aquí? —me preguntó mientras señalaba hacia arriba.

—He colgado cuerdas, arneses y otras cosas para que las uses si quieres. Espero que no te moleste. Y he colocado espejos en la pared.

—Y lo has hecho por pura iniciativa… ¡Vaya! —repitió. No sabía si le gustaba o estaba enfadado.

Caminó por la habitación unos segundos mirando aquí y allá, abriendo los armarios y los cajones, la puerta del baño que hay en ella, pero sin prestar mucha atención, mientras yo lo esperaba quieto, cerca de la cama y con su bolsa en la mano. Miró de nuevo al techo y a lo que colgaba de él y me miró. Juro que vi fuego en sus ojos. Se acercó a mí, me empujó a la cama y puso mis pies en unos arneses que me dejaban con las piernas en alto y el culo expuesto. Abrió su bolsa y vi como sacaba un pollón de goma, más grande y gordo que el suyo. En realidad, más grande y gordo que ninguno que yo hubiera visto antes.  Y sin ni siquiera darme tiempo a procesar lo que pensaba hacer, me lo metió de golpe.

—¡Ahhhhh! —chillé de dolor.

Lo sacó y volvió a meterlo y yo volví a chillar. Me estaba destrozando el ojal. Era muy grande y me hacía daño. Lo miré casi suplicante para que fuera más tranquilo.

—Ni se te ocurra decir una puta palabra.

Y me callé. Aguantaba las embestidas del pollón de plástico como podía. Esa era su voluntad. Así disfrutaba él y yo también. Notaba como su polla estaba creciendo de nuevo. Ya me estaba preparando para otra follada brutal. De repente paró y me desató.

—Ponte un pantalón. Nos vamos a cenar.

¿En serio? ¿Eso era lo que quería? Si quería comer algo podía abrir la nevera y coger lo que quisiera, pedir comida, no sé… Pero no esperaba que quisiera salir a cenar y menos dejándome así, caliente y dispuesto. No supe reaccionar.

—¿Me has oído? —me preguntó.

—Sí, pero no sé si es una buena i…

Y sin dejar que terminara la frase me dio un buen bofetón.

—Te he dicho que ni se te ocurra decir una puta palabra. Y también te he dicho que no me gusta repetir mis órdenes. Así que coge un puto pantalón y póntelo. Vamos a salir a cenar.

La hostia no me había dolido mucho, pero estaba confundido. Fui al armario y cogí ropa para cambiarme. Sin decirme nada, me quitó camiseta y ropa interior limpia y me dejó solo los pantalones. ¿Joder! Me iba a hacer salir con la camiseta y el suspensorio que llevaba, La gente iba a poder notar que olía a meos, lefa, sudor y mierda. No tuve fuerzas para decirle nada.

Mientras me ponía el pantalón vi que buscaba algo en su bolsa. Sacó una especie de huevo de silicona y me lo dio.

—Quiero que te lo metas por el culo. Es un vibrador y yo tengo el mando. Lo conectaré cuando me de la gana. Así hacemos más divertida la noche.

Estaba totalmente poseído porque la idea me pareció soberbia. Lo cogí y me lo metí por el culo. Mientras lo hacía lo miraba a los ojos y pude notar ese fuego de nuevo en ellos, pero esta vez no me empujó ni me empotró con nada. Solo salimos de la casa.

Buscamos un bar cercano. Como era un poco tarde no había mucha gente en las mesas. Nos sentamos en una que vimos vacía y llamamos al único camarero que vimos.

—Hola —nos dijo. —Perdonad si habéis venido a cenar, pero la cocinera se ha tenido que marchar por una urgencia y me he quedado solo. Así que esta noche no hay más cocina.

—No hay problema —dijo mi demonio. —¿Puedes ponernos alguna tapa fría?

—Ahora veo lo que me queda y os digo. ¿Para beber?

—Yo una cerveza —dijo él.

—¡Ahhhhh! —fue lo único que pude decir. Antes de que hablara, mi dios había encendido el huevo vibrador. No me lo esperaba.

—¿Perdona? —me dijo el camarero.

—No le hagas caso. Es que aquí, el amigo, lleva un huevo vibrador en el culo y se lo he conectado a tope antes de que hablara. Es un puto vicioso, ¿sabes? Le gusta que lo follen duro y que le meen enterito y comer mierda.

No me lo podía creer. Le había dicho todo eso como si nada. Quería morirme de la vergüenza, desaparecer, no sé… Y mientras el huevo seguía vibrando a tope.

El camarero tampoco supo cómo reaccionar. Su cara era un poema y, si mi situación hubiese sido otra, me habría reído mucho. Nos miró a uno y a otro y se recompuso.

—Pues ahora mismo meo en un vaso y te lo pongo. —Y se fue.

Mi dios me miraba y se reía con cara de demonio que sabe que ha cometido una buena diablura. Pasamos unos minutos en silencio.

El camarero se acercó con dos copas. Yo no podía levantar la cabeza de la vergüenza.

—Aquí tenéis. Una cerveza fría para ti y una cerveza combinada para ti. —Las dejó en la mesa y se quedó allí plantado.

—Bébetela de un trago —me dijo mi señor. Y así lo hice. Me relamí al final

—¡Joder! —dijo el camarero. —Pues es verdad que se bebe los meos. ¿Y hace todo lo que le dices sin rechistar?

—Sí. No protesta por nada.

El camarero se recolocó la polla sin disimulo.

—Pues tío, no me lo he montado nunca con un tío, pero tampoco he encontrado a ninguna tía que sea tan guarra. Así que no me importaría cerdear con alguien como este.

—Pues si te apetece, dímelo y vemos lo que se puede hacer.

Hablaban de mí como si yo no estuviera, aunque es verdad que yo importaba poco, mi voluntad era la de él.

Picamos algo, sin hablar mucho. No sé lo que pensarían las posibles personas que nos vieran a los dos sentados en la misma mesa, pero sin comunicación, sin decir ni hacer nada que sugiriera la menor relación entre nosotros.

Nos quedamos los últimos y pedimos la cuenta. El camarero nos la trajo. Pagué lo de ambos. Nos quedamos los tres sin decir nada hasta que él rompió el silencio.

—¿Entonces?

—Pues mira, no he dejado de darle vueltas al coco desde que me has dicho que este es un cerdo en toda regla. Y tengo que deciros que me pica un poco la curiosidad de saber qué se siente meando a otro. Así que he bebido mucho desde que lo has comentado y no he meado nada. Si no te importa…

—Al contrario —dijo él. —Su boca es tuya.

El camarero fue hacia la puerta del bar y bajo la persiana y cerró con llave para que nadie nos molestase. Apagó la mayoría de luces y se aseguró de que nadie pudiera ver nada desde fuera. Me hizo arrodillarme y se sacó la polla.

—Abre la boca bien, que quiero mearte dentro.

Así lo hice. Empezó con un chorro flojo, le costaba salir, imagino que por los nervios. Cerró los ojos y noté que intentaba concentrarse. Y por fin salió un buen chorro, directo a mi garganta y caliente. En ese momento noté como él accionaba de nuevo el vibrador que tenía metido en mi interior. Me moría de gusto entre las vibraciones y los meos del camarero. Este no paraba de soltar, era verdad que iba bien cargado. No lo podía tragar todo y me chorreaba por el cuello.

—Méale por todo el cuerpo, márcalo para que sepa quién es el macho.

Y el camarero también obedeció. Me meo de arriba abajo, la cara, el pelo, la camiseta… Yo estaba excitadísimo, con la polla apretada dentro de mi pantalón, caliente, con ganas de que no parar nunca.

—Toma, cabrón, mójate con mis meos calientes —me decía el camarero con voz de vicio. Se notaba que estaba disfrutando su primera vez.

Al terminar no hizo falta que me pidiera que le limpiara las últimas gotas. Me metí su polla en la boca y chupé. Hizo ademán de apartarme, pero se paró al oírlo hablar.

—Yo de ti dejaría que te la chupara. Lo hace de lujo.

Y no hizo falta decir más. El camarero se dejó hacer y yo me dediqué a comerle el nabo, tragándomela entera y sacándola, comiéndome la punta del capullo y aprisionándola con mis labios, lamiendo toda su extensión con mi lengua. El camarero bufaba de gusto y yo notaba que se acercaba el orgasmo, así que me esmeré con la mamada. Quería que él se sintiera orgullosos de mí. Cogí la polla con una mano y empecé a pasar la lengua por el frenillo y a chupar el capullo. No lo pudo aguantar más y se corrió dentro de mi boca soltando un bufido.

—¡Joder! Siento no haber aguantado un poco más, pero menuda mamada me has dado, hijo puta —dijo entre jadeos. —Ha sido la hostia.

—Pues aquí te dejo su teléfono para cuando quieras repetir. Vive aquí cerca y puede aliviarte siempre que quieras.

—De puta madre, tío. Lo tendré en cuenta —dijo mientras apuntaba mi teléfono en su móvil. —Ahora será mejor que os vayáis que tengo que recoger todavía. Si no os importa, salid por la puerta de atrás.

Nos acompañó y nos abrió. Se despidió rápidamente y cerró la puerta, que daba a un callejón sin luz y en el que se olía a meados y a suciedad.

—Me ha puesto muy burro verte tragarte el meo de otro. Mira como tengo mi polla. —Cogió mi mano y la llevó a su paquete y, era verdad, estaba a reventar.

Se la manoseé por encima del pantalón y notaba como palpitaba, como cabeceaba buscando salir y dar rienda suelta a su deseo. Yo me moría de ganas de sacarla.

—Bájate los pantalones y sácate el puto vibrador que voy a meterte mi polla hasta reventarte —me dijo con lujuria.

Yo tenía miedo de que alguien nos pudiera pillar allí, se oían voces y se veían luces de coches, pero mi deseo era mayor. Me quité el pantalón y saqué el huevo vibrador d mi culo. Estaba sucio.

—Métetelo en la boca que no quiero que nadie oiga tus gritos cuando te folle. Y ahora date la vuelta.

Lo hice. Me metí el vibrador pringado de mierda en mi boca y me di la vuelta mostrándole mi culo. Él se acercó y me lo sobó. Se bajó la cremallera y sacó su polla hinchada y venosa. Pasó toda la extensión de su nabo por mi raja mientras yo gemía, estaba deseando que me la metiera entera. Puso la punta de su capullo en mi ojete y presiono muy levemente, solo para que lo notara y gimiera más. Quería hacerme sufrir de placer y lo estaba consiguiendo. Joder, había perdido la capacidad de raciocinio porque nada más que podía pensar en él, en su polla, en el éxtasis que me producía hacer todo lo que me pedía.

Por fin apretó un poco y noté como mi ano cedía a la presión. Introducía lentamente el capullo dentro de mí, paraba, lo sacaba unos milímetros y volvía a meter suavemente un poco más. Pudo estar más de dos minutos haciendo lo mismo y yo me estaba consumiendo de placer.

No llevaría ni la mitad de su rabo dentro de mí cuando se acercó a mi oreja.

—Prepárate —me dijo susurrando.

Y se desató la locura, el fuego y la sinrazón. Empujó su polla hasta el fondo y aceleró sus movimientos. Me estaba dando por culo más rápido si cabe que la primera vez. Era una máquina de follar, era un demonio del sexo, mi demonio. Me estaba taladrando, notaba como su polla me reventaba. El huevo me impedía gritar muy alto, pero juro que no dejé de hacerlo ni un solo segundo.

No sé ni cómo llegué al orgasmo, pero me corrí sin tocarme, dentro de mi suspensorio. Estaba llegando a unas cuotas de placer que nunca había experimentado y me estaba volviendo loco. Lo oía bufar detrás de mí, follándome sin descanso, con una mezcla de lujuria y ganas de provocarme dolor.

Noté como su polla se hinchó un poco más, como apretó más fuerte y como gimió con voz de ultratumba y se corrió abundantemente, llenándome de leche todo mi recto.

Nos quedamos callados unos momentos, intentando recuperarnos de la follada tan brutal que me había dado. Entonces se guardó la polla, se subió la cremallera y me dejó descolocado con lo que me dijo.

—Volvamos a tu casa. Estoy cansado del viaje y me apetece dormir.