La pasión según Ángel (I)

Relato con sexo guarro. Si no te va el rollo, mejor que no lo leas. O sí, ya decides tú.

Acababa de llamar al timbre. Abrí la puerta y seguí sus instrucciones como me había mandado: dejar la puerta de mi casa abierta y esperarlo de rodillas en el salón vestido con una camiseta interior blanca y un suspensorio del mismo color con cintas laterales sobre mis cachetes, y mirando al suelo.

Mientras subía repasé el resto de cosas que me había pedido. No me había duchado en dos días; tampoco me había lavado ni limpiado después de cagar porque, como me había dicho claramente, quería follarme a saco y que su polla saliera pringada con mi mierda para que luego se la limpiara con mi sucia boca de cerdo. Había preparado toda la casa para que hiciera conmigo lo que quisiera en la habitación que le apeteciera: sábanas protectoras, cubremuebles, toallas… Mierda, se me había olvidado quitar la alfombra y ya no me daba tiempo a hacerlo y era un regalo de mi hermana. A tomar por culo, ya buscaría una tintorería discreta para llevarla a limpiar.

Estaba nervioso. Oí cómo paraba el ascensor en mi planta, cómo se habría la puerta y salía de él alguien, oí los pasos que enfilaban a mi casa, cómo entraba y cerraba la puerta de madera, cómo dejaba cosas en el pasillo y venía hasta el salón. Mirando al suelo solo pude ver sus zapatos cuando se paró junto a mí. Oí ese sonido tan                                                          hace una cremallera cuando se baja y, después de unos segundos, empecé a notar su meada caliente en mi cabeza, una meada densa, con un olor fuerte, mojándome entero.

—Levanta la cabeza y abre bien la boca —me ordenó.

Le obedecí al instante y apuntó el chorro a mi cara, haciendo que cerrara los ojos e impidiéndome verle aún. Enfiló a mi boca bien abierta y comencé a tragar ese líquido con ansia y avaricia, sin desperdiciar nada. Lo sentía bajar por mi garganta caliente y eso me ponía tan cachondo… Se me había puesto la polla durísima, asomando por encima de la goma del suspensorio.

No paraba de mear, ahora mojándome la cara y el pecho y creando un buen charco en el suelo. Yo me restregaba el meo por el cuerpo y me di cuenta de que estaba gimiendo. Joder, ¡cómo me ponía de cerdo!

—Métetela de nuevo en la boca y bébete el último trago —volvió a ordenarme.

Así lo hice. Me metí la polla en su boca y noté un último chorro, corto e intenso, que no tardé en beberme. Después me entretuve lamiendo la punta de su polla para que no se desperdiciara ninguna gota.

—Eso es, perro, chupa bien mi polla. —Y me agarró del pelo para meterla en mi boca entera, morcillona. Noté como iba creciendo, llenándome, notando en mi lengua ese sabor a sudor, meos y macho.

Presiono mi cabeza para que no se escapara ni un milímetro de carne; conforme crecía me iba atragantando, pero no dejaba que me zafara. Su polla me llenaba por entero y me iba a asfixiar. Y yo notaba como cada vez estaba más cachondo. Relajó la presión y por fin pude liberarme. Yo tosía y daba grandes bocanadas. Él tenía su mástil lleno de mis babas.

—Me gusta ver como te vas quedando sin aire.

Me cogió de nuevo la cabeza y me ensartó con fuerza, lo que me provocó una arcada. Le debía gustar porque lo repitió unas cuantas veces, dejando cada vez menos tiempo para que me recuperara. Era una sensación extraña, estar casi sin aire y tan excitado que me dolía.

Después de una última vez empujando su polla contra mi garganta, me agarró del pelo y me hizo subir. Me levantó hasta que estuvimos cara a cara.

—Hola, soy Luis. Es un placer conocerte por fin en persona.

—Hola —le dije. —Soy Ángel.

—Bonito nombre para estar con un demonio como yo —y se echó a reír.

Yo no sabía muy bien cómo tomármelo porque si eran así todos los demonios quería ir de cabeza al infierno.

—He traído muchas ideas y unas cuantas cosas que nos van a ayudar a pasar unos días increíbles —me comentó mientras se sentaba en el sofá. —Espero que sigas queriendo dejarte llevar.

—Por supuesto. Quiero que me uses como te dé la gana. Ya te dije que estaba más que dispuesto.

—¿Y has seguido mis instrucciones? —me preguntó mientras metía el dedo corazón de su mano derecha por mi ojete.

—Por supuesto.

Movió el dedo lentamente, con un movimiento circular que me encantó. Después lo sacó.

—Bien, está sucio. Límpialo.

Y me arrodillé delante de él, le cogí la mano casi con veneración y me metí ese dedo lleno de mis restos en la boca. Lo chupé despacio, no quería que se acabara muy pronto. Lo miraba mientras lo hacía y podía ver la lujuria en él, casi podría asegurar que se estaba controlando para no tumbarme allí mismo y follarme bien duro. Cuando lo tuve bien limpio me levanté y puso mi culo delante de él. Me lo agarró con las dos manos, me lo pellizcó, me dio un par de azotes y me volvió a meter el dedo, pero esta vez acompañado del índice también. Joder, cómo los movía, me estaba matando del gusto.

Cuando los sacó hizo algo que me sorprendió: se los acercó a la nariz, los olió y se los metió en la boca. Se me puso la polla más gorda si cabe, era un puto cerdo como yo, dominante y cañero, pero tan cerdo como yo.

—Fóllame —le dije. —Fóllame duro, cabrón.

Se quitó la ropa en segundos, me tiró al sofá, puso su polla en mi culo y me la clavó. Me entró entera de una vez, haciéndome gritar de dolor y placer. Sentía mi cuerpo temblar de la emoción de verme clavado por su polla. La sacó y la volvió a meter entera, así lo hizo diez veces, las conté una a una, igual que el contó los gemidos que lancé. Después empezó a follarme muy duro, a una velocidad endemoniada, sin parar, destrozándome el ojete. Empujaba un poco más cada vez. Yo sentía como subía a los cielos y bajaba a los infiernos a la misma vez, si eso era posible. Y, joder —¡qué gusto! —estaba llegando tan dentro de mí que no pude contenerme. Grité de plcaer como nunca antes lo había hecho y me corrí, saliendo mi leche por encima del suspensorio pringando mi barriga y goteando lefa sobre el sofá.

—Siente mi polla dentro de ti, puto. Siente como te abro —me dijo con voz ronca por el placer.

No me dio tregua. Aunque yo ya me había corrido, el siguió dándome duro, sin bajar el ritmo. Recuerdo que pensé que quizá era verdad lo que me dijo, que era un demonio del placer y el sexo enviado a la tierra para condenarme a la lujuria eterna.

—ME CORRO — dijo gritando y acelerando sus movimientos, si eso era humanamente posible. Y sentí varios trallazos de lefa estrellándose sobre las paredes de mi recto.

Llevábamos menos de un ahora juntos.