La pasión de Lucia

Finalmente comenzamos una relación que excedió mis expectativas. Descubrí en ella una mujer con un exquisito sentido de la pasión y la sensualidad.

LA PASION DE LUCIA

No veía la hora de regresar. Eran ya las 8 de la noche y llevaba ya casi 12 horas fuera de casa. Aunque era lo habitual, ese día era especial y tenía razones para desear ansiosamente llegar a mi hogar.

Lucía era médica al igual que yo. Nos habíamos conocido en un congreso en donde ella era una de las disertantes. Después de tres días de jornadas, durante el ágape de cierre no pude evitar seducirla. Conversamos toda la noche, de continuo le demostraba que quería algo más que ser una colega simpática, pero ella se mantuvo muy cauta obligándome a continuar mi conquista dos semanas más donde se sucedieron numerosas llamadas telefónicas, cenas y citas que mantuvieron mi deseo al límite. Finalmente comenzamos una relación que excedió mis expectativas. Descubrí en ella una mujer con un exquisito sentido de la pasión y la sensualidad.

Llevamos varios meses de noviazgo, palabra que me encanta, pues me enorgullece ser su novia. La ansiedad aquel día me devoraba, pues Lucia había regresado después de un mes de infernal ausencia. Un curso que debía dictar en otra ciudad nos había impuesto una distancia que logré soportar gracias a sus llamadas telefónicas, mails y mensajes de texto. A media mañana había ido a recogerla al aeropuerto y viéndola más hermosa que la ultima vez, tuve que dejarla en su departamento bajo protesta, pues debía yo regresar a mi consultorio. Durante el transcurso del día estuvo en mi mente su promesa de esperarme en mi casa con la cena lista.

Cuando abrí la puerta de mi departamento al instante el ambiente que ella había preparado para mí me transportó a una dimensión completamente opuesta a la realidad que venía viviendo. Luces muy tenues, una música apacible y un perfume suave inundaban el ambiente. Dejé mis cosas por ahí. La escuchaba en la cocina y hacia allí me dirigí con el corazón latiendo como si fuera la primera vez. Allí estaba completamente desnuda, con su cabello cayendo por sus hombros y dando los últimos retoques a la cena. Me detuve a contemplarla en silencio. Era maravilloso ver su silueta, sus contornos, sus pechos, sus glúteos, sus piernas. Mis llaves cayeron de mis manos estando yo tan embobada mirándola y el ruido hizo que la sobresaltara y se percatara de mi presencia.

-¡Amor!, me asustaste…, me dijo. Y se fue acercando a mí como ignorante de la excitación que su desnudez producía en mí. Me abrazó y un beso largo, suave, cálido, nos confesaba cuánto nos habíamos extrañado todos estos días. Me tomó de la mano y me invitó a ducharnos.

Estaba yo todavía con el ambo blanco, el disfraz de médica como me decía ella. Me ayudo a quitármelo, abrió la ducha y mientras esperábamos que el agua fuera tomando temperatura, nos besamos y acariciamos como redescubriéndonos después de tantos días de distanciamiento. Se metió conmigo bajo el agua y con una ternura infinita enjabonó cada centímetro de mi cuerpo. Sentí sus manos deslizarse por mis pechos, mi espalda, mis nalgas, mis axilas, mi sexo…No pude evitar penetrarla con mi dedo, percibí el estremecimiento de su cuerpo al sentirme dentro suyo e imitándome me penetró mientras me decía que me amaba. Nos quedamos unos minutos así, sintiendo correr el agua por nuestros cuerpos desnudos, disfrutando su dedo a la vez que disfrutaba de las paredes de su vagina con el mío.

Salimos de la ducha y empapadas como estábamos me condujo hacia el living donde había improvisado entre almohadones y velas una mesa sobre un mantel en el piso, con una botella de vino tinto descorchada. Me acomodé allí y mientras ella iba por la cena me dedique a servir las copas. Cuando regresó no podía dejar de admirar su cuerpo, algunas gotas de agua permanecían sobre su piel. Ubicada frente a mí, me detuve a observar una gota que cayendo de su cabello recorría su clavícula descendía por su seno e iba dar justo sobre su pezón rozado, erecto, quedando suspendida como negándose a caer. Acerqué mis labios y con mi lengua arrastré la gota hacia mi boca. Lucia me miró y se sonrió. Nos alimentamos una a la otra. Una ensalada de endibias, un plato de queso, palmitos, arroz, pequeños bocados circulaban en ese ambiente de continua seducción y excitación. "Me encanta como me miras", me dijo, "Tus ojos me devoran". Tenía razón, no podía dejar de mirarla y perpetuar esa excitación sobre mi sexo candente. Me recostó sobre los almohadones y montándose sobre mí, comenzó a embadurnar mis pechos con salsa golf. Luego con su boca comenzó a lamérmelos, limpiando con su saliva hasta el último rastro del suave aderezo. Me chupaba los pezones con fruición, los hacia erigirse como pidiéndole que no se detuviera. Yo mantenía mis ojos cerrados mientras sentía sus manos, su lengua, su vagina mojada sobre mí.

Éramos dos cuerpos de hembras hambrientas una de la otra. No dejamos de mezclar sexo y comida, y ambos sirvieron de alimento a nuestro apetito. Fue por el postre y regresó con pequeños gajos de durazno en almíbar y un bols con crema chantilly. En cuclillas frente a mí, tomó mi copa vacía y la llevó hasta su vagina. Yo no podía dejar de observarla, la escena estaba provocando un fuego increíble entre mis piernas. Comenzó a frotar el borde de la copa por sus labios vaginales y dejándola embadurnada con sus jugos, la volvió a llenar de vino y me la ofreció con lascivia. La llevé hacia mi nariz y la olí sin dejar de mirarla, pasé mi lengua por todo el perímetro y luego bebí un sorbo mezclando el sabor frutado el vino con los de su vagina caliente. Miró entre mis piernas y me dijo: -Estas mojando el almohadón; "¿Te excita?", le pregunté y mientras se masajeaba el clítoris me contesto, "Mucho". Me acerqué, la recosté, elevé sus piernas, las llevó sobre su pecho y mientras las sujetaba en esa posición dejaba su sexo a la vista de mis ojos. Me quedé observando su vagina que adoptaba la forma de una verdadera almeja y podía ver su flujo asomándose entre los bordes de sus labios mayores. Tomé un trozo de durazno y comencé a deslizarlo desde su ano hasta llegar a su clítoris que completamente dilatado brotaba de su capullo pidiendo ser saciado. Ella comenzó a gemir dando muestras del placer que le producía ser recorrida de esa manera. Después de haberlo arrastrado varios veces por su sexo, y mientras ella me observaba lo llevé a mi boca y me lo devoré. Después, y sin cambiar de posición pase mi lengua para limpiar todo el almíbar que había desparramado. Primero me dirigí hacia su ano y comencé a hacer círculos por él. Lucia no paraba de gemir y retorcerse mientras repetía con su voz entrecortada, "seguí, seguí". Cuando ya no quedaban rastros del dulzor dejado por el durazno, fui subiendo y llegué a su agujero vaginal. Endurecí mi lengua lo mas que pude y la penetre varias veces. Podía sentir las paredes de su concha contraerse y dilatarse acompañando mis movimientos. Lamí sus labios mayores, sus pliegues internos y fui avanzando hasta su clítoris para detenerme allí y comenzar a frotarlo con la punta de mi lengua aumentando la velocidad de mis movimientos paulatinamente. Mientras la penetraba con mis dedos no paraba de succionarlo y ella sujetaba sus piernas manteniéndolas abiertas como quien esta siendo sometida a una excitante exploración ginecológica.

Noté que estaba llegando al orgasmo y cómo lo prolongaba todo lo que podía. Al fin acabo en mi boca acompañando sus espasmos de una exclamación que daba cuenta de que estaba siendo inundada de un placer inmenso. Yo me encontraba terriblemente excitada, su gemido me había hecho casi acabar sin siquiera tocar mi sexo. Sentía mi clítoris inflamado, mis pezones duros y unos deseos enormes de ser penetrada por ella. Continuó retorciéndose mientras yo mantenía la palma de mi mano extendida sobre su concha. Me brindaba un espectáculo infernalmente sexy. Se fue calmando y mientras su respiración intentaba recuperar su ritmo habitual me dijo: "Me fascina verte caliente". Me recosté boca arriba a su lado y le dije: "¿Que es lo que te fascina de verme caliente?". Se levanto y acercando su nariz a mi sexo dijo: "El olor que despide tu concha". Esas palabras me ponían a mil. Apreté mis piernas como para aliviarme. "Sabes que quiero follarte", me decía, y continuaba, "Se que en estos días que no estuve te masturbarte pensado en mí". Tenía razón, y recordé las noches que había pasado en soledad manoseándome salvajemente con la esperanza de alcanzar en sueños su cuerpo.

Tomó el bols con crema y abriéndome las piernas suavemente depositó una cantidad considerable en mi sexo. Se sentó entre mis piernas y extendió uno de sus pies hasta llegar a mi vagina. Me elevé del suelo hasta quedar sentada, quería ver lo que me hacía. Vi los dedos de sus pies enchastrarse con la crema y con su dedo gordo me recorría de arriba abajo. Sin dejar de mover su pie en mi concha, comenzó a frotarse la vagina mientras decía: "Yo también me masturbé mucho pensando en vos". Su pie frotándome y su masturbación me proporcionaban un doble placer. Comencé a agitarme, a mover mis caderas al compás de su pie, mientras miraba su dedo mojado deslizarse por su concha. Había una armonía perfecta en nuestros movimientos y aumentando el ritmo fui sintiendo la electricidad que despedía mi clítoris ascendiendo por mi vientre. Podía ver su rostro congestionado y cómo nuestras temperaturas iban en aumento. Tomé su pie con mis manos y comencé a frotarme con él cada vez con más fuerza mientras ella no paraba de masturbarse. Nuestros gemidos se entremezclaban, podía sentir el chasquido de su flujo entre sus dedos y el de la crema en mi concha y su pie. De pronto estallamos en un orgasmo casi al unísono y la habitación se inundó de nuestros olores vaginales. Nos retorcimos de placer en el piso y ella se abalanzó sobre mi concha devorándose los restos de crema provocando una nueva excitación en mí. Fue volteando su cuerpo de manera que su vagina quedo ofertada a mi boca. Comenzamos a chuparnos, besarnos, lamernos, penetrarnos con las lenguas hasta volver a tener un orgasmo fabuloso.

Parecíamos no tener calma. Quedamos exhaustas pero no podíamos parar. La excitación se renovaba cada vez. No podíamos parar de acariciarnos, tocarnos, frotarnos, estábamos llenas de crema y almíbar.

La excitación se mantuvo todo el fin de semana, no nos vestimos ni una sola vez. Permanecimos desnudas cada minuto, dispuestas a darnos placer en todo momento. Hacia el final del domingo sentíamos nuestras vagina irritadas de tanto manoseo, lamidas y fricciones pero era el dolor más placentero que jamás hubiéramos sentido.

El lunes volvimos a la realidad, durante el día alguna imagen del desenfreno del fin de semana aparecía en mi mente y una corriente me atravesaba la vagina. Nuestra vida sexual sigue siendo inmensamente pasional, pero ese fin de semana fue de una intensidad inolvidable.